PREFACIO
Argumento de este tratado.
Mi intento es, con la gracia de Dios Nuestro Señor, poner por escrito en este papel: lo primero, la manera de gobierno que tiene esta nuestra Congregación. Lo segundo, los yerros muchos y graves que en él intervienen. Lo tercero, los inconvenientes que de ellos resultan. Lo cuarto, los medios que se podrían tomar para repararlos y para atajarlos.
Bien veo la dificultad y riesgo a que me pongo, y que no todos aprobarán este asunto. […] Además de que en toda Congregación tiene gran fuerza la costumbre. Todos quieren ir por el camino trillado, sin reparar en otros inconvenientes; si hay pantanos, procuran pasarlos como pueden; si cuestas, subirlas, aunque sea con sudor y fatiga. De pocos es mirar si se podría echar por otro camino mejor. Sin embargo, confío hay personas deseosas de acertar, que comienzan a barruntar, y aun a entender claramente, no es oro todo lo que reluce y parece tal, y que en nuestro gobierno hay cosas y puntos en que se puede reparar y de que resultan daños e inconvenientes, los cuales procuraré yo poner con tanta claridad, que ninguna persona de juicio sosegado y capaz deje de confesar la verdad.
No será necesario encargar, al que leyere estos papeles, se deje de juzgar las intenciones, que es reservado a solo Dios, y que mire las cosas en sí mismas para hacer el juicio acertado.
P. Juan de Mariana, S.I. Tratado de las cosas íntimas de la Compañía de Jesús[1]
Queridos compañeros jesuitas:
1. Desde hace mucho tiempo siendo una gran insatisfacción con respecto a la situación de la Compañía de Jesús. No tengo crisis vocacional, ni estoy pensando en dejarla. Desde que sentí la vocación de ser jesuita, a los quince años, he tenido claro que el Señor me quiere aquí, cualquiera sea la situación personal o institucional. Sin embargo, durante años he visto que la Compañía está sin rumbo, sin proyecto y sin capacidad para rehacerse y mirar las próximas décadas con ilusión, propósito y deseos de servir a Dios y a los hermanos en la Iglesia. Esa insatisfacción, que a veces es desilusión, y otras indignación, vergüenza, bronca, impotencia y desolación, en ocasiones ha estado referida a personas (¡Qué mal lo hace o qué poco jesuita es!, ¡Este provincial es un desastre!), otras a mi provincia u otras provincias; y otras a mi propia inmadurez personal, religiosa y espiritual. Solo en los últimos tiempos, cuando creo que he logrado una madurez y estabilidad mayores y me he afianzado como jesuita, he caído en la cuenta de que el asunto es más serio y que va más allá de mis limitaciones, subjetividad o dificultades propias. Ahora puedo reconocer con más claridad que la Compañía de Jesús tiene problemas serios de identidad y orientación, independientemente de como lo viva en lo personal. Como institución de la Iglesia estamos viviendo una profunda decadencia desde hace cincuenta y tantos años, y no se ven indicios o señales de que eso vaya a cambiar si no se reconoce como tal y se ponen los medios para hacerlo.
2. En el pasado mi actitud fue enojarme, criticar, aislarme para no ver y no recibir más señales de decadencia; evitar leer los documentos oficiales, pues ya sabía que no me iban a aportar mucho y probablemente me hiciesen sentir peor; abocarme a mi trabajo, en el que me va muy bien; no participar de encuentros de provincia u otras actividades comunes de reflexión. Nada de eso me ha dado paz, y la sensación de insatisfacción continúa. La pregunta que me he hecho desde hace tres o cuatro años ha sido: ¿Y tú Julio, qué vas a hacer para ayudar a la Compañía a retomar su camino? Lo he rezado mucho, lo he conversado con amigos jesuitas y no jesuitas, lo he meditado. Al final, quien me ayudó ha sido un coach, que me preguntó qué tal si sacaba esas conversaciones interiores que tenía y las ponía por escrito. Luego agregó: “-Ya verás luego qué haces con ellas, pero hay que transformarlas en conversaciones exteriores”. Fue así que decidí comenzar este ensayo sobre cómo veo a la Compañía y cuáles son sus problemas. He decidido hacerlo contándoselo a ustedes, mis compañeros jesuitas, mi familia religiosa. También lo he rezado mucho y he discernido el tono que debía tener. Podía hacer una denuncia, como el J´accuse…! de Emile Zolá, o los rib de los profetas de Israel. Podía ser una catarsis, sacando fuera los enojos o frustraciones personales por estar en una organización que va mal; o escribir una sátira llena de sarcasmo e ironía, como el Fray Gerundio de Campazas del padre José Francisco de Isla. Otra opción era enfocarla como un sociólogo, con un método científico, imparcial, descriptivo. Ninguna de ellas me daba paz, ni me convencía.
3. A esto le di vuelta varios meses en la oración. ¿Desde dónde y para qué iba a escribir el ensayo? Hasta que no logré responderlo no pude empezar. Lo que me di cuenta fue de que solo podía hacerlo desde mi ser parte de esta familia, a la que pertenezco de alguna manera desde los siete años, cuando entré al Colegio Seminario de los jesuitas de Montevideo y en la que espero morir cuando el Señor lo determine. Solo puedo escribirlo pensando en que puede ser útil a mis compañeros y a la orden, para explicitar cosas que creo que no soy el único que ve y vive, pero que de alguna manera, no se dicen en público o abiertamente. Solo puedo hacerlo con amor a la Compañía y compromiso con su suerte en esta etapa de su historia.
4. Mi conocimiento de la Compañía es limitado. Estudié durante once años en un colegio de la orden, ingresé al noviciado en 1986, con 19 años. Mis primeros nueve años de formación fueron en Uruguay, con dos veranos de juniorado internacional (ECSEJ) en Paraguay y Chile. Los siguientes seis en España estudiando la teología y el doctorado. En Uruguay he trabajado siempre en Montevideo: un colegio, cuatro parroquias y una universidad, todos llevados por los jesuitas. En Madrid tuve apostolado en tres colegios, uno de la Compañía y dos de religiosas, además de haber colaborado en una parroquia que no llevaban los jesuitas. He viajado bastante y con frecuencia por Latinoamérica, Estados Unidos y Europa Occidental. También conocí algo de los jesuitas en Singapur, Israel, Polonia y Lituania. Quedan fuera de mi experiencia toda África, casi toda Asia, Oceanía, Europa Central y Canadá. Todo lo que no conozco de la Compañía, es mucho más de lo que conozco y por eso lo señalo como una gran limitación y debe ser tenido en cuenta al leer este trabajo, incluso cuando no se explicite.
5. Mi formación, amén de los estudios sacerdotales (Bachillerato de Filosofía y Licenciatura en Teología), ha sido la historia (Licenciatura en la Universidad de la República, en Montevideo, y Doctorado en la Universidad Complutense de Madrid). Mi tesis fue sobre La acción educativa de la Compañía de Jesús en el Uruguay, en el siglo XIX, para la cual estudié mucho sobre la educación jesuita en el siglo XIX, tanto en Europa como en Latinoamérica. La investigación me permitió adentrarme en los archivos de la orden en España, Roma y el Río de la Plata. Leí miles de cartas entre jesuitas y conocí la vida cotidiana y el gobierno de la Compañía en esos años (1850-1920) en España y el Cono Sur americano. Mi trabajo apostólico ha sido en colegios, tanto en pastoral (durante juniorado, filosofía, magisterio y teología, en centros de Montevideo y Madrid), como en la dirección de bachillerato y académica después de ordenado (Colegio Seminario de Montevideo). Fui Director del Departamento de Educación de la Universidad Católica del Uruguay, de la que desde hace cinco años soy Rector. También he trabajado en educación para el Arzobispado de Montevideo desde 2014, a través de la Fundación Sophia, de la que fui su primer Director Ejecutivo y actual Vicepresidente Ejecutivo. Entre 2010 y 2014 fui párroco de la Parroquia del Sagrado Corazón en Montevideo, habiendo trabajado como catequista en otras dos parroquias en mis años de noviciado. Siempre he tenido mucho trabajo ministerial (bautismos, casamientos, funerales, capellanía de religiosas y escolares, misas dominicales). Fui ministro durante seis años de la comunidad del Colegio Seminario y superior durante tres años y medio de la comunidad en la Parroquia San Ignacio de Montevideo, hasta que se resolvió trasladar a ese lugar el noviciado de la provincia y me mudaron a otra comunidad.
6. Para escribir este ensayo decidí volver a leer muchas de los documentos y libros sobre la Compañía que había leído, sobretodo en el noviciado y en la tercera probación: Constituciones y Normas Complementarias, congregaciones generales y cartas de los generales. También muchos otros escritos de jesuitas e historias de la Compañía. Aunque muchas de las cosas que compartiré podrían decirse de otras congregaciones religiosas y de la Iglesia en general, he tomado la decisión de no meterme en esas otras realidades, pero sabiendo que existen y nos afectan.
7. Mi balance personal de los treinta y seis años de jesuita es de gratitud, consolación y felicidad profunda. He conocido a cientos de jesuitas, tengo muchos compañeros- amigos muy queridos y he admirado a muchos jesuitas de carne y hueso. He conocido auténticos santos, algunos canonizables, otros quizás no tanto por alguna característica, pero con unas virtudes y entrega admirables y extraordinarias. Mi deuda de gratitud con compañeros jesuitas es inmensa. Quien soy se lo debo, después de a mis padres, a los jesuitas. He tenido grandes formadores desde el noviciado hasta la tercera probación, que me han transmitido el carisma de la Compañía y me han enseñado a vivir mi sacerdocio. Este último ha sido una fuente de consolación ininterrumpida en los casi veintitrés años que llevo de ordenado. La Compañía ha sido muy paciente con mis defectos y pecados, muy generosa brindándome formación y apoyándome en todas mis necesidades. Por supuesto que ha habido malos momentos, desencuentros, enojos, injusticias y distanciamientos; pero en el balance de mi vida y vocación, claramente son muchos más los buenos momentos, encuentros, alegrías, actos de perdón y generosidad, y acercamientos.
8. La razón de este ensayo tiene que ver con el cariño y gratitud que tengo por la Compañía, así como la preocupación que me produce su situación actual. Pienso en los compañeros más jóvenes, sobre todo en los sacerdotes recién ordenados, que tienen por delante toda su vida apostólica, y siento la obligación moral y en conciencia de decir lo que pienso, veo y creo. El hombre es un animal de grandes recursos de adaptación y supervivencia. En la medida en que crece y conoce el contexto, se adapta y aprende a vivir de la manera más adecuada posible. Muchos, incluso, logran vivir felizmente. Pero es ingenuo pensar que todos logran sobrevivir y además ser felices. Con la ayuda del Señor y de muchos compañeros yo lo he logrado. Sin embargo, en estas décadas de vida religiosa he visto a muchos compañeros quedar por el camino de la vocación y de la felicidad. Algunos quizás no tuviesen una auténtica vocación, pero creo que la mayoría sí la tenían. Hoy sigo viendo jóvenes que quedan por el camino y que la Compañía no lograr sostener y cuidar. Escribo pensando en los que están luchando por sobrevivir y ser felices en su vocación, en los que han quedado por el camino, y en los que en los próximos años y décadas decidirán seguir esta vida maravillosa que es ser jesuita. Lo he escrito por los muchos que podrían elegir nuestra vocación y no lo hacen por la situación en que estamos.
Capítulo I: El Emperador está desnudo Discurso y realidad
9. Es muy conocido el cuento de Hans Christian Andersen, El traje nuevo del emperador. Aunque hay antecedentes de esa historia en El Conde Lucanor, del Infante Don Juan Manuel, y en otros autores de Europa y Asia, lo interesante de la versión del danés es que deja de lado la ceguera del emperador y de los cortesanos basada en el miedo a ser considerados hijos ilegítimos o cristianos nuevos, para atribuirla al miedo a ser considerado «inadecuado para el puesto que se ocupa o inusualmente tonto». Así, para Andersen, aunque todos veían que el emperador estaba desnudo, empezando por él mismo, el miedo al ridículo o a quedar fuera de la consideración de los otros, les impedía reconocer la realidad, y todos alababan el magnífico traje nuevo. Con frecuencia me parece que en la Compañía de Jesús, sus miembros estamos en la misma situación. Todos, o muchos, sabemos que la orden están viviendo una tremenda decadencia desde hace cincuenta y siete años. Todos, o muchos, vemos que hemos perdido el rumbo y que falta esperanza, celo, empuje, decisión, coraje, pero seguimos haciendo de cuenta de que no es así. No queremos quedar como inadecuados dentro de la Compañía; no queremos ser considerados pesimistas, nostálgicos o conservadores, y por eso negamos la realidad. En privado somos capaces de ver los problemas, de quejarnos de miles de cosas, de amargarnos por lo que está pasando, pero cuando alguien osa sumar una cosa y otra y sacar una conclusión que habla de decadencia, nos frenamos y lo negamos.¿Cuándo vamos a escuchar a un provincial, a un general o a un maestro de novicios gritar “el emperador está desnudo”, la Compañía está desnuda o, la Compañía de Jesús está viviendo un profundo proceso de decadencia interna y su futuro cercano está muy comprometido?
10. Algunos ejemplos de la desnudez de la Compañía o su profunda decadencia. Primer ejemplo: En 1965 la Compañía llegó a su mayor expansión en cuanto a número de miembros: 36.038 padres, hermanos y escolares. En 2022 está en 14.818 jesuitas. Cada año se pierden unos trescientos miembros (el último año 379), lo que equivale al tamaño de una provincia bastante grande. Cuando entré en la Compañía, en 1986, visitó nuestro noviciado el Asistente de América Latina Meridional. Entonces había unos 25.000 jesuitas y nos dijo que según los cálculos que se habían hecho en la Curia General, la Compañía se estabilizaría en los 23.000 miembros. Ya tenemos ocho mil menos que ese cálculo. Hemos perdido un 59% de miembros desde 1965. El número de jesuitas ancianos, mayores de 65 años es abrumador en la mayor parte de los países occidentales. En el año 2021 solo la Asistencia de África creció en doce miembros. Todas las demás han disminuido, incluyendo las asiáticas. En algunos países la Compañía prácticamente desaparecerá en diez o quince años. Si hiciésemos un estudio estadístico comparando los porcentajes de novicios, escolares, hermanos y jesuitas ora pro Ecclesia et Societatis, el panorama sería mucho peor, pues la expectativa de vida ha aumentado mucho en este medio siglo y la cantidad de jesuitas retirados en enfermerías es muchísimo mayor al que había en 1965. Por tanto, la reducción de las fuerzas apostólicas de la Compañía es mayor al 59% que dan los números sin desagregar.
11. Creo que es obvio que toda la sociedad cambió en los últimos cincuenta años y que la Compañía, y la Iglesia, no están aisladas del mundo. Las causas de esa disminución son complejas y variadas. Sin embargo, tengo la convicción profunda de que gran parte de la responsabilidad de la falta de vocaciones es nuestra y tiene que ver con nuestra situación de decadencia interior, de pérdida del norte apostólico y religioso, de falta de vida religiosa y sacerdotal plena. En nuestra orden falta autocrítica clara, honesta y fundada acerca de por qué año tras año entran menos jóvenes y por qué la abandonan tantos escolares o sacerdotes jóvenes.
12. Segundo ejemplo. Conozco varios compañeros, de distintas provincias que participaron en la última Congregación General, la 36. A todos los he escuchado decir que fue una experiencia frustrante, que no sabían para dónde ir, ni qué hacer; que elaborar el decreto dio muchísimo trabajo y salió porque algo había que sacar; que esperaron la visita del Papa para tener alguna orientación y que no la recibieron, porque no hubo un discurso formal, etc., etc. Al final salió un documento de nueve páginas, que es un batiburrillo de lugares comunes y perogrulladas, sin nada concreto para orientar a la Compañía en los próximos años, y que, a siete años de su promulgación, pocos jesuitas han vuelto a leer o les ha significado algo en su vida religiosa y apostólica. Para elegir el General, (a los doce días) y para escribir las nueve páginas del Decreto 1 y las 8 del Decreto 2, se reunieron en Roma durante cuarenta y dos días 215 jesuitas. A esa congregación la precedieron tres años de preparación, con reuniones en todas las provincias, por regiones y por comisiones. El balance, en cuanto a eficiencia y eficacia no puede ser más negativo. Sin embargo, ¿hubo algún miembro de la Congregación General 36 que haya escrito un artículo crítico sobre lo ocurrido? ¿Hay algún otro jesuita que haya expresado públicamente que la verdad es que se esperaba más de una congregación general? ¿Hay alguien que haya publicado algo crítico sobre los decretos que se produjeron y que haya mostrado alguna de sus debilidades? La Congregación General 36 estaba desnuda, pero nadie se ha animado a decirlo.
13. Creo que la experiencia de la última congregación general no ha sido rara, hace tiempo que está pasando esto con las congregaciones generales. Recuerdo que mi provincial de entonces, al regresar de la Congregación General 34 en 1995, que también se había preparado con mucho tiempo y con innumerables reuniones previas, expresó en privado que para él había sido una gran desilusión, que no había sentido el viento del Espíritu y que había sido una congregación de compromisos para quedar bien con todos[2]. Algo parecido parece que ocurrió con la mítica Congregación General 32, según cuenta el padre Urbano Valero en su última obra Pablo VI y los jesuitas, donde dice que «no fue una CG fácil. Tardó mucho tiempo en encontrar y emprender el camino de su trabajo»[3].
14. Lo que quiero resaltar es la incapacidad para llamar a las cosas por su nombre, reconocer el fracaso del trabajo de una congregación general o lo mal organizada que estaba. El problema no es que haya sido una experiencia bastante inútil, irrelevante o frustrante; el problema mayor es que no seamos capaces de decirlo y revisar por qué paso y qué se puede hacer para que no se repita esa situación.
15. Tercer ejemplo. Las Preferencias Apostólicas: La Congregación General 36, en su Decreto 2, punto 14, encargó al nuevo Prepósito General «qué revise el proceso – iniciado por la CG 34 y proseguido por el P. Peter-Hans Kolvenbach- de evaluar cómo se llevan adelante nuestras actuales preferencias apostólicas y que proponga, si fuera oportuno, otras nuevas. El discernimiento debería contar con la más amplia participación de toda la Compañía, así como de quienes están involucrados con nosotros en nuestra misión». Fruto de ese encargo, se dio un trabajo que insumió, según el documento final, dieciséis meses de trabajo, en el que participaron las comunidades y obras de la Compañía en todo el mundo. El resultado fue un documento de diez páginas, que dio como fruto lo que todos esperábamos, que básicamente era: espiritualidad, pobres, jóvenes y medio ambiente. Todo dicho en una retórica, mezcla de lenguaje jesuita, progresista, políticamente correcto y cuidadoso de no dejar nada fuera o que pueda ofender a alguien. El documento ha resultado en mi opinión, intrascendente y vacío para la vida real de los jesuitas y de sus obras.
16. Para comenzar consideremos la palabra utilizada para hablar de los objetivos u orientaciones para los próximos diez años de vida de la orden: preferencias. Aunque el Decreto 2 de la Congregación General 36 hace referencia a ellas en relación con la CG 34 y el P. Kolvenbach, la realidad es que lo promulgado por Kolvenbach en 2003 fueron Prioridades Apostólicas Universales y su formulación era concreta: 1. África, 2. China, 3. Apostolado Intelectual, 4. Casas Romanas, 5. Migración y refugiados. De esa manera, se podían concretar en acciones y evaluar si se habían logrado esos objetivos o prioridades. El cambio de término, de prioridades a preferencias, fue deliberado. El cumplimiento de las prioridades de 2003 da la impresión de que no fue significativo y la situación de esas cinco prioridades, dieciséis años después, no había cambiado, y en algunos casos, como las prioridades 3 y 4, claramente se había empobrecido. ¿Por qué, entonces, resulta “mejor” usar preferencias en lugar de prioridades? Porque las preferencias son algo tan genérico y vago, tan poco evaluable, que dentro de siete años podremos decir que nos han orientado y si ha sido cierto o no, no podrá ser contrastado. En el caso de las Prioridades de 2003 uno podría pedir los números: ¿cuántos jesuitas han sido destinados a las casas romanas en los últimos dieciséis años?, ¿Cuántas casas se han abierto en África? ¿Cuántos jesuitas hay destinados a los migrantes y refugiados? ¿Qué proyectos se han realizado en campos de refugiados que hayan resultado beneficiosos para la vida de los que allí viven? ¿Pero qué cifras se podrán pedir para evaluar preferencias?
17. Personalmente creo que el documento de las Preferencias Apostólicas Universales tiene afirmaciones muy discutibles sobre muchos temas y que asume visiones sobre el mundo, la política y la economía que muchísimos jesuitas no compartimos y que no tenemos obligación moral o de fe de compartir. Sin embargo, lo que me parece más discutible es que se crea que es el fruto de un discernimiento y de una auténtica participación de las bases jesuitas y de los colaboradores de las obras. Participé de algunas de las instancias en mi comunidad y sé cómo se llevaron adelante otras y creo que metodológicamente son muy cuestionables. Mucha gente no se tomó en serio el proceso, entre otros motivos, porque sabían que todo ya estaba definido de antemano. No se trata de que pensasen que hay una mente maquiavélica en Roma. Lo que creen es que hay una cultura de la componenda, el equilibrio, y la corrección política en la sociedad secular, en la Iglesia actual, y en la Compañía. Se ha hecho costumbre escribir documentos, aunque no haya mucha convicción sobre su contenido, ni se piense que se van a llevar a la práctica.
18. Sé que es fuerte decirlo, pero creo firmemente que el documento de las Preferencias Apostólicas Universales carece de auténtico celo apostólico: no entusiasma, no interpela y pasará sin pena ni gloria en la historia de la Compañía. El documento está desnudo, porque a pesar de la retórica religiosa y jesuítica que utiliza, no es un documento religioso, está secularizado en su aproximación al mundo. Nos dicen que es la misión de la Compañía hoy, que ha sido un encargo del Papa, que nos muestra el camino que el Espíritu Santo está mostrando hoy a la Compañía, que es el fruto de un discernimiento en común. Y lo repetimos, pero muchos jesuitas creemos que no es así. No nos animamos a decirlo por miedo a quedar fuera, a ser considerados «inadecuados para el puesto que ocupamos o inusualmente tontos».
19. Un último ejemplo de nuestra desnudez. Como jesuita formado en el estudio de la historia, no puedo dejar de notar que se ha construido un relato sobre la Compañía del último medio siglo, que se transmite de muchas maneras y se sacraliza, y que tiene mucho de mito refundacional. Lamentablemente hay muy pocos escritos históricos sobre el último siglo y medio de la Compañía. Los esfuerzos titánicos que se hicieron a finales del siglo XIX, con el impulso del Padre General Luis Martín, dieron maravillosos frutos historiográficos en Roma, en el Institutum Historicum Societatis Iesu y la Universidad Gregoriana y en tantas otras provincias. Gracias a varias generaciones de historiadores jesuitas tenemos un conocimiento bastante amplio de las fuentes e historia de la Compañía hasta el siglo XX. Es cierto que en su mayoría fueron historiadores jesuitas y que los temas, enfoque e inclinación estaban bastante condicionados por esa condición. Igualmente, hubo grandes historiadores en la orden y esos trabajos permitieron que hoy haya muchísimos historiadores académicos, católicos y no católicos, que trabajan en la historia de la Compañía y que bebieron de las obras de esos jesuitas. Esta gran tradición historiográfica de la Compañía hoy está muy mermada, el Institutum fue cerrado durante el generalato del padre Nicolás y los archivos jesuitas no son accesibles a partir de 1958, siguiendo el criterio del Archivio Segreto Vaticano. No hay historias de los generalatos del padre Ledóchowski (1915-1942) o el P. Janssens (1946- 1964), y los estudios sobre el período de 1965 en adelante son aún superficiales y en general, demasiado parciales. Incluso la obra de Gianni La Bella, Los Jesuitas. Del Vaticano II al papa Francisco, publicado en 2019, puede calificarse como una historia ad usum novitiorum. El historiador italiano sabe su oficio y aunque laico, no muestra ningún sentido crítico hacia su objeto de estudio, que es la orden. No hace más que refrendar con ropaje académico el relato oficial de la Compañía en los últimos cincuenta años.
20. Una piedra angular de ese relato oficial es la importancia que se asigna al padre Pedro Arrupe en la configuración de lo que hoy es la Compañía. Dicen que por los 70, algunos críticos con la orientación que estaba tomando la orden, decían: “Un vasco fundó la Compañía, y otro vasco la está acabando”. Creo que otros jesuitas transformaron esa frase y de alguna manera dicen: “Un vasco fundó la Compañía, y otro vasco la refundó. Vivimos en la Compañía de Ignacio y Arrupe”.
21. Lo declaro sin complejos: no soy arrupista, ni creo que el padre Arrupe haya sido un gran general de la Compañía. Sobre su santidad personal no puedo pronunciarme porque no lo conocí, pero debo reconocer que su libro En Él solo la esperanza me gustó mucho desde el noviciado y me ha ayudado a rezar. Por las referencias que recibí de quienes lo conocieron, creo que era un jesuita clásico: espiritual, austero, apostólico, bien intencionado. Sus cartas y escritos sobre la Compañía, publicados en La identidad del jesuita en nuestros tiempos, muestran un conocimiento de nuestra vocación y una fidelidad extraordinaria al espíritu de San Ignacio. Las leí en mis comienzos de vida en la orden y releí para este trabajo, y me siguen confirmando en la vocación propia de la Compañía, en la que él se había formado y crecido. Al mismo tiempo, veo los frutos de su generalato y pienso que no supo o no pudo mantener esa fidelidad a través de su gobierno. No lo conozco tanto como para saber si fue optimismo ingenuo (bastante común en la época), incapacidad para entender que muchos no vivían los cambios con la misma fidelidad que él, u otras características de su personalidad, los que le impidieron orientar adecuadamente a la Compañía en esos quince años. Me remito a los hechos y a que «por sus frutos los conocerán». Los frutos apostólicos, vocacionales y espirituales del período de Arrupe creo que no fueron de auténtica renovación para la orden, y sí de profunda decadencia.
22. Más allá de la persona y el gobierno del padre Arrupe, está el mito y uso que se hace de ellos. Con frecuencia hoy se cita a Arrupe como argumento de autoridad, como si fuese el fundador de la orden, y no lo fue. Los excombatientes del 68, y sus estertores, que aún tienen mucho peso en la orden, apelan a Arrupe para reivindicar acríticamente los 70 del siglo pasado. Se le pone el nombre de Arrupe a infinidad de casas y obras por todo el mundo, contra la costumbre de la Compañía; se habla de la Compañía de Arrupe; y se le nombra como sinónimo de renovación, como si para un joven de hoy fuese significativo un sacerdote que dejó de gobernar la Compañía hace cuarenta años. La nostalgia por el período del padre Arrupe también muestra nuestra ceguera frente a la desnudez del emperador. Idealizamos un período de profunda crisis de la Compañía; no lo analizamos con sentido crítico y por tanto, no podemos reaccionar a dinámicas que nacieron en esa época y que nos siguen llevando a la desaparición.
23. La búsqueda denodada de la canonización del padre Arrupe es parte de esa dinámica de mitificación acrítica de un período. De alguna manera, se cree que si se logra que sea declarado santo “se canonizará” su obra y período. Eso no es así. En primer lugar porque ya han sido canonizadas varias personas que claramente no tuvieron la misma orientación que Arrupe e incluso entraron en conflicto con él, como Pablo VI y Juan Pablo II. En segundo lugar, por el hecho de que si la Iglesia declara santo a alguien no significa de ninguna manera que “canonice” su obra o actuación de gobierno. Magistralmente lo explicó el papa Juan Pablo II en la homilía de beatificación de Juan XXIII y Pío IX: «La santidad se vive en la historia, y ningún santo está exento de las limitaciones y los condicionamientos propios de nuestra humanidad. Al beatificar a un hijo suyo, la Iglesia no celebra opciones históricas particulares realizadas por él; más bien, lo propone como modelo a la imitación y veneración por sus virtudes, para alabanza de la gracia divina que resplandece en ellas»[4].
Capítulo II: «¿Por qué dudáis?»[5]
24. La alocución de Pablo VI a la Congregación General 32 me impresionó mucho desde que la leí en el noviciado. Algo del contexto y de las desinteligencias entre el Papa y el padre Arrupe, nos lo contó el maestro de novicios, aunque defendiendo a Arrupe. Los detalles de lo sucedido los pude conocer a través del libro del padre Urbano Valero, Pablo VI y los jesuitas. Una relación intensa y complicada (1963- 1978), publicado por Mensajero en 2019. Aunque es clara la posición crítica de Valero sobre el Papa y su defensa de lo actuado por la Compañía, se trata de una obra detallada y honesta, que muestra con claridad los desencuentros entre Pablo VI y el padre Arrupe durante prácticamente todo el pontificado del primero.
25. Tengo la convicción de que el papa Pablo VI salvó a la Compañía de Jesús en 1975, al intervenir en los trabajos de la Congregación General 32 e impedir que se modificara la Formula Instituti, carta magna de la orden y garante de su carisma. Desde entonces, los tres papas sucesores de Pablo VI que han coincidido con congregaciones generales, han mantenido su decisión de que no se modifique la Fórmula del Instituto, que es el documento jurídico de más jerarquía de la Compañía, y por tanto, a la luz del que todos los demás deben ser leídos.
26. Volviendo a la alocución de Pablo VI, la misma está estructurada en tres preguntas que hace el Papa a los congregados: «¿De dónde venís, pues?»[6], en la que habla sobre quiénes somos los miembros de la Compañía de Jesús; «¿Por qué dudáis?»[7], en la que habla de la crisis de identidad de la Compañía a finales de 1974; y finalmente «¿Dónde vais, pues?»[8], cuando anima a la orden a seguir en fidelidad con la renovación que pide el Vaticano II y la Fórmula del Instituto. Releer las palabras de Pablo VI me resulta mucho más inspirador vocacionalmente que la lectura de cualquier decreto de las congregaciones generales de la 32 a la 36. Al responder la primera pregunta hace una síntesis del carisma ignaciano y de los elementos esenciales del mismo, que es la razón de ser de mi vocación y de mi permanencia en la Compañía: «una orden religiosa, apostólica, sacerdotal, unida con el Romano Pontífice por un vínculo especial de amor y de servicio, según el modo descrito en la Formula Instituti»[9]. Y explica cada uno de estos elementos: qué significa ser religioso, apóstol, sacerdote, unido especialmente al Papa, según el modo de proceder de la Compañía.
27. La Congregación General 32 no fue capaz de asumir las orientaciones del Papa. En las siguientes semanas se dio el conflicto entre Pablo VI y Arrupe sobre la prohibición de discutir e intentar modificar la Fórmula del Instituto. En ese conflicto intervinieron los congregados, pero sin tener toda la información sobre la negativa del Papa a que se tratara el asunto. La Congregación acató la decisión de Pablo VI, pero no comprendió sus temores, sus deseos y sus pedidos de reorientar las cosas en otra línea. Al final salieron los decretos que todos conocemos, sobre todo los decretos 2 y 4, que recibieron una aprobación condicionada de la Santa Sede el 2 de mayo de 1975. En esa fecha el cardenal Jean-Marie Villot, Secretario de Estado, envió una carta al P. Arrupe en la que, después de señalar que el Papa había estudiado los documentos con atención, dice que «al examinar los decretos se advierte que las conocidas vicisitudes de la Congregación no le permitieron alcanzar el resultado global que Su Santidad esperaba de tan importante acontecimiento, y para el cual en varias ocasiones y de diversas formas había dado paternas indicaciones, especialmente en el discurso programático del 3 de diciembre de 1974»[10]. También agrega que junto a «afirmaciones que merecen toda consideración», los decretos tienen «otras que producen cierta perplejidad y, en su formulación, pueden dar ocasión a interpretaciones menos rectas»[11]. Por ese motivo, la carta agrega un Anexo con puntualizaciones a los decretos 2, 3, 4, 6, 12 y 14. La más importante es la que hace referencia a los decretos 2 (Declaración “Jesuitas hoy”) y 4 (“Nuestra Misión hoy: el servicio de la fe y la promoción de la justicia”). En dicho anexo el Papa señala que «está fuera de duda que la promoción de la justicia enlaza con la evangelización», pero agrega que la Compañía de Jesús «ha sido constituida para un fin principalmente espiritual y sobrenatural, ante el que ha de ceder cualquier otro afán, y que debe ejercerse siempre de modo conveniente a un Instituto religioso, no secular, y sacerdotal. Ni se ha de olvidar que es propio del sacerdote inspirar a los laicos católicos, puesto que son ellos los que tienen el papel principal en la promoción de la justicia: no deben confundirse los papeles de cada uno»[12]. Esta aclaración de Pablo VI creo que es fundamental para entender uno de los problemas más grandes que hemos tenido como jesuitas en los últimos cincuenta años: entender qué es lo específico de nuestra vocación y misión, por qué y para qué nos hemos hecho jesuitas.
28. El P. Arturo Sosa, en un discurso en Brasil resume la búsqueda de las últimas congregaciones de la siguiente manera: «Durante muchos años hemos buscado definir nuestra misión. Por ejemplo, nuestra misión de Fe y Justicia (CG 32), nuestra misión de diálogo con otras religiones y otras culturas (CG 33) o nuestra misión de reconciliación (CCGG 35 y 36). Hemos estado buscando el “Qué”. De hecho, dado que hemos estado demasiado tiempo dedicados a buscar el “Qué” de nuestra misión, tenemos muy poco que añadir. Ahora nos damos cuenta de que cómo hacemos nuestra misión y cómo la discernimos es algo crucial. La última Congregación General nos ha pedido enfocarnos en el “cómo”»[13]. Con todo respeto me pregunto si realmente ese resumen es verdaderamente el “Qué” de la vocación de los jesuitas, de la mayoría de ellos. Claramente no me siento reflejado en esa síntesis. Para mí sigue siendo mucho más inspiradora la forma en que la Formula Instituti, documento máximo de la orden, expresa el “Qué” de la Compañía y en ella me sigo sintiendo plenamente reflejado: La Compañía de Jesús es, señala,
fundada principalmente para emplearse en la defensa y propagación de la fe y en el provecho de las almas en la vida y doctrina cristiana, sobre todo por medio de las públicas predicaciones, lecciones y cualesquier otro ministerio de la palabra de Dios, de los ejercicios espirituales, la doctrina cristiana de los niños y gente ruda, y el consuelo espiritual de los fieles, oyendo sus confesiones y administrándoles los otros sacramentos. Y, con todo, se emplee en la pacificación de los desavenidos, el socorro de los presos en las cárceles y de los enfermos en los hospitales, y el ejercicio de las demás obras de misericordia, según pareciere conveniente para la gloria de Dios y el bien común; haciendo todo esto gratuitamente, sin recibir estipendio ninguno por su trabajo[14].
29. Desconozco el por qué se utilizó la expresión “servicio de la fe” en la Congregación General 32. No sé si estaba inspirada en la diakonia griega, pero me resulta una forma poco concreta y demasiado intelectual de expresar lo que creo que se debería haber asociado al kerigma o anuncio de la buena nueva de Cristo. Si no se quería volver a utilizar “defensa y propagación de la fe”, porque les sonaba contrarreformista, podrían haber dicho “anuncio de la fe”. No está claro qué significa servir la fe. En cuanto a la “promoción de la justicia”, inspirada por el documento del Sínodo de los Obispos de 1971, dedicado a La Justicia en el Mundo, creo que, no siguiendo las indicaciones de Pablo VI en la carta del cardenal Villot que he citado, ha ocupado en el discurso de la Compañía de los últimos cuarenta y siete años un espacio desproporcionado y que no se corresponde con el objetivo de nuestra vocación religiosa, apostólica y sacerdotal, ni con la vivencia real de la inmensa mayoría de los jesuitas que he conocido a lo largo de mi vida, aunque pocos encontraremos que se animen a expresarlo públicamente.
30. El diálogo con otras religiones y otras culturas, señalado como una de nuestras misiones por la Congregación General 34, es otra cosa que creo que no puede considerarse un “Qué”, porque no fuimos fundados para dialogar. Sí puede ser considerado un “Cómo”, porque desde el comienzo de la Compañía de Jesús en el siglo XVI, ya fuese con los protestantes de Alemania o Polonia, con los mandarines chinos o con los indígenas americanos, el diálogo fue una parte fundamental de la manera de evangelizar de los jesuitas. La inmensa obra de conocimiento de las lenguas y tradiciones de tantos pueblos en todo el mundo, legada por cientos de jesuitas, es una muestra de ello. Hubiese sido imposible al padre Ricci llegar al emperador chino sin diálogo; o a los jesuitas de las misiones, desde la Patagonia hasta la Baja California, pasando por Paraguay, el Alto Perú y cientos de lugares más, haber construido esa obra maravillosa de evangelización y civilización, si no hubiesen sabido dialogar. Pero no es el fin de la Compañía el diálogo, sino un medio de cumplir nuestra misión, que es evangelizar.
31. Por último está el llamado a la Reconciliación, que a partir de la última congregación general se transformó en un nuevo buzzword de los jesuitas. Aparece la palabra o alguno de sus derivados veintitrés veces en el decreto 1, lo cual parece lógico si lleva el título “Compañeros en una misión de reconciliación y justicia”. Ahora bien, creo que cualquier católico que escucha la palabra reconciliación asociada a sacerdotes va a pensar en el Sacramento de la Reconciliación, en la reconciliación con Dios y los hermanos, en el arrepentimiento por haber hecho algo mal, o con el pecado que provoca la ruptura. Eso parece indicar también la cita que abre el documento, de San Pablo en la segunda carta a los Corintios: «Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos encomendó el ministerio de la reconciliación». Si se habla de reconciliación con Dios y que nos encomendó un ministerio de reconciliación, se está hablando de la reconciliación que nace del perdón de los pecados, de la conversión del corazón y la vida, y del bautismo que nos hace hijos de Dios. De nada de eso habla el documento. La palabra pecado no aparece nunca. Sí está dos veces “pecadores”, referida a nosotros mismos los jesuitas y como un acto de humildad, pues nos «reconocemos pequeños, débiles y pecadores» (7) o nos «invade la alegría al reconocernos pecadores que, por la misericordia de Dios, somos llamados a ser compañeros de Jesús y “colaboradores de Dios”» (8). Dos expresiones que son eco del comienzo del Decreto 2 de la Congregación General 32, en la que se señalaba que ser jesuita hoy es «Reconocer que uno es pecador y, sin embargo, llamado a ser compañero de Jesús, como lo fue S. Ignacio». El resto del documento nunca hace referencia a la ruptura que genera el pecado en los vínculos con Dios, con los hermanos y con la creación. Parece que los únicos pecadores somos los jesuitas, el resto, da la impresión, de que no tienen necesidad de ser perdonados.
32. El problema en la Compañía es que esa definición de quiénes somos, expresada de manera tan clara por Pablo VI en 1974, no parece ser la que realmente nos creemos y transmitimos en las últimas décadas. Es curioso, pero a pesar de que nos encanta utilizar citas de la Autobiografía de San Ignacio y de los Ejercicios Espirituales, que hemos transformado en las casi únicas fuentes de nuestra tradición y carisma, la Compañía de la que hablamos ha dejado por el camino mucho de lo que significa ser una orden religiosa, apostólica y sacerdotal. En 1974 el peligro era convertirnos en un instituto secular, algo que diversos grupos de jesuitas, desde distintos puntos del mundo querían lograr y de lo que nos libró Pablo VI con su intervención. Hoy el riesgo es convertirse en una ONG, o por lo menos es lo que frecuentes documentos de la orden parecen indicar.
33. Hay tanto trabajo de los jesuitas en sus tareas, que el respeto hacia ellos es obligado. Son miles los compañeros que dedican su vida para llevar adelante lo que las orientaciones actuales de la Compañía proponen. No es fácil decir que uno no comulga con mucho de ese trabajo, pero si soy honesto conmigo mismo y con mi vocación, lo tengo que hacer. Escucho al General, a la Conferencia de Provinciales de América Latina, a tantos directores de obra o superiores, y no me siento en sintonía con ellos. Con mucha frecuencia me parece estar escuchando el discurso de una ONG político-social, con un complemento en que se habla de espiritualidad y discernimiento ignaciano. Si analizo el discurso no encuentro lo más radical del Evangelio: la redención que nos trajo el Señor; una salvación que nos libera del pecado y nos ofrece la vida eterna. No encuentro en esas palabras la dimensión sacerdotal de nuestra vocación, que nos destina a la predicación, la administración de los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía y la Reconciliación. No encuentro la dimensión de consagración religiosa de nuestra vocación. ¿Es que el servicio a los pobres, el cuidado del medio ambiente o la atención a los jóvenes no son parte del mensaje evangélico? Lo son, sin duda. Lo que no creo es que sea lo específico de la vocación jesuita. El Evangelio es para toda la Iglesia: laicos, religiosos, sacerdotes y obispos. La forma en que deberíamos vivir el Evangelio varía según nuestra vocación particular. Hay cometidos que son más propios de unos que de otros. Incluso entre los religiosos y consagrados, lo específico depende del carisma fundacional.
34. La vocación jesuita, como nos dice Pablo VI, es religiosa, apostólica y sacerdotal, es promover y defender la fe católica, sobre todo a través de la predicación y los sacramentos. Todos los ministerios que la Compañía asumió desde su fundación, hasta hace cincuenta años, tenían como objeto evangelizar, convertir, sostener y nutrir la fe; se tratase de colegios, universidades, casas profesas, misiones rurales, obreras, indígenas, casas de escritores, revistas, investigaciones, etc. Eso no es lo que veo hoy en la Compañía. Esa orientación evangelizadora explícita está ausente de muchas obras y en otras es marginal y casi cosmética. Ese discurso, que se va secularizando año a año, me va alejando de la sintonía con la orden. Si solo me pasara a mí no sería un problema para el futuro de la Compañía. El problema es que creo que esa falta de sintonía está más extendida de lo que queremos reconocer. A lo mejor esa desconexión en muchas cosas no es teórica o conceptual, pero sí existe con respecto a las motivaciones que llevaron a muchos jesuitas a entrar en la orden. Para mí esa falta de sintonía es la causa de los muchos abandonos de jóvenes y jesuitas de mediana edad.
Capítulo III: La banalización del discernimiento
35. La mayoría de los jesuitas pensamos que el aporte más importante de San Ignacio y de la Compañía de Jesús a la Iglesia, ha sido su espiritualidad y específicamente los Ejercicios Espirituales y la enseñanza del discernimiento de espíritus. No soy un experto en la historia de la espiritualidad ignaciana, pero sin duda por la impronta que deja la práctica de los Ejercicios en cada miembro de la orden, hecho el mes completo en el noviciado y la tercera probación, y repetidos durante ocho días a lo largo de tantos años, el influjo de esa experiencia carismática en todos los apostolados de la Compañía es lo más valioso que tenemos y que podemos ofrecer a la comunidad eclesial. Siendo así, me da la impresión de que en la Compañía de los siglos pasados, no era tan común que se explicitara en la correspondencia, documentos y obras escritas de los miembros esa espiritualidad, por lo menos en la forma en que se viene haciendo en las últimas décadas.
36. Hoy es difícil encontrar una carta de provincial, general, mensaje o documento de la Compañía en el que no aparezcan varias referencias al libro de los Ejercicios, al discernimiento, a pasajes de la vida de San Ignacio en su Autobiografía, etc. Algunos, con ligereza, se apresurarán a señalar que eso es una muestra de cómo la Compañía había debilitado su ignacianidad en los últimos tiempos antes de la Congregación General 31, sobre todo desde la restauración de la orden en 1814. Otros, más atrevidos aún, lo remontarán al generalato de San Francisco de Borja (1565-1572), cuando dicen que la Compañía se volvió conventual y de alguna manera cambió la orientación primigenia de San Ignacio. La realidad es bastante distinta y basta acercarse con seriedad a la historia de la Compañía de las primeras décadas para saber que los rasgos fundamentales, que luego marcaron a la orden durante 425 años (1640-1965), estaban presentes en los dieciséis años de generalato de San Ignacio. Una obra señera para conocerlo es Los Primeros Jesuitas, de John W. O´Malley.
37. No estoy seguro de que el discernimiento de espíritus sea el corazón de la espiritualidad ignaciana, pues me inclino, quizás por experiencia personal, a pensar que lo central de ese camino espiritual es el «conoscimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga»[15]. En cualquier caso, el discernimiento de espíritus es un medio fundamental para ese seguimiento y, aunque San Ignacio no lo inventó, pues la Iglesia ya llevaba quince siglos discerniendo, tuvo la gracia y la genialidad de “codificarlo” en unas reglas que han sido extraordinariamente fecundas para la Iglesia. El discernimiento ignaciano es algo muy concreto y es un instrumento para conocer la voluntad de Dios y distinguirla de las acechanzas del demonio. Una primera cuestión que llama la atención en nuestro tiempo es encontrar personas, entre ellos jesuitas, que no creen en la existencia y acción del demonio, o el mal espíritu como lo llama a veces San Ignacio, y sin embargo son convencidos propagadores del discernimiento ignaciano. Probablemente hagan una lectura de San Ignacio “modernizada”, donde el mal espíritu son los traumas, las formas de pensar del mundo, los prejuicios, etc. Creo que se equivocan seriamente y que no se debería hablar de discernimiento ignaciano si no se cree que tanto el Espíritu Santo, como el demonio, son el Buen Espíritu y el mal espíritu de los que habla San Ignacio.
38. El discernimiento de espíritus es central en nuestra espiritualidad y apostolado, pero no todo es discernimiento ignaciano, y la realidad es que en la Compañía de las últimas décadas se ha generalizado un uso excesivo, confuso y por momentos banal de la palabra discernimiento. Parece que todo es discernimiento, incluido lo que la gente normal llama decisión, deliberación, discusión, intercambio, estudio, consideración, etc. Para poner algunos ejemplos de ese uso excesivo miremos los últimos documentos de la Compañía: El Decreto 1 de la CG 36 en sus nueve páginas utiliza 19 veces la palabra discernimiento. El Decreto 2 de la misma congregación, que es un documento de cuestiones más o menos prácticas, la utiliza 29 veces en siete páginas. La Carta sobre las Preferencias Apostólicas la utiliza 22 veces en diez páginas. La palabra discernimiento se ha transformado en una muletilla y eso no es bueno. Esta proliferación tiene que ver con el desarrollo de la corriente, más teórica que real, del discernimiento comunitario o discernimiento en común.
39. Discernimiento comunitario: No sé si hay alguna referencia al discernimiento comunitario en un documento oficial de la Compañía antes de la Carta del padre Arrupe sobre este tema, en 1971. Creo que en los 431 años anteriores de vida de la orden, no había estado presente. Sí existía un documento, titulado Deliberatio Primorum Patrum, publicado por primera vez en Monumenta Historica en 1934, que ahora todos conocemos. Relata el proceso que siguieron los diez fundadores de la Compañía entre marzo y junio de 1539, para decidir fundar la Compañía, elegir la forma de gobierno que tendría la nueva orden, y otras cuestiones menores. En ese momento todos estaban en una situación jerárquica de igualdad de condiciones, eran todos sacerdotes, se habían ofrecido al papa Pablo III y esperaban que el Pontífice los enviase en misión. Decidieron entonces ver si formarían una nueva realidad o se dispersarían. En ese contexto se dio esa deliberación, cuyos dos primeros puntos (fundar la Compañía y tener un superior de todos) se resolvieron por unanimidad, y los demás por mayoría de votos. El surgimiento del llamado discernimiento espiritual comunitario, que se dio oficialmente con la carta de Arrupe sobre ese tema, del 25 de diciembre de 1971, creo que significó una novedad absoluta para la Compañía, pues se daba en un contexto muy diferente al que vivieron los primeros padres en 1539.
40. Desconozco la génesis de esa carta, pero por su texto creo y arriesgo la hipótesis de que se debió a una concesión al “espíritu de los tiempos”, queriendo conciliar autoridad y obediencia, con participación y comunidad. Así lo señala el propio Arrupe en la carta: «En los tiempos actuales se destacan, de modo más señalado, determinados valores humanos: un relieve mayor dado a los derechos de la persona y a su libertad, un deseo del desenvolvimiento integral de la personalidad, la exigencia de participar y corresponsabilizarse en la preparación de las decisiones y en su ejecución y, sobre todo, el sentido comunitario, que llevando a una mayor relación interpersonal engendre la unio cordium, base de una vida comunitaria profundamente vivida en orden a la reflexión y a la acción conjunta»[16]. El General, al mismo tiempo, no quería traicionar el sentido de la obediencia jesuítica, y por eso señala que «tal modo de proceder contribuirá a elevar y espiritualizar el sentido comunitario hoy tan profundo por doquier, e impedirá al mismo tiempo se caiga en un democratismo capitularista, en el que se toman las decisiones por voto deliberativo y con fuerza de mandato. Impedirá, asimismo, que se debilite el espíritu de la verdadera obediencia ignaciana, ya que es claro que es éste un discernimiento que debe hacerse en unión con el Superior y que la decisión pertenece al Superior»[17].
41. Varios años después, el 5 de noviembre de 1986, el padre Kolvenbach publica una carta Sobre el discernimiento apostólico en común, que es una respuesta a las cartas ex–officio de ese año, en que había preguntado sobre este tema. Kolvenbach hace un rápido resumen de las respuestas recibidas, que, como es frecuente en ese tipo de documento oficial eclesial, tiende a señalar lo positivo que encuentra todo el mundo el espíritu del discernimiento apostólico en común (no sé por qué se cambió la expresión anterior), señalando que «no parece que hoy sea frecuente el peligro de confundir el discernimiento en común con un proceso democrático, que no encajaría en la concepción ignaciana de la obediencia»[18]. En el párrafo siguiente agrega algo que es significativo de la realidad que se vivía: «Por eso, aunque los casos de discernimiento apostólico en común en sentido estricto no son muy frecuentes, hay, sin embargo, no pocos en la vida actual de la Compañía, sobre todo en comunidades más unidas y homogéneas, como ciertos equipos apostólicos o en grupos numéricamente más reducidos»[19]. A continuación el P. Kolvenbach dedica un espacio importante a los «Aspectos negativos», y en los ocho párrafos que le dedica señala con franqueza cuáles eran: dificultades para entender qué es el discernimiento en común y sus múltiples nombres e interpretaciones (11); se cuestiona «el carácter jesuítico de la práctica del discernimiento apostólico en común», y señalan que no está en la tradición de la Compañía y el espíritu de San Ignacio (12); no se entiende su significado, ni su modus procedendi (13); las dificultades de los jesuitas y comunidades para vivir las condiciones básicas para el discernimiento: indiferencia, libertad interior, disponibilidad, búsqueda del magis (14); «muchas actitudes, profundamente características de los jesuitas y de sus comunidades, están en abierta contradicción con el discernimiento en común»: individualismo, reserva, pudor, dificultad para asumir o superar desacuerdos reales, tendencia a la intolerancia, activismo, racionalismo, etc. (15); organización de las obras apostólicas, que tienen diferenciadas las estructuras de gobierno y de participación, de las instancias de decisión (16); dificultades de incorporar a no jesuitas y sobre todo a laicos (17); «Algunos ven en la práctica del discernimiento en común un peligro de debilitación del gobierno de la Compañía, a menudo demasiado indeciso» (18)[20]. Para responder a estos aspectos negativos, el padre Kolvenbach dedica dos capítulos con «Indicaciones teóricas sobre el discernimiento apostólico en común» y «Cómo crecer en la práctica del discernimiento apostólico en común», concluyendo con que «Esta carta no es, ciertamente, la primera palabra sobre el discernimiento en común en la Compañía, y no será la última. […] Los aspectos positivos y negativos de la práctica actual demuestran que la Compañía está en un proceso de búsqueda y de crecimiento que ofrece ya tantas expresiones válidas de discernimiento en común que se han de confirmar, llevar a mayor profundidad y difundir»[21]. Mi interpretación de lo que ocurría en 1986 es que quince años después de la carta del padre Arrupe, la práctica del discernimiento comunitario o en común, no era muy frecuente y que en el conjunto de la Compañía, en los hechos, no estaba aceptada. Ese es el año en que yo entré a la Compañía de Jesús.
42. El padre Arturo Sosa dedicó otra carta al discernimiento comunitario apostólico el 27 de septiembre de 2017. Se centra en la importancia del vínculo entre discernimiento comunitario y planificación apostólica: «El discernimiento en común es la condición previa a una planificación apostólica en todos los niveles de la estructura organizativa de la Compañía de Jesús. Discernimiento en común y planificación apostólica se convierten así en el binomio que garantiza que las decisiones se tomen a la luz de la experiencia de Dios y que estas se pongan en práctica de un modo que realice la voluntad de Dios con eficiencia evangélica»[22]. La carta es, como señala al comienzo, «un llamado apremiante» a utilizar el discernimiento en todos los ámbitos de decisión apostólica de las organizaciones vinculadas a la Compañía de Jesús: «El discernimiento en común se utiliza con provecho en las Consultas de Provincia, en los Consejos Directivos de las instituciones de identidad jesuita y en todas las instancias del gobierno apostólico»[23]. Por eso se insiste en cómo hacerlo, para que sea el Espíritu el que oriente esas decisiones. Más que en las cartas anteriores, se hace hincapié en que participen también los «compañeros y compañeras en la misión»[24]. La carta se extiende en señalar el espíritu y las formas que deben guiar este discernimiento comunitario apostólico, recurriendo a diversos elementos de la espiritualidad ignaciana: elección de materia, saber quiénes y para qué participan, libertad interior o indiferencia, unión de ánimos, conocimiento de cómo se discierne, poner en común la oración, conversación espiritual, práctica sistemática del examen, establecer cómo se tomará la decisión final. Se pretende que nuestras obras se rijan por criterios distintos a los de las organizaciones seculares, con cierta visión negativa de los métodos gerenciales: se señala que «la planificación apostólica nacida del discernimiento en común se convierte así en instrumento para nuestra efectividad apostólica, evitando convertirla en tributo a la moda de las técnicas del desarrollo corporativo»[25], o que «Compartir en una conversación espiritual es distinto a una discusión gerencial en la que se busca tomar la decisión más razonable según la lógica administrativa. Es también distinto a un ejercicio parlamentario en el que se atiende al juego entre mayorías, minorías, alianzas, etc., en función de los intereses individuales o grupales, y valiéndose de la capacidad oratoria y otras “técnicas” parlamentarias»[26]. Aunque se insiste en que a través del discernimiento se encuentra la voluntad de Dios y se une «el cielo y la tierra»[27], no están excluidos de ese discernimiento las personas que no son cristianas o religiosas, por eso en una nota se señala: «No son pocos los casos en los que personas que no comparten nuestra fe cristiana participan en obras de la Compañía o nos encontramos juntos en el servicio a personas necesitadas. Encontrar el modo respetuoso y real de hacerlos partícipes del discernimiento en común es un reto a nuestra creatividad y libertad como hijos e hijas de Dios»[28]. También se agrega que es importante elegir una materia que valga la pena, para no banalizar el discernimiento: «El buen discernimiento depende del conocimiento preciso de la materia sobre la que se quiere hacer elección y de cuál es el resultado esperado de un camino tan exigente y complejo. De este modo, se evita la banalización de llamar “discernimiento” a cualquier modo de justificar decisiones pequeñas o grandes»[29].
43. Podría parecer que después de recordar estas tres cartas de los generales, desde 1971 hasta 2017, a lo que se podría agregar lo que dicen las congregaciones generales de la 32 a la 36, que es obvio que «el discernimiento en común es inherente al modo de proceder de la Compañía de Jesús»[30]. Sin embargo, creo que no es así, porque contra facta, non valent argumenta. Mi experiencia de treinta y seis años de jesuita me muestra que no es así. El discernimiento comunitario en serio es una rareza y no es realista pretender otra cosa. Lo voy a expresar con algunas situaciones que he vivido, y que aunque pueden no parecer representativas de todo lo que pasa en la Compañía, me sirven para fundamentar mi convicción.
44. He vivido en diez comunidades a lo largo de mi vida en la Compañía, solo una vez se propuso un discernimiento comunitario. Era el año 1990 y estaba en filosofía. Le regalaron entonces a un padre de la comunidad un horno microondas, que era toda una novedad en Uruguay. Se decidió que había que discernir comunitariamente si se aceptaba el regalo o no. Nos lo tomamos en serio y le dedicamos algunas reuniones comunitarias semanales, además de irlo rezando durante la semana. Finalmente se vio unánimemente que no había que aceptar el horno microondas porque era un lujo para una comunidad jesuita y se devolvió el regalo. Unos meses después vino un nuevo ministro a la casa, un joven sacerdote que regresaba de estudiar. Lo primero que hizo fue ir a una tienda y comprar un horno microondas para la cocina de la comunidad. Nadie lo cuestionó por eso, pues tenía autoridad para hacerlo y porque estábamos encantados de tener un horno así para usar.
45. A nivel provincial solo he participado de un discernimiento comunitario apostólico. Hace unos quince años nuestro provincial y su consulta decidieron que teníamos que dejar una de las cuatro parroquias de Montevideo, pues no teníamos personal para atenderlas. Se pidió a todos los miembros de la provincia que rezaran y discernieran qué parroquia había que dejar e hicieran llegar su parecer al provincial. Se decidió dejar la parroquia de la Sagrada Familia, pero se demoró la decisión y hubo unión de provincias y cambio de provincial. Entonces se decidió seguir con las cuatro parroquias. A los tres años se nombró nuevo provincial, quien decidió dejar la parroquia de Fátima y cerrar esa comunidad y no la de la Sagrada Familia. A los cinco años volvió a cambiar el provincial, quien rápidamente decidió volver a abrir la comunidad y retomar la parroquia de Fátima, a la que dos años después se agregó, por pedido del arzobispo, otra parroquia vecina. Todo esto se supone que se discernió en las distintas etapas, buscando seguir la voluntad de Dios. Mi conclusión es que, o Dios cambia mucho de opinión (cinco veces en trece años), o discernimos muy mal.
46. He trabajado en seis obras de la Compañía y hace diecinueve años que estoy en la gestión (colegio, parroquia, universidad, comunidades), como consultor, superior, director de obra o miembro del grupo directivo. Nunca he participado o promovido un discernimiento comunitario apostólico, ni se me ha invitado a hacerlo. Realmente creo que para muchos jesuitas el discernimiento comunitario no está en lo que consideran central de su vida y modo de proceder de la orden. Lo voy a ejemplificar con dos situaciones que me tocaron.
47. Poco después de que saliera la carta sobre el discernimiento en común del padre Sosa, en septiembre de 2017, nuestro provincial convocó una reunión de superiores a la que tenía que asistir en calidad de tal. En una parte de esa reunión de dos días, se nos planteó leer la carta y comentarla. Estábamos todos sentados en rueda, unas veinte personas, y fui de los primeros en hablar. Expresé entonces lo que estoy exponiendo en estos párrafos. Básicamente, que no creía que el discernimiento en común fuese inherente al modo de proceder de la Compañía de Jesús, pues no se había utilizado durante 431 años, y que en mis treinta y un años de Compañía (en ese momento) tampoco lo había visto utilizar de manera seria. Finalmente conté la anécdota del horno microondas. Mi intervención no fue contrariada por ninguno de los presentes y se decidió pasar al siguiente tema de la reunión. ¿Estaban de acuerdo conmigo? No lo expresó ninguno de los presentes, pero igual llama la atención que nadie haya salido a defender una carta del Padre General publicada un mes antes.
48. Un año y medio más tarde, en mayo de 2019, tuvimos la asamblea bianual de AUSJAL en la universidad ITESO de Guadalajara. Teníamos que discutir y aprobar el Plan Estratégico para el período 2019-2025. Nos habían enviado antes un borrador elaborado por la Presidencia y Secretaría Ejecutiva. En la introducción se hablaba sobre la Misión y Valores de AUSJAL, y entre ellos aparecía el siguiente: «El discernimiento, como fundamento e instrumento de la espiritualidad ignaciana que da sentido y orienta la toma de decisiones y la planificación del mejor uso de los recursos disponibles para lograr los fines del quehacer universitario en red». Como había que plantear correcciones o agregados al borrador, yo, sin acordarme de la carta del P. General de 2017, señalé que consideraba que el discernimiento no era bueno que apareciese como uno de los valores de AUSJAL, pues la toma de decisiones y la planificación en una universidad no se hacían discernimiento en común, ya que muchos de los integrantes de los órganos de gobierno no eran católicos o si lo eran, no tenían una experiencia de oración o sacramental honda. Esa propuesta motivó un intercambio entre los participantes, que éramos unos treinta y casi todos jesuitas. En ese caso sí hubo quienes defendieron la permanencia de ese párrafo, aunque alguno de los más fuertes no era rector y por tanto, no tenía derecho a voto. Finalmente se llevó a cabo la votación y ganó la propuesta de quitarlo y así quedó en el Plan Estratégico aprobado. Nadie apeló a la carta del General que era muy reciente, ni a las cartas de Arrupe o Kolvenbach. Tampoco fue una discusión enconada. El resultado fue que la mayoría de los rectores jesuitas presentes no tuvieron problema en eliminar esa referencia, básicamente, porque estaban de acuerdo con el planteamiento.
49. Más allá de las anécdotas personales, creo que la realidad es que el discernimiento en común es una rareza en la Compañía porque no es posible llevarlo adelante. En primer lugar, no es posible entre jesuitas porque no es compatible con la obediencia entendida al modo de San Ignacio. Es probable que en 1971 el que a uno lo escucharan y participar de las discusiones, aunque otro tomase las decisiones, fuese algo querido y aceptado. Es probable que una generación, la de los excombatientes del 68, siga valorando el hecho de la participación per se, aunque no resuelvan. Sin embargo, creo que hay muchos jesuitas, entre los que me cuento, que no queremos, ni valoramos la participación por la participación misma, o el participar en procesos largos, ambiguos y tan condicionados por una cultura que evita la confrontación, que resultan poco creíbles. He visto mucha manipulación de superiores, mientras se habla de consultas, participación y discernimiento; y he visto como manipulan superiores, provinciales y asistentes del General para sacar adelante lo que podrían lograr con su propia autoridad. Usan instrumentos de participación para hacerlos parecer consensuados o que responden a un discernimiento común, pero no lo son. Hay una generación de jesuitas que ha vivido con culpa y miedo el ser considerados autoritarios por usar su autoridad, y en la que, sin embargo, algunos han sido autoritarios manipulando comunidades y provincias.
50. En segundo lugar, el discernimiento en común con laicos o personas de fuera de la Compañía es aún más difícil o imposible para materias trascendentes. Hablamos de compañeros y compañeras de misión, pero la realidad es que en la mayoría de nuestras obras hay una asimetría enorme entre los laicos, empleados de las obras, y los jesuitas, titulares de las mismas. Si es difícil para un jesuita expresarse con libertad ante su superior, en materias en las que sabe que tiene otra opinión, mucho más lo es para un laico que depende de un salario o cuya posición en la organización está condicionada por su conformidad con el jesuita a cargo. Mi experiencia de años es que la inmensa mayoría de las personas cuando son consultadas piensan en agradar al jefe y estar de acuerdo con él. No es hipocresía, es sentido común. En las organizaciones la gente sabe quién decide y quién tiene que decidir. No estoy diciendo que no sea posible hace consultas y dar participación a los integrantes de una institución, pero lo que no se puede hacer es comenzar un proceso de discernimiento en el que se les dice que se está buscando la voluntad de Dios, pero que la última palabra la tendrá el jefe. Las personas pueden hacer de cuenta que se lo creen, pero la mayoría sabe que es algo que hay que hacer para conformar al jefe. Incluso en obras en las que no hay una relación de dependencia laboral y salarial, como son las parroquias, la relación de los parroquianos con el párroco es asimétrica. Por otra parte, para discernir espiritualmente hay que tener fe, algo cada vez menos común en colaboradores de nuestras obras; esa fe tiene que estar formada, algo aún más raro, y estar acompañada de una práctica de oración y vida sacramental.
51. Lo que ocurre en la realidad es lo que dice el padre Sosa que no debe ocurrir: «los falsos discernimientos en común que solo buscan revestir de lenguaje ignacianamente correcto decisiones tomadas previamente con criterios del propio grupo»[31]. La Compañía de Jesús, en sus Constituciones y en su tradición, tiene una gran experiencia de participación para la toma de decisiones, desde las consultas de las comunidades, provincias y el General, hasta las cartas ex–officio, los informes de diversos tipos, las visitas de provinciales y asistentes, las cuentas de conciencia, etc. Algunos de esos elementos tradicionales deberían recuperarse y reforzarse, porque creo que no están funcionando como deberían, como es el caso de las consultas de comunidad o la vinculación entre superiores y directores de obras; pero no es insistiendo en el discernimiento en común, que no forma parte del modo de proceder de la Compañía, ni ha logrado en cincuenta años ser aceptado y utilizado adecuadamente. No se trata de falta de obediencia o docilidad de los jesuitas, sino de que es algo inadecuado para el gobierno de comunidades y obras, y porque no están dadas las condiciones mínimas para poder utilizarlo. Insisto en que estoy convencido de que el discernimiento de espíritus y la sabiduría de San Ignacio para practicarlo, son un elemento esencial de la espiritualidad ignaciana y jesuítica, y para cualquier miembro de la orden o persona que lo conozca y practique, es una herramienta fabulosa para buscar y hallar la voluntad de Dios en su vida, pero no es un instrumento de gobierno de personas, ni de comunidades, ni de obras apostólicas. Utilizar la palabra discernimiento como un buzzword, que dirían los ingleses, una palabra zumbido, que se repite una y otra vez, la banaliza y tergiversa. Nosotros la usamos, y nuestro entorno la usa, para ungir de autoridad o respetabilidad cualquier decisión que se toma, y eso no ayuda a vivir el verdadero discernimiento de espíritus.
Capítulo IV: Obediencia y gobierno
Si el que tiene el gobierno tan independiente y absoluto como nuestro General escoge un camino por el más acertado, será muy dificultoso hacérsele dejar, aunque de verdad haya errado; la causa es que cada cual favorece su opinión y la tiene por más acertada. Además de esto, arrímansele otros muchos y los más, unos por ser del mismo parecer, otros por agradarle, muchos por no tener ánimo para contradecir y contrastar a lo que su Superior se inclina, sea por vivir ellos en paz, sea por no señalarse y desabrir a quien sobre ellos tiene tanto poder y mando. Dejo las pretensiones de conservarse en los oficios los que los tienen y de alcanzarlos los que los desean. Contra escuadrón tan grande y tan cerrado como éste, ¿quién se atreverá? ¿Quién se adelantará? Si bien fuese un San Pablo, siempre le tendrán por extravagante, por inquieto y perturbador de la paz.
P. Juan de Mariana, S.I.
Tratado de las cosas íntimas de la Compañía de Jesús[32].
52. San Ignacio en su famosa carta de la obediencia señala que esta había de ser la virtud característica de la Compañía de Jesús. Es el voto al que dedica más páginas en las Constituciones y en su epistolario. El mito anti jesuita, nacido en el siglo XVI, y que llegó a su culminación en el siglo XIX, dispara lo más granado de sus acusaciones al estilo de obediencia de los jesuitas, al que transforma en una caricatura inhumana y antievangélica. El hecho es que mirándolo positiva o negativamente, la obediencia es un punto focal de la orden, y realmente configura su ser y hacer, tanto en el pasado como en el presente, aunque haya variaciones. La obediencia no tiene que ver solo con el hecho de obedecer lo que a uno le mandan, sino también con nuestra cultura institucional, la forma en que apreciamos la autoridad y a los superiores, así como con el halo que rodea el ejercicio de la autoridad y lo que suscita subjetivamente en cada miembro de la Compañía.
53. A diferencia de otras órdenes religiosas nacidas durante la Edad Media, con un sistema capitular de gobierno y rotación en la autoridad máxima, la Compañía de Jesús, que vio la luz en tiempos en que se estaban consolidando los estados nacionales y fortaleciendo el poder de los reyes, tuvo desde el comienzo la estructura de una monarquía absoluta: prepósito general vitalicio, con toda la autoridad para el gobierno y capacidad para el nombramiento de los cargos subalternos, fuertemente centralizada. Esto no significa que la Compañía sea una dictadura o una tiranía electiva, como tampoco lo eran las monarquías absolutas del Ancien Régime. Las Constituciones y la legislación canónica, las Congregaciones Generales y los usos de la orden, eran y son un límite claro y definido al ejercicio de la autoridad de generales y demás superiores mayores. Sin embargo, a diferencia de franciscanos, dominicos, benedictinos o cistercienses, la Compañía no tiene rotación de prepósitos generales cada pocos años, ni capítulos que se deban reunir periódicamente, ni votaciones para elegir provinciales u otros cargos. Los órganos de participación en el gobierno, sean en Roma, en las provincias o en las comunidades, son siempre consultivos y no resolutivos. Incluso el voto en las congregaciones de procuradores, por cogenda aut non cogenda, suele estar condicionado consuetudinariamente al deseo del Padre General, que hace saber que considera bueno o no convocar a una congregación general, y que pide que se vote non cogenda cuando quiere que haya más tiempo para la preparación de la congregación, como ocurrió en 1970 y en alguna otra ocasión en las últimas décadas. Desconozco la historia anterior.
54. La realidad es que el Prepósito General de la Compañía ha gozado entre los jesuitas de un trato de veneración y respeto análogo al que se tiene con el Papa, y en mi juventud, aún mayor, pues conocí muchos compañeros que eran muy críticos con Juan Pablo II y completamente sumisos al General de turno, fuese el P. Arrupe o el P. Kolvenbach. Nunca escuché que llegara de Roma un llamado de atención por criticar al Papa y eso que era bastante común. Sin embargo, en el curso 98-99, cuando vivía en una comunidad de Madrid, algún compañero se quejaba de la falta de gobierno del P. Kolvenbach y decía en broma un verso sobre el General, en que lo caracterizaba por el tipo de barba que usaba, pidiendo que tomara decisiones. Era algo bastante inocente, que causaba risas en el resto de la comunidad. El hecho es que provocó un llamado de atención al superior, que no vivía en nuestra casa, para que nos reprendiera por expresarnos con poco respeto al General. Hay que decir en defensa del superior, que no nos dijo nada, porque le daba vergüenza ajena llamarnos la atención por una nimiedad, y me lo contó cuando ya no estábamos en esa comunidad.
55. Ese respeto reverencial creo que ha cambiado con los dos últimos generalatos, porque las formas exteriores se han vuelto más horizontales en el conjunto de la Iglesia, la sociedad y hasta en el mundo empresarial y político, por lo menos en Occidente. Aún así, el respeto de obediencia en la Compañía goza de gran vigencia y está introyectado en la mayoría de nosotros. Cuando Juan Pablo II intervino la orden en 1981, nombrando al padre Paolo Dezza como delegado personal, la Compañía dio una lección extraordinaria de obediencia al Santo Padre y a las autoridades nombradas por él, que sorprendió a todo el mundo. No hubo rebeldías, ni protestas, ni artículos condenatorios. Los jesuitas cerraron filas y obedecieron, aunque a muchos les doliera fuertemente, probablemente a la mayoría, que lo consideraban el hecho injusto o desproporcionado.
56. Estoy convencido de que el voto de obediencia goza de buena salud en la Compañía y se vive con convicción. Eso no significa que no presente sus problemas y sombras también. La obediencia no solo tiene que ver con cómo los súbditos obedecen, sino también con cómo los superiores mandan: con el ejercicio de la autoridad y la cultura de la obediencia, y sobre esos aspectos me voy a extender.
57. Cuando escribí mi tesis doctoral, que versaba sobre la acción educativa de la Compañía de Jesús en el Cono Sur americano, en la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX, trabajé sobre todo con correspondencia entre provinciales de la provincia de Aragón, asistentes generales, superiores de América, rectores de colegios y otros jesuitas. Fueron más de tres mil cartas, a las que habría que sumar memoriales de visitas, actas de las consultas, elenchi visitationes y cartas anuas. Ese cuerpo documental enorme, a lo largo de varias décadas, en tiempos de fundaciones, expulsiones y conflictos internos y externos, me permitió conocer bastante bien las formas de gobierno y el ejercicio de la obediencia en la Compañía restaurada, que es la que configuró la orden que llegó a 1965. Debo reconocer que durante varios años me pareció el ideal de gobierno jesuítico, y lo que veía y no me gustaba del actual estilo de gobierno, lo comparaba y contrastaba con ese ideal. Mi pensamiento era que los problemas que hoy tenemos se debían a no haber mantenido el modo de proceder de la Compañía anterior a la CG 31. Hoy mi visión es sensiblemente distinta. Después de veinte años ocupando cargos de gobierno y gestión en comunidades y obras de la Compañía, creo que el problema actual está, paradójicamente, en que por un lado, en algunas cosas seguimos teniendo costumbres de gobierno que ya no son para esta época; y por otro, hemos abandonado elementos de nuestra tradición que son muy valiosos y deberíamos recuperar. Cuando hablamos de gobierno hay que tener presente que hoy eso se extiende a obras que pertenecen a la Compañía, pero en los que casi todo el personal es laico. Como me dijo un amigo seglar, “muy de los nuestros”, ignaciano y que ha trabajado por décadas con la orden: el gobierno de la Compañía está pensado para varones célibes, consagrados y católicos, no para la diversidad de personas, sexos, estados, ideologías y estilos de vida de nuestros días. Así ocurre que, con frecuencia el discurso va por un lado y la realidad por otra, y como en el caso del traje nuevo del emperador, admiramos lo maravilloso que es el sistema, sin poder admitir que el emperador está desnudo. Eso lo hacemos jesuitas y laicos por igual, si queremos mantener nuestro puesto o no ser considerados inusualmente tontos.
58. Algunos aspectos que tenemos que revisar: La Compañía tiene una estructura de gobierno fuertemente centralizada, jerárquica y donde toda la autoridad reside, excepto cuando está reunida la congregación general, en el Prepósito General y en quienes él la delega. No somos una orden democrática y participativa. El problema es que hoy eso está mal visto y desde la CG 31 se ha intentado lograr la cuadratura del círculo: ser democráticos y participativos, sin modificar el gobierno tradicional de la Compañía. La realidad es que todos los intentos han sido un fracaso. Nos hemos vuelto lo que San Ignacio no quería: tenemos montones de reuniones de comunidad, asambleas de provincia, grupos de trabajo, consultas, votaciones indicativas para elegir provinciales cuyos resultados no se publican, asistentes que hablan con cientos de jesuitas cuando los candidatos a provincial ya están decididos, discernimientos apostólicos dirigidos, congregaciones generales que se preparan durante años para dar resultados pobres, etc. Aunque es duro decirlo, y quizás no sea así en otros lugares, tengo la experiencia directa de ver prácticas manipuladoras y demagógicas muy groseras, que buscan dar un barniz de participación y escucha de las bases a cuestiones que llegan resueltas a las instancias de consulta. Esto pasa con cuestiones ad intra de la Compañía, como nombramientos de provinciales, y en resoluciones en las obras en las que participan los laicos, como aprobación de documentos, nombramientos de rectores de universidad o proyectos pastorales.
59. Lamentablemente, al tiempo que se quiere dar una impresión de mayor participación en las decisiones, se han descuidado aspectos del gobierno tradicional de la Compañía, que eran un límite a la posible arbitrariedad de los superiores. En los treinta y seis años de jesuita que llevo, no he estado nunca en una comunidad donde la consulta de la casa haya funcionado, y he sido consultor según los catálogos muchos años. La obligación que tenían los superiores de pasar determinados temas por la consulta y tener el parecer de los consultores ya no funciona en muchos lugares; tampoco los informes que debían enviar cada semestre los consultores al provincial sobre la marcha de la casa y obra. Cuando hice la tesis me encontré con innumerables cartas de provinciales a los superiores locales, dándoles cuenta de las quejas que sobre su actuación daban los consultores. Además, pude leer muchas actas de las consultas de las casas. A veces he escuchado como excusa que hoy hay reuniones de comunidad, que funcionan como consultas. La realidad es que no son lo mismo, pues no son instancias formales y se pueden manipular con facilidad, además de no registrarse en actas.
60. ¿Cuáles creo que son los problemas que tenemos en la orden para el ejercicio de la autoridad? Señalaré algunos:
61. 1) La persistencia de una cultura que nacida en el 68 francés, sigue impregnando un aspecto de nuestra cultura y de la Compañía: el recelo frente a toda autoridad, cualquiera sea esta. Eso lleva a que con frecuencia personas con roles de gobierno tengan pánico a ser considerados autoritarios y no sepan mandar. Además de afectar la marcha de la vida comunitaria y las obras por falta de decisiones, produce en otros un uso manipulativo de la autoridad que genera muchos problemas. Con frecuencia uno se encuentra con superiores o directores de obra que quieren ser obedecidos sin mandar.
62. 2) Se favorece el nombramiento para ser superior de compañeros que son débiles ante la autoridad, y eso lleva muchas veces a la obsecuencia. Demasiados yesmen en posiciones de gobierno. Aunque el sistema de elección de superiores en la Compañía es vertical y centralizado, participan en los procesos de selección los superiores actuales, provinciales y consultas de provincia. Eso le agrega un elemento de cuasi “cooptación” de superiores. En algunas provincias se habla de calesita o tiovivo de superiores, en otras, como la mía cuando aún no nos habíamos unido a Argentina, se hablaba de la “rosca”, el grupo de tres o cuatro jesuitas que dominó la provincia por bastantes años. ¿Quién manda la terna para los nombramientos a Roma? El provincial y su consulta. ¿Quién eligió la consulta? El provincial. ¿A quiénes eligen para esa terna el provincial y su consulta? A alguien de su grupo, línea ideológica, amistad o afinidad. ¿Son los mejores candidatos? Con frecuencia no. ¿Qué pasa con las votaciones del conjunto de la provincia en el caso de la elección del provincial? No son obligatorias, por lo que a veces se hacen y a veces no. No se publican los resultados, y por tanto dan para la manipulación. ¿Qué pasa con las visitas de los asistentes generales antes de los nombramientos? Lo digo por experiencia vivida y repetida. Alguno va sembrando el nombre del que parece ya estar elegido, de manera que los compañeros se familiaricen con él y luego lo pongan en las votaciones. Otro evita cuidadosamente preguntar por el “elegido”, si este no es popular en la provincia, así luego la consulta lo propone y sale. En otros casos, cuando llega la terna a Roma y no está el candidato del asistente, se devuelve la terna, para que el provincial y su consulta la rehagan y aparezca el candidato de Roma. Eso suele ocurrir cuando no hay sintonía entre la Curia General y el provincial que termina. Por último, he visto que cuando no se quiere disgustar a nadie, se vetan en la consulta de provincia o en Roma a los candidatos que algún grupo no quiere, y se termina eligiendo a alguien cuyo mérito es no tener detractores, pero que quizás no tiene condiciones para la tarea.
63. 3) Hay muchas tipologías sobre líderes organizacionales. Una de ellas habla de tres categorías: 1. los que lideran el crecimiento y desarrollo de las organizaciones; 2. los que lideran la estabilidad; y 3. los que lideran la decadencia. En la Compañía de Jesús, tristemente, llevamos mucho tiempo administrando la decadencia y se eligen superiores con el tercer perfil para llevarla adelante. Ese tipo de superiores se distinguen por no ser exigentes; por no tomar iniciativas y solo reaccionar a lo que ocurre, sin adelantarse a las situaciones. No sueñan ni proyectan. No se distinguen por su celo apostólico. Sus expectativas, con respecto a sus súbditos y las obras son muy bajas. Son pasivos frente a la historia, esperando que ésta haga su trabajo. Es asombroso el tiempo que se pierde en la orden haciendo planificaciones, documentos y proyectos, y lo poco eficientes y eficaces que son para revertir la situación de decadencia que vivimos. La Compañía hoy no favorece la iniciativa, creatividad, innovación y arrojo de sus miembros, y por tanto, no hay demasiados candidatos de esas características para ser superiores o directores de obra. Cuando uno estudia a los jesuitas del siglo XIX, que sufrieron todo tipo de expulsiones, persecuciones, campañas difamatorias, etc., y ve la extraordinaria obra evangelizadora que llevaron adelante en poquísimos años, se admira de la capacidad que tenían para la acción apostólica. Ese empuje hoy se ha perdido casi completamente en Occidente, y no se busca desde el gobierno general revertirlo nombrando otro tipo de líderes.
64. 4) El paradigma de autoridad actual, no explicitado, es el del Rey de El Principito de Saint-Exupéry, aquel que le enseñaba que solo se debían dar órdenes razonables y cuando las condiciones estuviesen dadas. Cuando el Principito le pide que haga ponerse al sol, el rey le dice que así lo mandará cuando sea la hora del anochecer. Con frecuencia los superiores terminan decidiendo cuando ya no hay otra cosa que hacer, lo cual suele ser tarde. Falta liderazgo y coraje para gobernar. Por poner un ejemplo. Desde mediados de la década del 80 en Uruguay estaba planteada la necesidad de que la provincia se uniese con otra, pues tenía muy pocos miembros y ser una provincia le implicaba tener que disponer de provincial, curia, noviciado, casa de estudiantes, etc. El provincial de entonces se lo planteó con claridad al general Kolvenbach. ¿Cuándo se resolvió? Veinticinco años más tarde, en 2010, cuando ya era una situación insostenible y no éramos ni cuarenta jesuitas en Uruguay. Aún con el atraso de un cuarto de siglo para resolver el asunto, hubo quien alabó la decisión del general Nicolás como un hecho de coraje y sabiduría. Hoy hay varias provincias en Latinoamérica que están en la misma situación, pero las decisiones no se toman, pues aún hay algunas resistencias y nadie quiere pasar por autoritario.
65. 5) En el pasado los vínculos entre las distintas instancias de gobierno, superior de comunidad, provincial, asistente, y general, eran bastante formales y el conocimiento mutuo era escaso. Hoy, con las posibilidades de encontrarse con frecuencia y la “reunionitis” que se ha apoderado de la orden, los vínculos son mucho más horizontales y cercanos. Eso tiene aspectos positivos indudables, pero repercute negativamente en otros. El “compadreo” que se da con frecuencia entre los superiores, no facilita que los súbditos puedan apelar a instancias superiores con confianza.
66. 6) La selección de los superiores, que como he señalado tiene algo de “cooptación”, repetidamente comete errores importantes, que luego sufren las comunidades y provincias. En la selección de los superiores hay que tener particular cuidado con la madurez espiritual y capacidad intelectual de los candidatos. He escuchado bastante, cuando se cuestiona a algún superior o director de obra por su falta de idoneidad, que es una buena persona. Mi respuesta es siempre: -“Eso se le supone, pero qué otras cualidades tiene”. Realmente llama la atención que se nombre para llevar adelante una provincia, una comunidad o una obra, a jesuitas que carecen de las cualidades personales e intelectuales necesarias para la tarea, y se crea que la bondad y rectitud personal son suficientes para ello. Me consta que en los últimos veinticinco años cinco provinciales de América Latina han abandonado la Compañía, tres de ellos con gran escándalo. Desconozco si ha habido más casos en América Latina u otros lugares del mundo. A ellos se les puede sumar maestros de novicios, rectores de colegio o universidad, superiores y formadores de escolares, etc. También a los que han quedado “quemados” en esas posiciones, pues no estaban preparados para ellas. Como persona que se dedica a la gestión desde hace veinte años, soy consciente de que en la selección de personas se pueden cometer errores, por bien que se quiera hacer, y hasta los más calificados headhunters y líderes los cometen. Sin embargo, hay que tener presente que en la Compañía pasamos muchos años y se lleva registro de informes, actuaciones y pareceres sobre nosotros. Creo que se debería revisar en serio el sistema de selección de superiores, porque el modelo tradicional no parece que sea el que mejor se adapte a la situación. Y, sobre todo, se debería ser mucho más rápido para rectificar un error y no esperar a que cumpla los seis años de mandato para cambiar a un superior o director de obra inadecuado. Hay algunos que muestran su incapacidad a los pocos meses de empezar y no es justo para los súbditos, ni bueno para la misión de la Compañía sostener a alguien en una tarea para la que no está capacitado.
67. 7) Tenemos demasiadas comunidades y obras y un número insuficiente de jesuitas con condiciones para liderarlas. La excusa de muchos provinciales y a veces de los asistentes, es que se nombró o mantiene a alguien en determinada posición porque no hay otro que pueda sustituirlo. Eso puede pasar en el corto plazo, pero si no hay jesuitas capacitados para el gobierno de provincias, comunidades y obras, se debe reducir el número de ellas. Tenemos un 59% menos de jesuitas que hace cincuenta y siete años, pero me animaría a decir que claramente no hay ni cerca esa misma reducción de comunidades y obras. Lo hemos querido ir justificando con la apelación a los laicos como compañeros de la misión de Cristo y otras mil formulaciones que cambian cada pocos años. No es cierto. En primer lugar, porque las obras en donde no hay jesuitas o los hay de manera muy reducida, no son obras que mantengan la impronta de la Compañía. El tener algunos “valores” y una retórica ignaciana no las hace verdaderamente jesuitas. Uno o dos jesuitas en obras que integran a miles de personas, no logran mantener nuestra identidad en un nivel profundo y consistente. A eso hay que sumarle que muchas veces los jesuitas encargados no tienen ni la personalidad, ni la formación para liderar esas instituciones. Estamos quemando a muchos jesuitas por imponerles tareas para las que no tienen subiecto. Varias veces he discutido con un compañero jesuita sobre el asunto. Criticamos a compañeros por no hacer bien su trabajo y estoy convencido ahora (antes no lo veía así), de que la culpa no es de ellos, sino de la Compañía, que los pone en posiciones y tareas para las cuales no están preparados o no tienen condiciones.
68. .8) No preparamos a los superiores y directores de obra de manera adecuada. Cuando era junior recuerdo que un formador nos decía que estaba convencido de que cualquier jesuita, con la formación básica de la Compañía (noviciado, juniorado, filosofía y teología) estaba preparado para cualquier tarea que se le encomendase. Ya en ese momento esa opinión me parecía un disparate, aunque algunos compañeros juniores la defendían. En los hechos nos encontramos que muchas veces se gobierna con esa convicción y vemos rectores de colegio que no saben nada de educación, rectores de universidad sin doctorado y que desconocen el mundo universitario, párrocos que nunca trabajaron en una parroquia, etc., etc., etc. Creo que antiguamente eso era relativamente posible por las siguientes razones: las organizaciones eran bastante estables y estructuradas; había menos competencia; la mayoría de los que trabajaban en ellas eran jesuitas y tenían voto de obediencia; la propia y larga formación jesuita daba un conocimiento de las instituciones. De alguna manera era el modelo que también tenían las empresas familiares o tradicionales. Uno podía entrar de cadete y llegar a gerente general, aprendiendo todo dentro de la organización. Ese mundo ya no existe. Hoy las organizaciones, todas ellas, incluidas las congregaciones religiosas y sus obras, son mucho más complejas y cambiantes que en el pasado. Requieren una preparación personal, académica y profesional mucho más elaborada. No puede pasar que un jesuita llegue a un cargo de liderazgo, ya sea ad intra o ad extra con la solo formación filosófico-teológica en lo intelectual, y del noviciado y la tercera probación en lo personal. Hoy hacer un MBA (Master en Business Administration) debería ser un requisito básico para cualquiera que ocupe altos cargos de gestión y autoridad, sobre todo porque esos programas universitarios actualmente son mucho más una formación en liderazgo que una preparación empresarial. Es cierto que hay personas que tienen personalidad y talento para el management sin haberse preparado, pero aún esos, entre los cuales me incluyo, lo habrían hecho mucho mejor si hubiesen tenido formación previa y no solo la que se recibe con la experiencia. Por supuesto que es legítimo preguntarse y cuestionar si corresponde que sacerdotes religiosos tengan que hacer un MBA. Es cierto, quizás deberíamos dedicarnos a lo más específico de nuestra vocación, que es el anuncio del evangelio y el servicio a la Iglesia. Pero si queremos llevar adelante obras educativas, sociales y apostólicas que implican un grupo importante de personas, bienes y medios económicos, tenemos que tener formación. Lo que no es de recibo es que sin formación pretendamos realizar tareas para las cuales no estamos preparados. Podemos dedicarnos a ser capellanes, párrocos, operarios, misioneros, predicadores y profesores, pero entonces dejemos las obras en manos de otros que estén capacitados para ello. Eso incluye no seguir sentándonos en patronatos, directorios y consejos, porque para eso también se necesita formación y experiencia específicas.
69. 9) Unido a lo anterior, pues también se refiere a la preparación de superiores y formadores, está el tema de la formación moral de estos. Un superior o un formador, tiene que tomar decisiones trascendentes sobre otras personas, que involucran su vida y vocación. Eso requiere, además de la formación intelectual y espiritual, una estructura y fundamento ético sólido, que no debe darse por supuesto. El emotivismo moral, que tanta fuerza tiene en nuestra cultura y civilización, también se ha metido en la Iglesia y la Compañía. Una moral católica razonable, iluminada por la fe y consistente, es necesaria para ejercer el gobierno religioso. Lamentablemente, me he encontrado en mi vida de jesuita con algunos superiores y formadores que tenían una base moral débil, emocional, falsamente misericordiosa. Por ese motivo, no podían tomar las decisiones necesarias para llevar adelante su tarea, causando un daño muy grande a la Compañía, a las personas y a las obras.
70. 10) La organización jerárquica de la Iglesia es de carácter sacramental, pues los obispos, aunque son nombrados por el Papa, tienen autoridad per se, por la sucesión apostólica y por haber recibido la ordenación sacramental como obispos. Un obispo no es un delegado del Papa. El caso de la Compañía es muy distinto. Los provinciales son nombrados por el General y son delegados suyos para el gobierno de un parte de la Compañía. Sin embargo, a veces parecería que actúan como si fuesen obispos, aunque su mandato dure seis años. En la Compañía debería haber una continuidad mucho mayor a lo largo del tiempo, independientemente de quién sea el provincial de turno. Quizás en algunos lugares sea así, pero en otros no. Cambia el provincial y parece que cambian las prioridades, el estilo de formación y los criterios. Creo que eso tiene que ver con un debilitamiento del liderazgo de la Curia General de la Compañía. La frase jesuítica de “que de Roma viene lo que a Roma va”, en gran medida creo que es cierta. Por lo menos esa es mi experiencia. En el gobierno de la orden se abusa de esa cita de las Constituciones que habla de que se hagan las cosas según «tiempos, lugares y personas», y se confunde con las manías y hasta caprichos del provincial de turno. Hoy los medios de comunicación y la facilidad para viajar permitirían tener una organización mucho más unificada a nivel mundial y regional. Supongo que la creación de las conferencias de provinciales tenía ese objetivo, pero para mí sus frutos, después de veinticinco años de experiencia, muestran que son más instancias burocráticas y de creación de documentos, que auténticos dinamizadores del apostolado y la colaboración entre las provincias. La Compañía debería aprender mucho de la multitud de organizaciones internacionales que existen hoy, empresariales, intergubernamentales, sociales, etc. De algunas para aprender cómo no hay que hacer las cosas, porque funcionan francamente mal y son muy ineficientes; de otras para aprender cómo se pueden lograr mejores resultados. Eso implica una Curia General con mucho más liderazgo e iniciativa. Al mismo tiempo, si van a seguir existiendo las conferencias regionales, sus presidentes deberían tener autoridad real por encima de los provinciales. Sino, es mejor no tenerlas. En el caso de la CPAL, que es la que me toca y conozco, mi impresión es que su trabajo de más de veinte años ha sido francamente pobre e ineficiente. Dedicamos un puñado de jesuitas en la plenitud de su tiempo apostólico a generar documentos que pocos compañeros leen; a participar en reuniones a las que pocos quieren asistir, y a sugerir cosas, sin demasiada capacidad para llevarlas adelante. Lo único significativo que lograron concretar fue la creación de los tres teologados regionales, de los cuales tuvieron que cerrar uno, y en por lo menos dos de ellos, los problemas de gestión y formación han sido enormes y han dejado bastante que desear.
Capítulo V: Pobreza Confusión e ideología
71. El voto de pobreza, en la vida religiosa en general, y en la Compañía, ha sido considerado un elemento esencial. En la generación fundadora de la orden fue un tema tratado, discutido y muy rezado. No deja de ser significativo que lo poco que se conserva del Diario Espiritual de San Ignacio tenga como temática principal el discernimiento sobre el régimen de pobreza de la Compañía. En el siglo XVI la falta de pobreza y la corrupción vinculada con ella, era una de las causas principales de la crisis de la Iglesia, del nacimiento de la Reforma protestante y de la decadencia de muchas órdenes religiosas. Por ese motivo, la misión de la orden se expresó como praedicare in paupertate. La pobreza religiosa fue considerada fundamental para nuestro apostolado y a eso se debe la insistencia de San Ignacio en la gratuidad de nuestros ministerios, la negativa a los estipendios, rentas y viáticos para los profesos de la Compañía. Hasta los colegios de la orden eran gratuitos antes de la supresión de 1773, exceptuando los internados. Todavía en el siglo XIX, cuando se abrían colegios en América, se discutía si se podía cobrar matrícula o no, aunque la falta de rentas y propiedades productivas, volvió necesario recibir un pago por el servicio educativo para poder subsistir.
72. ¿Eran los jesuitas austeros y pobres antes de la C.G. 31? Responder sí o no, de ninguna manera puede ser adecuado. Son muchos años, muchas personas y muchas situaciones diferentes. Los clichés abundan y son parte del mito antijesuita: inmensas propiedades y bienes, poder, vínculos con el poder, colegios para la nobleza y la burguesía, muchas vocaciones entre los hijos de las clases acomodadas, grandes bibliotecas, laboratorios y edificios. Recuerdo un personaje de Angela´s Ashes, de Franck McCourt, que daba grandes limosnas para asegurarse misas y la salvación eterna después de su muerte, pero que no las daba a los jesuitas de Limerick, porque sabía que en ese caso el dinero terminaría en una buena botella de vino. Sería interesante que algún historiador estudiara cómo se vivía la pobreza en la Compañía de los diversos lugares y tiempos. Lo que sí creo es que hasta no hace mucho la pobreza de la orden se vivía como una virtud evangélica y ascética, que implicaba tener todo en común, no cobrar por el trabajo apostólico y ser austeros en el tenor de vida. Los que llegamos a vivir muchos años con compañeros que ingresaron antes de 1965, nos cansamos de escuchar cuentos y anécdotas sobre la vida dura, austera e incluso de necesidad, en los noviciados y escolasticados. El frío que les producía sabañones, la comida de cuartel, la poca ropa que les daban, los ayunos y las abstinencias de cuaresma, la austeridad para viajar y la necesidad de “mendigar” para conseguir becas o ayudas para estudiar. Probablemente la situación no fuese igual en todas las provincias. Los europeos sufrieron durante años las estrecheces y miserias de las guerras mundiales y la guerra civil española; los que iban a tierras de misión no tenían instituciones que los protegieran. A eso hay que sumar que la abundancia de vocaciones generaba pobreza, pues eran decenas y cientos de novicios y escolares a los que alimentar, vestir y educar durante diez, doce o catorce años, hasta que empezaban a tener ministerios y recibir limosnas o retribuciones.
73. Sin embargo, una cosa es la realidad y otra la imagen. Los grandes edificios, colegios, universidades, noviciados, escolasticados e iglesias, daban una imagen de vida regalada y riqueza. Desde el siglo XVII por lo menos, venían las acusaciones contra la pobreza de los jesuitas, pero la orden había resistido bastante las críticas y hasta comienzos de los 60 siguió construyendo grandes casas de formación. Creo que fue a partir de la CG 31, cuando entraron en la Compañía las críticas de los enemigos de la orden. La pobreza se comenzó a mezclar con el espíritu de la época, que unía el compromiso con los pobres, el deseo de realización personal, el cuestionamiento de la ascética tradicional, el progresismo liberal y el izquierdista, que a veces son enemigos entre sí, pero otras se unen curiosamente. Este movimiento llevó al abandono de los escolasticados en Occidente, que se transformaron en casas de ejercicios y enfermerías o se vendieron. Aparecieron las pequeñas comunidades[33]. Se cuestionó que las comunidades compartieran su economía con las obras apostólicas, partiendo de la premisa de que la comunidad vivía “a costa” de la obra rica, cuando en realidad ha sido y aún es en algunos lugares, lo contrario. El trabajo austero, sin salarios ni horarios, de cientos de jesuitas mantuvo a flote innumerables obras. Esta situación llevó a lo que aparece en el decreto 12, numeral 7 de la CG 32, recogido en el número 178 & 1, de las Normas Complementarias:
En este mundo nuestro, en que tantos mueren de hambre, nadie puede apropiarse con ligereza el título de pobre. Cabe, quizá, lamentar que el lenguaje no disponga de un vocablo más adecuado para designar esta característica de la vida religiosa, ya que el término “pobreza” designa realidades no unívocas. La pobreza religiosa habrá de hacer un serio esfuerzo por reducir a un mínimo el consumismo, en vez de dejarse llevar por él. Es absolutamente imposible amar la pobreza y experimentar sus inefables consolaciones, sin sentir algunos de sus efectos reales. El tenor de vida en nuestras comunidades no debe superar el de una familia de condición modesta, cuyos miembros en edad laboral forzosamente han de trabajar con diligencia para sustentarla. Qué exigencias concretas se deriven de este principio, toca a individuos y comunidades discernirlos en una deliberación sincera con sus superiores. Examínense, por consiguiente, con seriedad los capítulos de comidas, bebidas, vestuario, habitación y, sobre todo, viajes, recreos, automóviles, villa, vacaciones, etcétera. Indáguese también sobre el ocio de algunos, una ociosidad, a veces, que difícilmente podría disfrutar un rico.
74. El texto, que no de deja de ser un decreto, es curioso por explicitar la dificultad de usar un término equívoco como “pobreza”. Al decirlo, parece que quieren señalar que la pobreza religiosa no es la pobreza real o la que estudian los sociólogos. Sin embargo, luego lo vuelven a confundir y desde entonces en esa estamos. Decir que «el tenor de vida en nuestras comunidades no debe superar el de una familia de condición modesta», hace que se piense que la pobreza religiosa de la Compañía debe ser como la situación de una familia pobre o modesta, socio- económicamente hablando. Quizás esa fuese la intención de los congregados y de quienes votaron en la CG 34, de 1994, incorporarlo al derecho de la Compañía en las Normas Complementarias. La realidad es que más del 90% de las comunidades y jesuitas que he conocido en mis treinta y seis años en la orden, viven por encima del nivel de una familia modesta o pobre. He conocido muchas comunidades ubicadas en barrios pobres, pero en prácticamente todas ella el tenor de vida era significativamente superior al resto de la población vecina, porque incluso en el caso de que la vivienda fuese similar, los otros elementos de vida eran más elevados: automóviles, servicio de salud, servicio doméstico, vacaciones, vida cultural, estudios, etc. Las pocas experiencias que he conocido, que correspondían al nivel socio-económico de un barrio pobre, no han tenido continuidad después de algún año. La realidad es que la mayoría de los jesuitas en los países que he visitado, vivimos como la clase media o la clase media alta. En algunos casos, minoritarios, como la clase alta. Si bien a finales de los 60 y comienzos de los 70, se dejaron gran cantidad de edificios, la realidad es que he estado en muchas comunidades construidas o reformadas desde entonces, que están lejos de poder ser consideradas modestas.
75. La pobreza religiosa es una virtud, no una condición socio-económica. El tener todos los bienes en común, el no elegir los ministerios considerando los ingresos, el estar disponibles y dispuestos a un día estar en una posición destacada, con un buen salario, y al siguiente en una posición humilde, en un lugar pobre, es pobreza religiosa. El brindar nuestra vida sin esperar retribución es pobreza religiosa. La austeridad en el vestir y en el estilo de vida es pobreza religiosa. La pobreza es un desafío permanente para un religioso de hoy, más difícil que en el pasado, porque tenemos muchos más medios, porque no hay muchos novicios y escolares a los que mantener, porque nuestros salarios son muchas veces altos, y porque el medio en que nos movemos con frecuencia nos lleva al consumismo y la vida cómoda. Trabajar ascéticamente la virtud de la pobreza es lo que nos puede ayudar, pero no los discursos progresistas y setenteros. Mantener la frase de que nuestro tenor de vida debe ser el de una familia modesta es chocante para nosotros mismos y para quienes nos escuchan decirlo y ven cómo vivimos. Decía el texto del Decreto 12, «en este mundo nuestro, en que tantos mueren de hambre, nadie puede apropiarse con ligereza el título de pobre», y agregaría también, el de «familia modesta». La incongruencia entre discurso y realidad es muy grande y no es consecuencia de ser incoherentes y pecadores. Nuestra pobreza religiosa, que no es la de los hermanitos de Jesús o la de los franciscanos, aunque la vivamos con fidelidad, no se corresponde con el tenor de vida de una familia modesta, a nos ser que hagamos malabarismos retóricos, interpretando lo que significa “modesta” para que se acomode a nuestro tenor real. Por supuesto que en la Compañía hay faltas contra la pobreza a nivel personal, comunitario y provincial. Yo soy el primero en cometerlas. Sin embargo, no vamos a crecer en verdadera pobreza mientras lo que tenemos escrito sea irrealizable y la inmensa mayoría no lo desee. Creo que nuestro tenor de vida es sensiblemente mejor que antes de 1974, cuando se celebró la CG 32, y eso es muy malo para nosotros como orden religiosa. Creo que no es con discursos sobre los pobres que vamos a cambiar. Apelar a la virtud religiosa de la pobreza y tomar medidas concretas para ayudar a vivirla a nivel personal y comunitario es el camino.
76. Hay otros aspectos de nuestro régimen de pobreza que creo que no están funcionando bien. Aunque los estatutos de la pobreza han sido actualizados, aún tienen mucho que ver con un modelo de vida religiosa de otra época, en la que se vivía más de limosna y rentas que de salarios e inversiones. Probablemente no sea la situación de todas las provincias y algunas tengan más profesionalizada la administración, pero me consta por experiencia directa que, en muchas comunidades y algunas provincias, la gestión económica de los bienes es muy ineficiente y poco profesional, aunque tengamos contadores, presupuestos y balances. Tenemos que tener claro que no somos una pequeña empresa, ni siquiera somos una empresa mediana. En la mayoría de los países manejamos instituciones con cientos de empleados y la inmensa mayoría de los jesuitas dedicados al gobierno de esas instituciones y comunidades no tiene los elementos mínimos de formación empresarial para entender de contabilidad y tomar decisiones. Es cierto que hay personal especializado, aunque no siempre, sobre todo en las comunidades, pero quienes tienen la última palabra en la dirección de esas instituciones y comunidades, tienen que entender lo básico de la administración económica y la formación humana y profesional para poder tomar decisiones que nos son fáciles ni agradables. Una persona, un jesuita, incapaz de despedir a un empleado de manera profesional y ética, no puede estar a cargo de una organización, y he conocido a muchos en esa situación. Un jesuita que maneja las obras para hacer beneficencia personal, no puede estar a cargo de una institución, y todos conocemos experiencias repetidas de compañeros que contratan a personas no capacitadas o en exceso, para ayudarlas, perjudicando la misión apostólica de la institución. Los controles provinciales y de Roma, en demasiadas ocasiones no funcionan, o porque son burlados con facilidad, o porque para evitar el conflicto o que quede mal un compañero, se disimulan, se tapan o se niegan. El recelo hacia lo empresarial y sus reglas, nutrido de caridad indiscreta y en algunos casos, de ideología anticapitalista larvada, no ayuda a asumir que si tenemos bienes, obras, empresas educativas y empleados, hay que administrarlos ética y profesionalmente. Quizás en algunos países, con buenos controles estatales y leyes que regulan adecuadamente las relaciones laborales y la gestión administrativa, eso no se dé, pero en otros países sí ocurre. No hablo de corrupción, sino de incompetencia y falta de controles de calidad.
77. Otro aspecto que me preocupa, e insisto, no sé si se da en todas las provincias, es la opacidad de la información económica frente al conjunto de los miembros de una la orden. Llevo treinta y seis años en la provincia uruguaya, que desde 2010 es provincia argentino-uruguaya. Considerando solo la Compañía en el Uruguay, tengo que reconocer que nunca he sabido a ciencia cierta o aproximadamente, que bienes tiene la provincia, qué inversiones y rentas, y cual es la situación contable de esta parte de la Compañía. Mucho menos sé lo que hay en Argentina. ¿Es lógico y deseable que los jesuitas, fuera de los encargados del gobierno en un determinado momento, ignoren cuál es la situación patrimonial y contable de la provincia? Obviamente que uno se va enterando de cosas por comentarios de compañeros, por laicos que saben, por algún informe incompleto en un encuentro de provincia, pero eso no es lo que parece necesario para que el cuerpo de la provincia asuma su responsabilidad en la marcha general. En la cultura de la Compañía no está bien visto preguntar estas cosas, mucho menos exigirlo, pero la transparencia y el conocimiento compartido generan compromiso y responsabilidad. Vivir la pobreza religiosa tiene que ver con hacerse cargo del sostenimiento propio y de los compañeros, así como de la caridad con los necesitados y con las obras. El ocultamiento y la opacidad, como nos enseña San Ignacio en las Reglas de Discernimiento de Espíritus, no es del Buen Espíritu, y no ayuda a los que tienen que administrar y gobernar. A veces parece que ocultando o informando defectuosamente se es discreto y se evitan consecuencias negativas, pero en realidad es algo que perjudica los vínculos entre superiores y súbditos, genera desconfianza y provoca conductas que llevan a la mentira, el disimulo o la irresponsabilidad. La transparencia y la información confiable de parte de los superiores, estoy seguro de que redunda en mayor transparencia, sinceridad y responsabilidad de los miembros de la orden.
78. Aunque parezca algo menor, casi una anécdota, creo que no lo es por lo que refleja de mentalidad y falta de profesionalismo. En por lo menos tres provincias de América Latina, en 2022, no se permite a los jesuitas tener tarjetas de crédito, aunque tengan más de cuarenta años y hayan terminado su formación. Esto no es normal en Europa y Norteamérica, pero sí en nuestros países. Los argumentos oficiales no los conozco, pero resulta bastante ridículo que sacerdotes adultos, dedicados al apostolado del siglo XXI, no tengan un instrumento que se requiere para tomar un Uber, comprar un libro por Amazon, pagar una consulta médica que se reserva on line, o sacar dinero de un cajero automático. El argumento de que es un “símbolo” el no tener una tarjeta de crédito, en el caso de los jesuitas, es pueril. Por otro lado, si está bien organizado, es un excelente medio de control de la pobreza. Lo peor de la situación es que ni siquiera es una medida pareja para todos los jesuitas de las provincias en que se aplica, pues hay jesuitas que sí tienen tarjetas de crédito con la excusa de que es corporativa o porque las sacan sin permiso de los superiores y nadie se atreve luego a llamarles la atención, aunque se sepa. Este tipo de situaciones, que son agravios comparativos flagrantes, se dan en muchos aspectos de la vida de pobreza de la Compañía y generan sentimientos de resentimiento, celos e injusticia, que los superiores deberían atender y sanar con más justicia.
Capítulo VI: Castidad y cura personalis
79. Las Constituciones de la Compañía dicen escuetamente que «lo que toca al voto de castidad no pide explicación, constando cuán perfectamente deba guardarse procurando imitar en ella la puridad angélica con la limpieza del cuerpo y mente»[34]. ¡Bendito siglo XVI en que así se podía dar por tratado un voto entero! Los seres humanos seguro que eran iguales a nosotros y vivían las mismas pasiones y tentaciones, cometían los mismos pecados, y podían ofrecer a Dios su vida en castidad y celibato como ahora. Lo que no tenían que hacer era lidiar con todo lo que sabemos a partir de Freud y muchos otros, ni con el desmoronamiento del edificio moral de nuestra época, la ideología de género, el hedonismo como valor social por encima de la entrega y el sacrificio, etc., etc.
80. No puedo decir mucho sobre la vivencia de la castidad en la Compañía de hoy. No he sido nunca formador de jesuitas, muy poco tiempo he estado como superior de jesuitas formados y por tanto no he recibido cuenta de conciencia; no he sido consultor de provincia, que a veces tienen que tratar con estos temas; no me he dedicado a la dirección espiritual ni a dar ejercicios a jesuitas, ni siquiera a confesarlos. Por todo eso, y sinceramente, tengo poquísima idea de cómo viven su celibato y castidad mis compañeros. Me podrán preguntar qué pasa con mis amigos. Mi experiencia es que la castidad, y por vinculación directa, la sexualidad, siguen siendo un tabú en la orden, como lo eran en el siglo XVI. En mis años de Compañía he conversado en contadísimas ocasiones de este tema con formadores, directores espirituales y superiores; muchas menos con compañeros. Siempre han sido charlas delicadas, muy breves, y diría que incómodas para ambas partes. En el noviciado, en el mes Arrupe o en la tercera probación, era un tema que se abordaba, pero con charlas, con material, racionalmente, pero evitando la apertura o el compartir personal. No creo haber recibido nunca un discurso represivo o culpabilizador, pero no era algo que pareciera que la gente quería conversar. Quizás eso sea distinto en generaciones posteriores. Alguno me ha contado que en su grupo de amigos jesuitas más cercano hablan de cómo viven el celibato y la castidad. Esa no ha sido mi experiencia y creo que tampoco la de mi generación. No es tampoco un tema del que hablen los superiores o haya documentos cada tantos años. Creo que el último fue el decreto 8 de la CG 34, hace veintisiete años.
81. Escribiendo este ensayo un ex jesuita de mi provincia, de mi edad, pero que entró algunos años después de mí a la orden, publicó unas memorias en la que con lujo de detalles relató como durante los doce años que fue jesuita llevó una doble vida, no guardando la castidad. Reconozco que aunque somos pocos en la provincia y de alguna manera era mi contemporáneo, aunque solo vivimos juntos unos meses en 1995, nunca supe nada de su doble vida. Aún así, me cuesta pensar que formadores y superiores, en Montevideo y Roma, donde vivió varios años, no supiesen nada, aunque llegó a ser ordenado sacerdote. Esas cosas no deberían de pasar si tuviésemos una vida comunitaria más ordenada y articulada, pero parece que pasan. Por otra parte, he escuchado varios relatos de hace pocos años, de situaciones en alguno de los teologados de América Latina, que hablan de faltas a la castidad o de desórdenes afectivos graves por parte de teólogos, que eran conocidos y tolerados por formadores y superiores. No termino de saber si cuando yo era teólogo esas cosas ocurrían y no me enteraba, o es una situación que se ha extendido más tarde.
82. La castidad es una temática que deberíamos trabajar más, espiritual, ascética y psicológicamente. Sigo convencido de que el celibato por el Reino es un llamado del Señor y que es posible, pero hay que sostenerlo muchos años. Tiene que ver con la sexualidad, pero también con una vocación religiosa bien fundada, con comunidades que forman para la soledad y la convivencia, con una vida espiritual y sacramental genuina, con la madurez afectivo-sexual que no hay que dar por hecha y obvia. No sé si el gobierno general y cada provincial en su región saben cómo sus súbditos viven el celibato. Nunca un provincial me ha preguntado al respecto en la cuenta de conciencia. Alguna vez he dicho algo, muchas otras no. No sé como hacen, entonces, para conocer la situación. Insisto, no sé mucho sobre el tema, pero creo que sigue siendo un tabú y eso no es bueno.
83. Cura personalis: Muy vinculado con el tema de la castidad y el celibato es la vivencia personal y la madurez de cada jesuita. Recuerdo que poco antes de ordenarme, viviendo en el teologado de Madrid, hice algún comentario poco afortunado sobre la mayor “libertad” que podría disfrutar al recibir las órdenes. Mi superior de entonces, que es uno de los jesuitas que más me ha influido, que tenía unas maneras con frecuencia bastante hoscas, me preguntó duramente: “¿Sabes qué es lo único que cambia cuando a uno lo ordenan sacerdote?”, a lo que no supe contestar. Y añadió: “Que ya nadie te va a corregir, y eso no es bueno”. Reconozco que en aquel momento no entendí demasiado qué significaba esa respuesta. Pasados más de veinte años desde entonces, creo que por mi propia experiencia y por la de muchos compañeros, lo pude entender. Durante la larga formación, desde el noviciado hasta la ordenación y quizás la tercera probación, de alguna manera tenemos formadores y superiores, se piden informes sobre nosotros, recibimos feedback sobre nuestra características, virtudes y pecados, cualidades y defectos. Después eso se va haciendo cada vez más raro y con muchísima frecuencia desaparece. Alguno podría pensar que es lógico, pues se supone que maduramos y siendo sacerdotes adultos ya no necesitamos ese tipo de contraste y apoyo. Sin embargo no es así.
84. En un mundo mucho más complejo y cambiante que en los siglos anteriores, con comunidades mucho menos estructuradas y pequeñas, sin reglas claras de acción y vida espiritual, la cura personalis no puede reducirse a una cuenta de conciencia anual con el provincial y a un superior que nos mime un poco. Mi impresión es que una vez que uno ha sido ordenado y en algún caso, cuando ha pasado la tercera probación, se le da por hecho o por malhecho y poco más se espera en cuanto a mejoras personales. Es cierto que muchas cosas se podrían haber trabajado en la formación y que el cambio frecuente de formadores, a pesar de los largos años de preparación, no ayuda a seguir procesos consistentes, pero la realidad es que aún habiéndose hecho las cosas bien en la formación, seguimos creciendo y madurando a lo largo de varias décadas y cada uno de nosotros necesita que lo ayuden en ese proceso. Por otra parte, la formación tiene algo de artificial; somos estudiantes y con frecuencia, casi adolescentes hasta bien entrada la treintena, cuando no la cuarentena en estos tiempos de vocaciones tardías. La vida real para nosotros comienza tarde y muchas veces no tenemos la madurez psicológica y afectiva para vivirla adecuadamente. Por otra parte, vivimos tiempos de cultura postmoderna, hedonismo y personalidades líquidas y frágiles. No se trata de añorar otras épocas, sino de asumir con realismo la situación actual y poner los medios para ayudar a los jesuitas de este siglo XXI a madurar y ser sólidos.
85. Es curioso que teniendo la Compañía de Jesús una tradición de más de cuatrocientos cincuenta años de cura personalis, en esta época en que las empresas hablan de gestión del talento, cuidado del capital humano, de recursos humanos, etc., etc., aprovechemos tan poco esas herramientas con los jesuitas formados. A menudo la cultura de la “etiqueta” está presente en nuestra orden. Nos catalogamos como “difíciles”, “raros”, “rígidos”, “blandos”, “inmaduros”, “emocionalmente bloqueados”, “superficiales”, “frívolos”, “duros”, “irresponsables”, “neuróticos”, “narcisistas” y un largo etcétera, que no nos permite crecer o ser cuidados como deberíamos. Si a eso unimos las etiquetas ideológicas y la tendencia racionalista y pseudointelectual de muchos jesuitas, resulta muy difícil poder aprovechar el gran capital humano, espiritual y ascético que aún tiene la Compañía. Estoy seguro de que aún siendo muchísimos menos que hace cincuenta años, si tuviésemos un cuidado mejor de unos por otros, sobre todo de los jesuitas formados, nuestra vida y apostolado tendrían un impacto mayor en la Iglesia y el mundo actual.
86. Es cierto que en la Compañía desde hace ya muchas décadas están presentes las diversas corrientes de la psicología clínica y otras formas de profundizar en el conocimiento personal, como son el eneagrama, el diario de Progoff, el coaching, las constelaciones familiares, etc. Cuando están bien utilizadas, de manera profesional y madura, pueden ser excelentes medios para el desarrollo y mejora de cada uno. Personalmente he experimentado sus beneficios y estoy agradecido por ello. Ahora bien, también he conocido muchas experiencias en la orden en las que esas herramientas han sido mal utilizadas, de manera poco profesional y como sustituto a cuestiones que deberían manejar los formadores y superiores. Psicologizar la vida religiosa, como ha pasado mucho, no es un buen camino, como no lo es, tampoco, psicologizar la vida familiar. La cura personalis no es sustituible por terapias, por buenas que estas sean, como no es sustituible la paternidad, maternidad o cuidado conyugal en una familia. Hay que evitar el recurso fácil de enviar a alguien a terapia, en lugar de hacer el esfuerzo por conocer, escuchar, acompañar, desafiar y brindar una estructura comunitaria y afectiva adecuada a un compañero, para que lleve adelante su vida y vocación religiosa.
87. Hoy, más que en los siglos pasados, tenemos herramientas para ayudarnos a ser más maduros, equilibrados y sanos psicológica y afectivamente. Creo que las usamos de manera poco profesional y sistemática. Los formadores y superiores de comunidad, así como los superiores mayores, deberían de recibir una formación en gestión humana y cura personalis mejor que la que hoy tienen, y no se trata de formación para la dirección o acompañamiento espiritual, pues no es lo mismo ser director espiritual que superior o formador. Tampoco se trata de que sean guías terapéuticos. Esa formación no se logra con un cursillo de una semana, como el que reciben los provinciales en Roma o los superiores de algunas asistencias. Se necesita una formación consistente y sólida, y eso requiere tiempo y gente bien formada que la brinde y acompañe. Difícilmente logremos sobrevivir en las próximas décadas si no encaramos en serio la cura personalis de los compañeros jesuitas, para lograr personas maduras afectivamente y castas.
88. Por sobre todos los aspectos de la cura personalis está el cuidado de la vocación religiosa y sacerdotal de los miembros de la orden. Uno puede lograr una adecuada madurez personal y afectiva y sin embargo, fallar en su vocación si no tiene una vida de familiaridad con el Señor intensa y bien fundada. El secularismo se ha metido hasta muy adentro de la vida de la Compañía y de muchos jesuitas. Sufrimos sus embates de mil maneras y son muchos los que terminan dejando la vida religiosa por falta de vida constante de oración y encuentro con el Señor. Esta debe ser una preocupación intensa de los superiores de jesuitas adultos. Saber cómo es la vida espiritual de sus compañeros y fomentarla.
89. El mismo superior de teólogos que cite en este capítulo, otro día, en el que seguro yo estaba diciendo alguna frivolidad que no recuerdo, me dijo algo así: “Como dijo el padre Jesús María Granero, desde que la Compañía abandonó la abnegación como base de su vida religiosa, las cosas han ido mal en la orden”. Recuerdo perfectamente el lugar (la cocina del teologado) y la idea, aunque no las palabras exactas. Desde entonces me ha estado rondando la vida. Esto se une a que mi maestro de novicios nos repitió infinidad de veces que San Ignacio prefería más a un jesuita mortificado, que a un jesuita de mucha oración. Los párrafos de las Constituciones que más nos machacó durante dos años fueron los números 101, 102 y 103 del Examen de las Constituciones, y sobre todo el 103:
Para mejor venir a este tal grado de perfección tan precioso en la vida espiritual, su mayor y más intenso officio debe ser buscar en el Señor nuestro su mayor abnegación y continua mortificación en todas cosas possibles; y el nuestro ayudarle en ella, quanto el Señor nuestro nos administrare su gracia, para mayor alabanza y gloria suya.
90. Quizás me equivoque, pero creo que hoy la abnegación y la mortificación, fundamentales para vivir nuestra consagración célibe, pobre y en obediencia, no son expresiones que escuchemos o leamos con frecuencia en los documentos de la Compañía. No son palabras y actitudes que gocen de popularidad en nuestra cultura circundante y estoy seguro de que por eso deberían ser mucho más explicitadas y trabajadas para el cuidado de los miembros de la Compañía. No estoy diciendo de que los jesuitas no las vivan, he conocido muchísimos jesuitas abnegados, pero no sé si es hoy un aspecto fuerte del conjunto de nuestras comunidades y provincias.
Capítulo VII: Vida religiosa
De forma paralela a la conmoción inesperada de 1968, y sin relación con ella, había tenido lugar la transformación razonable de la Iglesia a raíz del Concilio. Pero el aumento de libertad que le siguió tuvo consecuencias desastrosas para los escolasticados de la Compañía. En aquella ocasión también viví muy mal la evolución o transformación de nuestro modo de vida. La rebelión de los escolasticados me parecía absurda. Naturalmente, mi horizonte se limitaba a Francia, de donde partió la onda de choque. Pero en general, yo estaba convencido de que la Compañía tenía los nervios más sólidos y una fuerza interior capaz de superar la crisis sin ceder en nada de lo esencial. El resultado no ha sido el que yo esperaba. Gracias a Dios el espíritu se ha salvado, pero el cuerpo del espíritu, la letra, ha sufrido de forma duradera. Es una dura prueba que ha sido infringida a los jesuitas de mi generación, de la generación precedente y de la siguiente. Quizás sea carencia de flexibilidad, falta de adaptación, pero ya no se reconocen en el estilo de vida laxa que se ha instaurado, ya no reconocen a la orden que en otro tiempo los acogió.
Xavier Tilliette[35].
91. Tengo que reconocer que me cuesta escribir lo que sigue, pues me doy cuenta de que me costaría mucho que las cosas fueran distintas a como son ahora. Me refiero al estilo de vida comunitario, más conforme a lo que corresponde a la vida religiosa y menos centrado en el propio diseño de vida. Me explico. La Compañía tuvo desde su fundación un claro sentido apostólico y ministerial, distinto al de los monjes y frailes fundados con anterioridad. Por ese motivo San Ignacio no quería el coro, es decir, la obligación de reunirse cinco veces al día en la iglesia para rezar y cantar alguna de las horas canónicas. Tampoco quiso penitencias comunes. No obstante esas diferencias, una vez que la orden fue aprobada en 1540 y aumentó rápidamente el número de compañeros, las casas se comenzaron a organizar como comunidades de religiosos, con tiempos comunes, lectura durante las comidas, recreos comunitarios y visitas al Santísimo. La vida de las residencias de la Compañía hasta después del Vaticano II y la CG 31, fue a golpe de campana, muy reglamentada y uniforme. Muchas de esas costumbres las llegué a conocer en mis primeros años de jesuita, pues en las comunidades grandes y más tradicionales, se siguió usando la campana, se mantuvo la oración antes del almuerzo, los recreos después de las comidas, etc. También en mi noviciado, aunque éramos seis o siete novicios y cuatro formadores, la vida era reglamentada. Sin embargo, conforme fue disminuyendo la Compañía, falleciendo los que habían sido formados en esa estructura y las comunidades fueron cada vez más pequeñas, la vida común, las costumbres propias y la abnegación que implica ese tipo de vida, no centrada en el propio «amor, querer e interesse», por bueno y generoso que sea, la vida religiosa se ha ido diluyendo. Con frecuencia nuestros casas son más colivings de solterones apostólicos, que auténticas comunidades. No es raro que en casas nuestras los días “libres” no haya casi nadie, porque la mayoría de sus miembros ha organizado planes con amigos o familiares. Eso pasa incluso en días de fiestas religiosas importantes, como Navidad, Pascua o San Ignacio. El individualismo campea en nuestras comunidades y si hay planes comunitarios “y estoy libre, cuenten conmigo, pero si tengo un plan mejor, no me esperen”. Creo que esto no es así en todos lados, pero cada vez es más frecuente. La cultura de mi país es muy individualista, en otros lugares aún son un poco más gregarios.
92. Por poner un ejemplo. Tuve un superior, -y lo fue por doce años en la misma comunidad, en dos períodos diferentes-, que jamás estaba en la comunidad en un fin de semana, en una fiesta o en vacaciones. Lo mismo ocurría con un provincial que tuvimos. Y eso era tolerado sin cuestionamientos por la comunidad y por los superiores mayores. De esto es de lo que hablaba el padre Xavier Tilliette en 2003, refiriéndose a Francia, aunque creo que hoy es algo mucho más extendido:
Las congregaciones generales han tomado nota de los cambios que se han producido en los comportamientos, de la voluntad de independencia de sus miembros, de la permisividad que viene de la sociedad civil y que se ha difundido entre nosotros. Estas han arrinconado el tesoro de las reglas, la prioridad de las prioridades ya no es la vida religiosa comunitaria, que se ha roto a pedazos, sino la preocupación por la justicia y la predilección por los pobres. Hermoso ideal que corre el riesgo de quedarse en meras palabras y ser irrealizable para la mayoría. Cabe esperar que una nueva savia brote del discurso estimulante de los delegados, sostenido por el padre Arrupe, que un nuevo impulso saque a la Compañía del relativo torpor actual. Hasta ahora ha prevalecido el estancamiento[36].
93. Digo que me cuesta escribir sobre esto, porque me reconozco muy individualista. Tengo mucha facilidad para hacer planes con amigos y tengo muchos. Me costaría enormemente asumir un estilo de vida más comunitario y austero vivencialmente. También es cierto que eso requiere comunidades más grandes, con más juego entre sus miembros. Las comunidades pequeñas, más populares en las últimas décadas, son maravillosas cuando sus miembros ensamblan muy bien y son amigos, pero donde haya uno difícil de carácter o con una problemática de personalidad importante, la vida comunitaria puede ser terriblemente dura, un infierno. Una vida comunitaria más intensa requiere, además, un ordenamiento que no dependa del superior y ministro de turno, porque la gente necesita un encuadre más objetivo, conocido y claro. He visto como una comunidad puede pasar de ser armónica para vivir a ser tóxica, y lo contrario.
94. Lo que es cierto es que si no logramos reconstruir la vida religiosa, la Compañía desaparecerá. La consagración religiosa no es para héroes o supervivientes que logran vivir y ser fieles a pesar del desorden, la imprevisión y el desamparo afectivo. Es para personas normales, que necesitan una atmósfera vital previsible, sana, contenedora. Hoy la Compañía no puede asegurar eso a sus miembros, y no está bien.
95. En los 60 comenzó a correr una interpretación de la vida religiosa de la Compañía tal como era hasta la CG 31, que la tildaba de no ignaciana y que atribuía al generalato de San Francisco de Borja, su creación. Cuando entré a la orden en 1986 se seguía repitiendo, y en un texto reciente he vuelto a encontrar esa interpretación bien resumida:
Los jesuitas, “restaurados” y casi “conventualizados”, necesitábamos ser renovados y actualizados. Gianni La Bella, con el título de “Una Orden en fermentación”, expone algunas de las prácticas y costumbres no ignacianas que se habían ido infiltrando y entronizando en la vida y apostolados de la “restaurada”, conservadora, tradicionalista y casi “conventualizada” Compañía de Jesús, anterior al Concilio Vaticano II (1962-65). Yo entré a la Compañía de Jesús en 1957, desde una Facultad de Ciencias Sociales, en medio de una lucha nacional por salir de una dictadura política, y me encontré, entre otras cosas, con: a. Materiales no actualizados como lecturas formativas: Las Prácticas de Villagarcia (noviciado jesuita de 1577 a 1767), el Ejercicio de Perfección y Virtudes Cristianas (3 Tomos) de 1609 del P. Alonso Rodríguez,
S.J. y las Meditaciones Espirituales (varios Tomos) de 1605 del P. Luis de la Puente, S.J. fueron mis lecturas formativas durante mis dos años de noviciado. b. Un comedor (“refectorio”) donde:
- Hacíamos todas las comidas en silencio y con lectura.
- Las cuatro “clases” (sacerdotes, hermanos coadjutores, juniores y novicios), debidamente diferenciados por “la separación de clases”, que no nos permitía saludarnos, ni conversar, teníamos zonas claramente identificadas.
- Donde, de rodillas, reconocíamos públicamente nuestras “faltas”: “Hoy rompí un vaso” …
- Hacíamos “penitencias” públicas raras: Besar pies…
- No podíamos leer periódicos ni revistas seculares, ni ver televisión, ni ir al cine, al teatro…
- Referiámonos como Hermano Usted, sin mencionar nuestros primeros nombres.
- Las amistades personalizadas eran consideradas como “amistades particulares” y estaban prohibidas.
- La “terna”: Siempre de tres en tres como mínimo.
- Teníamos la “regla del tacto” que nos prohibía tocarnos fraternalmente, ni “ponernos out”, de la manera oficial, cuando en la recreación jugábamos pelota cubana.
- La Sala de Conferencias (“Pláticas”) referida como “Taller de crucificados”.
- Exclusión de toda presencia femenina en nuestro mundo formativo (profesoras o compañeras de clase) u operativo (funcionarias y empleadas).
- Un Sumario de las Constituciones que teníamos que aprender de memoria y recitarle al vecino de enfrente. Allí se resaltaba aquello de “todos sintamos y digamos lo mismo”.
- Unas Reglas de la modestia que nos enseñaban a caminar con religiosa moderación y a ordenar otras expresiones corporales.
- Al ir a estudiar filosofía en New York, me encontré que Pierre Teilhard de Chardin estaba trancado bajo llave en el “Infiernillo” de la biblioteca.
Alguien, con razón, preguntará por el cómo estas prácticas y ambientes tan extraños, que buscaban alojarse en el ADN jesuítico, pudieron ser desalojadas de la formación, del vivir y del obrar jesuítico. No fue nada fácil[37].
96. El creer que las reglas no eran ignacianas y que la Compañía se había conventualizado es desconocer la historia de la orden, algo que en los 60 era comprensible porque no había estudios al respecto, pero que hoy sabemos que no es así. El padre Arrupe, en su conferencia sobre “El modo nuestro de proceder”, del 18 de enero de 1979, le dedica los numerales 18 y 19, dos carillas, a «Las Reglas», y señala que su confección es del tiempo de San Ignacio[38]. John W. O´Malley en su popular Los Primeros Jesuitas, le dedica el capítulo 9 a las «Prescripciones para el futuro», donde trata sobre la composición y características de las Constituciones y las Reglas. Allí señala que además de las Constituciones,
Ignacio y algunos otros tenían ante la vista otros puntos particulares que juzgaban necesarios, para dar a la Compañía una forma y unos hábitos coherentes. Tras su primera visita, Nadal dejó extractos de las Constituciones, pero también “algunas reglas basadas en ellas, de modo que fuera posible acomodar las Constituciones al uso de esos colegios”. Esta fue la base de la serie de “reglas” más importante, las así llamadas Reglas del Sumario, una colección de extractos de las Constituciones con la intención de que sirvieran como un vademécum o “sumario” de sus ideales y metas. Otra colección fundamental, que se conocería como Reglas Comunes, se comenzó a elaborar incluso antes. Se inició hacia 1549 con las directrices, que redactó Ignacio para la “disciplina doméstica” de la casa profesa de Roma. Ya en 1550 estas habían sido adoptadas por algunas otras casas en otros lugares y pronto se convirtieron en parte integral del lote que explicaban los promulgadores de las Constituciones y que dejaban para su observancia. Estas Reglas Comunes eran mucho más específicas en sus normas que las Reglas del Sumario y servían en cierta medida como reglas de tráfico para las comunidades más numerosas, al tiempo que permitían a los jesuitas adaptarse fácilmente y sentirse como en su propia casa, cuando se mudaban de una comunidad a otra, de un país a otro [39].
97. Sobre las Reglas de la Modestia señala O´Malley que «En 1555, Ignacio había redactado una pequeña colección titulada Reglas de la Modestia o mejor Reglas de Conducta que, por ser el autor quien era, eran tenidas en alta estima»[40]. Lo curioso de este asunto es que, además, según las Normas Complementarias aprobadas en la CG 34, en su numeral 12 & 1 se declara que «Se presume que la Congregación General da carácter de leyes a todas las determinaciones que toma, a no ser que conste otra cosa por la naturaleza del asunto o por declaración positiva. Tales son:» y ponen en el número 3°. «Las Reglas aprobadas por autoridad de la Congregación General, a saber: las Reglas de la modestia escritas por San Ignacio». Lo que significa que las rechazadas Reglas de la Modestia siguen vigentes en la Compañía de Jesús.
98. San Ignacio de Loyola tuvo particular afición a las Reglas, lo cual queda en evidencia en el mismo libro de los Ejercicios Espirituales, en el que aparecen, además de las «Reglas para en alguna manera sentir y cognoscer las varias mociones que en el ánima se causan: las buenas para rescibir, y las malas para lanzar», de primera [313] y de segunda semana [328], las Reglas «En el ministerio de distribuir limosnas» [337], «Para sentir y entender escrúpulos y suasiones de nuestro enemigo» [344], «Para el sentido verdadero que en la Iglesia militante debemos tener» [352], y «Para ordenarse en el comer para adelante» [210]. Seis elencos de Reglas en un pequeño libro. Fue precisamente esa excelente idea de San Ignacio, de “codificar” su experiencia espiritual en Reglas, la que hizo tan fecunda la espiritualidad ignaciana en la vida de la Iglesia. La transformó en un método de oración claro, accesible, para todos los públicos. Otros grandes santos y místicos de la Iglesia, como sus contemporáneos Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, que fueron mejores escritores que San Ignacio, con una doctrina espiritual más elaborada, que los llevó a ser declarados doctores de la Iglesia, no lograron el mismo impacto que Loyola, porque no crearon un método de oración y unas Reglas de discernimiento tan prácticas.
99. Si consideramos la Ratio Studiorum de la Compañía, que fue el método educativo más extendido y exitoso de Occidente durante doscientos años, y cuyo influjo llega hasta nuestro tiempo, veremos que es un conjunto de 30 elencos de Reglas que establecen lo que hay que hacer en un centro educativo. Ese documento, que fue aprobado de manera oficial en el generalato del padre Acquaviva, se comenzó a elaborar en tiempos de San Ignacio. Las Reglas se corresponden con lo que hoy se conocen en las organizaciones como protocolos de actuación o procedimientos. Son necesarias para el buen funcionamiento y crecimiento de una asociación de vecinos, de una empresa, un hospital o una congregación religiosa.
100. Las Reglas fueron el esqueleto que sostuvo el edificio de la Compañía durante cuatrocientos veinticinco años. Si uno lee los decretos de la Compañía de las primeras treinta congregaciones generales, -que hasta donde sé solo están publicados en inglés como lengua moderna-, verá que fuera de la elección de los generales y otros oficiales mayores, y algunos problemas graves, gran parte de los decretos estaba dedicado a las Reglas y a cómo éstas se vivían en la Compañía, los cambios necesarios, etc.[41]
101. Además de las Reglas del Sumario, las Reglas Comunes y las Reglas de la Modestia, eran comunes en la Compañía las Reglas de los oficios, pues, como señala O´Malley, «muchas otras que eran fundamentalmente descripciones de oficios, fluyeron de las plumas de los primeros jesuitas, especialmente de Nadal. En Padua en 1555, por ejemplo, dejó reglas para los escolares, para el maestro de novicios, para los novicios, para el rector, para el comprador, para el ecónomo, y para varios otros. Como le dijo en esta ocasión a Ignacio, con cierta modestia, “no he dudado en proveerles de más reglas”»[42].
102. ¿Qué pasó con las Reglas en la CG 31? La congregación le dedicó a la «Vida de comunidad y disciplina religiosa» el decreto 19. En el apartado sobre Disciplina Religiosa trata sobre las Reglas. Allí las define de la siguiente manera: «La vida de la Compañía, su actividad, y más en concreto la vida de comunidad, como una “con-spiratio” de todos los miembros, nacida de la caridad, debe definirse y ordenarse por Reglas, conforme a la mente del Fundador y según los deseos de la Iglesia. Reglas que no sólo son una defensa de la caridad y un signo de la unión de los miembros, sino que constituyen a la vez una ayuda efectiva a la debilidad humana, un estímulo de la responsabilidad individual y una coordinación de las actividades de todos para el bien común» (n. 9). Luego se extiende en afirmar lo fundamentales que son las Reglas para la vida religiosa, «porque las Reglas señalan el camino de un amor concreto, constante y personal, y el modo común de nuestro servicio a Cristo y hacia Cristo» (10). La observancia de las Reglas «es además camino de perfección humana, porque tal observancia ni es un formulismo vano ni una “alienación”; todo lo contrario, al exigir a veces la renuncia y abnegación de cosas valiosas, por las que nos asociamos a Cristo, lleva a una sólida madurez personal» (11). A los superiores les pide que den el ejemplo en observarlas y señala que «su deber principal es formar a los súbditos, en especial a los más jóvenes, para una progresiva educación de la responsabilidad y de la libertad, de modo que lleguen a observar las Reglas no por espíritu de temor, sino por una íntima persuasión personal radicada en la fe y en la caridad». A los súbditos los invita a que «fomenten el amor a las Reglas con la lectura y meditación asiduas de las Constituciones» (12). A continuación señala que no hay que «dar culto a la disciplina en sí misma y por sí misma» y que superiores y súbitos tienen que estar «atentos para escrutar bajo la luz de Dios los signos de los tiempos, y dispuestos a proponer oportunamente una acomodación y adaptación de las Reglas, que elimine las fuera de uso y sin provecho, confirme las plenamente en vigor e introduzca quizás otras nuevas y más útiles para el fin que se pretende» (13). Finalmente «se encomienda al P. General la revisión, lo más pronta posible, de las Reglas conforme a los principios de la Iglesia, de modo que se determinen algunas normas comunes para toda la Compañía, necesariamente pocas, universales, breves, expresadas (en cuanto es posible) en forma positiva y orgánica, teológicamente bien fundadas, que “signifiquen” y realicen la unión de los miembros de la Compañía, dejando a los Provinciales, bajo la aprobación del P. General, determinar formas concretas para cada Provincia» (14). A continuación se establece que «las Reglas del Sumario y las Comunes quedan bajo la competencia del P. General» (15), y por tanto, ya no están sujetas a la legislación de las Congregaciones Generales, como había sido hasta entonces. En el decreto siguiente, el número 20, se trató sobre la “Lectura en el comedor”, una de las reglas universales de las comunidades jesuitas. La Congregación General decidió no pronunciarse y remitir el asunto al P. General (1), pero ya dando por descontado que se quitaría la lectura, agregó en el número 2: «Para que, por el cese de la lectura mensual del Sumario de las Constituciones en el comedor, no disminuya el conocimiento de las Constituciones, la Congregación General recomienda al P. General que procure eficazmente conservar y fomentar este conocimiento, ya restaurando la lectura mensual del Sumario, ya determinando que los principales párrafos de las mismas Constituciones se lean por orden en el comedor, o de cualquier otro modo más conducente».
103. Sería interesantísimo saber la trastienda de estos decretos en la CG 31, pero tendrán que pasar aún muchos años para que se abran los archivos. Lo que está claro es que a pesar de las declaraciones piadosas sobre la importancia de las Reglas, el ánimo estaba dirigido a eliminar lo que había estructurado la vida de la orden desde su nacimiento. Al año siguiente se abrogaron el Sumario de las Constituciones y las Reglas Comunes, además de las reglas de oficios. Se publicó entonces una Selección de textos de las Constituciones de la Compañía de Jesús (1968), que en 1976 se sustituyeron por Vida Religiosa del Jesuita, y en 1990 por Nuestra vida de jesuitas. Como señala el historiador Manuel Revuelta, «Para actualizar la identidad del jesuita, contenida en los Ejercicios y Constituciones, se sustituyó el compendio de las antiguas Reglas por otros nuevos que expresaban con estilo moderno los rasgos esenciales de la espiritualidad ignaciana. Algunos recibieron la falsa impresión de que se habían suprimido las Reglas y de que se introducían nuevos estilos de vida y acción. Lo que no lograron las nuevos formularios fue la familiaridad que habían tenido los jesuitas con las antiguas Reglas, que aprendían de memoria en el noviciado y oían leer cada mes en los refectorios»[43].
104. Desde 1990 no se ha vuelto a publicar nada que intente resumir las Constituciones y Normas Complementarias. Hoy tenemos un tomo de 425 páginas, que pocos jesuitas han leído y conocen con cierta familiaridad. Hace poco un jesuita, que publicó un libro sobre el liderazgo de San Ignacio a partir de textos de las Constituciones, me preguntó cuánto tiempo hacía que no las leía, y agregó, “Porque los jesuitas no leen las Constituciones”. Hoy por hoy solo estamos obligados a leerlas en el Noviciado y en la Tercera Probación, y me consta que en algunos casos, ni siquiera se leen bien. Al final, nuestra vivencia del carisma se nutre casi exclusivamente de los Ejercicios Espirituales, que es muy bueno, pero no es suficiente. Los Ejercicios no se hicieron para jesuitas, sino para cualquier cristiano, por eso no pueden darnos elementos de nuestro carisma, que están en las Constituciones, cartas de San Ignacio y otros documentos del período fundacional.
105. Aunque tuve un maestro de novicios, que en gran medida era un excombatiente del 68 y muy arrupista, tenía, y tiene, un profundo sentido de la vocación jesuita, y había tenido grandes maestros espirituales, que se lo habían grabado a fuego. Por ese motivo, no tengo más que agradecer que en mis dos años de noviciado y más allá de algunos elementos en los que claramente no coincidíamos, como la liturgia, me transmitió el carisma de San Ignacio a fondo. Nos hizo estudiar mucho la vida de San Ignacio, las Constituciones y los Ejercicios. Además de hacernos leer muchos libros de historia de la Compañía. Tenía la costumbre de que siempre estuviésemos leyendo una biografía de San Ignacio, y cuando la terminabas, te entregaba otra. Así pude en esos dos años leer las de Cándido de Dalmases, Jean-Claude Dhotel, Pedro de Ribadeneyra, James Brodrick, José Ignacio Tellechea Idígoras y Ricardo García Villoslada. Así te familiarizabas con el nacimiento de la Compañía de una manera notable. Las Constituciones las estudiamos dividiéndolas en los dos años: cinco partes en primero y cinco partes en segundo. Utilizábamos los comentarios de Antonio María Aldama para profundizar en ellas y teníamos que hacer trabajos monográficos sobre cada tema. Después me he encontrado con compañeros que tenían una vivencia muy distinta y un conocimiento más difuso de los orígenes de la Compañía y de sus Constituciones.
106. La pérdida de la lectura del Sumario de las Constituciones y las Reglas Comunes, creo que es algo que nos sigue afectando desfavorablemente más de cincuenta años después. No digo que no hubiese que renovarlos y revisarlos, pero la vida religiosa requiere también estructura externa, reglas conocidas y asimiladas, que nos continenten. Una orden religiosa sin reglas es una orden desvertebrada y eso lo viven muchos de nuestros compañeros. Lo que decía el decreto 19 de la CG 31 sobre la importancia religiosa y humana de las Reglas, aunque pienso que lo decía sin creérselo, es cierto. Sin Reglas no hay vida religiosa consagrada. Es muy interesante la conferencia del padre Arrupe sobre “El modo nuestro de Proceder”, pronunciada hacia el final de su generalato. Es un escrito muy bien hecho y profundo, donde se señalan las características fundamentales de “nuestro modo de proceder” jesuítico. En la conferencia Arrupe recuerda los principales medios de que se valió San Ignacio y la primera generación, sobre todo Nadal, para transmitir ese “modo de proceder” a los nuevos jesuitas: Constituciones, instrucciones, Reglas, correspondencia, charlas. El p. Arrupe habla de dos niveles en la manera de ser y hacer de los jesuitas, uno más profundo y permanente; y otro más fenomenológico, exterior y cambiante. Para él el “modo nuestro de proceder” tiene que ver con el primer nivel, aunque debería hacerse explicito en el segundo, aunque este vaya cambiando. Lo que falta a esta conferencia es haber dicho, en primer lugar, por qué se abrogaron las Reglas completamente y no se sustituyeron por otras más acomodadas a los tiempos de entonces (no podemos decir que sean actuales), como había pedido la CG 31. En segundo lugar, no explica cómo se puede lograr que los jesuitas asimilen y vivan el “modo nuestro de proceder”, común a toda la Compañía, sin unas Reglas comunes que vertebren esa experiencia religiosa y ascética que hace posible configurarse con Cristo, tener el sensus societatis, y lograr los elementos que hacen visible “nuestro modo de proceder”. Me da la impresión, y es una interpretación mía, de que el padre Arrupe quería lograr un jesuita como el tradicional, pero mejorado y adaptado a los tiempos, pero sin darse cuenta de que eso no se logra sin una estructura comunitaria, religiosa y ascética clara, es decir, con Reglas.
107. El otro conjunto de Reglas de menor rango, pero importantes, que también desaparecieron con la CG 31, son las reglas de los oficios: Superior, Rector, Ministro, Ecónomo, etc. Estas reglas eran lo que en management moderno se llama “descripción de cargo”. La Compañía lo tuvo desde su fundación y lo perdió cuando se volvió una práctica común en el mundo de las organizaciones y las empresas. Es increíble, pero en ningún documento vigente de la Compañía se dice qué es un superior, qué es un ministro, qué es un ecónomo. Hay consejos para los superiores, pero no se describe en concreto qué se espera de ellos. El caso más claro es el de los ministros de las comunidades, un personaje clave para la vida en común de los miembros de la orden. Cuando regresé de mis estudios en España me nombraron ministro de una comunidad de veintidós padres y hermanos. Busqué entonces algún documento que expresara qué debía hacer el ministro. No lo hallé. Lo que ocurrió es que siendo una casa de jesuitas mayores, me pedían cosas que no podía hacer, porque no era un ministro full time, sino que, además, era director de un bachillerato de quinientos alumnos. El hecho es que ni la comunidad, ni el ministro, tenían claro qué era un ministro y cada uno, según su historia, lo veía de distinta manera. Durante años he visto que nos manejamos con inercias de otros tiempos y a golpe de arbitrariedad y subjetividad. Están los ministros que se hacen dueños de las comunidades. Viví en una donde hablábamos de la “Ley Fulano”, el apellido del ministro. Hacía lo que quería y el superior se lavaba las manos. Su capricho era la regla y la mayoría de la comunidad, como buenos jesuitas obedientes, lo soportaba estoicamente. He vivido en otras donde el ministro no tenía más que el título, sin ejercer de nada. En otras era el ama de casa, igual de esclavizado que tantas madres de cultura machista, haciendo de chofer, limpiador, comprador, recreador y hospedero de la comunidad. Todo lo que dicen las Normas Complementarias es que el Superior “además de un Ecónomo, tenga un Ministro que le ayude en la observancia del orden comunitario, se ocupe de todo lo necesario para la casa y supervise los servicios materiales” (404 & 1). Cuando había Reglas de los Oficios, uno podía saber qué se esperaba de él, y los demás podían tener un criterio para evaluar el desempeño. Hoy no tenemos ninguna descripción y todo queda librado al leal saber y entender del nombrado. Esta carencia de Reglas de Oficios es fuente de muchos problemas en las comunidades y afecta claramente la vida cotidiana de los jesuitas.
Capítulo VIII: La liturgia
108. Mi experiencia litúrgica en la Compañía ha sido muy dura. En los catorce años de formación, hasta la ordenación sacerdotal, con la excepción de los dos años de magisterio, en que participaba en la misa de la parroquia o el colegio, nunca viví en una comunidad en la que se celebrara la Eucaristía mínimamente acorde con el Ordenamiento General del Misal Romano de Pablo VI. Las misas fueron siempre sentados durante toda la celebración, los sacerdotes no se revestían, o a lo más usaban una estola, sin respetar los colores litúrgicos del día. La comunión se daba pasando el cáliz y la patena de mano en mano, el Evangelio lo leía cualquiera. En algunas casas la Plegaria Eucarística se hacía a un párrafo por persona, sin distinguir entre sacerdotes y no sacerdotes. Así fue desde el noviciado, pasando por el juniorado, filosofía y teología, en Montevideo y en Madrid, como durante los juniorados de verano (ECSEJ) en Paraguay y Chile. Algunos escolares cuestionaban esta situación, pero el cuestionamiento no era aceptado. En el noviciado y el juniorado yo mismo fui el principal objetor. Los argumentos de los formadores eran inconsistentes, porque apelaban a que los superiores celebraban así (provinciales, asistentes generales). Cuando uno retrucaba que el Derecho Canónico y los documentos papales decían otra cosa, nos mandaban a un curso sobre la Sacrosantum Concilium con un jesuita “liturgo”, que era de la escuela creativa de los 60, o le pedían una charla a un sacerdote secular liturgista y amigo, que hablaba palabras amables, pero que al recibir mis cuestionamientos a partir del Derecho y el Magisterio, se escabullía por la tangente para no comprometerse con ninguna parte. Al final se imponía la autoridad y teníamos que acatar. Así lo hice. Decidí no volver a plantear el tema y resistir toda la formación hasta llegar a la ordenación, con la decisión clara de no celebrar nunca de esa manera. En los veintitrés años de sacerdote no he celebrado nunca sentado, ni sin revestirme, lo que ha significado celebrar muy pocas veces con mis compañeros jesuitas. He asistido a misas, pero no he concelebrado. Aunque en general lo preveo y evito al máximo las situaciones, he tenido que aclarar muchas veces en ambientes cercanos a la Compañía: religiosas, laicos, CVX, etc., que no celebro de otra manera que no sea en el rito latino de Pablo VI.
109. Es muy triste constatar que la inmensa mayoría de los jesuitas que conozco, con la excepción de los norteamericanos, tienen uno pobrísima formación litúrgica. Desconocen el espíritu de la liturgia, como lo llamó Romano Guardini y Joseph Ratzinger, y no respetan la liturgia romana porque han sido explícitamente formados para despreciar el ritual, las normas, la estética y el sentido profundo que expresa. Puedo afirmar que en España y América Latina es particularmente grave la situación. Quizás sea un poco mejor que veinte años atrás, pero de ninguna manera se puede hablar de liturgia de calidad y profundidad. Para la mayoría de nosotros, preparar una misa es hacer la homilía, y si cuadra, los guiones explicativos que nadie escucha, o los gestos extra que están más pensados para entretener que para dar culto a Dios: presentación de ofrendas, oraciones de perdón, oraciones de los fieles, etc. Este descuido de la liturgia de la Iglesia no es algo de progresistas nostálgicos de los 70. Es parte de una cultura jesuítica que se ve en el Gesù, la Curia General y en las demás capitales europeas. En el único lugar donde encontré una cultura litúrgica cuidada y vivida, aunque no comparta todas sus características, ha sido en Estados Unidos, Polonia y Singapur.
110. En el caso del ámbito iberoamericano, se ha configurado un ritual alternativo, nacido como transgresor en los 60 y 70, pero que se ha vuelto tan ritualista como el que más. Lo que algún progresista “creó” hace cincuenta años como un gesto de creatividad, hoy lo siguen repitiendo sacerdotes ordenados recientemente, que es lo que han visto hacer a sus formadores y que dócilmente y sin ningún ánimo de transgresión, continúan repitiendo. ¿Ejemplos?: presentar el pan y el vino con una única oración; no realizar el lavabo; hacer decir a todos el Per Ipsum o la oración de la paz; decir Amén al finalizar el Padre Nuestro; tener los avisos parroquiales antes de la oración de Postcomunión; el decir “El Señor está con ustedes” en lugar de “esté”; decir “del hombre y la mujer” en las oraciones de presentación de las ofrendas; no ponerse de pie para la oración de Ofertorio; no ponerse casulla, etc.
111. No digo que los jesuitas no tengan devoción eucarística. Me impresiona la fidelidad de muchos a la celebración diaria de la misa, aunque sea en cualquier lugar y de cualquier manera. Me admira que la vivan con devoción. Yo no puedo. Prefiero quedarme sin misa si no se dan las condiciones decorosas para celebrarla. No cuestiono y admiro a quienes en situaciones terribles han logrado celebrar la Eucaristía, como cuenta el cardenal Van Thuan sobre su prisión en Vietnam. Pero fuera de esas situaciones de fuerza mayor, creo que se debe prever tener todo lo necesario para una celebración digna de la misa. El mismo padre Arrupe contaba cómo cargaba la Sacra de piedra para poder celebrar la misa en el Monte Fuji antes del Concilio. En la Compañía hemos banalizado la liturgia, y los superiores, incluyendo los de Roma, y durante muchas décadas, han sido cómplices y responsables. Basta visitar muchas capillas de casas nuestras para ver que no cumplen las normas litúrgicas mínimas. Si los altares son mesas ratonas, si no hay ornamentos, si no están los libros litúrgicos, está claro que allí no se puede celebrar como Dios y la Iglesia mandan.
112. Somos una orden sacerdotal y por tanto, estamos al servicio de la liturgia. Los sacramentos son nuestra tarea central y primordial. Si no somos capaces de hacerlo de manera profunda, decorosa, digna y estética, estamos fallando seriamente.
113. He tenido formadores que no sabían cuáles eran los colores litúrgicos, ni la distinción entre feria, memoria, fiesta y solemnidad. Las sacristías de nuestras iglesias, que fueron de las más ricas y surtidas en el pasado, están muchas veces en condiciones deplorables, con ornamentos de ínfima calidad y viejos. Los vasos sagrados, paños, libros, etc., raídos, manchados, golpeados, descuidados, cuando no sucios. En más de una ocasión he tenido que aclarar que me negaría a comer o tomar un vaso de agua en objetos en esas condiciones, y me los estaban poniendo para contener el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor.
114. Todo esto lo vivimos sabiendo que no está bien. Cuando recibimos a un obispo pasamos vergüenza, o salimos a buscar ornamentos y objetos para hacer la pantomima de que celebramos conforme a las rúbricas. Cuando llegó la ordenación de mi generación en España, la mayoría, después de diez, doce o catorce años de formación en casas religiosas y misa diaria, no tenía idea de qué hacer en una misa, ni de la teoría, ni de la práctica. No nos ofrecieron ninguna formación específica, como se hace tradicionalmente en los seminarios y se hacía antes en la Compañía. Casi ninguno se sabía mover en un presbiterio o utilizar los brazos y manos como es debido. No sé si fui el único, pero seguro que no fueron muchos, los que se estudiaron todo el Ordenamiento General del Misal Romano antes de ser ordenados.
115. Esa falta de formación y familiaridad con la liturgia, y más aún de espíritu litúrgico, se nota cuando uno ve celebrar a la mayoría de los jesuitas, exceptuando los norteamericanos y polacos. Son contados los que se saben mover, conocen los gestos, acompañan las oraciones con las miradas que corresponde (sí, las miradas tienen que ver con el ritual), y conocen toda la riqueza del Misal Romano. La liturgia es algo que deberíamos dominar desde el noviciado, siendo acólitos, luego diáconos y finalmente sacerdotes. ¿Quién se anima a hacer una encuesta sobre conocimientos litúrgicos básicos entre los jesuitas?
116. ¿Qué decir del rezo de la Liturgia de las Horas? Gracias a Dios, en mi noviciado rezábamos Laudes y Completas, para comenzar y finalizar el día. Luego, once años sin volver a verlas. Llega el diaconado y haces una promesa de rezar diariamente la Liturgia de las Horas y te regalan los cuatro gruesos volúmenes. Desde entonces la lucha por cumplir con un deber de conciencia, para el que nadie te formó en trece años. ¿Qué porcentaje de jesuitas cumple la promesa que hizo en su ordenación diaconal?
117. El asunto tiene un punto removedor. Los jesuitas sabemos que San Ignacio no quería que tuviésemos obligación de rezar las horas en coro todos juntos. Fue una lucha fuerte, pues Pablo IV obligó a la Compañía a rezar el coro. A la muerte del Papa, se logró quitar esa obligación, aunque poco después se establecieron las llamadas Letanías, todos juntos, antes del almuerzo. Desde finales de los años 60 se comenzó a insistir en lo bueno que es que las comunidades se junten a rezar, y hasta ahora siguen recordándolo. Ahora bien, la Liturgia de las Horas es la oración oficial de la Iglesia, construida casi toda ella con la Palabra de Dios, otra de las insistencias postconciliares. ¿Qué mejor que aprovechar esos ratos de oración comunitaria para rezar alguna de las horas canónicas? Pues no, siempre hay alguno que recuerda que no somos monjes, ni frailes, que San Ignacio lo prohibió, etc. Considerar el motivo apostólico de nuestro fundador y lo que implicaba rezar el coro en el siglo XVI, está fuera de cuestión. Así caemos en esas oraciones “creativas”, que hay que preparar con antelación y que llevan a que finalmente se abandonen esas instancias comunitarias. Se puede contra argumentar, que a algunos no les gusta la Liturgia de las Horas, o no la sienten. Probablemente es cierto, pero en gran medida es porque no se nos formó para gustar del Breviario, no lo incorporamos a nuestra vida durante los largos años de formación y luego es más difícil tomarle el gusto. Tampoco se hace hincapié en la fidelidad de San Ignacio y los primeros padres al Breviario. Impresiona leer el Memorial de San Pedro Fabro, y ver cómo consigna el rezo de las Horas, a veces con días de atraso porque no había podido hacerlo cuando correspondía por el mucho trabajo.
118. Quizás me equivoque mucho, pero creo que la Compañía no se recuperará si antes no redescubre la centralidad de la liturgia y la obediencia a la Iglesia en algo tan central como la vivencia profunda de los sacramentos y la oración cotidiana de la Iglesia.
Epílogo: Quo vadis Societate Iesu?
Trato de precaverme contra la nostalgia, que es estéril. Pero no tengo una visión clara de la Compañía en el futuro, en el umbral del tercer milenio. La eterna juventud de la Iglesia no se les concede a las órdenes religiosas, y la Compañía ha conocido ya la muerte y la resurrección. Actualmente, ¿va a seguir por el camino que, al menos en Francia, la lleva a convertirse en un instituto secular, para justificar los disparates considerables de la pobreza y vida común. Las malas costumbres son tan difíciles de erradicar… Un cambio de estatuto disimularía el exceso de diversidad. O bien, bebiendo de las fuentes auténticas, ¿va a recobrar su antiguo vigor, lo cual implica sacrificios dolorosos, un estilo de vida austero, una homogeneidad en los modales, la disciplina, el silencio, la clausura…? Nuestras casas volverían a ser casas religiosas, algo que ahora no son. […] Llegado a la edad en que las notas finales del Eclesiastés adquieren una resonancia completamente personal, cuando se inclinan las sombras por el camino, tengo derecho a confesar una decepción que comparto con muchos. He cambiado infinitamente menos que mi entorno vital y es un sufrimiento sentirse desfasado, anti moderno y, por desgracia, cómplice, porque la influencia del ambiente circundante es demasiado fuerte. No hay que incriminar a nadie, aunque haya faltado en ciertos momentos una palabra decidida de los superiores.
Xavier Teilliette[44].
119. Hay muchos temas de la vida y apostolado de la Compañía que se podrían agregar a este ya largo ensayo. En algún momento pensé en tratar el tema de la formación de los nuestros, así como los ministerios, en particular el apostolado intelectual que está desapareciendo a marchas forzadas, a pesar de los reiterados pedidos de los papas y de las buenas intenciones de las congregaciones generales[45]. También estaba el tema de las parroquias, colegios y obras sociales. Sin embargo, he optado por no agregar más capítulos, porque sería interminable. Otros podrán reflexionar sobre esas temáticas.
120. Conversando con varios amigos, jesuitas y no jesuitas, sobre este escrito que estaba haciendo, algunos me preguntaron qué iba a proponer como solución. Otros me dijeron que tenía que terminarlo de manera positiva, esperanzada pues sino sería un bajón. No estoy seguro de poder hacerlo. Soy una persona bastante crítica, pues así me educaron los jesuitas, tanto en los once años de colegio, como en la formación, en la que con insistencia se nos habló sobre los maestros de la sospecha (Marx, Feuerbach, Nietzsche y Freud), como claves para no ser ingenuos ante la realidad. Al mismo tiempo soy un tipo de talante optimista, “echao pa´lante”, y con capacidad pragmática para hacer y transformar cosas e instituciones. Soy de los que cree que la historia se cambia y no es una fatalidad. Sin embargo, Woody Allen dice que un pesimista es un optimista bien informado, y algo de eso soy yo ahora con respecto a la Compañía.
121. Me cuesta mucho pensar en un cambio de orientación y una reactivación de nuestro carisma. Quizás es que aún no tocamos fondo y habrá que esperar a reducirnos aún más para ver qué pasa. Es cierto que en la historia de la Iglesia, muchas órdenes y congregaciones se han reformado y han vivido tiempos de gran florecimiento después de una decadencia muy pronunciada. Eso lo han vivido benedictinos, carmelitas, franciscanos y dominicos. La misma Compañía de Jesús fue suprimida y perseguida, sobrevivió como un pequeño grupo en el Imperio Ruso y luego fue restaurada y floreció impresionantemente. Igual creo que tenemos dos condiciones que hacen difícil esa recuperación en este momento histórico. En primer lugar, la crisis del siglo XVIII fue de origen externo, no la consecuencia de procesos internos de deterioro y relajamiento. La situación actual no es de persecución externa, sino de crisis y decadencia interna. Eso mismo vivieron las órdenes nombradas antes. En segundo lugar, somos una orden mucho más centralizada y verticalista que las otras, por eso se vuelve más difícil lograr una reforma como la llevada a cabo por Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz en el Carmelo, o las que dieron origen a los capuchinos y alcantarinos entre los franciscanos, o las reformas clunianence, cistercience y trapense de los benedictinos. En la Compañía la reforma parece solo poder venir del gobierno central y eso lo vuelve muy complicado.
122. Aún así, voy a expresar algunas ideas que creo que podrían ser útiles para que la Compañía recupere su tradición y salga del proceso de decadencia que lleva desde hace cincuenta y siete años.
123. 1) Lo primero de todo es volver a la Fórmula del Instituto y a lo que ella nos señala:
Procure, mientras viviere, poner delante de sus ojos ante todo a Dios, y luego el modo de ser de este su instituto, que es camino para ir a Él, y alcanzar con todas sus fuerzas el fin que Dios le propone, aunque cada uno según la gracia con que le ayudará el Espíritu Santo y según el propio grado de su vocación[46].
124. Poner delante a Dios significa que de la situación actual solo se sale con más vida espiritual. No puedo hablar con propiedad de cuál es la situación espiritual general de los jesuitas. No me dedico a la dirección espiritual, no he sido formador, no he sido superior mayor y por tanto no he recibido cuenta de conciencia. No sé si el gobierno general tiene idea de eso. Creo que sería importante que con metodologías rigurosas y con personas especializadas, se hiciera una investigación sobre lo que realmente creen y viven los miembros de la orden en 2022, así como de su situación espiritual y vocacional. A finales de los 60 se hizo el famoso Survey de la Compañía, del que vi muchos materiales cuando recién entré en la orden, pero cuyos resultados creo que nunca fueron publicados y que por testimonio de los padres Valero y Revuelta, parece que no dio los frutos que se esperaban[47]. ¡Qué importante sería conocer esa situación! Yo tengo la impresión, por los años que llevo en la orden y los muchos jesuitas que conozco, de que la mayoría vive su consagración religiosa y sacerdotal en serio y desde la fe. Pero también tengo la sensación de que a la mayoría le falta celo apostólico, solidez espiritual y radicalidad. A pesar de la retórica progresista, del servicio de la fe y la promoción de la justicia, de los pobres, de la ecología integral y los deseos de incidencia social, la orden, por lo menos en Occidente, y eso incluye América Latina, está aburguesada y no tiene pathos. Esto tiene que ver con la falta de abnegación y mortificación.
125. Para hacer un survey actualmente tenemos una herramienta potentísima que es Internet. En lugar de hacer procesos largos, con serios riesgos de manipulación consciente o inconsciente, como los que se utilizaron para las Preferencias Apostólicas Universales, se puede organizar una encuesta por Internet, que podría contestar todo jesuita en el mundo de manera anónima y que daría información completa, detallada y rápida de cómo viven su vocación los jesuitas de todas las regiones. Los únicos que podrían tener problemas para contestarla serían los jesuitas muy mayores y que no estén en activo, porque incluso los octogenarios que están en actividad manejan Internet. Creo que para diseñar esa investigación se podría pedir el apoyo experto de sociólogos y otros cientistas sociales no jesuitas, dirigidos por un comité plural de jesuitas, que no sean todos de la misma línea, es decir, que estén dispuestos a conocer la verdad y no busquen ratificar el relato oficial[48].
126. 2) Como parte del survey o como un proyecto aparte, el gobierno general tendría que pedir a un grupo de jesuitas y otros religiosos y sacerdotes, quizás algún obispo, que hiciesen un estudio-informe objetivo sobre la situación de la Compañía, donde se trabajasen aspectos cuantitativos y cualitativos; un informe que diese cuenta de cuál es la situación de la orden en los diversos aspectos: vida espiritual; vida comunitaria y disciplina; nivel de la formación y problemas que presenta; selección de apostolados y vitalidad de los mismos; organización del gobierno; vida de pobreza y administración de bienes. Es cierto que en los informes De Statu Societatis que han hecho los generales en las últimas décadas, aparecen muchos de los problemas que tiene la Compañía, pero nunca aparecen cuantificados y se terminan relativizando con los aspectos positivos. Se necesita un informe elaborado por personas que no estén vinculadas al gobierno, ni sean responsables de las unidades u organizaciones que son estudiadas[49].
127. 3) El General, que por la Congregación General 31 quedó a cargo de la gestión de las Reglas (Decreto 19, n°14), debería recuperar ese instrumento fundamental para la vida religiosa, que fue el esqueleto que mantuvo a la Compañía durante 437 años. No hablo de restaurar las Reglas que estuvieron vigentes hasta 1967, sino de crear una comisión de jesuitas preparados y sensatos para que revisando la tradición de las Reglas, el Sumario de las Constituciones y los demás documentos que integraban el Thesaurus Spiritualis Societatis Iesu, recuperen lo que tiene vigencia, revisen toda la legislación posterior y propongan nuevos elencos de Reglas, donde no falten las de los oficios de la Compañía, sobre todo Provincial, Superior, Director de obra, Ministro, Sotoministro, Ecónomo, Consultores provinciales y de comunidad, etc. Creo que volver a tener Reglas, suficientes, sencillas y bien conocidas, sería de gran ayuda para recuperar la vida religiosa en la orden y tener claro qué corresponde a un jesuita y qué no. Estas Reglas, además, deberían ayudar a crecer en la vida espiritual, y recuperar la abnegación como los cimientos sólidos sobre los que se construye la vida religiosa.
128. 4) Creo que la Compañía debería en distintos niveles, hacer una revisión de su ser y hacer, sin estar atada por la vivencia y las congregaciones generales de los últimos cincuenta años. No digo que haya que ignorar lo vivido y aprendido desde 1965, pero sí digo que no debemos asumir las rupturas y cambios de los años 60, 70 y siguientes, como si fuesen partes intrínsecas de nuestro carisma. No deja de ser curioso que los “iconoclastas” del postconcilio se hayan transformado en los defensores del statu quo de la Compañía actual. Los jesuitas de las nuevas generaciones tienen derecho a volver a leer el decreto Perfectae Caritatis del Vaticano II, sobre “La adecuada renovación de la vida religiosa”, sin estar condicionados por la forma en que lo leyeron los jesuitas de entonces. No se puede ignorar lo vivido desde la CG 31, como tampoco se puede ignorar la Compañía restaurada en 1814 y que floreció hasta 1965. Se trata, como señalaba el Concilio, de «un retorno constante a las fuentes de toda la vida cristiana y a la primigenia inspiración de los institutos y una adaptación de éstos a las cambiadas condiciones de los tiempos» (n. 2). Eso significa volver a profundizar en las raíces ignacianas y jesuíticas de nuestra vocación, lo que implica más que los Ejercicios, la Autobiografía y las Constituciones. La Compañía tuvo un proceso de formación y se nutrió de más textos que estos, desde la correspondencia de San Ignacio, pasando por los escritos de Nadal y la primera y segunda generación de jesuitas, hasta obras de la ascética y mística jesuíticas como es Ejercicio de Perfección y Virtudes Cristianas, del padre Alonso Rodríguez, una joya de la espiritualidad de la Compañía, que marcó la formación espiritual y ascética de todos los jesuitas hasta 1965, y de muchísimas otras congregaciones religiosas. Aunque oí hablar de esa obra, sobre todo en bromas, desde el noviciado, recién la leí en 2010. Es una obra extraordinaria, que debería republicarse en español actual, para hacerla más accesible, pero que es fabulosa y fundamental para recuperar la profundidad de la vida jesuítica. Al mismo tiempo, las «cambiadas condiciones de los tiempos» de las que habla el Concilio, no son las mismas en 2022 que en 1970, tampoco las de la Compañía. Por tanto, es necesario hacer esa adecuada renovación sin atarse al pasado reciente.
129. 5) Por último, recordar la famosa respuesta del papa Clemente XIII, que resistió los embates de los embajadores borbónicos hasta su muerte, cuando se le pedía que cambiara a la Compañía de Jesús: Sint ut sunt aut non sint (Que sean como son o que no sean). La consecuencia de esa “santa obstinación”, tanto de Clemente XIII, como del general Lorenzo Ricci, fue que con Clemente XIV se logró la supresión de la Compañía de Jesús, en 1773. Quizás, si se hubiesen adaptado más a los tiempos que corrían, la Compañía hubiese sobrevivido. La realidad es que sobrevivió en el Imperio Ruso y cuarenta años después fue restaurada universalmente por Pio VII en 1814, y logró volver a ser una fuerza evangelizadora extraordinaria durantes cientocincuenta años más. No sabemos qué hubiese ocurrido si la posición del Papa y el General hubiesen sido más contemporizadoras. ¿Estamos siendo hoy lo que debemos ser? Creo que en gran medida no. Por eso cada vez somos menos y podemos llegar a desaparecer. Creo profundamente en la honestidad y profundidad de la vocación de la inmensa mayoría de mis compañeros jesuitas actuales. Están gastando la vida en el servicio de Dios y los hermanos. Sin embargo, eso cada vez da menos frutos, porque hay condiciones en la orden que no ayudan a hacer fecundas sus labores. Ojalá el Señor nos conceda luz para poder ver nuestros errores, desvíos y pecados. Ojalá el Señor nos dé nuevamente la vitalidad y coraje para animarnos a corregirlos antes de que sea demasiado tarde. La Iglesia nos necesita activos, preparados, sólidos; la gente, toda ella, añora un servicio de los jesuitas más religioso, apostólico y sacerdotal, que los ayude a conocer más íntimamente al Señor, para más amarlo y seguirlo; nuestros compañeros jóvenes se merecen una Compañía llena de celo apostólico y profundidad evangélica, en la que poder crecer, vivir y servir en comunidad.
Que Santa María Virgen, Madre de la Compañía de Jesús, en cuya fiesta termino este ensayo, nos ponga con su Hijo y nos haga fieles a él, a través del carisma que regaló a San Ignacio de Loyola.
Julio Fernández Techera, S.I.
22 de abril de 2022
Notas
[1] En 1605, el famoso padre Juan de Mariana terminó en Toledo un escrito que llamó De reformatione Societatis o Discurso sobre las enfermedades de la Compañía, en el que señalaba algunos de los problemas que tenía el gobierno de la orden en su tiempo. Fue publicado un año después de su muerte, en 1625, en español, latín, francés e italiano, en la ciudad de Burdeos. Se trató de una obra que coincide con un período de cuestionamientos fuertes al interior de la Compañía, sobre las formas de gobierno, especialmente durante el generalato del padre Acquaviva. Catto, Michela. La Compagnia divisa. Il dissenso nell´ordine gesuitico tra ´500 e ´600. Brescia, 2009, pp. 157-173. La cita la he tomado de una edición española llamada Tratado de las cosas íntimas de la Compañía de Jesús, Madrid, 1931, p. 51.
[2] Aún así, la CG 34 produjo 26 decretos y fue la última que se ocupó a fondo de cuestiones internas de la vida de la Compañía, además de establecer prioridades.
[3] Valero, Urbano. Pablo VI y los jesuitas, p. 176 y nota 3.
[4] Juan Pablo II. “Homilía en la beatificación de Pío IX, Juan XXIII, Tomás Reggio, Guillermo José Chaminade y Columba Marmion”. 3 septiembre 2000.
[5] Pablo VI.”Alocución del Santo Padre a los participantes en la Congregación General XXXII”. Congregación General XXXII de la Compañía de Jesús, Madrid, Razón y Fe, 1975, p. 248.
[6] Idem, p. 242.
[7] Idem, p. 248.
[8] Idem, p. 251.
[9] Ídem, p. 244.
[10] “Carta del Emmo. Cardenal Secretario de Estado al P. General”. Congregación General XXXII de la Compañía de Jesús, Madrid, Razón y Fe, 1975, p. 271.
[11] Ídem, p. 272.
[12] Ídem, p. 274.
[13] P. Arturo Sosa: «Discernimiento común y planeación apostólica» (fragmentos de un discurso en Brasil el 27 de octubre de 2017). Rambla, Josep M. y Lozano, Josep M. (eds.) Discernimiento comunitario apostólico. Textos fundamentales de la Compañía de Jesús, p. 23.
[14] Fórmula del Instituto. Loyola, San Ignacio, Obras Completas, Madrid, 1963, p. 435-6.
[15] EE.EE. [104].
[16] Arrupe, Pedro, La identidad del jesuita en nuestros tiempos, p. 247.
[17] Ídem, pp. 248 y 249.
[18] Kolvenbach, Peter-Hans, Selección de escritos del P. Peter-Hans Kolvenbach 1983-1990, p. 54.
[19] Ídem.
[20] Idem, pp. 55-57.
[21] Idem, p. 69.
[22] Rambla, Josep M. y Lozano, Josep M. (eds.) Discernimiento comunitario apostólico. Textos fundamentales de la Compañía de Jesús, p. 14. En esta obra están recogidos la mayor parte de los documentos de la Compañía de Jesús sobre la temática.
[23] Idem, p. 14.
[24] Idem, p. 16.
[25] Idem, p. 17.
[26] Ídem, p. 21.
[27] Ídem, p. 20.
[28] Ídem, nota 3, p. 16.
[29] Ídem, p. 18.
[30] Ídem, p. 16.
[31] Ídem, p. 17.
[32] P. 59.
[33] Por poner un algún ejemplo, los teologados de León, Castilla, Toledo y Loyola fueron trasladados a Madrid y Bilbao, formándose innumerables comunidades pequeñas (pisos), de los cuales en 1970 había 35 en Madrid y 12 en Bilbao. Egido, Teófanes (Coord). 2004. Los Jesuitas en España y en el Mundo Hispánico, p. 410.
[34] Constituciones [547]
[35] Gómez-Oliver, Valentí y Benítez Josep M. 31 Jesuitas se confiesan, 203, p. 507.
[36] Ídem.
[37] Espadas, S.J., Román. 2021. Los jesuitas. De Pedro Arrupe a Arturo Sosa “Ver todas las cosas nuevas en Cristo” que “hace nuevas todas las cosas” Un hoy nuevo con mucho ayer ignaciano, pp. 5 y 6.
[38] Arrupe, Pedro. La identidad del jesuita en nuestros tiempos, p. 58-60.
[39] O´Malley, John W. 1995. Los Primeros Jesuitas, p. 410-11.
[40] Ídem, p. 411.
[41] Padberg SJ, John W.; O´Keefe SJ, Martin D.; McCarthy SJ, John L. 1994. For Matters of Greater Moment. The First Thirty Jesuit General Congregations. A Brief History and a Translation of the Decrees.
[42] Ídem.
[43] Egido, Teófanes (Coord). 2004. Los Jesuitas en España y en el Mundo Hispánico, p. 415. Lo de la «falsa impresión» no es más que un típico y finísimo comentario irónico del padre Revuelta, que era un hombre lúcido, pero poco dado a hacer críticas directas.
[44] Gómez-Oliver, V y Benítez J.M. 31 Jesuitas se Confiesan, Barcelona, 2003, pp. 509.
[45] Al respecto el siguiente texto de Xavier Teilliette lo suscribo completamente: “He pasado mi existencia de jesuita en los cargos tradicionales de director y de profesor de colegio, de redactor de revistas y de escritor, de profesor de universidad. He asumido esas tareas, más bien austeras, convencido de que el humanismo jesuita es primordial y de que los intelectuales son la pupila de los ojos de la Compañía. Parece que hoy día ya no es lo mismo y que se da preferencia a los ministerios directamente apostólicos. Creo más bien, que se hace de necesidad virtud; el reclutamiento no permite mantener un alto nivel de estudios y los superiores no disponen de sujetos capaces de cubrir las vacantes a medida que se producen. Desde este punto de vista, el futuro de la Compañía es bastante sombrío. Se cierran casas y se amontona a los ancianos en residencias dotadas de personal médico. Sin duda, no hay otra solución. Pero nos gustaría que este fracaso inevitable no fuese acompañado por el discurso eufórico que se ha convertido en ritual y que recuerda los comunicados de derrota durante la guerra”. Ídem, p. 507.
[46] Fórmula del Instituto. Loyola, San Ignacio, Obras Completas, BAC, Madrid, 1963, p. 436.
[47] «Encuesta sociológica sobre la situación y recursos de la Compañía para responder a las necesidades y demandas del mundo y de la Iglesia, lanzada por el P. Arrupe ya a fines de 1965, que ocupó durante tres años a un grupo de sociólogos jesuitas de nuestras comunidades, generando un conjunto documental importante sobre la materia, que tuvo después un aprovechamiento solo relativo». Valero, Urbano. Pablo VI y los jesuitas, p. 102, nota 9. Revuelta resume el survey en España: «Las encuestas despertaron más escepticismo que entusiasmos. Sólo respondió un 48 por 100 de los encuestados». En relación con el conjunto de la Compañía agrega: «El gran montaje mundial del survey concluyó con una reunión final en Roma a principios de 1970. Aunque los resultados fueron dispares, el padre Arrupe, siempre optimista, aseguraba que se había cumplido el primer objetivo: “estimular una reflexión orgánica en la revisión de los ministerios y suscitar y robustecer la conciencia de responsabilidad para el bien de las obras apostólicas y de la vida religiosa”. En la nota final sobre los resultados del survey se hacía notar la realidad de una Europa descristianizada, en la que la Compañía se hallaba en situación de crisis, con disminución de vocaciones, desilusión ante las obras tradicionales y gran incertidumbre en las opciones que debían tomarse. El autoanálisis que habían hecho los jesuitas españoles encajaba perfectamente en el perfil europeo, aunque se indicaba que en España, y en Bélgica, “algunos insisten en que lo primero que hay que investigar no es tanto lo que se debe hacer, cuanto lo que se debe ser”». Egido, Teófanes (Coord). 2004. Los Jesuitas en España y en el Mundo Hispánico, p. 406.
[48] Es interesante saber que cuando a fines del siglo XVI y principios del XVII se dio la crisis que se conoció como de los memorialistas, en la que se cuestionaba fuertemente el gobierno del padre Acquaviva, hubo dos instancias de revisión de la situación de la Compañía. La primera durante la CG 5, en 1693-4, cuando se formó una comisión “ad detrimenta cognoscenda”. La segunda fue creada por el propio Acquaviva en 1605, pues continuaba el malestar y los cuestinamientos a su gobierno. En este caso, se pidió a todos los jesuitas, además de a las congregaciones provinciales, que escribieran exponiendo sus cuestionamientos y soluciones: «Nel 1605 Acquaviva decise de procedere a un’approfondita indagine volta a coinvolgere tutti i gesuiti, anche quelli delle sedi più periferiche, al fine de conoscere tutto ciò che a loro avviso poteva e doveva essere modificato, quali erano i maggiori problemi che affliggevano il corpo gesuitico e i possibili rimedi a questo stato di cose. Richiese a tutte le province un esame De detrimentis Societatis. Ciascuna congregazione provinciale doveva riunirsi e inviare un rapporto sui deficit constatati, sui rimedi già impiegati e i loro risultati e, infine, sui mezzi da usare in futuro per assicurare una maggiore fedeltà. Ciascun gesuita infine poteva inviare a Roma un memoriale su questi temi. “L´ensemble du dossier représente le jugement que porte sur elle-même une génération”, scrive Michel de Certeau. Si tratta infatti de una massa di documentazione, che dalle periferie giunse al cuore del corpo gesuitico, in cui è possibile rintracciare, con una grande varietà se non di temi certamente de toni, le molteplici sfumature del modello gesuitico abracciato da ciascun componente». Catto, Michela. La Compagnia divisa. Il dissenso nell´ordine gesuitico tra ´500 e ´600. Brescia, 2009, p. 146.
[49] Un modelo interesante del estudio que se podría hacer es el que llevaron a cabo Peter McDonough y Eugene C. Bianchi sobre los jesuitas de Estados Unidos, publicado en 2003: Passionate Uncertainty. Inside the American Jesuits. Se trata del trabajo de dos sociólogos, uno de ellos, exjesuita, que estudian la evolución de la Compañía en los Estados Unidos a partir del Concilio Vaticano II, a través de encuestas y entrevistas. El libro tiene un claro bias anti Juan Pablo II y con una posición tomada y valorativa de es proceso. Metodológicamente es cuestionable porque un altísimo porcentaje de los jesuitas consultados no respondieron las encuestas y por tanto no se puede decir que sus conclusiones sean representativas del conjunto de la orden. Aún así, es muy interesante para conocer la opinión de un grupo importante de jesuitas y exjesuitas en un lugar y tiempo dados. Si se pudiese hacer un estudio así, menos “flechado” y completo, sería de gran utilidad.