La educación sexual exige una cierta visión del hombre y del mundo, de la sociedad y de la vida, ya que no es posible una educación o instrucción sexual neutra, sino que al ser un problema vivencial, el educador transmite necesariamente sus convicciones, actitudes e ideales. Hay dos maneras principales de enfocar este problema, las antropologías no creyentes y las creyentes. Voy a tratar las primeras.
En las antropologías permisivas, sus principales representantes son B. Russell, quien afirma: “ya no hay que admitir límites en el terreno sexual como en el campo de la nutrición”, W. Reich, Simone de Beauvoir, H. Kentler, M. Sanger y H. Marcuse, que intentan llevar la libertad sexual al máximo y para quienes no hay ningún criterio discriminante entre lo lícito y lo ilícito, lo normal y lo anormal, siendo, por tanto, permisibles y moralmente iguales todas las relaciones sexuales voluntarias, significando para ellos el ser responsable tan sólo el tomar precauciones contraceptivas a fin de evitar embarazos no deseados y siendo la obtención del placer el principal objetivo de la sexualidad, que cada uno puede tratar de alcanzar según le venga en gana. La permisividad absoluta, el feminismo extremo, la ideología de género, el rechazo de toda moral que no identifique bien con placer y donde se quiere superar el naturalismo biológico, son el denominador común de este tipo de corrientes, en las que escojo no sólo mi orientación sexual, sino incluso mi identidad sexual. En esta visión laicista y atea de la sexualidad, a la que hoy se denomina generalmente como ideología de género, se quiere realizar una revolución sexual, que libere la sexualidad de todo vínculo opresor, pero solo se consigue su banalización, pues da igual ser homo que heterosexual, juntarse por una temporada que casarse definitivamente, tener hijos que no tenerlos, aceptarlos que destruirlos antes de que nazcan. Cada uno es dueño absoluto de su vida, y en parte, también de la vida de los demás, como ocurre en el caso del aborto provocado. De este modo, la vida sexual se vacía de su carga de humanidad y se convierte en un simple objeto de consumo o juego, en el cual cada uno disfruta de su propio cuerpo y del cuerpo del otro, sin necesidad de entrar en una relación seria con la otra persona, y mucho menos de llegar a un compromiso de amor interpersonal y estable.
Estas corrientes con su reductora visión de la sexualidad, que queda disociada del matrimonio y de la procreación, y su unilateral exaltación del placer, al que consideran independiente del amor, de la moral y por supuesto de la religión, llevan al desenfreno, a la corrupción de la conciencia y a la degradación de la persona, que fácilmente queda reducida a la condición de simple objeto, al carecer de cualquier valor que pueda dar sentido a la existencia y por tanto incapacitando para cualquier proyecto de vida que comprometa en una serie de esfuerzos prolongados en el tiempo y, en consecuencia, dificultando tremendamente la madurez psicológica. Sus defensores son simplemente hedonistas y aunque se consideran y autotitulan progresistas, en realidad con su libertinaje confunden la libertad con la ausencia de límites y no favorecen en absoluto el progreso de la dignidad humana, que es donde reside el auténtico progresismo, ni por supuesto son capaces de llenar el ansia de amor y de infinito que hay en el corazón humano, por lo que el suicidio o el hospital psiquiátrico han sido la estación final de muchos de ellos.
Para las antropologías naturalistas no existe nada fuera o por encima de cuanto es objeto de nuestra experiencia. Dentro de esta línea están los trabajos de Kinsey, Masters y su colaboradora Johnson, así como las corrientes laicistas, marxistas y freudianas. Se buscan criterios objetivos, neutrales y científicos, que permitan al individuo lograr su madurez personal siendo capaz de posponer la gratificación de los impulsos sexuales, en relación a un plan de vida estable y seguro, compartido con un compañero de distinto sexo, para conferir un significado pleno a la existencia. Esta línea tiene el peligro de su positivismo y biologismo, de su cerrazón a los valores religiosos, de la ambigüedad del momento en que la madurez psicológica y ético-social permite el ejercicio de lo sexual, así como anular excesivamente la diferencia entre la psicología sexual humana, cargada de afectividad y racionalidad, y la actividad sexual de los animales superiores, sostenida por mecanismos automáticos y necesarios. Estos autores aceptan unas normas morales relativas, inducidas por un determinado tipo de reflexión racional y por los resultados de las ciencias sociológicas, sexológicas y psicológicas, en razón de las cuales se elaboran los criterios necesarios para actuar concretamente, pero ni la biología ni la estadística son ciencias normativas, sino simplemente descriptivas.
Podemos poner en este apartado los que tratan de dar una instrucción sexual con enfoque higiénico-sanitario, tratando tan solo de prevenir embarazos y enfermedades de transmisión sexual.
Aunque no estemos de acuerdo con estas corrientes de pensamiento, hay sin embargo en ellas cosas aprovechables. Como a veces se avanza como los cangrejos, pienso que a Lenin, por otra parte autor en 1920 de la primera Ley del Aborto, muchas de las afirmaciones de los actuales progres le escandalizarían profundamente. Clara Zetkin recoge estas afirmaciones del revolucionario ruso: “A mi juicio, el exceso de vida sexual que se observa hoy con frecuencia, lejos de reportar alegría vital y optimismo, los disminuye. Esto es detestable, absolutamente detestable”… “La incontinencia en la vida sexual es burguesa, es un signo de degeneración”… “El dominio de sí mismo y la autodisciplina no significan esclavitud; y ambos son necesarios para el amor”… “Usted conoce, claro está, la famosa teoría de que satisfacer los deseos sexuales y las necesidades amorosas en la sociedad comunista es tan sencillo e intranscendente como beberse un vaso de agua. Nuestra juventud se ha desbocado, sencillamente se ha desbocado a causa de esta teoría del “vaso de agua”, que es hoy una fatalidad para numerosos muchachos y muchachas”...“Considero que la famosa teoría del “vaso de agua” no tiene absolutamente nada de marxista y, además, es antisocial”...“Es claro que la sed requiere ser satisfecha. Sin embargo, ¿es que una persona normal, en condiciones normales, se tendería sobre el lodo de la calle para beber de un charco?, ¿o de un vaso cuyos bordes hayan pasado por decenas de labios? Pero lo más importante es el aspecto social. Beber agua es cosa verdaderamente individual. Pero en el amor participan dos seres y surge un tercero, una nueva vida. Ahí aparece ya el interés social, el deber ante la colectividad” (cf. La Moral comunista, Ed. Progreso, Moscú, 56).
P. Pedro Trevijano, sacerdote