El centro vital de nuestra fe es una persona: Jesucristo. Y éste resucitado. La vida cristiana se ha puesto en marcha a partir de la victoria de Cristo sobre la muerte, sobre el pecado, sobre Satanás. Es lo que celebramos de manera solemne una vez al año, y luego vamos celebrando cada domingo. Cristo resucitado llena de alegría la faz de la tierra.
La resurrección de Cristo es un hecho histórico que desborda la historia y que anticipa la plenitud de esa historia. Jesucristo es el centro del cosmos y de la historia humana. Este hecho sucedió hace dos mil años y ha cambiado radicalmente la historia humana.
Sucedió que el primer día de la semana, las mujeres fueron al sepulcro para terminar de embalsamar el cadáver que habían depositado allí el viernes, descolgándolo de la Cruz. Iban preocupadas sobre quién les movería la piedra, y al llegar encontraron la piedra corrida y el sepulcro abierto. Entraron asustadas y un ángel les anunció: No está aquí ha resucitado. Por la cabeza les pasó de todo, de si habían robado el cadáver de Cristo, de dónde habría ido a parar. En fin, fue el mismo Jesús el que les salió al encuentro para confirmarles que Él ya no estaba entre los muertos, sino que había resucitado.
Ellas fueron a decirlo a los apóstoles, a Pedro y a Juan, que corrieron al sepulcro. Y también constataron que el cadáver no estaba allí, pero ya percibieron que el sudario y las vendas estaban intactas de manera rara. Por un lado, el sepulcro vacío. Por otro, algo grande había pasado. Entraron, vieron y creyeron. Y Jesús ese mismo día se hizo el encontradizo con los discípulos de Emaús, que volvían descorazonados a casa. Los acompañó durante varias horas de camino y fue explicándoles las Escrituras hasta quedarse con ellos, que le reconocieron al partir el pan.
El Resucitado se fue apareciendo sucesivamente a unos y a otros: a los apóstoles en el Cenáculo, a las mujeres junto al sepulcro, a María Magdalena, a los discípulos de Emaús en el camino de aquella tarde, a los discípulos junto al lago. En fin, a más de quinientos hermanos, según nos certifica san Pablo. No le reconocen a la primera, sino que lo reconocen cuando Él se da a conocer. Y a todos se les va llenando el corazón de inmensa alegría. No pueden creerlo, las sucesivas apariciones les van cerciorando que es verdad. Y durante cuarenta días, en un lugar y en otro, el Resucitado da muestras de que ha vencido la muerte y ha inaugurado una vida nueva para Él y para nosotros.
Esta alegría es la que anuncia la Iglesia en esta gran fiesta del año, para hacernos partícipes de esta nueva vida por los sacramentos. No hay fe verdadera, no hay fe personal hasta que no hay un encuentro personal con el Resucitado. Él quiere salir a nuestro encuentro en estos días santos de Pascua. Durante cincuenta días la Iglesia celebra este acontecimiento en su liturgia, llena de aleluyas y de gozo.
Entremos en el gozo de Cristo gozoso. Él ya no está sometido a la muerte ni al sufrimiento. Él está cerca de los que sufren con su aliento vital, con el aliento de quien ha superado la muerte. Pero Él vive gozoso y quiere llenar nuestra vida de ese gozo inagotable que brota de su corazón vivo y glorioso.
La lucha de la vida, llena de pruebas y tentaciones, ha sido superada con éxito. Cristo resucitado es Cristo victorioso, vencedor del pecado, de la muerte y del demonio. Ha habido sangre en esta lucha, pero el resultado es una victoria irreversible.
La alegría del cristiano tiene su fundamento en la resurrección del Señor. Mientras caminamos en esta vida terrena, estamos sometidos a tantas limitaciones. Pero estamos llamados a vivirla con una esperanza firme y con un tono sereno de victoria.
Cristo ha resucitado, aleluya. Verdaderamente ha resucitado, aleluya.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba