Ante la próxima visita del Papa a España dentro de la Jornada Mundial de la Juventud, están saliendo últimamente numerosas voces que ponen en tela de juicio, cuando no critican con acritud, este evento. Algunos lo hacen con eslóganes sonoros, “ni Papa ni Califa”, caso de los indignados, otros desmarcándose de la Iglesia “esta Iglesia no es la mía”… otros desde preguntas sobre los costes de la visita,…
Así podemos encontrar todas las que los medios de comunicación quieran facilitar. Eso sí, silenciando las innumerables muestras de apoyo, alegría, esperanza, acogida y espíritu de sana fiesta, que esta Jornada suscita entre millones de personas, creyentes y también ciudadanas de pleno derecho, en este país.
Cuando nos visita una estrella de la música, del estilo que sea, y que sólo congrega unos pocos miles de fans, además de ser subvencionados por las arcas públicas, a nadie de otro estilo contrario se le ocurre salir a las calles a manifestarse en contra de ese concierto. Cuando en fiestas populares, como las Fallas en Valencia, se queman millones de euros en una noche, nadie se indigna contra ellas, y así podríamos repasar la geografía española y sus actos sociales, culturales y festivos para no acabar nunca.
La JMJ no ha costado un euro al erario público, y así se ha expuesto de forma clara por parte de los organizadores; son los jóvenes quienes en un 70% se costean este encuentro, y el 30% restante corre a cargo de patrocinadores particulares. Eso sí la ciudad de Madrid se va a beneficiar económicamente de este acontecimiento por la enorme cantidad de personas que congrega, y eso está muy bien.
Pero de todas las críticas que se escuchan, las que más sorprenden son las de aquellos que se autodenominan cristianos críticos. Pero son críticos con la jerarquía que tanta alergia les causa, no así con sus líderes políticos que mal gestionan la economía o desprotegen la vida humana más débil. Y lo curioso es que a quienes critican, son en nuestros días portadores de una palabra realmente novedosa, porque defienden a los más inocentes y necesitados, denuncian las injusticias y opresiones, acogen a los marginados y siempre ofrecen gestos de reconciliación, de amor y de paz.
O qué creen que van a escuchar de labios del Papa, ¿una arenga en favor de la muerte de quienes no son bien recibidos, por inesperados o indeseados?, ¿el abandono a su suerte de las personas desahuciadas por la ciencia médica?, ¿el cierre del bolsillo para con los parados y pobres?, ¿la bendición de un sistema económico agresivo e insolidario?, ¿la llamada a la violencia contra quienes no piensan como él? Pero si de esta clase hay decenas de líderes en el mundo que son jaleados por sus adeptos ante la pasividad de todos. Si fuera a decir algo de esto, ¡vaya novedad!. Pero no, todas las reivindicaciones sociales que algunos airean como novedosas y urgentes, hace años que han sido claramente exigidas por la doctrina social de la Iglesia. Se confunden de enemigo quienes apuntan al Papa y a la JMJ como si fueran la causa de todos los males.
Yo invitaría a tantos críticos con este encuentro fraterno y festivo, que lo vivieran para después opinar, que se acercaran a él sin los prejuicios de sus ideologías trasnochadas, y seguro que se sorprenderían de la exigencia personal que supone abrir el corazón a Jesucristo y reconocerle como el único Señor de nuestras vidas.
Este es el mensaje que lleva anunciando la Iglesia desde el día mismo de su fundación, siendo portadora de esperanza y de consuelo en medio de las dificultades cotidianas, comprometida con los más pobres y sufridos, perseguida y martirizada por su fidelidad y entrega. Y esta sí es mi Iglesia, la de mis padres y hermanos, y en la que me siento dichoso de pertenecer a ella, a la vez que agradecido por quienes la pastorean en la caridad y el servicio.
P. Luis Alberto Loyo Martín, sacerdote