Por fin fue rescatado el último minero chileno del centro de la mina San José. Durante los más de dos meses que estuvieron atrapados en el yacimiento, en el desierto de Atacama, hubo ríos de tinta que corrieron relatando el acontecimiento. Ahora que está de moda opinar sobre todo lo que sucede, no quiero privarme de tan atractivo arte. Mis reflexiones, eso sí, escritas por un cristiano de a pie, son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no representan, necesariamente, el pensamiento de otros cristianos comunes y silvestres como yo. Pero vamos al grano. Son seis los aspectos que pretendo destacar.
1.- El milagro
Eso significó el hecho de encontrarlos con vida, en circunstancias que casi nadie daba un euro por esa posibilidad. Todo el mundo atribuyó el hecho a la omnipotencia y misericordia de Dios. Todo el mundo, salvo unos pocos, infaltables como siempre, que le dan el toque diferente a nuestros días.
No obstante, convengo con estos incrédulos en que no fue milagro en el sentido estricto del término. Es decir, no fue como una suerte de suspensión de las leyes de la naturaleza –como se exige en las obras de los santos-. Chesterton decía que porque él verdaderamente creía en los milagros, no se tragaba, en consecuencia, cualquier superchería que le presentaran. Pero reconozco que fue milagro en un sentido análogo, es decir, que constituyó un acontecimiento prodigioso, admirable, donde la mano de Dios actuó de forma delicadísima.
Por cierto que en Chile, en las cartas a los periódicos, hubo debates en cuanto a si el hallazgo de los mineros era milagro o no. Prácticamente ardió Troya. De todos modos, esa puesta en duda de una intervención divina especial traía, la mayoría de las veces, aparejada la negación de un misterio fundamental de la fe católica: la divina providencia. No fue nueva, en todo caso, la polémica, pues con ocasión del terremoto a comienzos de año se ventilaron similares argumentos. La diferencia fue que allí, por tratarse de algo indeseado –a diferencia de un rescate exitoso-, no faltaron los eclesiásticos quienes dijeron que tras una catástrofe no podía estar la mano del Altísimo. Sin duda, muy lejos de San Pablo, quien tenía la sobrenatural idea metida en la cabeza de que todo concurre –tanto los males permitidos como los dones queridos por la Divina Sabiduría- para el bien de los que aman a Dios.
2.- La fe
Sobrecoge las tripas constatar la profunda fe de los mineros. Desde un comienzo salió a flote la piedad sencilla y arraigada en el corazón de estos trabajadores y sus familias. En lo hondo del yacimiento, en el refugio donde se encontraban, los hombres elevaron un altar, se encomendaron a Dios y dieron gracias al Cielo porque les habían encontrado vivitos y coleando. Y arriba, sus familiares, también levantaron un altar, hicieron mandas, formularon plegarias y participaron con devoción en la Misa que allí se celebró.
Todo esto configuró desde el inicio un ambiente empapado de visión sobrenatural. Este martes, al ser rescatados, aparecieron en la superficie con una polera que decía: “¡Gracias, Señor!”. Además, todo el trabajo de su búsqueda se denominó Operación San Lorenzo (en honor a su patrono); y el de su rescate, Operación Esperanza.
3.- La prueba
Sin lugar a dudas que la experiencia de los mineros, enterrados a 700 metros, no fue precisamente de color de rosa. Pelaron el ajo, como decimos en Chile. En primer lugar, cuando ninguno de nosotros sabíamos si los encontraríamos con vida o no, y ellos se representaban la idea de morir allá en lo profundo, la desolación debió ser intensísima. Como para colgarse de una viga y despedirse de este mundo cruel.
Y, una vez encontrados, debieron padecer un sinnúmero de circunstancias adversas durante la espera por su definitiva liberación. Peleas entre ellos, desmoralizaciones, ansiedad, temor, miedos, soledad, etc. Esto no puede interpretarse sino como una forma de unirse a la cruz de Cristo. En la mina aprendieron a completar en su carne los dolores que faltan a los padecimientos de Nuestro Señor.
Con todo, por enésima vez en la historia se comprueba aquél axioma tan verdadero transmitido por los clásicos y toda la tradición occidental: Dios aprieta, pero no ahorca.
4.- Los guiños del materialismo
A los mineros el accidente les cambió la vida. Y, “sin querer queriendo”, les cambió también el bolsillo. El excéntrico multimillonario Leonardo Farkas donó cinco millones de pesos a cada familia de los mineros. El Real Madrid los invitó a España. Y desde Australia les han regalado un viaje a ese país, con todo pagado. En lo futuro, serán invitados a cuanto programa de televisión se presente y las compañías cinematográficas ya estarán pensando en echar a rodar una película. Todo ello trae aparejado, quiérase o no, jugosos dividendos. En total, con todos los aportes y beneficios otorgados por distintas entidades, se estima que cada minero que estuvo atrapado recibirá una suma bordeante al millón de dólares.
Es mucha plata. Y entre tantos cariños pecuniarios, me temo se empieza a ver seriamente amenazada la sobriedad, la sencillez y el amor por lo simple, aquellas virtudes cristianas que probablemente nuestros rescatados vivían hasta antes del accidente. La carne es débil, y ante las tentaciones por confort, dinero y viajes, no hay roble que aguante. Si se termina cediendo, y el corazón de los mineros se apega a las riquezas, les llegará como anillo al dedo la sentencia de Cristo: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos” (Mt 19, 24).
5.- Los coqueteos de la fama
El mundo ha caído a los pies de los mineros. Hoy ya son héroes. Y esto en parte es muy verdadero. Su sacrificio, aguante, espíritu de organización y testimonios de fe, son una muestra elocuente de las cumbres a que puede llegar la naturaleza humana, auxiliada por la gracia, en el camino de la virtud. Obviamente. Sin embargo, de ahí a canonizarles en vida me parece excesivo. Creo que ni ellos mismos se sienten cómodos con esta vestimenta ejemplar con que la gente les ha arropado. Como sea, sigue siendo una tentación que, como la anterior, les induzca a creerse el hoyo del queque o los descubridores de la pólvora, olvidando que somos hombres, humus, tierra. Tanto el materialismo como la fama desordenada sustraen el espíritu de los bienes de arriba para volcarlos a los negocios de este mundo.
6.- El boom del número 33
Al lado de la insondable religiosidad de los mineros y sus familias, se asoma la frivolidad de la prensa y del público expectante. No han hallado nada mejor que envolver con ribetes de azar, misterio y superstición la cifra “treinta y tres”. Primero, en la angustiosa carrera por buscarles y hallarlos con vida, se instalaron 33 banderas en una ladera del cerro de la mina, simbolizando el número de los mineros atrapados en las entrañas de la tierra. Luego el “Estamos bien en el refugio los 33” fue el papel escrito por estos hombres al momento en que los rescatistas lograron hacer contacto con ellos. El 33 se transformó en número de la suerte. Pero la cifra tenía más sorpresas que darnos.
Treinta y tres años de casados con su mujer lleva un minero atrapado en la mina. Otro de los mineros escribió una carta a su madre en la que expresó: "Nací de nuevo, tengo 33 años. Somos 33 mineros y Dios tiene 33 años”. Se demostró que treinta y tres minutos se hubieran demorado las ambulancias en trasladar a los mineros desde la mina San José hasta el hospital de Copiapó, al efectuarse su rescate, en caso que, por condiciones climáticas desfavorables, hubiera sido imposible trasladarlos en helicóptero. Además, treinta y tres días de trabajo se cumplieron desde que se hizo contacto con los mineros hasta que quedó habilitado el forado, este sábado 9 de octubre, para proceder a elevarles hasta la superficie. “Hemos perforado 33 días para rescatar a los 33 mineros”, expresó el ministro de Minería, Laurence Golborne.
Y la fecha para su rescate completo se verificó este miércoles 13-10-10, donde si sumamos tales cifras (13+10+10), el resultado es 33. Para no creerlo. A desentrañar estos enigmas se ha dedicado la prensa en sus ratos libres. En torno a la locura y frivolidad que significa obsesionarse con el “treinta y tres”, donde la atención comienza a sustraerse de la perspectiva sobrenatural y divina para colocarse en el ámbito de lo paranormal y mistérico. La culpa no fue de los mineros –allá abajo semi-desconectados del mundanal ruido- ni de sus familiares en el campamento, sino principalmente de la televisión, que transformó el accidente en fuente inagotable de reportajes, suposiciones, conjeturas y, quien lo duda, de dividendos comerciales. A Dios gracias, yo nunca he sido supersticioso, porque, en base lo que me han contado, trae muy mala suerte…
En síntesis:
Junto a la sana y perdurable alegría que acompaña el hecho de haber rescatado a 33 hombres que por tanto tiempo yacieron en las tinieblas de la mina San José, hay que estar “al agüaite” de los riesgos que a veces rodean cosas tan buenas. En Chile somos muy entregados para avivar la cueca cuando de pasarlo bien se trata, sin importar que en ello se pierda el alma. Creo que el consejo más saludable para nuestros queridos mineros es que no se encandilen con las luces del éxito y del aplauso. Lo mejor es volver a la vida de familia, al amor puro y sencillo por nuestra patria y que nos enseñen las maravillas que les ha alcanzado la Virgen del Carmen. Seguro que tienen mucho que contarnos.
Que el testimonio de los mineros, sobre todo de una fe heroica y una esperanza a toda prueba suscitada por el Espíritu Santo, nos mantenga imborrable la idea de que somos frágiles, dependientes en todo Suyo y no estamos sino de paso por este suelo.
Luis Alberto Jara Ahumada
Estudiante universitario, Santiago de Chile