Siempre me ha parecido una de las imágenes más impactantes de la historia de la Iglesia reciente: se trata del papa Juan Pablo II, joven –apenas llevaba dos años de pontificado- aterrizando en la pista del aeropuerto de Managua. Baja del avión, y como si tuviese prisa, se dirige a uno de los ministros del gobierno sandinista, Ernesto Cardenal, sacerdote, quien genuflexo, rinde respeto al Papa, mientras tanto Juan Pablo II le afea su conducta por formar parte de ese gobierno. Nunca sabremos cual fueron las palabras del Papa, sólo la imagen de un sucesor de Pedro, reprimiendo con dureza a un sacerdote.
La revolución sandinista comenzó en 1978 y derrocó al régimen del dictador Somoza. Comenzó un gobierno de clara influencia marxista y con guiños a la teología de la liberación, hasta el punto de que Ernesto Cardenal entró a formar parte de este gobierno. En él ocupó el puesto de ministro de Cultura hasta 1987. El papa le pidió que abandonase el gobierno ya que un clérigo no puede ocupar un puesto político.
En estos últimos días, la prensa nicaragüense se ha hecho eco de los informes desclasificados de los servicios de inteligencia de la antigua república democrática de Alemania, la temida Stasi, en los que se describe la colaboración de estos servicios secretos con Dirección General se Seguridad del Estado de Nicaragua para penetrar en la Iglesia y limitar sus acciones de “diversionismo ideológico”. Los reclutas para trabajar contra la Iglesia eran orientados a considerar que “la peligrosidad de la Iglesia católica se demuestra no sólo en aspectos sociopolíticos, sino también en el papel que tiene como piedra angular para la estrategia de una agresión ideológica estratégica del imperialismo”, revela el documento secreto de la DGSE. En definitiva, para impedir las acciones de la Iglesia.
Entre las actividades contra la Iglesia, la prensa saca a la luz, el caso de un sacerdote con cierto ascendiente en la vida pública al que organizaron una farsa con una mujer y después detuvieron a plena luz del día con las cámaras de televisión.
Quiero suponer que la colaboración de Cardenal en aquel gobierno no tuviera nada que ver con las actividades de sus servicios secretos. No sé si sería legítimo siquiera pensar cierto conocimiento, y mucho menos relación, pero lo que si cabe pensar es al menos cierta ingenuidad: es de todos conocido que los regímenes de inspiración marxista, más o menos remota, siempre intentan hacer desaparecer a la Iglesia. Les estorba, ellos quieren una nueva religión, la suya, en la que la libertad individual está cercenada. No pueden convivir con quienes, como la Iglesia, proclaman la dignidad de todas las personas, la verdadera justicia social y el destino universal de los bienes.
Rafael Amo Usanos, sacerdote