Estamos en plena campaña electoral, que nos conducirá a las urnas el próximo 22 de mayo. Por este cauce participamos todos de manera singular en la vida ciudadana, que entre todos hemos de construir. El cristiano no “pasa” de las elecciones, sino que le interesan vivamente, porque es ciudadano de este mundo en el que su fe le invita al compromiso en las cosas de este mundo, con perspectiva de cielo.
En primer lugar, expresamos a los políticos la estima por su labor. La política es una tarea noble, que se asume para construir el bien común. Si se anteponen los propios intereses, personales o de partido, la política se corrompe. La cuota de poder que se alcanza con el respaldo de sus votantes es para servir mejor a la sociedad desde su ideario de un mundo más justo y más humano.
El momento concreto que vivimos nos lleva a anhelar trabajo para todos. Córdoba es lugar con los mayores índices de paro de toda España. En Córdoba por tanto se necesita un esfuerzo especial por dotar a la ciudad y a la provincia de abundantes puestos de trabajo. El trabajo es el ámbito donde crece y se proyecta una persona, donde construye con sus semejantes un mundo mejor. El trabajo dignifica a la persona porque la hace corresponsable. Del trabajo se deriva el salario, con el que una persona sostiene a su familia. El trabajo, por tanto, no es un producto bruto ni ha de medirse simplemente por sus resultados económicos. El centro del trabajo es la persona. Cuando no hay trabajo, la persona está en peligro. Pedimos que los mejores esfuerzos se orienten en este sentido para alcanzar una convivencia pacífica basada en la justicia. Hay otras muchas necesidades propias de cada municipio.
Un cristiano pide a los políticos que promuevan la libertad religiosa en un estado aconfesional, donde ninguna religión es la oficial, pero donde se respeta el derecho de todo ciudadano a vivir su propia fe y a expresarla individual o comunitariamente. La religión no es un estorbo para la ciudadanía, la religión es un factor de convivencia y de progreso. Abogamos por una laicidad positiva, que reconoce y respeta la autonomía de la sociedad civil e incorpora lo mejor de la religión a la convivencia de todos. La Iglesia católica no es un parásito, sino uno de los principales bienhechores de la sociedad en la que vivimos hoy. Atender las necesidades de la Iglesia no es ningún privilegio o reliquia del pasado, es un derecho que tienen los bautizados, que no son ciudadanos de segunda clase por su condición de creyentes.
Los católicos en nuestra sociedad no somos una minoría étnica –siempre muy respetable–, sino que representamos el 92 % de la población actual española, que no queremos imponer nada a nadie, pero pedimos al mismo tiempo que se respeten nuestros derechos. La atención al patrimonio histórico de nuestros templos, que pueden hundirse si no los restauramos, el derecho de los padres a la educación católica de sus hijos y a que se respeten sus convicciones en la escuela pública, el apoyo a las obras de beneficencia con ancianos o pobres de todo tipo, son otros tantos derechos, no privilegios, que reclaman los cristianos a sus políticos.
La promoción de la natalidad y la defensa de la familia y de la vida desde su concepción hasta su muerte natural es hoy un reto de primera magnitud para los que trabajan en la cosa pública. En este campo nos jugamos el futuro de nuestra sociedad. Los jóvenes no miran el futuro con esperanza porque les ofrezcamos pan y circo (hoy, preservativo y botellón), sino porque les ofrecemos valores más altos y estímulo para la propia superación. Son capaces de mucho más, no los degrademos.
Un cristiano acude a las urnas después de pedirle luz a Dios y de aconsejarse bien. El voto ha de ser responsable, porque con nuestro voto contribuimos al bien común. Que en todas las parroquias se eleven oraciones por estas intenciones, que a todos nos afectan.
Recibid mi afecto y mi bendición.
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba