Comentaba hace tan solo unos días con un Vicario Episcopal en Murcia la rabiosa actualidad de las declaraciones del Papa Benedicto XVI en la visita ad limina de los Obispos escoceses, en la que los animaba a “llamar constantemente a los fieles a la completa fidelidad al Magisterio de la Iglesia, y al mismo tiempo apoyar y defender el derecho de la Iglesia a vivir libremente en la sociedad”. Comentábamos así mismo que estas valientes palabras solicitando la fidelidad, venían a colación de una hermosa afirmación muy usada en algunos círculos católicos, que aparentemente parecería pasada de moda dentro del panorama actual, y que dice así: “Servir a la Iglesia, como la Iglesia ser servida quiere”.
Ciertamente hoy en día lo que prima en nuestra sociedad es la libertad, pues se ha convertido en el “modus vivendi” no solo de la cultura moderna, sino también de gran parte de los cristianos que andan adormilados por la inocencia o por la ignorancia, y se han dejado llevar por los valores que nos están trasmitiendo los medios de comunicación de esta sociedad postmoderna, en la que se afirma falsamente que “la libertad es siempre un bien”. Lo lamento, pero tengo la certeza de que no siempre la libertad es un bien.
Explíquese, me pedirán algunos de ustedes. Otros en cambio dirán: esa afirmación es disparatada. Pues me permito abrumarles un poco mas, y contestarles que uno de los mayores bienes para los que somos católicos es la obediencia. Pero dirán algunos de ustedes: Da la impresión que la obediencia se manifiesta como lo contrario a la libertad. Pues lo que nos faltaba.
Empecemos a deshilar este ovillo. Parece que obediencia y libertad son términos contrapuestos, pero la realidad es bien distinta, y para percatarnos debemos aclarar los significados de dichos términos. Cuando hablo de obediencia, estoy hablando de esa obediencia que citan las Sagradas Escrituras por boca del mismo Cristo: “Rema mar adentro y echad las redes para pescar”, o San Pablo: “Someteos unos a otros por amor”. En segundo lugar, cuando hablo de la libertad me refiero a Cristo: Cristo es la libertad, y solo el que es libre, por ejemplo para no pecar, es verdaderamente libre, es decir es un cristiano; o por poner otro ejemplo, aquel que es capaz de obedecer, goza de la verdadera, de la única libertad; Y esto es así porque ciertamente el distintivo de la libertad no es otra circunstancia que poder obrar de modo diverso al resto de la sociedad; Pues bien, quien no es capaz de abandonar su pecado, no es distinto al resto de la sociedad; o quien no puede aceptar la voluntad de otro, ciertamente no es diverso del resto del mundo que nos rodea, y por tanto no es libre, o sea, que es esclavo de su concupiscencia o de su voluntad.
Pero volvamos a la afirmación primera: Servir a la iglesia. Sin lugar a dudas es un gozo servirla para todo aquel que la conoce, y la ama. Si, pero... ¿como la servimos? Normalmente la servimos como nos parece a cada uno, o quizás como nos apetece, o como nos han enseñado, etc.; Si me apetece hacer un rato de oración frente al Santísimo lo hago, y si me agrada ayudar al sacerdote haciendo las lecturas, pues lo hago; si me viene bien pues esta tarde rezare un rosario, decimos con total tranquilidad. ¿Son malas algunas de estas actitudes? Ciertamente no, pero ocultan una peligrosa realidad interior. ¿Cuál es esa peligrosa realidad?
Pues que hasta en la cosas espirituales actuamos por placer, por apetencia, por comodidad, o por tranquilidad moral, etc., y esto ciertamente no es servir a la Iglesia, es hacer lo que nos apetece. Para ponerles un ejemplo, es como ver la final de la Champion para alguien a quien le gusta el futbol con pasión. Ni mas ni menos. Por tanto, malo no es, pero...
Llegados a este punto ya podemos profundizar un poco más en lo que es “servir a la Iglesia”. Pues bien, servir a la Iglesia es hacer lo que sus ministros digan, te guste o no te guste, te apetezca o no te apetezca, te venga bien o no te venga bien. Tal es el sentido de la frase que finaliza con “como la iglesia ser servida quiere”. Por tanto esta bien que reces frente al Santísimo cuando te apetezca, o cuando lo creas conveniente, eso es buenísimo, pero la verdadera libertad, y la verdadera obediencia, es rezar frente al Santísimo cuando tu sacerdote te dice que lo hagas, y mas aun cuando no te apetece hacerlo. La obediencia es la libertad suprema, y por tanto es el mayor de los servicios que puede hacer un cristiano, pues pasa por encima de sus gustos, de sus apetencias, es decir pasa por encima de la propia voluntad, para obrar como lo hizo el mismo Cristo, y de este modo tu vida se convierte día a día en un servir como la iglesia quiere ser servida, es decir humildemente, obedeciendo en libertad.
Ojala que muchos de nosotros los cristianos aprendamos lo necesario de la humildad, que se muestra cada día a través de la obediencia, y así viviremos lo que es ser libres. Pues para eso se nos ha manifestado Dios, para ser libres nos libero Cristo; Para disfrutar de esa libertad que es ser capaz de obedecer, esa libertad que te potencia para poder negarte a realizar lo que te apetece, lo que te gusta, lo que te agrada, etc., es decir para no vivir ya para nosotros mismos, sino para servir a la Iglesia, como la Iglesia ser servida quiere.
Andrés Marín de Pedro