Acabamos de terminar el mes de mayo. Tradicionalmente la liturgia y la piedad de la Iglesia ha dedicado este mes a ensalzar la figura de María, la Madre de Dios. Durante este mes, quienes seguimos el ritmo espiritual del año litúrgico y de piedad, hemos releído muchas páginas sobre la Virgen María. Como profesor de teología, me ha correspondido, además, explicar Mariología. Esto me ha hecho reflexionar sobre la riqueza teológica y literaria que la Iglesia ha generado durante siglos sobre esta mujer singular. Esto me ha hecho caer en la cuenta de la “escasa repercusión social” de la literatura teológica sobre la mujer que se ha generado durante siglos. Parece extraño que no salga de las aulas de teología o de las predicaciones en las Iglesias. Sin duda, se debe a la expulsión de la teología de la vida pública, considerada como una ciencia menor o ni siquiera como ciencia. (Dolorosamente esto se constata a veces también dentro de la Iglesia donde los teólogos no somos demasiado valorados, se nos suele considerar como personas que no somos de este mundo y no tenemos los pies en la tierra. Pero este es un tema para otra ocasión).
De Eva a María
Durante muchos siglos, que se dice pronto, la Iglesia ha reflexionado sobre el papel de la mujer al hacerlo sobre el de María, la nueva Eva. Aquella que colabora a rehacer lo que Eva contribuyó a corromper. Entre mujeres, anda el juego. No es cierto, o por lo menos a mi no me lo parece, que la reflexión teológica de la Iglesia haya discriminado a la mujer por el papel que el relato bíblico concede a Eva, porque desde muy pronto en la reflexión teológica, ya el propio san Justino, se reconoce un papel mayor y más digno a María. Además, se han gastado más páginas en hablar de María que de Eva.
La reflexión teológica sobre el paralelismo Eva-María tiene mucho de aprovechable para la actual discusión de la sociedad sobre el papel de la mujer, el feminismo y la llamada igualdad.
La teología pone el dedo en la llaga y baja a lo profundo de los problemas. Esa es su mejor virtud, que siempre llega a la raíz de las cuestiones. En este caso, a la raíz de la falta de igualdad entre hombres y mujeres. Es un hecho histórico incuestionable la discriminación sobre la mujer durante siglos y la teología explica el por qué: el pecado del género humano, donde tiene explicación toda injusticia. No importa cuál de los dos géneros comenzó el pecado original. El relato bíblico de la fruta que toman Eva y Adán pretende decir que afecta a los dos, no quién es más culpable.
El pecado afecta a la relación de las personas con Dios y a las personas entre si. Afecta, por tanto, a la relación de igualdad que debe haber entre el varón y la mujer en el seno de la sociedad y en el seno del matrimonio. La razón más profunda de las situaciones en las que la mujer se encuentra en desventaja o discriminada por el hecho de ser mujer proceden del pecado de los seres humanos. Así se han llegado a crear verdaderas estructuras de pecado que nos inducen a todos, que somos víctimas del pecado, a cometer el mal de la discriminación de la mujer.
El paralelismo de Eva con María, permite comprender lo afirmado con más claridad. En María no hay pecado, por tanto, su relación con el varón sin pecado, su Hijo, no está sometida a la desigualdad e injusticia que procede del pecado. Ambos ponen lo mejor de sí mismos en el cumplimiento de la misión del Padre: la salvación de la humanidad.
La repercusión teológica
Esta reflexión teológica no debe arrinconarse en nuestra sociedad: en el fondo lo que está diciendo, a quien lo quiera escuchar, es que no hay mejor política de igualdad que la luche contra el mal. Cualquier iniciativa que busque la no discriminación de la mujer (esto me gusta más que igualdad) estaría en el buen camino si se apoyasen en reflexiones en las que se de razón coherente del problema que intentan atajar, y aplicando el principio de subsidiariedad, ayudasen a tantas instituciones, muchas de ellas de la Iglesia, que calladamente contribuyen al sano feminismo desde la lucha contra el pecado y sus estructuras.
Rafael Amo Usanos