Queridos hermanos y amigos: Paz y Bien. Ha sido uno de los objetivos más tenazmente planificados por parte de un laicismo intolerante: conseguir que el factor religioso sea erradicado por vía de privatización. Dentro de una apariencia políticamente correcta de mesura civilizada, tal actitud viene trabajando en un montón de frentes para conseguir ganar la batalla cultural de marginar lo religioso en general y lo cristiano en particular.
Como si la aportación del cristianismo fuera una cuestión ajena, intrusa, prescindible, negándole lo que durante veinte siglos ha contribuido a construir en el campo de la justicia, del derecho, de la defensa de los más débiles, de la libertad, además de su tributo en el arte y la cultura. El mundo occidental, del que forma parte Europa y España, no sería comprensible sin el cristianismo. Y no negamos nuestros propios errores, algunos tremendos, de los que hemos pedido perdón históricamente de la mejor forma: enmendando su mala dirección, haya sido cual haya sido la equivocación. Ya nos gustaría poder saludar con esa humilde complicidad a instituciones culturales, religiosas y a formaciones políticas, que no estando en absoluto tampoco ellas libres del pecado del error, no han dejado de seguir tirando piedras a troche y moche.
Me viene esta reflexión ante las palabras que ha dicho el presidente del gobierno italiano, Mario Monti, que no esconde su condición de cristiano ante la grave y difícil responsabilidad que tiene también el país vecino. En una reciente entrevista que ha concedido a Radio Vaticana. Decía el premier italiano que “el magisterio del Papa y su testimonio fuerte y personal, la contribución importante de la Santa Sede y de la Conferencia episcopal italiana son elementos propulsores y críticos de relevancia fundamental. Ante el bien común no se puede huir”.
Y no se escoraba ante la inmediatez del desafío que ahora tiene el primer mundo en el terreno económico y sus terribles consecuencias en el desempleo, sino que ha tenido la audacia clarividente de apuntar a la crisis ética, a la crisis de valores morales, como el elemento que atenaza Europa antes incluso que por causa del reto económico.
Tanto es así que, el jefe del gobierno de Italia, comenzó evidenciando los aspectos más significativos entre el Estado y la Iglesia dentro de un mundo globalizado como el nuestro. Y cuando la misma idea de frontera ya no es rígida entre nosotros, dijo que “la relación entre los Estados y la Iglesia puede ser un puente, un paso que abate los muros de los egoísmos nacionales y refuerza el sentido de una pertenencia que significa respeto, responsabilidad, solidaridad”. Más aún, apuntó el profesor Monti que en la revalorización de las raíces cristianas de Europa puede hallarse el secreto para la superación de la grave coyuntura que vive el continente. “La justicia y la paz —afirmó— son la respuesta más eficaz a las crisis de sentido que la crisis económica, de modo latente, ha provocado en la cotidianidad de las personas. Por lo tanto la crisis, para ser superada en todos sus graves perfiles, requiere mirar adelante con valentía, con esperanza, pero también redescubrir las propias raíces”.
Hizo un subrayado valiente y contracorriente al decir que en este momento las tensiones financieras tienen por objetivo el euro, que “sigue siendo un instrumento de extraordinaria incidencia en la vida de las personas”. Pero aquél “no es el fin de la acción comunitaria, que sigue siendo 'el bien común' —añadió—. La crisis se supera izando 'la bandera de los valores' por encima de los 'intereses de la moneda'”. Una entrevista que termina recordando una observación de su encuentro con Benedicto XVI el pasado 14 de enero: “las manos del Papa —manifestó— son manos fuertes que sostienen el peso de muchos; son manos que tranquilizan, pues a su vez se dejan sostener”.
Con toda la responsabilidad de su alta encomienda en un momento nada fácil, es alentador ver a un político bien fajado intelectualmente, abierto a un diálogo sincero con otras formaciones políticas y con la sociedad real, y llevando a cabo su compromiso sin servilismo religioso pero sin timorato ocultamiento de su cristianismo. La vida, la libertad, la educación, la justicia, la paz, tienen mucho que recibir de la aportación de un pueblo de raíces cristianas. Ignorarlo o declarar la hostilidad contribuye fatalmente a la crisis que lamentamos por el vacío de valores que Mario Monti no ha tenido complejo en reconocer y reivindicar. No queremos partidos políticos cristianos, pero sí queremos reconocer a los cristianos en los partidos políticos. Monti es un buen ejemplo de político cristiano.
Recibid mi afecto y mi bendición.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo