El Bautismo de los niños es una práctica de la Iglesia Católica que se remonta, en su origen, a la antigüedad postapostólica. Era natural que, reconocida la necesidad del Bautismo para la salvación, los padres quisieran ese don para sus hijos. Aunque no haya testimonios antes del siglo IV. La dificultad para afirmar la existencia de esa praxis procede de la necesidad de la Profesión de Fe en Cristo Salvador, que acompañaba a la conversión para recibir en el baño de la regeneración bautismal un nuevo nacimiento. Por eso, la tradición católica ha encontrado una fórmula: los niños son bautizados en la fe de la Iglesia. Los padres, y sobre todo los padrinos aportan actualizadamente esa fe. Este dato implica ciertas condiciones que deberían ser cumplidas; una exigencia pastoral que, en mi opinión, impone ciertas condiciones catequéticas y, en alguna medida, el acompañamiento de la comunidad, lo cual evidentemente no es fácil de cumplimentar. Por eso sostengo que debe revisarse la práctica generalizada, para que el Bautismo de los niños se convierta en un hecho evangelizador. En relación con esto debemos reconocer que hoy día muchos padres no bautizan a sus hijos, ni sienten inquietud por ello. Esta realidad fáctica expresa, indiscutiblemente, la descristianización de la sociedad.
Señalo otro signo del mismo problema. El Rito bautismal incluye la imposición del nombre al comienzo de la celebración: «¿Qué nombre pusieron a su hijo?» Existe una larga lista de nombres cristianos; los más bellos son María y José. Era antaño tradicional ponerle al chico el nombre que el santoral registra en la fecha del nacimiento. Pero actualmente, perdida la memoria de la Tradición cristiana, se imponen a los niños nombres extravagantes, bajados de internet, según la fantasía de las madres. Además, las modas en algunos períodos privilegian un nombre, tomado, por ejemplo, de una serie de televisión. Así resulta que una multitud de niños se llama igual. Este fenómeno es de lo más común.
¿Qué hacer, entonces? Se me ocurre que comenzar de nuevo: como ocurría en los primeros tramos de la vida eclesial, ahora también hay que volver a los orígenes. Es preciso hablar sobre el Bautismo en cuanto inicio y fundamento de la existencia cristiana, renacimiento espiritual de la persona y unión a Jesucristo y por Él, y con Él, comunión con el Misterio de la Santísima Trinidad, cuya presencia en el alma bautizada es recibida como don. Estos datos de la Fe pueden ser transmitidos siquiera sencillamente en la catequesis de padres y padrinos, lo cual en la actualidad es insoslayable, para no caer en la rutina de bautizar niños, como se hacía varias décadas atrás, cuando se consideraba erróneamente que la conciencia cristiana era todavía vigente en la mayoría de la sociedad argentina. En realidad, la ignorancia religiosa ha sido una característica histórica en nuestro país, señal de que la misión de la Iglesia implica que aún debe empeñarse en la evangelización de la sociedad.
En el Bautismo de los niños, generalmente realizado mediante la ablución con agua vertida en la cabeza, se conserva la simbología que se hace patente cuando el Rito es no un módico lavado, sino sumergirse en el agua, signo de participación en la muerte de Jesús, para resucitar con Él y recibir al Espíritu Santo. Liberación del pecado –todos nacemos con el pecado original y, por tanto, bajo el imperio del diablo-; el Bautismo es, en efecto, una liberación de ese dominio; el agua representa la fuente de una Vida nueva por el contacto sacramental de la Resurrección del Señor y la alegría que es el tono de la existencia cristiana.
La antiquísima tradición del catecumenado, que precedía al Bautismo, nos sugiere que el Bautismo del niño sea preparado con una catequesis, siquiera muy breve, en la que se perciba que como efecto del Sacramento se confiere la gracia de la Fe. Esta instrucción va dirigida a padres y padrinos, y eventualmente a los parientes que asisten al Rito. No debe omitirse el sentido de las cruces con las que se signa la frente y el pecho, como también de las unciones, la previa el Óleo de los Catecúmenos, en el pecho y después del lavado, la de la Consagración con el Santo Crisma en la frente, unción en la que se representa el don del Espíritu Santo que anima la Vida nueva. Cabe agregar que el Bautismo del cristiano entra en contacto con el Bautismo de Jesús, administrado por Juan, en el Jordán. Los íconos orientales, en plano, sin perspectiva, presentan al Señor sumergido bajo el agua, que lo cubre totalmente. Esta imagen es de carácter teológico, dogmático. Se contrapone este ícono a las imágenes occidentales, que presentan a Jesús de pie en el agua, que no le llega a las rodillas.
Añadamos otro efecto del Bautismo, la gracia de la filiación adoptiva de Dios; porque somos sus hijos podemos rezar el Padrenuestro. Es el Espíritu Santo quien nos impulsa a dirigirnos al Padre en unión con Jesús. Notar el plural de esta plegaria –no decimos Padre mío, sino nuestro-, en referencia a la comunidad de la Iglesia. Por este Rito de iniciación nos hacemos católicos, miembros de la Iglesia Católica.
Los padres y padrinos son responsables de la formación y educación católica del niño bautizado. Si esta responsabilidad se cumple realmente cambia la situación de la sociedad, que va cristianizándose y haciendo presente a la Iglesia. El padrino, o la madrina no pueden ser elegidos por razones puramente afectivas o de compromiso. Deben poder hacerse cargo, en el orden de la fe, de colaborar con los padres -y, eventualmente, suplir a éstos- en la formación cristiana de la criatura.
Esta nota ofrece simplemente algunos datos que pueden servir de parámetro para una pastoral del Bautismo, que en mi opinión debe renovarse con decisión. El peso de la rutina, que puede afectar a las realidades más altas y nobles, ha de sacudirse sin temores enervantes. Recuperado el dinamismo que corresponde a una Tradición viva, el hecho eclesial que es el Bautismo de los niños puede proyectarse a la cristianización de la sociedad.
+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata.
Buenos Aires, miércoles 26 de junio de 2024.
Memoria de San Josemaría Escrivá de Balaguer.