Si el estudio de la buena Teología se hace de rodillas porque su objeto de estudio es Dios mismo, no es menos cierto, que el santo temor de Dios nos exige rodillas para todas las áreas de la vida en las que nos jugamos Su amistad. Y en especial en el estudio de las ciencias humanas, y muy específicamente la Psicología, porque toca la conciencia del hombre, que es «la tienda del encuentro», ese lugar sagrado donde habla Dios al alma: donde «Jesucristo revela al hombre, quién es el hombre» (GS 22).
Una terapia seria, científicamente hablando, y vivida con fe, con oración, apegada a la enseñanza de la Iglesia, con el consejo y ejemplo de los grandes maestros de espiritualidad cristiana, viene a ser de las mejores experiencias integradoras que nos ofrecen las ciencias modernas para nuestro crecimiento en la fe por la ayuda que ofrecen en el conocimiento personal y nuestras motivaciones.
Podemos resumir el catálogo de horrores heréticos teóricos y prácticos como un intento de querer hacer un Dios a nuestra medida, y a la vez, como la deficiente ortopraxis por querer «ser como dioses». Vivimos una contracultura (hoy día de inspiración masónica) que promueve y refuerza el narcisismo con todos sus disfraces, justificaciones y elogios auto mesiánicos. El problema de la apostasía que vimos es que además de ofender a Dios, genera una sociedad enferma y hostil.
«Dos amores fundaron dos ciudades» ( San Agustín, Ciudad de Dios, libro XIV, cap 28) y en la mala, en la que se no se ama a Dios y se ama a sí mismo, se piensa y se obra mal y sobre todo, se sufre mucho. Sólo la ciudad buena, en un acercamiento a la verdad humilde y piadoso, nos puede alinear la mente y el corazón para poder pensar y obrar correctamente con la gracia de Dios y obtener el fruto de la paz y la alegría verdaderas.
Si analizamos a fondo la falla de nuestros pobres progresos en la santidad o al menos en la «normalidad», muchas veces entendemos que es resultado lógico y previsible de un mundo alejado de Cristo: sea por traumas que se forman debido al mal apego de los padres y la deformación en el amor, dañando lo psico-afectivo y emocional muy hondamente, sea de los errores doctrinales y pobre estructura de pensamiento según la recta ratio, de falta de acompañamiento adecuado, de seducciones culturales mundanas, pobre oración profunda y bien hecha, y desde luego la tentación diabólica, que aprovecha todo esto para confundir, encender pasiones, abrir puertas falsas de todo tipo, etc.
Cada día constatan más y más los exorcistas que la liberación de la persona está intrínsecamente asociada a sanar aflicciones interiores. Éstas nos limitan la capacidad de perdonar y crecer en una responsabilidad personal y madurez cristiana necesaria para una liberación total y definitiva. Dicho de otra manera, el demonio ya no tiene de dónde agarrarse y pierde dominio.
Dios es quien nos une a Él y nos integra por dentro a su imagen por el amor. Y el demonio y sus agentes mundanos son los que nos dividen, nos desestructuran y disocian por dentro. Ellos nos llevan a esa tierra lejana de la desemejanza para falsificarlo y dilapidarlo todo. Y así nos volvemos ajenos a nosotros mismos y ya no nos podemos gobernar.
Como somos una unidad de cuerpo y alma, obviamente el desorden afecta todas las dimensiones de nuestra naturaleza caída. Se forman heridas internas: somatizaciones y desórdenes emocionales, se oscurecen el entendimiento, se debilita la voluntad, y por consecuencia se producen rupturas externas: con los demás y con Dios. La liberación con la ayuda de la gracia debe ser integral y multidimensional para poder restituir la belleza original creada por Dios.
La verdad es que romper es lo más fácil, reconstruir y ordenar todo es una tarea y un combate de toda la vida. Y si ya nacimos en un ambiente familiar y social, o en una comunidad cristiana deformada, en una cultura decadente, con gobiernos y corporaciones empeñadas en desestructurarlo todo para establecer un «nuevo orden mundial», es cuento de no acabar. Pero aquí reside la santidad personal, la misión propia de los laicos: cristianizar o recristianizar nuestras realidades temporales en este contexto social y cultural tan trastornado y depravado por influjo del Padre de la Mentira.
Aunque algunos cristianos miran con mucha sospecha la psicología porque algunos de sus modelos no son compatibles con la fe y antropología cristiana, no podemos «tirar al niño junto con el agua». Hay que discernir. Muchos de los escándalos y malos ejemplos que vemos en nuestra querida Iglesia a todos los niveles, vienen justo de este prejuicio que no atiende una dimensión de la persona en su formación. Los candidatos salieron de nuestras familias, muchas veces no muy sanas, muchos traen trauma simple o complejo, se les terminó de formar en ambientes muy limitados de la esfera humana y seguramente deficientes en cuanto a la sana doctrina y la piedad. Los problemas subyacen, se bloquean, pero con el tiempo se cronifican y salen como decía aquella ley física: «A toda acción corresponde una reacción en sentido opuesto de igual magnitud»… Y vaya que salen disparados los problemas. Son bombas de tiempo. Si a eso agregamos lo vulnerables que son ante los depredadores y malos ejemplos, o ellos mismos se vuelven tales en parte por mecanismos de «supervivencia» inadecuados, más vulnerables insisto, a la acción del demonio. Y no hay manera de ser santos, ni con la mejor intención de serlo.
Desde luego no pretendo minimizar la necesidad de consejería y dirección espiritual basada en las grandes luminarias de la espiritualidad que Dios providentísimo nos ha regalado en tantos santos, y en la sabiduría de la Iglesia y la enorme importancia de los sacramentos. Sin embargo, a pesar de estos grandes recursos, ya se profetizaban los problemas y escándalos, que hoy son el pan nuestro, tal como los describe II Timoteo, 3., y aunque tienen un origen moral, sus consecuencias y su propagación son multifactoriales. Así que los tiempos requieren adecuarnos a la realidad y sus retos para construir el Reino de Dios en medio de estas coordenadas de acción.
Es muy frustrante ver gente buena, buenísima y bien intencionada, que está atorada con los mismos temas y conflictos y estancada en sus progresos en la virtud. A veces por el miedo a perder la fe, no van a terapia, y peor aún, pasan años en direcciones espirituales, tal vez con directores poco experimentados, en que pierden y hacen perder el tiempo porque no se les canaliza a la ayuda espiritual y humana adecuada.
Si cada objeto, tiene su método como exige el rigor científico, ¿cómo es que no discernimos si conviene ir al psicólogo y/o psiquiatra al que está dañado o desordenado en los afectos y en las emociones, con toda su complejidad neurológica, química, hormonal y demás?. A veces se le revictimiza a la persona sin querer, diciéndole que le falta fe, que rece más, que haga apostolado, que sea obediente, que perdone a sus enemigos y termina reventado, odiando y resintiendo a Dios y a la Iglesia, no porque sea falso el mensaje del Evangelio, sino porque no se prepara la tierra para recibir la semilla.
La vía purgativa pasa por el autoconocimiento. Por el reconocimiento humilde de nuestras limitaciones y áreas que deben ser iluminadas y redimidas, sin sorpresa y sin amargura. Queremos que las almas estén en etapas iluminativas y unitivas porque llevan años picando piedra y es lo que se espera de una alma consagrada o ya entrada en años, según nuestros criterios, pero nunca van a llegar si no bajan al inframundo de nuestro humus emocional como posible raíz del pecado, tal como recomendaba Santa Teresa. Lo que sale de esos intentos reduccionistas son «ilusiones espirituales», delirios, disociación y exposición espiritualidades pseudo-místicas, «carismaniáticas», oraciones sanadoras que prometen «quick-fix», liberaciones con una demonología heterodoxa, técnica sincréticas con Nueva Era o simplemente abandono y búsqueda de ayuda terapéutica en su versión más alejado de la fe o alguna pseudo psicología charlatana.
Ciertamente algunas de estas terapias contrarias a la fe, en lo que puedan tener de verdadero, pueden dar algún alivio, pero a la larga terminan haciendo más daño. Para poder plantear o favorecer una buena psicoterapia afín a la antropología cristiana tendría que garantizar estos aspectos bien claros: el terapeuta no tiene que ser cristiano, aunque sería mejor por razones ya tratadas más arriba, pero tiene que ser científicamente muy preparado, muy ético en el ejercicio de su labor y apegado a los límites de su ciencia, respetar el sistema de creencias del cliente y en la medida de lo posible alejarle del pecado haciéndole ver su malicia y falsedad. El modelo o modelos en que se apoyase tendrían que reconocer el papel de las facultades superiores sin determinismos, la conciencia con sus juicios antecedentes y consecuentes, distinguiendo la culpa real y objetiva, de la deformada y tóxica, que lleve al individuo a asumir la responsabilidad personal, la compasión como elemento integrador del individuo y su entorno social. Los límites de la terapia realistamente son poner las bases para construir una vida virtuosa. Por si misma la terapia no puede ofrecer la plenitud, pero sí cierta estabilidad suficiente para crecer incluso hasta el heroísmo, que hoy necesitamos tanto para reconstruir el tejido social y eclesial.
Alguien puede preguntarse: ¿es que todos tendrían que ir a terapia? No todos, pero sí muchos más de los que van. Hay que dejar de normalizar y minimizar comportamientos antisociales entre muchos de los nuestros. Es un mal de época. No todas las épocas lo exigieron y ojalá con una mejor educación emocional, en el futuro no haga falta. Hoy día, sí. Y urge para reestablecer un mínimo orden personal y social sobre el cual construir.