No me gusta un pelo lo que está sucediendo en la madrileña Puerta del Sol. Tampoco coincido con quienes afirman que el lugar ha sido elegido para perjudicar a Esperanza Aguirre. Más bien creo que, si esta movilización se hubiera llevado a cabo frente al Palacio de la Moncloa, la pretendida “apoliticidad” de la manifa hubiera sido puesta en solfa. Sin embargo, la Puerta del Sol es el lugar perfecto para llamar la atención, porque se trata del mismo centro de la Capital de España. Sí creo en un afán de emulación de las protestas en Sudán o en Egipto, realizadas todas ellas en plazas céntricas. Y también creo que el aprecio de los convocantes por España es tan efusivo que no han dudado en equipararnos con Egipto o en “sudanizarnos”. Así nos ven, o, diríamos mejor, así son ellos y quienes los alientan.
La cosa no me gusta porque en Sol no ha brotado, precisamente, un manantial de libertad. Las aguas que empapan el “kilómetro cero” de nuestro país son las aguas sucias de un guadiana que uno ha visto salir de lo hondo de la tierra en varias ocasiones a lo largo de los últimos años. No sé si nació entonces, pero se trata del mismo río que inundó la Castellana 1994 al grito del “cero-siete-por-ciento-ya”. ¿Recuerdan? En aquella movilización, la izquierda demostró que un eslogan buenista era capaz de agrupar a multitud de personas de muy diverso pelaje y convertirlos después en números a su favor y en reclamos infalibles ante los medios de comunicación. En la Castellana acamparon, entonces, no sólo los amigos de Julio Anguita, que no hubiesen llenado ni dos tiendas de campaña americanas, sino multitud de incautos más dotados de idealismo que de sensatez. Hubo allí sacerdotes y muchos jóvenes procedentes de parroquias, encantados de engrosar las estadísticas que la izquierda más sectaria y anticlerical emplearía en provecho propio.
Casi diez años después, la operación se repetiría en las famosas manifestaciones del “¡No a la guerra, tíos!”. Muchas de las personas que yo entonces conocía, todos ellos católicos con participación activa en sus parroquias y movimientos eclesiales, salieron a unirse a la movida. Cuando yo traté de explicarles que estaban siendo utilizados para engrosar las cifras que la izquierda lanzaba como piedras contra los cristales de La Moncloa en una operación de asalto al poder, me respondían al unísono: “Como cristianos, no queremos la guerra. Juan Pablo II se ha opuesto a la guerra. Por tanto, ¡No a la guerra, tíos!”, y allá se iban con Bardem y ZP a tirar de la pancarta. Una vez más, la izquierda más rancia se beneficiaba de un lema buenista y de unos ciudadanos incautos y fácilmente manipulables.
Ese guadiana, que ha hecho otras apariciones en nuestro suelo además de las que les recuerdo, es el que ahora resurge en la madrileña Puerta del Sol. Y, por desgracia, los bobos siguen picando como pececillos en un anzuelo más que mordisqueado. Porque hay que ser bobo para creerse que semejante movimiento no está perfectamente previsto, organizado y orquestado. ¿Es que nadie se ha dado cuenta de que todas las pancartas tienen la misma tipografía? ¿Quién ha comprado los dominios de Internet que ofrecen las consignas? ¿Quién controla las asambleas? ¿Quién dice qué pancartas pueden mostrarse y cuáles no? ¿Por qué levantan lemas como “menos crucifijos y más trabajo fijo” y no muestran ningún eslogan contra el aborto o contra el terrorismo? ¿De verdad son conscientes todos y cada uno de los cinco o siete mil ciudadanos que acampan allí de que no se persigue otro objetivo que el de “tumbar” el sistema como si fuese uno de los contenedores de basura que han estado quemando?
No tengo la menor duda de que allí están quienes asaltan las capillas de la Universidad o participan en la “procesión atea”. No tengo la menor duda de que allí están, ya talluditos, los del “Prestige” y los del “¡No a la guerra tíos!”, así como los que queden del “cero-siete-por-ciento-ya”. No tengo la menor duda de que Zerolo anda camuflado entre los campistas tras una postiza barba pelirroja. No tengo la menor duda de que allí se dan cita unos cuantos miles de incautos procedentes de parroquias y animados por un estúpido buenismo; si buscan, encontrarán a muchos del entorno de San Carlos Borromeo -ya saben, los de las rosquillas-. Y no tengo la menor duda de que hay mucho tonto en España que todavía añora mayo del 68 como si aquello hubiese sido una revolución intelectual y uno un desmadre de drogatas y borrachos con ganas de darse el lote. Semejante cóctel es lo que a un servidor le da miedo.
Y lo que a mí, personalmente, me indigna, es el que los miembros de movimientos pro-vida nunca hayan sido capaces de adquirir tanta relevancia pública, cuando ha reunido a mucha más gente que la que estos días se concentra en la Puerta del Sol... ¿Por qué?
José-Fernando Rey Ballesteros, sacerdote