Ha sentado muy mal en las filas laicistas, y en especial de aquéllos que quieren un catolicismo aguado y a la carta conforme a sus intereses, el que la Iglesia haya salido a favor de los bebés no nacidos y se plante en contra del aborto, así como el que la Iglesia tampoco esté de acuerdo con aquéllos que en nombre de su ideología, pretenden hacer caso omiso de una serie de derechos humanos.
El señor Bono, el socialista católico más conocido de los que se oponen al aborto, viene a decirnos: “no soy un asesino, y a Pinochet, que sí lo era, se le dio la comunión”. Otros sacan a relucir el que Franco entraba bajo palio en las iglesias, cosa que por cierto hicieron también los reyes de España y Franco recogió sus privilegios. Pero más grave es lo de la comunión. Ante eso hay que decir que un error del pasado no justifica un error del presente, y si estuvo mal dar la comunión a Pinochet y Videla, también está mal dársela a aquéllos que hoy favorecen y ayudan a que haya más abortos en cualquier sitio del mundo. Un político del PNV justifica así su voto, acabo de leerlo en mi periódico local: “entiendo el cristianismo como un acto de amor, de misericordia. La religión con reminiscencias de inquisidor no me interesa”. A ese señor le contesto simplemente. “¿Es que la Iglesia tiene que callarse ante los poderosos, que son Ustedes, y no abrir su boca en defensa de los más débiles y desvalidos, que son los bebés en el seno de su madre? Eso sí que sería una religión al servicio de lo que Juan Pablo II llamó cultura de la muerte, y que se opone a la civilización de la vida”.
Porque hay que decir una cosa: no es un capricho o una ventolera de Martínez Camino el afirmar que el aborto es un pecado mortal objetivo y que los legisladores que lo apoyan están en pecado mortal objetivo con la agravante de escándalo público y por tanto no pueden comulgar. Martínez Camino y los demás obispos y sacerdotes que nos hemos pronunciado en esa línea tan solo repetimos la doctrina de la Iglesia Universal de siempre. Cito un texto suficientemente expresivo: “El aborto y el infanticidio son crímenes abominables” (Gaudium et Spes nº 51). Y que no se me diga que el pecado mortal que estos señores han cometido fue apretar un botón, porque si las consecuencias de apretar ese botón son cientos de miles de seres humanos asesinados es indudable que no puedo apretar ese botón sin cometer un pecado gravísimo. ¿O es que a estas alturas se va a afirmar que Himmler, el ministro nazi de Policía no fue un genocida, por el hecho que jamás ejecutó a nadie y que la única vez que presenció un fusilamiento se desmayó?
Yo no sé si el señor Bono y demás diputados que se dicen católicos, pero que a la hora de la verdad entre su fidelidad a la Iglesia o su fidelidad al Partido han escogido ser fieles a su Partido político, van a encontrar sacerdotes que les den la comunión. Supongo que sí, pero como les recordaba a mis alumnos cuando les explicaba en el Seminario el sacramento de la Penitencia: “tened en cuenta que en el confesionario y añado mucho más en el altar, estamos allí como sacerdotes de la Iglesia Católica, y que debemos actuar como sacerdotes de esa Iglesia. Lo que el fiel espera de mí, no son mis opiniones privadas, sino que diga y actúe de acuerdo con lo que enseña la Iglesia”. Si lo que yo enseño y actúo está de acuerdo con lo que enseña la Iglesia, soy entonces un representante de la Iglesia, pero si lo que yo digo o actúo, por muy sacerdote que sea yo, no está conforme con la Iglesia, es indiscutible que actúo en nombre propio, y no en nombre de la Iglesia. Y no olvido además lo que me dijo un sacerdote días antes de su muerte: “A mí me importa muchísimo lo que Dios opine de mí, algo lo que yo pienso de mí, nada lo que opinen los demás”. Así de claro y sencillo.
Pedro Trevijano, sacerdote