Terminado el tiempo pascual, vienen algunas fiestas que prolongan la figura de Cristo en distintos aspectos. El jueves después de Pentecostés, la fiesta de Jesucristo sumo y eterno sacerdote, para percibir la grandeza y la belleza de su sacerdocio.
El sacerdote es el mediador entre Dios y los hombres. En todas las religiones y culturas religiosas, la figura del sacerdote en esencial, porque el acceso a Dios no es directo y necesita por tanto de mediación. Cuando llega Jesús, rompe todas las barreras y nos concede a todos el acceso directo a Dios, que el mismo Jesús nos revela como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Jesucristo es el sacerdote perfecto, porque no sólo une a los hombres con Dios y a Dios con los hombres, sino que él mismo es Dios y es hombre, dos naturalezas unidas en la misma y única persona. Y es la víctima perfecta, no ya de algo exterior, sino ofreciendo su propio corazón, su propia existencia. El sacrificio de Cristo es la ofrenda de su propia vida. Y lo ha hecho una sola vez para siempre, de manera pluscuamperfecta.
Unidos a Jesucristo, todos tenemos acceso directo a Dios, el Padre de Jesucristo, porque Dios ha venido a vivir en nuestra alma como a un templo, y nos ha hecho hijos en el Hijo y herederos con él de la vida eterna. En este sentido, todos somos hechos sacerdotes por el bautismo, y no necesitamos más mediación que la del mismo Jesucristo, que nos va haciendo ofrenda permanente por el Espíritu Santo derramado en nuestros corazones. Unidos a él, somos sacerdotes con él, ofrecemos nuestra vida con él y lo vamos haciendo progresivamente a lo largo de toda nuestra existencia.
Para prolongar esa presencia personal de Cristo en medio de su pueblo, «con amor de hermano [Jesucristo] elige a hombres de este pueblo, para que por la imposición de las manos participen de su sagrada misión». Estos son los sacerdotes ministros. No sustituyen a Jesucristo, sino que lo hacen presente eficazmente. Reciben esta capacitación no como una ampliación del bautismo, sino por un sacramento nuevo y distinto, el sacramento del Orden. De manera que Cristo ha fundado su Iglesia con estas colaboraciones, sin las cuales no habría Iglesia. Sin sacerdote no hay Eucaristía, sin sacerdote la presencia de Cristo queda como desdibujada y evaporada. Por eso, necesitamos sacerdotes ordenados.
Celebrar a Jesucristo sacerdote en este jueves posterior a Pentecostés, nos invita a contemplar a Jesucristo en toda su perfección, en su ser y actuar como sacerdote en favor de su pueblo, porque «él ha conferido el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo». Y al mismo tiempo, nos invita a agradecer que haya querido hacer partícipes de su sagrada misión a los sacerdotes ministros ordenados.
La fiesta de Cristo Sacerdote es una fiesta sacerdotal, de todo el pueblo cristiano y especialmente de los sacerdotes ordenados para servir a la Iglesia. Nos reunimos los sacerdotes para celebrar a Cristo y agradecerle que nos haga partícipes de su sacerdocio.
En mis bodas de oro como sacerdote ordenado, dad gracias conmigo por este gran regalo de Dios a mí y a su Iglesia. Y pidamos por todos los sacerdotes ordenados, para que el Señor nos mantenga fieles a esta vocación. San Juan de Ávila repetía que la reforma de la Iglesia vendrá por la santidad de los sacerdotes y el fervor de los Seminarios. Enfilados hacia la santidad, no decaigamos en este santo propósito, porque la Iglesia lo necesita hoy más que nunca. Oremos por nuestros sacerdotes y por los que se preparan a serlo, particularmente los diáconos que serán ordenados el próximo 29 de junio en Córdoba.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba