Encuesta es una averiguación de lo que un segmento de la población opina o desea respecto de personas o hechos determinados. Por su naturaleza tiene un valor fotográfico, descriptivo. Allí reside su utilidad y también su debilidad. Para personas con responsabilidad de liderazgo, una encuesta pone en cuestión la continuidad de sus tareas programáticas, las cuales tienen un carácter cinematográfico, secuencial y normativo.
Jesucristo, reconocido como el principal líder del género humano en atención al número, vastedad, fidelidad y heroicidad de sus seguidores, manejó 3 encuestas y no hizo caso de ninguna. De su parábola de las vírgenes que esperan la llegada del novio, 5 de las cuales eran necias y 5 prudentes; y de su experiencia de haber sanado 10 leprosos, de los cuales sólo 1 volvió a darle las gracias, pudo haber extraído la conclusión de que el 50% de la gente es tonta, y el 90% mal agradecida.
Igual insistió en ofrecer su enseñanza a doctos e incultos, discípulos y multitudes, buscando su adhesión más por la belleza intrínseca de la verdad que por el interés y efecto emocional de los milagros. Tampoco dejó de acoger, favorecer y perdonar a todos, sin discriminar por la retribución o agradecimiento de los beneficiarios. Y cuando por una encuesta se enteró de que la mayoría de la gente consideraba que El era sólo una reedición mejorada de Elías, de Juan Bautista o de alguno de los profetas, esperó a que tan sólo uno, Pedro, inspirado por Dios y no por los criterios humanos lo reconociera como el Cristo, Hijo de Dios vivo. Y entonces, sobre él, fundó su Iglesia.
El único criterio de decisión y acción era, para Jesús, la voluntad del Padre celestial: si el Padre lo quiere, si al Padre le gusta, si está dentro de la hora y del día que el Padre ha fijado, entonces se hace, sin importar las consecuencias o el pensar de la mayoría. Esa misma voz y voluntad del Padre resuena en el íntimo sagrario de todo hombre, su conciencia moral, ordenando hacer el bien y prohibiendo hacer o consentir el mal. A ella, y sólo a ella, obedece el líder. Es conductor, va delante de los demás y no en febril y servil seguimiento de las opiniones y deseos de mayorías siempre volubles, manipulables, desinformadas.
Esa necesidad obsesiva de sentir la aprobación mayoritaria suele ser síndrome de inmadurez intelectual y emocional. También refleja y potencia servidumbre: “Those are slaves who dare not be in the right with two or three”: Martin Luther King, jr., inspiró su liderazgo en estos versos inspirados. Quien rehúsa actuar según la verdad cuando sólo dos o tres están de su lado, no es líder, es esclavo. Pablo, líder descollante del cristianismo, confirma: “si todavía buscara agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo” (Gálatas 1, 10).
P. Raúl Hasbún, sacerdote
Publicado originalmente por Revista Humanitas, tomado de VivaChile.org