A monseñor Munilla no le encomendaron un muerto cuando el Papa le nombró obispo de San Sebastián. Le entregaron un cadáver putrefacto. Pura basura eclesial. Fruto de los desastrosos pontificados de Setién y Uriarte. Llegó y se encontró con gran parte de su clero sublevado contra él. Y eso continúa. Y continuará. Pero... Hoy ya son menos que ayer y menos que mañana. Llegará un día, no tan lejano, en que ya la mitad del clero diocesano esté con el obispo. La mitad, la mejor y la más joven. Y enseguida serán las tres cuartas partes.
Porque lo peor se está yendo. Lo saben y se revuelven ante la segura desaparición. El clero que arruinó el inmenso catolicismo de las Vascongadas masca ya su desaparición. Irremediable. Y como el toro herido de muerte, apoyado en tablas, lanza sus últimos derrotes. Que no servirán de nada. El maestro no se va a dejar coger. Ya están las mulillas en la puerta esperando que caiga el toro para arrastralo al desolladero. Y sin un aplauso en la plaza. Porque los que todavía se oyen son cada vez más hijos del Alzheimer. Ya ni saben lo que aplauden. Porque la realidad, su realidad, es que agonizan como el toro.
El obispo de San Sebastián ha enviado a sus tres seminaristas a Pamplona. Algunos pensarán que para despagolizarles, que no estaría mal. El curso que viene va a haber más. Que también estarán despagolizados, desetienizados y desuriartizados. Y eso no hay quien lo pare.
Por el otro lado el de profundis. Funeral tras funeral y jubilación tras jubilación. Tampoco nadie va a parar eso. Pues eso es lo que le espera, por fin, gracias a Dios, a la diócesis de San Sebastián. Alguno de los dinosaurios en vías de extinción piensan que pueden quebrar a su obispo. Me da la impresión de que no le conocen.
Francisco José Fernández de la Cigoña
Publicado originalmente en La Cigueña de la Torre