Hace unos días el sacerdote de Vitoria don Félix Placer Ugarte, convenientemente acompañado por otras firmas, publicaba en Diario de Noticias (Pamplona, 5-08-2010) una carta pro-Arregi y contra-Munilla –una más de las que se han publicado contra el actual Donostiako Gotzaina–. En ese texto comprobamos que, a partir del video indecente –InfoCatólica lo consideró «infame»– que el P. Arregi publicó contra Mons. Munilla antes de su entrada en San Sebastián como Obispo titular, los partidarios del profesor franciscano pretenden establecer un conflicto Arregi versus Munilla.
Nota.- El versus latino significa «hacia». No sé cómo en inglés pasó a significar «contra», por ejemplo, en el lenguaje jurídico o deportivo (Kramer vs. Kramer, España versus Holanda).
Pero en realidad el conflicto verdadero es Arregi vs. Iglesia. Si se consultan, por ejemplo, los artículos recientes de Arregi publicados en Atrio, Redes Cristianas, Fe Adulta y otros portales afines, puede comprobarse con seguridad que en los escritos de Arregi abundan las herejías en forma casi continua. Sólo como una muestra, transcribo seguidamente unos pocos artículos suyos. Extracto y abrevio las citas, siempre textuales, y subrayo las frases más provocativas. En cada caso doy al final el enlace de la web que permite ver el texto completo del artículo citado.
Y hago notar que para considerar y calificar una doctrina como herética, al menos en los casos más patentes, no es necesario ser Obispo o formar parte de la Congregación romana de la Fe. Basta con conocer el Catecismo y con tener una mente sana, en la que funciona el principio de contradicción. Si la Iglesia Católica dice claramente una cosa y un cristiano dice justamente lo contrario, lo que éste dice es una herejía. Y punto.
La evolución creadora
–Dice la Iglesia: «Creemos en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Creador de las cosas visibles –como es este mundo en que pasamos nuestra breve vida– y de las cosas invisibles –como son los espíritus puros, que llamamos también ángeles–, y también Creador, en cada hombre, del alma espiritual e inmortal» (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios 8).
–Dice el P. Arregui: «¡Gracias, señor Darwin! ¡Qué bien que vino usted hace 200 años y, contra la voluntad de su padre, cambió su carrera de teólogo por la de naturalista observador y viajero! Descubrimos mejor a Dios observando y admirando la naturaleza que devanándose los sesos con muchos textos de teología. Darwin hizo más por la teología que todos los teólogos de su tiempo juntos. Naturalmente, no todos lo vieron así ni le dieron la bienvenida. Es lo de siempre.
¿Y qué sería de los dogmas si son ciertos los datos e hipótesis de Darwin? «Pues sería y es tan sencillo y hermoso como la vida misma; simplemente, hay que dejar de pensar en los dogmas como algo inmutable; hay que dejar de pensar en la fe como algo uniforme y estable; hay que entender los dogmas y considerar la fe de acuerdo a la vida siempre cambiante y diversa».
Pero aún falta mucho para ello. «Después de 200 años, ¡cuánto le queda aún a la teología por aprender de Darwin! Por ejemplo, que Dios no creó “al principio” o en el Bing Bang, sino que sigue creando –casi diría “creándose”– desde el corazón de la materia, del átomo y de las galaxias. Que todo está relacionado y que todo se mueve y evoluciona, desde las partículas subatómicas hasta las nebulosas de galaxias.
«Que Dios se está encarnando sin cesar en el cosmos y que, si el cosmos es eterno, Dios se está encarnando eternamente, y que seguirá encarnándose en el mundo mucho más allá de esta especie humana, mucho más allá de esta Tierra, hasta que sea plenamente, hasta que lo sea todo en todas las cosas.
«El misterio de Dios se nos hace mucho más transparente en la evolución de la vida tal como Darwin la describe que en la vieja imagen de un Dios que crea la vida, las especies y las “almas” interviniendo desde fuera...
«Los seres humanos fuimos bacterias, y nos convertimos en células eucariotas y de ahí se siguió todo lo demás... Somos materia, y que nadie se escandalice, porque la materia es santa, llena de Dios, capaz de dar forma a Dios mismo en todo en forma de belleza y palabra y ternura. Es materia cuanto es en el mundo y todo cuanto vive... Y nosotros mismos somos materia. Hasta nuestros pensamientos y emociones, e incluso nuestra fe, todo es materia, todo son formas brotadas de la materia al igual que la flor del avellano y el canto del mirlo... Es gozoso sentirse hermano de todos los seres».
(¡Gracias, señor Darwin! 19 de febrero de 2009).
La Santísima Trinidad
–Dice la Iglesia: «Creemos en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo... Los vínculos mutuos que constituyen a las tres Personas desde toda la eternidad, cada una de las cuales es el único y mismo Ser divino, son la vida íntima y dichosa del Dios santísimo» (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios 8-9).
–Dice el P. Arregui: Ya de niños se nos enseñó la fe en la Trinidad divina. «Luego fuimos a la catequesis y empezamos a cavilar ingenuamente: ¿cómo puede Dios ser uno y tres a la vez? Estudiamos teología, leímos libros muy doctos, indagamos el dogma de la Trinidad, pero cuanto más sabíamos menos entendíamos: un solo ser, pero tres personas distintas; tres personas, pero no tres seres distintos; una sola esencia divina y tres sujetos, pero no tres dioses, sino un Dios único y a la vez trino.
«Cada concepto plantea nuevas cuestiones, y cada explicación se convierte en nuevo atolladero. Lo único claro es que por ahí no vamos a ningún lado. Es que la Trinidad no es cuestión de números: Dios no es ni uno ni tres. El dogma de la Trinidad, tal como quedó formulado allá por el siglo IV, en el Concilio de Nicea (325) y en el de Constantinopla (381), se nos antoja un galimatías. Es un galimatías. Expresaron la fe cristiana en términos torpes, tal vez porque no pudieron hacer otra cosa y sin duda lo hicieron con la mejor voluntad».
«¿Qué es, pues, la Trinidad? Es el Misterio de la cercanía compasiva, el Misterio de la relación cordial, el Misterio de la alteridad y de la comunión. El Misterio que llamamos Padre e Hijo y Espíritu Santo. El Misterio de Dios que nos envuelve y libera.
«La Escritura, en el libro de la Sabiduría, nos lo dice con otras palabras: Dios es incesante energía creadora y engendradora, es el que (la que) engendra y el que (la que) es engendrado/a, es imaginación y sabiduría, sabor y juego de la vida, es gozo de ser y encanto mutuo.
«Y todo eso somos también nosotros, porque somos en Dios. Dios es eso: creador y prójimo, amigo íntimo, amiga íntima de toda criatura. Dios no es el Ser Supremo separado y solitario. Es Padre/Madre amante, y también es Hijo amado o Hija amada. Y le llamamos Espíritu Santo, para decir que Dios es amistad y cercanía, más aun, que es nuestro aliento más hondo».
«¿Cómo [qué] nombre le daremos? ¿Puede haber un nombre para Dios? Cada religión le ha dado el suyo, de modo que hay tantos nombres de Dios como religiones. Más aun: hay tantos nombres de Dios como creyentes. Los nombres (o apodos) que nosotros le damos nunca son apropiados para Dios, y su nombre propio nunca lo conocemos. Por eso los judíos no han pronunciado nunca el nombre propio de su Dios, Jahvé: Dios está por encima de todos los nombres, es misterio indecible. Pero, al mismo tiempo, “Dios” es un nombre común; Dios tiene también un nombre común, se le pueden aplicar todos los nombres, podemos llamarle cada uno con nuestro nombre.
«Pues bien, eso quiere decir la Santísima Trinidad. Dios es uno, pero no es solamente de unos. Es de todos, de algún modo es “todos”, todo cuanto es. Dios es en sí mismo diversidad inagotable, tan plural y universal como la vida misma. Y admite todos los nombres: el que le dio Moisés y el que le dio Muhamad, el que le das tú y el que le doy yo, el que le dan los teólogos progresistas y el que le dan los conservadores».
«Trasciende todos los nombres y habita en todos los nombres. Y cuando le invocamos por su nombre o sin nombre alguno, e incluso sin palabra –si eso es posible–, está con nosotros, para aliviar nuestros pesos y todos nuestros pesares [...].
«Más allá de todas las palabras y de todas las explicaciones, guardémonos en esa fe, en aquella fe que nos fundó una vez en los brazos de la madre, sobre las rodillas del padre, en esa fe que ha aliviado las penas de tantas generaciones. ¿Cómo la confesaremos? Deja a un lado tus miedos, respira, y estarás confesando la Trinidad. Acércate al que está herido, y estarás confesando la Trinidad. Respeta el ser y la opinión del otro, del diferente, y estarás confesando la Trinidad».
(El Padre, el Hijo y la santa Ruah).
La encarnación del Verbo
–Dice la Iglesia en el Credo: «Creemos en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, Dios verdadero de Dios verdadero, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho, que por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre».
–Dice el P. Arregui: «Yo admito sin reparos que Jesús no fue el único hijo de María y de José, sino el primero de muchos hijos de aquella pareja joven y pobre, y que María lo dio a luz entre dolor y sangre como todas las madres, y que José se sintió aturdido como todos los padres, y que hubo lágrimas y alegría, y que no todas las lágrimas fueron de alegría»...
«Yo admito gustosamente que Dios –el Misterio Infinito de bondad y de belleza al que no sabemos cómo llamar, del que no sabemos cómo hablar– se oculta y se encarna eternamente, universalmente, en la belleza y en la bondad de todos los seres, pero yo quiero mirar y celebrar todo el Misterio en la carne de Jesús, en la fragilidad y en la indigencia del niño Jesús, en la libertad y en la compasión del hombre Jesús, y quiero que mis ojos se iluminen y mi corazón se conmueva, porque no sólo de acción y de pan puedo vivir»...
«Ante el Belén del niño Jesús, quiero ponerme en pie y bendecir, quiero sentarme y respirar, quiero postrarme y adorar. Quiero adorar a Jesús y adorar a todos los seres, desde el bosón del átomo a las inmensas nebulosas de galaxias.
«Amiga, amigo: si quieres, tú también puedes celebrar la Navidad siendo como eres, siendo quien eres y no otro ni mejor, pues el Infinito de Dios está eternamente encarnado en tu estrecha finitud. Eres poca cosa, pero tal vez no aprecias todo lo que eres... Tú también eres de alguna forma Todo. También tú eres seno del Eterno. También en ti quiere y puede encarnarse Dios como en el vientre de María. Dios quiere tener quien ame, quien se ame, quien le ame, quien le encarne. Cree en ti, quiérete y ama. Celebra la Navidad».
(Quiero celebrar la Navidad. 17 de diciembre 2009).
El pecado original
–Dice la Iglesia. «Creemos que todos pecaron en Adán; lo que significa que la culpa original cometida por él hizo que la naturaleza, común a todos los hombres, cayera en un estado tal, en el que padeciese las consecuencias de aquella culpa» (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios 16).
–Dice el P. Arregui: «“Pecado original”: lo que tradicionalmente se ha entendido por tal, lo que la inmensa mayoría –sean creyentes o no lo sean– siguen entendiendo con esa expresión es bastante descabellado e imposible de “creer”». Alude el autor al pecado como caída, como culpa heredada, que implica la pérdida del paraíso. «No tiene sentido».
«El obispo de Hipona pretendió hallar el fundamento bíblico de esa postura en el texto de Romanos 5,12; sólo que lo entendió mal por saber poco griego... y entendió en consecuencia que heredamos la culpa y el castigo de Adán y Eva. Una idea que a Pablo nunca se le pasó por la cabeza. En conclusión, la construcción que elaboró San Agustín y sigue enseñando el dogma no hay por dónde agarrarla»...
«El debate de la culpa no tiene sentido ni salida. Somos una especie inacabada, no hemos evolucionado aún lo bastante; algún día el azar o la ciencia o la espiritualidad (las tres) permitirán a nuestra especie o a otra especie dar un gran salto que permita convivir, cuidarse, disfrutar unos con otros sin miedo y sin codicia. Entonces, también Dios descansará, gozará, será».
Los ángeles
–Dice la Iglesia: «La existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe» (Catecismo 328); «son criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad, son criaturas personales» (330; cf. Credo del Pueblo de Dios 8).
–Dice el P. Arregui: «Os confieso una cosa: hace mucho tiempo, a comienzos de los años 70 del siglo pasado... yo tenía muchas dudas de fe, también sobre la existencia de los ángeles, hasta que dejé de creer en ellos. Y desde que dejé de creer en ellos, celebro esta fiesta con mucha mayor devoción.
«En realidad, me pasa lo mismo con muchas “cosas de fe”, y pienso que sólo se puede creer bien cuando se deja de creer, cuando pasamos de una fe en objetos a una fe en misterios, cuando pasamos de una fe de creencias a una fe de piedad o –me atrevería a decir– de una fe en dogmas a una fe en poemas. Y la mente se inclina gustosamente a la devoción y el corazón empieza a pensar libremente».
«Los ángeles son una bella manera de decir que nunca estamos solos, y que Dios nos acompaña en todo, que Dios es compañía –Compañero y Compañera– y que, a la postre, somos todos los unos para los otros el ángel de Dios en cuerpo y alma...
«Un ángel bueno te acompaña. Dios se hace cuerpo, voz, mirada de ternura. El agua que llevas a tus labios también es un ángel de Dios. Y es ángel de Dios la llamita vacilante ante la que rezas. Y tú, tal como eres, tú también eres ángel de Dios».
La Biblia y la única religión verdadera
–Dice la Iglesia: «La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo» (Vaticano II, Dei Verbum 9). «La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser “sacramento universal de salvación”, por exigencia radical de su catolicidad, obediene al mandato de su Fundador, se esfuerza en anunciar el Evangelio a todos los hombres» (Vaticano II, Ad gentes 1).
–Dice el P. Arregui:«¿Qué tiene de particular la Biblia? Además de su valor universal y fascinante, la Biblia posee para judíos y cristianos un valor único, no superior ni exclusivo, sino simplemente “propio”: es nuestro lenguaje, nuestro camino, nuestra historia, y en consecuencia el lenguaje, el camino y la historia de Dios para nosotros.
«No hay ningún lenguaje universal para acoger a Dios, no es posible ningún esperanto religioso ni es deseable la universalización de ninguna lengua particular. Dios no habla en general ni desde arriba ni desde fuera. En este libro humano y particular que es la Biblia hemos aprendido a acoger la presencia universal de Dios. En este texto absolutamente particular y en sus particulares traducciones leemos los cristianos, mejor que en ningún otro texto, las señales reveladoras del misterio de la vida: la gracia originaria y el dolor universal, el Amor samaritano, la invitación a la confianza...
«Durante el siglo XX, la teología en su conjunto dio así un viraje radical: pasó de ser fundamentalmente dogmática a ser fundamentalmente hermenéutica; pasó de ser una exposición de verdades divinas intemporales a ser una interpretación siempre parcial, provisional, histórica, de unos textos que por definición son textos humanos, históricos, y sólo como tales revelan el Misterio de Dios indecible y liberador...
«De este modo, la teología hermenéutica se hace, ha de hacerse, menos pretenciosa y mucho más humilde. Cuando el siglo XXI ya está corriendo, debiéramos tener claro que nadie posee la llave del misterio divino, el secreto de su verdad, el monopolio de su palabra. La verdad y el error están mezclados en toda religión como el conocimiento y la ignorancia están mezclados en todo lenguaje. No hay una única religión verdadera. No hay ninguna teología plenamente verdadera ni definitiva. Al saberse hermenéutica, al hacerse consciente de estar emprendiendo sin cesar nuevos rodeos interpretativos, la teología renuncia a toda última palabra sobre Dios, y acepta su condición viandante, su carácter plural. Toda teología es siempre sólo una perspectiva, sólo una aproximación fragmentaria. “La teología es búsqueda permanente de hallazgos y de la renovación del significado”. Por la misma razón, tampoco existe ningún magisterio infalible, como la historia nos ha enseñado de hecho y la teología empieza a enseñarnos de derecho. La religión es verdadera en la medida en que infunde ánimo; la teología es verdadera en la medida en que hace patente el Misterio consolador; el magisterio es verdadero en la medida en que se deriva de la búsqueda compartida y la impulsa».
(Por una lectura crítica de la Biblia; rev. Éxodo mayo-junio 2009).
El celibato de Jesús
–Dice la Iglesia: «Cristo permaneció toda la vida en estado de virginidad... Jesús escogió los primeros ministros de la salvación... prometió una recompensa superabundante a todo el que hubiera abandonado casa, familia, mujer e hijos por el Reino de Dios. Más aún, recomendó también una consagración todavía más perfecta al Reino de los Cielos por medio de la virginidad, como consecuencia de un don especial» (Pablo VI, Sacerdotalis coelibatus 21-22).
–Dice el P. Arregui: «¿Qué nos dice, pues, la historia acerca del celibato de Jesús? Todo parece indicar, dicen los exégetas histórico-críticos, que Jesús fue célibe, o al menos no tuvo una pareja estable».
«Ahora bien, más allá del hecho histórico, si me preguntas sobre el celibato de Jesús, te respondo: “¡Qué más me da!” No, no es que yo esté libre de “intereses” en esta cuestión, pero me gustaría que me diera igual si Jesús tuvo mujer o no la tuvo, si tuvo compañera o no la tuvo, si tuvo compañero o no lo tuvo... No me importa si Jesús tuvo relaciones sexuales, ni con quién»...
Cristo eligió el celibato «porque vio que ésa era la mejor opción para él, simplemente, por unas razones que no tienen por qué valer para otros. Era la mejor manera para él de darse y de ser libre. La mejor para él, no la mejor en sí, quede esto claro. Y hay un dato revelador: aun cuando, como es probable, Jesús haya sido célibe, nunca recomendó el celibato, cosa que sí hizo Pablo y tantos después hasta hoy, con razones casi siempre más que dudosas»...
«Es una gran pena que la apertura en cuestiones relativas al sexo y al género (ordenación de mujeres, matrimonios homosexuales…) sea la razón principal por la que muchos anglicanos quieren abandonar su iglesia y piden ser acogidos en la iglesia católica romana. Y es una pena que la iglesia católica, con tal de ganárselos, se muestre dispuesta incluso a replantear el celibato de los sacerdotes, pero solamente en el caso de los anglicanos disidentes».
(¿Fue Jesús célibe? 22 octubre 2009).
La obediencia al Obispo
–Dice la Iglesia: «Los Obispos rigen, como vicarios y legados de Cristo, las Iglesias particulares que les han sido encomendadas» (Vaticano II, Lumen gentium 27). «Por la profesión de la obediencia, los religiosos ofrecen a Dios como sacrificio de sí mismos, la plena entrega de su voluntad» (Perfectæ caritatis 14). En diciembre de 2009 el Obispo Administrador apostólico de San Sebastián, Mons. Uriarte, impuso un tiempo de silencio al P. Arregi, después de sus públicos ataques contra Mons. Munilla.
–Dice el P. Arregui: «Hace siete meses, en la víspera de Nochebuena, me quedé sin palabra como Zacarías»... «Monseñor Munilla, obispo de San Sebastián desde hace seis meses, ya se ha resuelto. Hace diez días citó al superior provincial –junto con el vicario– de esta provincia franciscana a la que pertenezco, para transmitirles órdenes tajantes: “Debéis callar del todo a José Arregi”.
«Soy consciente de la gravedad de la hora y de la gravedad de mi decisión, pero me siento en el deber de decir: NO. No puedo acatar estas órdenes del obispo. Y creo que no debo acatarlas, en nombre de lo que más creo: en nombre de la dignidad y de la palabra, en nombre del evangelio y de la esperanza, en nombre de la Iglesia y de la humanidad que sueña. En nombre de Jesús de Nazaret, a quien amo, a quien oro, a quien quiero seguir. En nombre de Jesús, que nos enseñó a decir sí y a decir no. En nombre del Misterio de compasión y de libertad que el bendito Jesús anunció y practicó con riesgo de su vida. No callaré...
«El obispo me atribuye numerosos errores y herejías teológicas. He mantenido con él varias conversaciones que en realidad han sido severos interrogatorios con el Catecismo de la Iglesia Católica en la mano. No aprobé el examen, y no porque desconozca el Catecismo, sino porque no acepto que sea la única formulación válida y vinculante de la fe cristiana en nuestro tiempo.
«Si la fe de la Iglesia es el Catecismo tal como Monseñor Munilla lo entiende y explica, admito sin reservas que soy hereje. Pero, ¡Dios mío!, ¿qué es una “herejía”? ¿Existe acaso mayor herejía que el autoritarismo, el dogmatismo y el miedo?».
(Pido la palabra. 17 junio 2010).
Final
Termino este ya largo artículo con unos breves párrafos.
–Herejía. «Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica» (Código 751). Los que pertinaz y habitualmente propagan herejías patentes son, de hecho, herejes, aunque no hayan sido declarados tales por la Autoridad eclesiástica.
–Ëxcomunión. «El apóstata de la fe, el hereje o el cismático incurren en excomunión latæ sententiæ», es decir, automática (Código 1364). Los herejes, por serlo, están excomulgados. Quizá ellos mismos lo ignoran en no pocas ocasiones.
–El Obispo está obligado a castigar al hereje que queda bajo su jurisdicción pastoral. El tiempo y el modo en que lo haga exige un discernimiento prudencial. Pero el Código canónico de la Iglesia le impone esa obligación, propia del ministerio episcopal: «Debe ser castigado con una pena justa quien enseña una doctrina condenada por el Romano Pontífice o por un Concilio Ecuménico o rechaza pertinazmente la doctrina descrita en el canon 752 [sobre el magisterio auténtico en fe y costumbres] y, amonestado por la Sede Apostólica o por el Ordinario, no se retracta» (c. 1371).
Al parecer, el padre Xose Arregi, ofm, no se ha retractado. Más bien declara que «si la fe de la Iglesia es el Catecismo tal como Monseñor Munilla lo entiende y explica, admito sin reservas que soy hereje». Pero todos sabemos que el Obispo Munilla explica el Catecismo de la Iglesia sin quitarle ni ponerle nada suyo personal. Por eso la frase real del P. Arregi, en su verdadero sentido, queda así: «Si la fe de la Iglesia es el Catecismo, admito sin reservas que soy hereje».
José María Iraburu, sacerdote