En la proximidad del quinto aniversario de la elección del Papa y en un contexto no fácil para la Iglesia Católica, el teólogo suizo Hans Küng hizo pública una “Carta abierta a los obispos católicos de todo el mundo” en la que, además de denunciar lo que considera el fracaso de la “política de restauración” de Benedicto XVI, propone seis medidas para la reforma de la Iglesia.
No es la primera vez que Küng hace uso de los grandes medios de comunicación social para hacer oír su voz. Ni resultan tampoco nuevas sus propuestas. En realidad, Hans Küng mantiene desde hace varias décadas un discurso similar. Conviene recordar que no ha sido durante el pontificado del actual Papa, sino durante el de Pablo VI –el pontífice que clausuró el Concilio Vaticano II– , cuando la Congregación para la Doctrina de la Fe emitió, el 15 de febrero de 1975, una “Declaración sobre dos obras del profesor Hans Küng” en la que amonestaba al teólogo suizo “a no continuar enseñando” opiniones en contraste con la doctrina de la Iglesia.
En 1979, ya en el pontificado de Juan Pablo II, la misma Congregación advertía sobre la incoherencia que supone enseñar en nombre de la Iglesia, como maestro de las disciplinas sagradas, y, a la vez, escoger y difundir “como norma de la verdad el propio criterio y no el sentir de la Iglesia”. En consecuencia, la Congregación declaraba que el profesor Hans Küng, por haber faltado en sus escritos a la integridad de la verdad de la fe católica, “no puede ser considerado como teólogo católico”.
Este hecho, su reprobación como teólogo católico, ha sido determinante en la actitud posterior de Hans Küng, como lo pone de relieve la lectura del segundo volumen de sus memorias, “Verdad controvertida” (Madrid 2009). La crítica de Küng al Papa, especialmente a Juan Pablo II, se volvió cada vez más frecuente y ácida. Una crítica de la que tampoco se libra Benedicto XVI.
Tanto Hans Küng como Joseph Ratzinger fueron peritos en el Concilio Vaticano II, un acontecimiento eclesial en el que obispos y teólogos colaboraron de forma concreta y creativa. Tanto la Iglesia como la sociedad civil reconocieron la contribución de los teólogos, constituyendo este reconocimiento, en opinión de Olegario González de Cardedal, “una ayuda en un sentido y una trampa en otro”. Una ayuda, en tanto que ha favorecido la libertad de la investigación teológica, pero una trampa, en la medida en que el aplauso del mundo ha podido influenciar trayectorias intelectuales y posicionamientos públicos.
Ya en 1974 Pablo VI se refería a la oposición sistemática y organizada de algunos teólogos al magisterio de la Iglesia. Una actitud pública de oposición que se conoce con el nombre de “disenso” y que, por lo general, se ha manifestado mejor dispuesta a aceptar los conformismos de la opinión pública, en ocasiones artificialmente orientada, que la fidelidad a la tradición recibida de Cristo y de los apóstoles.
No nos alejaríamos demasiado de la realidad si viésemos reflejado en Hans Küng y en Joseph Ratzinger –antiguos colegas en la Universidad de Tubinga– el contraste entre dos tipos de hermenéutica, de interpretación, de las afirmaciones del Concilio Vaticano II: la “hermenéutica de la de la discontinuidad y de la ruptura” y la “hermenéutica de la reforma”. Ambos estilos de interpretación eran clarificados por Benedicto XVI, en 2005, en un importante discurso: “Por una parte existe una interpretación que podría llamar ‘hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura’; a menudo ha contado con la simpatía de los medios de comunicación y también de una parte de la teología moderna. Por otra parte, está la ‘hermenéutica de la reforma’, de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino”. No se trata, pues, de contraponer una “Iglesia posconciliar” a una “Iglesia preconciliar”, sino de realizar una síntesis capaz de integrar fidelidad y dinamismo.
Sin este trasfondo, apenas evocado, resulta imposible comprender el sentido de la “Carta abierta” de Hans Küng. El balance que Küng hace de las supuestas “ocasiones desaprovechadas” por el pontificado de Benedicto XVI resulta, a mi entender, telegráfico, superficial y, en buena medida, más allá de las polémicas circunstanciales, desmentido a la larga por los hechos. Por ejemplo, en contra de lo que afirma Küng, el diálogo con los musulmanes, después de la tormenta que siguió al célebre discurso de Ratisbona, no sólo no ha sido abandonado, sino que ha sido retomado con una profundidad hasta ahora desconocida.
Pero, por encima de aspectos particulares, es en la interpretación del Concilio donde radica, a juicio de Hans Küng, la raíz más profunda de su discrepancia: “Este último punto, estimados obispos, es especialmente grave. Una y otra vez, este Papa relativiza los textos conciliares y los interpreta de forma retrógrada contra el espíritu de los padres del concilio”, afirma. Corrobora así, a mi juicio, la apuesta clara por una hermenéutica de la ruptura –apelando a un indefinido “espíritu del concilio”–, frente a la hermenéutica de la reforma –que no puede desligarse de los textos del Vaticano II–.
No obstante, las propuestas que hace Hans Küng en su “Carta” merecen ser tenidas en cuenta, aunque despojadas del aliento “revolucionario” –por no decir de insubordinación– que parece animarlas y que encaja malamente en una visión de la Iglesia entendida como comunión: Hablar cuando se debe hablar, acometer reformas oportunas, tomar en serio la colegialidad episcopal, vivir la obediencia sin menoscabo de decir la verdad… son actitudes frente a las que no hay que tener miedo. Más cuestionable resultaría seguir, en contradicción con el Derecho canónico, una política de hechos consumados, por ejemplo en la cuestión del celibato sacerdotal. Tampoco será universalmente compartida la aspiración a la convocatoria de un nuevo concilio, ya que es convicción mayoritaria que el Vaticano II sigue siendo referencia válida para orientar la pastoral de la Iglesia en el momento actual.
¿Ruptura o reforma? Benedicto XVI –y con él la mayoría de los obispos, teólogos y fieles– opta por la “reforma”, por una mayor pureza y fidelidad de la Iglesia. Hans Küng parece apuntar, desde hace tiempo, a la discontinuidad, a la “ruptura”, a “otra” Iglesia que no es claro que pudiese seguir llamándose católica.
Guillermo Juan Morado
(Publicado en el suplemento “Estela” del diario “Faro de Vigo” , 25 de abril de 2010)