En la Historia de la Humanidad es indudable que ha habido muchos grandes hombres capaces de ocupar un lugar importante en ella. Pero lo que pone a Jesucristo en un lugar especial, muy por encima de cualquier otro, es que nos anunció que iba a resucitar y lo hizo, “resucitó al tercer día, según las Escrituras”(1 Cor 15,4), resurrección que hace que nosotros los cristianos creamos que ese personaje histórico, que fue Jesucristo, no es sólo un gran hombre, incluso el mayor de todos, sino que es Dios que se ha hecho hombre. Los cristianos, todos los cristianos, es condición indispensable para serlo, creemos que la segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo, se ha hecho hombre y es verdadero Dios y verdadero hombre, siendo su resurrección la prueba de su divinidad. Pero esta resurrección no queda reducida a Él mismo, sino que es señal, prenda y garantía de nuestra propia resurrección: “Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que mueren” (1 Cor 15,20). Ahora bien, cuando resucitemos no será indiferente la vida que hemos tenido: “los que han obrado el bien, para la resurrección de la vida, y los que han obrado el mal, para la resurrección del juicio” (Jn 5,29), frase que hemos de ver en unión con el episodio del juicio final en el evangelio de San Mateo (Mt 25,31-46).
En este comportamiento nuestro ocupa un lugar muy importante nuestra actitud ante la vida. El propio Jesús nos dice de sí mismo. “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25). El creyente no sólo cree en Dios, sino también en el ser humano, en la vida humana, y sabe que uno de sus más importantes deberes morales es defender la vida humana en toda su integridad, desde la concepción hasta su fin natural. Esta unión de resurrección y vida me ha hecho repasar la encíclica de Juan Pablo II sobre la vida, la “Evangelium Vitae”, y en ella me he encontrado este trozo que interpela a todos los cristianos y en especial a los sacerdotes en nuestra predicación. “La aceptación del aborto en la mentalidad, en las costumbres y en la misma ley es señal evidente de una peligrosísima crisis del sentido moral, que es cada vez más incapaz de distinguir entre el bien y el mal, incluso cuando está en juego el derecho fundamental a la vida. Ante una situación tan grave, se requiere más que nunca el valor de mirar de frente a la verdad y de llamar a las cosas por su nombre, (la cursiva es de la encíclica), sin ceder a compromisos de conveniencia o a la tentación de autoengaño. A este propósito resuena categórico el reproche del Profeta: “¡Ay, los que llaman al mal bien y al bien mal!; que dan oscuridad por luz y luz por oscuridad” (Is 5,20). Precisamente en el caso del aborto se percibe la difusión de una terminología ambigua, como la de ‘interrupción del embarazo’, que tiende a ocultar su verdadera naturaleza y a atenuar su gravedad en la opinión pública. Quizás este mismo fenómeno lingüístico sea un signo de un malestar de las conciencias. Pero ninguna palabra puede cambiar la realidad de las cosas” (EV nº 58).
La ofensiva contra la vida y la conciencia moral continúa. Esta misma semana las Juventudes Socialistas defienden el aborto, piden máquinas expendedoras de preservativos en institutos, universidades y centros de ocio y garantizar el acceso a la píldora del día después, píldora abortiva a la que nuestra ministra de Sanidad va a hacer o ha hecho ya gratuita, así como quiere iniciar los trámites para legalizar la eutanasia. Desde ahora protesto contra mi posible asesinato. Tampoco estoy de acuerdo con el señor Rajoy, cuando nos dice que, aunque va a abolir la actual ley del aborto, va a dejar la anterior, que con la trampa de la salud mental se convierte en aborto libre, aunque ninguna enfermedad psíquica se cure, sino que se agrava con el aborto.
En resumen mi fe me dice que la vida humana tiene sentido porque Dios quiere para todos nosotros nuestra resurrección gloriosa y una vida eterna feliz Pero para ello hemos de tomar partido por lo que los Papas denominan civilización de la vida y luchar contra la cultura de la muerte, para la que los crímenes del aborto y la eutanasia son derechos. Como dijo San Agustín. “el Dios que te creó sin ti no te salvará sin ti”. Hagamos el bien y evitemos el mal, y muy en especial lo que son atentados contra la vida. Recordemos que “Dios no puede dejar impune el delito: desde el suelo sobre el que fue derramada, la sangre del asesinado clama justicia a Dios”, aunque “quiere el arrepentimiento del pecador y no su muerte” (EV nº 9).
P. Pedro Trevijano, sacerdote