Recuerdo que en cierta ocasión, me encontré con un alumno y le dije: “acabo de encontrarme con tu hermana”. Me contestó: “ésa es idiota”. Le repliqué: “a que si digo la décima parte de tu hermana te pones como una pantera”. “Hombre, claro”, fue su respuesta.
Ese diálogo refleja muy bien lo que son los hermanos. Unos seres fastidiosos, pero también muy queridos, con los que puedo meterme, pegarles, insultarles, pero sólo yo. Si un tercero intenta meterse con mi hermano o hermana, saltaré como un resorte en su defensa. Frente a los demás los hermanos forman una piña, porque a los hermanos se les quiere y mucho.
Las relaciones entre hermanos tienen una riqueza especial: la riqueza de compartir en igualdad el amor de los padres. Incluso en la naturaleza, lo que hoy se llama el nicho ecológico, la inmensa mayoría de los animales crece entre hermanos. Es una enorme ventaja tener hermanos, y si alguno o algunos son del otro sexo, todavía mejor, porque así empiezo a adaptarme a una manera de ser diferente a la mía. El hijo único con frecuencia, afortunadamente no siempre, padece de una exagerada superprotección que no facilita el adecuado desarrollo de su personalidad. El desarrollo normal de un niño se ve muy favorecido por la presencia junto a él de otros hermanos y hermanas.
En las familias numerosas, si los padres se quieren y saben dar un testimonio de valores religiosos, morales, culturales, los niños se desarrollan en una ambiente lleno de vida y alegría, en el que es muy difícil surjan seres caprichosos.
Personalmente, además, estoy encantado de haber nacido en una familia numerosa, también porque al ser el sexto hijo no me hubiese tocado nacer, y estoy muy satisfecho de estar en este mundo. Es muy importante el papel de los hermanos mayores, que son una gran ayuda tanto para los hermanos pequeños como para los padres, siendo para los pequeños confidentes y para los padres ayudantes. Desde muy pronto los hermanos mayores se acostumbran a asumir responsabilidades, y eso generalmente es bueno, porque les ayuda a ser más reflexivos y maduros. Es indudable que los hermanos son grandes educadores de sus hermanos, lo que no es nada malo para los pequeños, que reciben así influjos positivos por varios lados, ni para los mayores, que comienzan así a ejercer responsabilidades, faltándole al hijo único algo tan importante como la relación con sus hermanos y hermanas, donde se aprenden a ejercer los valores de fraternidad y solidaridad.
En cierta ocasión un sobrino mío se fue a un campamento, con gran alegría de su hermano, un año menor, que pensó: el ordenador y los juegos esta temporada van a ser sólo para mí. Pero a las dos horas ya le echaba en falta, porque no tenía a su lado a su compañero habitual de juegos y discusiones, y es que con los hermanos se aprende a compartir, a que uno no es el centro del universo, a que el otro es diferente, a que no sólo se tienen derechos, sino también deberes. Con los hermanos uno se ejercita en la convivencia y en los deberes sociales. La convivencia obliga a constantes pactos, es decir a practicar la flexibilidad y la tolerancia.
Alguien decía con gran verdad: los hermanos están hechos para dos cosas y el orden de factores no altera el producto: para quererse y para pegarse, aunque ciertamente hay que evitar que las discusiones lleguen a un nivel de violencia preocupante. Pero detrás de esas broncas uno se sabe querido y también que, a la hora de la verdad, puedes contar con tus hermanos y ellos contigo.
Pedro Trevijano, sacerdote.