Siempre han tenido enorme eco y una buena ambientación los anuncios navideños que tocaban la fibra de la familia para anunciar turrones, sidras, y cualquier cosa que en estos días son de habitual consumo. No es ficticio el artificio, porque estas fechas tan entrañablemente cristianas tienen un componente familiar de primer grado. La Navidad también es un momento intenso de vida de familia en el sentido más bello y profundo: recordando el misterio del nacimiento del Hijo de Dios entre nosotros, surge espontáneo el descubrirnos familia en torno a ese hogar en donde nacimos, crecimos, y aprendimos a vivirlo todo: ante Dios, ante los demás y ante uno mismo.
El Santo Padre ha subrayado con su habitual belleza el mensaje que la Iglesia nos quiere dirigir en esta que alarga lo que días atrás celebrábamos con la fiesta de la Navidad. Decía Benedicto XVI que «en este domingo, que sigue al Nacimiento del Señor, celebramos con alegría a la Sagrada Familia de Nazaret. El contexto es el más adecuado, porque la Navidad es por excelencia la fiesta de la familia. Lo demuestran numerosas tradiciones y costumbres sociales, especialmente la de reunirse todos, precisamente en familia, para las comidas festivas y para intercambiarse felicitaciones y regalos. Y ¡cómo no notar que en estas circunstancias, el malestar y el dolor causados por ciertas heridas familiares se amplifican!
Jesús quiso nacer y crecer en una familia humana; tuvo a la Virgen María como madre; y san José le hizo de padre. Ellos lo criaron y educaron con inmenso amor. La familia de Jesús merece de verdad el título de "santa", porque su mayor anhelo era cumplir la voluntad de Dios, encarnada en la adorable presencia de Jesús.
Por una parte, es una familia como todas las demás y, en cuanto tal, es modelo de amor conyugal, de colaboración, de sacrificio, de ponerse en manos de la divina Providencia, de laboriosidad y de solidaridad; es decir, de todos los valores que la familia conserva y promueve, contribuyendo de modo primario a formar el entramado de toda sociedad. Sin embargo, al mismo tiempo, la Familia de Nazaret es única, diversa de todas las demás, por su singular vocación vinculada a la misión del Hijo de Dios. Precisamente con esta unicidad señala a toda familia, y en primer lugar a las familias cristianas, el horizonte de Dios, el primado dulce y exigente de su voluntad y la perspectiva del cielo al que estamos destinados. Por todo esto hoy damos gracias a Dios, pero también a la Virgen María y a san José, que con tanta fe y disponibilidad cooperaron al plan de salvación del Señor».
Nos queremos unir a esta alegría de toda la Iglesia, y mirando a la Familia santa de Nazaret encomendarles que velen por nosotros, su familia, y encomendarnos a ellos en estos tiempos en los que por tantos motivos la familia está también sin posada, a la intemperie, desprotegida en tantos sentidos, y sufriendo la tremenda rasgadura de una crisis económica y moral que la deja tantas veces sin luz, sin esperanza y sin un verdadero hogar.
Además de las celebraciones parroquiales y diocesanas que haremos con motivo de este día,nos uniremos física o espiritualmente a la celebración en Madrid por tercer año consecutivo. Es una manifestación sencilla, claramente cristiana y eclesial, en la que rezaremos por las familias y en la que recibiremos las palabras y la bendición del Papa Benedicto a través de la conexión vía satélite.
Dios no es solitario, sino comunión amorosa de tres Personas: el Padre que ama al Hijo en el Espíritu de Amor. Que seamos imagen y semejanza de ese Dios que nos quiere así también a nosotros.
El Señor os bendiga y os guarde.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca, Arzobispo electo de Oviedo