En las Cartas de San Pablo encontramos dos textos en que se nos invita a la alegría: “Estad siempre alegres” se nos dice en 1 Tesalonicenses 5,16 y en Filipenses 4,4: “estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres”. ¿Por qué nos dice esto San Pablo?
Cuando el pasado 11 de Julio España ganó el mundial de fútbol una ola de alegría invadió toda nuestra nación. Todos nos alegramos, salvo aquéllos que, siendo españoles, no se consideran tales, ellos se lo perdieron. Si alguien tenía que comunicar la buena noticia a otro, era claro que no se lo decía con una cara larga. Y entonces pensé: ¿por qué San Pablo nos pide que estemos alegres? La respuesta es bien sencilla: porque el creyente lleva consigo el evangelio, la buena noticia. El mensaje del evangelio es eso, alegría y esperanza. Alegría porque Dios nos ama y se ha hecho hombre para salvarnos. La venida de Cristo tiene como objeto transformar a los hombres en hijos de Dios y consecuentemente en hermanos entre nosotros. En efecto el creyente, que por eso es creyente, cree que la vida humana tiene sentido, que Dios se ha hecho hombre porque nos quiere, para abrirnos las puertas del cielo, lo que significa que el ser humano vale la pena, hasta el punto que, como también nos dice San Pablo, somos hijos de Dios por adopción (Gal 4,4-7; Rom 8,14-17; Ef 1,5), pues somos nacidos de Dios (Jn 1,11-13) y renacidos del agua y del Espíritu (Jn 3,5), mientras que S. Pedro nos dice que somos consortes de la naturaleza divina (2 P 1,4) y santificados por el Espíritu Santo (1 P 1,2). La liberación del hombre del influjo del mal y de los poderes satánicos es una alegre consecuencia de nuestra aceptación de la Revelación y de la gracia de Dios, siendo los conceptos de filiación divina y de amor los que mejor señalan cómo son y cómo deben desarrollarse las relaciones entre Dios y nosotros.
Por ello los cristianos somos personas con esperanza, porque Cristo es luz, camino, verdad y vida, y en consecuencia nuestra vida tiene sentido, siendo esta actitud la que mejor define la totalidad de la existencia cristiana, pues nos espera el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna (feliz). lo que tiene consecuencias inmediatas para el comportamiento moral, pues está claro que la alegría debe reflejarse no sólo en cómo somos, sino también en cómo actuamos. Y en el cómo actuamos está claro que cuando actúo con alegría y buen humor, estoy sembrando a mi alrededor paz, amor, alegría, simpatía, cordialidad…, en pocas palabras estoy haciendo el bien, aunque tal vez ni siquiera sea consciente ello. En cambio, cuando estoy enfadado o amargado, soy mas bien don Inaguantable. Sin olvidar tampoco que cualquier tipo de tentación es mucho más fácil caer en ella cuando me dejo llevar por un estado de ánimo sombrío que cuando estoy lleno de optimismo y buen humor. Hacemos por supuesto más y mejor el bien cuando logramos realizar la orden o el consejo de San Pablo de estar alegres.
Pero es indiscutible que en la enseñanza de Jesús hay una serie de preceptos que son como condiciones para el ingreso en el Reino de Dios, y en los que tienen su sitio vocablos como sacrificio, renuncia, despegue de sí, penitencia. Sobre la posibilidad de estos preceptos hemos de reflexionar y meditar la respuesta de Jesús a sus discípulos que le preguntaban asombrados ante sus exigencias, sobre quién podría salvarse: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Dios todo es posible"(Mc 10, 27). Es decir Jesús es exigente pero bueno frente a los desconcertados y cree que nos es posible cumplirlos, no porque podamos realizarlos por nosotros mismos, sino porque sabe que Dios nos ayuda siempre con sus gracias. Por nuestra parte si queremos vivir según el gran mandamiento del Amor, es necesario empezar por creer y ponerlo en práctica, pues sólo resulta comprensible para aquéllos que se comprometen con él por la fe activa y debemos tener muy claro que necesitamos la ayuda de la gracia divina para empezar a cumplirlo. Afortunadamente para nosotros Jesús nos invita a poner nuestra confianza, no en nuestros méritos u obras, sino en la Omnipotencia, Misericordia y Gracia de Dios, y como tenemos motivos para confiar en Dios, podemos vivir con esa alegría interior que el Espíritu Santo nos da.
Pedro Trevijano, sacerdote