Muchas veces he escrito sobre la libertad. Amo la libertad. La libertad es la que da mérito a nuestras obras. Durante los trece años que he sido párroco siempre he dado la máxima libertad a todos mis colaboradores, la máxima. Mis catequistas gozaban de toda mi confianza y trataba de que cada uno personalizara la catequesis cuanto quisiera. Cualquier feligrés que quisiera decirme algún defecto que en mí hubiera visto, tenía siempre la puerta abierta y a mí dispuesto a escucharle. Dios nos habla a través de los feligreses, me repetía a mí mismo.
Pero lo del franciscano Arregi no tiene nada que ver con la libertad, ni con la corrección fraterna. Las palabras de ese franciscano contra su obispo sólo trataban de desacreditar al pastor del rebaño, sólo trataban de desprestigiarle, de crear división. En sus palabras en vano se buscaba algo constructivo. En vano, pues no nacían de la caridad. Si hubieran nacido de la caridad, le hubiera ido a ver a él, y le hubiera hablado de hermano a hermano, buscando su bien. Pero eso no le interesaba. Lo único que le interesaba era echarlo.
Amo la libertad, pero ninguna sociedad humana puede mantenerse unida sin un cierto grado de disciplina. Hasta una banda de música requiere de orden. Para los insumisos no hay lugar ni en la Filarmónica de Berlín, te lo aseguro.
En su carta de despedida, el franciscano le dice a mi obispo y hermano José Ignacio Munilla: «le deseo lo mejor». No sé si le deseas lo mejor. No soy adivino. Lo que sí que tengo claro es que le deseas lo mejor después de haber machacado su imagen todo lo que ha estado en tu mano. ¿Algún otro buen deseo para el camino? Menos mal que le deseas lo mejor. No quiero pensar lo que hubieras sido capaz de hacer si le llegas a tener manía.
Arregi a lo mejor se piensa que en la época de San Pablo, él hubiera podido criticar al Apóstol públicamente y que San Pablo le hubiera pasado la mano por la cabeza, diciéndole: «¡qué cosas tienes, ay, qué cosas tienes!». Si piensa eso, no ha leído las cartas de San Pablo. San Pablo se hubiera puesto completamente, sin ambigüedades, del lado de monseñor Munilla. Es más, le hubiera dicho: «actúa con prudencia, pero que nadie te desprecie».
Dado que Arregui no puede contar con San Pablo, es mejor retrotraerse a Jesús. Del cual dice que «aunque Jesús hubiera establecido dogmas (?) éstos no serían de ningún modo inamovibles». Tienes razón, Arregi, no hay nada como un dogma provisional. También hay dogmas a rayas, de color beige y de temporada de verano. El dogma pret a porter se lleva mucho ahora en septiembre. Cuando dices que Jesús no estableció ningún magisterio, también estoy totalmente de acuerdo contigo. De hecho cuando Nuestro Señor Jesucristo dijo «quien a vosotros escucha a mí me escucha, quien a vosotros os desprecia a mí me desprecia», probablemente sólo quería hacer un comentario personal y opinable, en realidad quizá estaba hablando de meteorología.
Yo creo que para justificar tus ataques al pastor del rebaño, tampoco te va a servir mucho la figura de Jesús de Nazaret. Te aconsejo que te retrotraigas a Melquisedec, o a los patriarcas antediluvianos, o en concreto a Tubalcaín (Génesis capítulo 4), forjador de instumentos de bronce y hierro, o a Jubal, su hermano, padre de todos los que tocan la lira y la gaita.
P. José Antonio Fortea, sacerdote