Veamos otro aspecto importante del Islam. Antes, es necesario recordar la siguiente afirmación de la Dignitatis Humanae, 2:
“El derecho a la libertad religiosa consiste en que todos los hombres deben estar libres de coacción, tanto por parte de personas particulares como de los grupos sociales y de cualquier poder humano, de modo que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a actuar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella, pública o privadamente, solo o asociado con otros, dentro de los debidos límites.”
Ahora bien, hasta el español converso al Islam, Yusuf Martínez declara en una entrevista concedida al “El Mundo” que acepta la pena a muerte a los apostatas del Islam...
Lo que quiero decir es lo siguiente: ¿Qué hacer cuando la propia religión coacciona con amenazas de muerte a sus propios fieles? Esa religión, ¿tiene realmente derecho a la libertad? Creo que la respuesta se cae por su propio peso. Si el Islam, o mejor dicho alguna derivación del Islam, renunciase a las aspiraciones arriba descritas y algunas otras igual de fuertes, además de buena parte de los versículos del Corán, Sharia etc, tal vez sí (pudiéndose efectivamente comprobar tal compromiso).
En este tipo de problemas podemos comprobar el trágico alcance de las teorías del relativismo ético (como las de Jürgen Habermas) que sostienen que la verdad objetiva y universal no existe, sino que la verdad es el resultado del consenso entre las diferentes partes. Estos planteamientos pueden quizás conseguir una convivencia social (hipócrita y cobarde por lo demás) por un tiempo, pero representan realmente una bomba de relojería en el seno de nuestras sociedades.
Se podría aplicar al respecto lo que Juan Pablo II escribe en la Evangelium Vitae, 70, en este caso a propósito del aborto y de su legislación, pero perfectamente aplicable al problema que nos ocupa:
“Alguien podría pensar que semejante función, a falta de algo mejor, es también válida para los fines de la paz social. Aun reconociendo un cierto aspecto de verdad en esta valoración, es difícil no ver cómo, sin una base moral objetiva, ni siquiera la democracia puede asegurar una paz estable, tanto más que la paz no fundamentada sobre los valores de la dignidad humana y de la solidaridad entre todos los hombres, es a menudo ilusoria. En efecto, en los mismos regímenes participativos la regulación de los intereses se produce con frecuencia en beneficio de los más fuertes, que tienen mayor capacidad para maniobrar no sólo las palancas del poder, sino incluso la formación del consenso. En una situación así, la democracia se convierte fácilmente en una palabra vacía”.
Es decir, si no tenemos unos principios fundamentales y universales, válidos para todo hombre y toda mujer del mundo sin distinción, y son así porque son reconocibles por la recta razón, la democracia es capaz de dar a luz a un engendro como Hitler, es decir, es capaz de autodestruirse. Precisamente la debilidad de esta democracia, sin más valores que el consenso y la aritmética, fácilmente pueden aprovechar los que siempre soñaron con expandir la fe del profeta al mundo entero, especialmente a Europa. En el Sínodo de Europa, el arzobispo de Esmirna (Turquía), monseñor Giuseppe Bernardini citó las declaraciones de un autorizado personaje musulmán, durante un encuentro oficial sobre el diálogo islámico-cristiano:
“Gracias a vuestras leyes democráticas os invadiremos, gracias a nuestras leyes religiosas os dominaremos; los petrodólares que entran en las cajas de Arabia Saudí y de otros Gobiernos islámicos son usados, no para crear trabajo en los países pobres del norte de África y de Oriente Medio, sino para construir mezquitas y centros culturales en países cristianos con inmigración islámica, incluida Roma”.
¿Cómo no ver en todo esto un claro programa de expansión y de reconquista?, se pregunta Samir Khalil Samir en “Cien preguntas sobre el Islam”. Un programa que no es nada nuevo en absoluto. Ya en 1974, el golpista de estado (tres años después de la independencia de Argelia) Bumedián, dijo en la ONU:
“Un día millones de hombres abandonarán el hemisferio sur para irrumpir en el hemisferio norte. Y no lo harán precisamente como amigos. Porque irrumpirán para conquistarlo. Y lo conquistarán poblándolo con sus hijos. Será el vientre de nuestras mujeres el que nos dé la victoria”. (Citado de “La fuerza de la Razón”, Oriana Fallaci).
Con todo este panorama, aun reconociéndolo, algunos todavía sostienen, con una fatalidad inexplicable, que hay que dejar que las cosas sigan su curso. Y todo, porque no se atreven a cuestionar la libertad religiosa, incluso a precio de consentir auténticos crímenes. La tesis de este análisis es que es necesario tener el valor de llamar al pan, pan, y al vino, vino. Ninguna religión puede ser una varita mágica con la que conseguir la impunidad. Si un musulmán pretende llevar a cabo los preceptos de Sharia y de Corán que ofenden la dignidad humana, no debe tener derecho a la libertad religiosa.
Algunos, incluso con la mejor buena fe, contestarán: “Y qué hacer entonces con los cristianos en los países islámicos? ¿Entregarlos a una cruel represalia debido a nuestra negativa a darles las libertades que nos pidan?” Estoy convencido de que Occidente tiene todavía tiene muchos recursos, sin recurrir jamás al uso agresivo de las armas, para hacer oír su voz en los países islámicos. No tiene ninguna necesidad de ir a remolque de sus exigencias. El desarrollo tecnológico de Occidente le permite realizar sin grandes esfuerzos el ya largamente reclamado cambio tecnológico.
Me refiero a la eliminación del petróleo como la materia energética primordial. Fue precisamente la crisis del petróleo del 74 la que condicionó a Occidente a aceptar las condiciones islámicas. Ahora ya no es así. Los países que mandan naves a Júpiter, ¿no pueden disponer de ese cambio tan necesario? Son los países occidentales que pueden y deben llevar la voz cantante en esas negociaciones y proteger a los que tengan que proteger. Si los correspondientes gobiernos tuvieran clara la escala de valores, los medios no serían ningún problema. Por lo demás, fácilmente podemos observar que cuando aparece algún patente de un motor a hidrógeno o similar, que gasta la décima parte que el habitual, desaparece al día siguiente. ¿Quién los compra?
En resumen, si tuviéramos algo de honor, muchos problemas de los que hablamos, desaparecerían. Pero, por otra parte, si no actuamos en coherencia con nuestros principios, nos vemos abocados peligrosamente hacía el choque de civilizaciones del que habla el sociólogo Samuel Huntington. Un choque que no deseo que ocurra con todas mis fuerzas. Nadie lo desea. Un problema puede evitarse si a su debido tiempo se le enfrenta cara a cara. Sin miedo, con claridad y decisión. Sin odios ni desprecios. Buscando apasionadamente la verdad y luchando por ella, no consintiendo la mentira ni intentando conseguir provecho de ella.
Milenko Bernadic