Constantemente se oyen voces que se quejan del estado al que nos ha llevado el todo vale, el no existe la verdad sino mi verdad. Son constantes las denuncias del relativismo como una de las causas del estado ético de nuestra sociedad.
No basta con denunciar que la culpa es del relativismo, con echar la culpa de todo a un enemigo externo, como hacen los gobiernos en apuros. ¡No! Hay que hacer un esfuerzo por conocer su estructura interna para poder superarlo. No digo vencerlo, porque no creo que lo mejor sea declarar la guerra a la sociedad sino dialogar con ella y proponerle la fuerza de la Verdad.
Desde mi punto de vista, y simplificando mucho las cosas, como exige el género literario de un artículo on-line, creo que son tres los principios sobre los que se asienta la estructura del relativismo.
“Todo es relativo”, también es relativo
El dogma central del relativismo consiste en proclamar la absolutez de lo relativo. En el fondo se trata de una toma de principio que cualquiera mínimamente iniciado en la lógica puede detectar. Este principio se enuncia así: «Todas las verdades son relativas», también tiene otra versión, «No existe la verdad absoluta». Pero esto es un razonamiento circular, una toma de principio, una contradicción in terminis.
Si todo es relativo, también será relativo que todas las verdades son relativas. Dicho de otro modo, que no existe la verdad absoluta también será relativo. Parece un juego de palabras como aquellos de los dialécticos griegos, pero es bien sencillo. Si todo es relativo también lo será el dogma central del relativismo. En el fondo, los relativistas, que parecen no tener dogmas también tienen uno, el que propugna que no existe más verdad que la suya.
Las raíces de esta cuestión son muy complejas y probablemente tengan que ver con la imagen del universo y el paradigma de la complejidad, pero sus consecuencias son muy evidentes para todos: no se admite verdad absoluta ni universal, por eso no se permite hablar de ley natural o de principios morales anteriores a un consenso, etc..
La falacia de la neutralidad
El relativismo postula que ante un choque de dogmas, como el que puede darse entre las verdades de diferentes religiones, la neutralidad sólo se alcanza por la negación de la existencia de la verdad. ¡Qué casualidad! Precisamente donde están los relativistas. Así, para convivir en la sociedad donde hay varias religiones la única vía posible para evitar el enfrentamiento es la laicidad, entendida como ausencia de religiones o como ocultación de la posición religiosa.
Pero esto es una verdadera falacia, por lo indicado en el principio anterior: el relativista tiene su verdad absoluta, como yo la mía. Y es que en el fondo, nadie nos libramos de los paradigmas o cosmovisiones en las que nos movemos, lo que ocurre es que no todos han leído a T. S. Kuhn y su Estructura de las revoluciones científicas. El relativismo no es neutral porque es tan dogmático como una postura religiosa, pero con la diferencia de que su estructura interna no es del todo razonable.
El camino de solución para, lo que Habermas llama, el pluralismo cosmovisivo, es decir, la existencia en la misma sociedad de grupos que tienen sus verdades absolutas, no pasa por la vía del consenso democrático que lleva a la moral de mínimos, sino por la búsqueda de una verdad anterior a la sociedad, de una verdad universal. Y es que la verdad ni se crea ni se destruye, se descubre. El camino no es fácil, pero es el único modo: no renunciar a pensar que existe la verdad y que se puede alcanzar.
La autonomía del sujeto
La imagen del mundo de la Ilustración rompió la relación entre el hombre y Dios. El hombre de la modernidad es autónomo, es decir, capaz de dictarse a si mismo las normas y además cada uno la suya. El tiempo, desde la Ilustración hasta aquí, ha ido complicando más el asunto y en la modernidad tardía, como la llama A. Giddens, no sólo cada uno se da las normas sino que uno mismo puede cambiarse sus propias normas depende donde o cuando esté. Así yo en mi ambiente familiar puedo pensar que una acción fuera buena, y en mi ambiente laboral pensar y actuar como si eso mismo estuviera mal.
La razón de esta, más que autonomía, autopoiesis, probablemente tenga que ver que con el desprestigio de las grandes instituciones, provocado por sus propias actuaciones o por el intento de terceros por desprestigiar. Es cierto, por ejemplo, que en el siglo XX se desprestigió a sí mismo el Estado llevando a millones de personas a la 2ª guerra mundial. También ha habido campañas provocadas de desprestigio hacia instituciones como la familia, que sin llevar a las sociedades a ningún colapso, en virtud de no sé qué ideologías, fundamentalmente de género, se ha convertido en una institución a batir.
Pero en realidad, la autonomía del sujeto en el relativismo no es tal, seamos un poco realistas y abramos los ojos a nuestro alrededor. Existe una brutal manipulación de las conciencias desde medios de comunicación, música, etc. Hace falta ser una persona muy madura y consciente para ser autónomo en la moral, la mayoría de los que se creen autónomos están manipulados por intereses ocultos de grupos de presión.
Vivir nuestro tiempo
La vida relativista es muy cómoda, no lo dudemos, mucho más que la exigencia cristiana, lo que ocurre es que a la larga no soluciona nada, pero tal y como corren los tiempos ¿quién mira a lo lejos?, sólo miramos nuestro presente más inmediato. Debemos proponer la fe cristiana también en este ambiente, no hay tiempo irredento ni peor que otro, ya los de santa Teresa eran tiempos recios y ahora nos parecen una balsa de aceite.
Rafael Amo Usanos, sacerdote.