El próximo 27 de octubre, domingo, es el día del DOMUND. Una efeméride que la Iglesia Católica dedica a recordar unas cuantas cosas fundamentales. En primer lugar, que todavía hay muchos millones de personas que no conocen a Jesucristo y que el 37% de sus efectivos se encuentra en lo que comúnmente llamamos “territorios de misión”. En segundo término, que la oración y la ayuda económica a esos territorios sigue siendo fundamental para su subsistencia y desarrollo. Finalmente, que sin la ayuda económica del primer mundo, los misioneros, misioneras, catequistas y comunidades cristianas de los países del tercer mundo van a encontrarse con necesidades casi imposibles de remontar. El DOMUND, por tanto, no sólo no ha perdido vigencia sino que es, si cabe, más actual y necesario que nunca.
Recientemente, leía el testimonio de un misionero del Chad (África). En él, contaba la emoción con la que siguió un curso de formación de catequistas y se preguntaba quién financió esta formación. Esta era su respuesta: “Todos aquellos que se acordaron de nosotros el día del Domund”. Luego formulaba una serie de interrogantes: “¿Y quién ha construido la casita que las hermanas africanas disfrutan y que sirve para acoger a chicas que quieren continuar los estudios, pero carecen de medios? ¿Y quién hace posible que en una Iglesia pobre de medios, pero viva de fe, se puedan construir lugares para celebrar la misa, reunir a la comunidad, rezar, cantar y celebrar que Dios ama a cada uno? La respuesta –concluía- es siempre la misma: todas aquellas comunidades cristianas que comparten lo que tienen con los menos favorecidos”.
Efectivamente, a pesar de la crisis económica que recorre el organismo de las economías del primer mundo, todavía hay personas que han escuchado estas palabras del Papa: “Renuevo a todos la invitación de, a pesar de las dificultades económicas, comprometerse con la ayuda fraterna y concreta para sostener a las jóvenes iglesias”. De hecho, España envió en 2009 más de nueve millones. De todos modos, con ello hay que ayudar a sacar adelante más de veinticuatro mil seminarios e instituciones eclesiásticas, sin contar la manutención y dotación de los misioneros, misioneras y catequistas.
Por otra parte, ante las catástrofes naturales y bélicas, los misioneros canalizan la ayuda a organizaciones sociales y se dedican a atender a los damnificados. El DOMUND colabora con ellos sobre todo para que puedan permanecer en la misión tras esas situaciones de especial emergencia humanitaria.
Cuando se conocen lo que son capaces de hacer los misioneros con las ayudas que reciben, sorprende que puedan llegar a tanto. Es cierto que los donativos llegan casi íntegramente, pues no se puede sobrepasar el diez por ciento en la administración de estos bienes y en la animación misionera de las comunidades cristianas. Pero aún así, llama mucho la atención que con esos donativos puedan subvencionar el sostenimiento de los misioneros y sus colaboradores, y se atiendan necesidades especiales como la construcción de iglesias y capillas, formación cristiana, además de desarrollar proyectos sociales, educativos y sanitarios.
De todos modos, lo más importante es que los cristianos de hoy seamos capaces de satisfacer el anhelo de nuestros contemporáneos que, tantas veces sin ser conscientes de ello, nos están reclamando, lo mismo que la gente al apóstol san Felipe: “Queremos ver a Jesús”. ¡Ojalá que en cada rincón del mundo, también en nuestra iglesia diocesana, los discípulos de Jesús hablemos de él y, sobre todo, seamos capaces de hacérselo ver a los demás, especialmente, a los jóvenes. Esta sí que es la gran gesta a la que nos convoca el DOMUND de 2010.
+ Francisco Gil Hellín, Arzobispo de Burgos