Jesús se enfrenta directamente con el demonio en distintas ocasiones, y lo vence. Podríamos decir que una de sus principales tareas en el anuncio del Reino es traer la salvación al hombre, que vive esclavizado y enredado. El pecado hace al hombre frágil y vulnerable, y el demonio aprovecha esa debilidad del hombre para engañarlo, haciéndole ver como bueno lo que es malo, enredándole con adicciones y afectos desordenados. Verdaderamente, el demonio busca continuamente arruinar al hombre. Y la salvación que Jesucristo nos trae incluye desenmascarar al enemigo, luchar directamente contra él, y vencerlo.
Así aparece en el evangelio de este domingo. Un hombre con un espíritu inmundo grita contra Jesús, insultándolo y confesando quién es Jesús –el Santo de Dios- para echárselo en cara, para despreciarlo. Jesús reacciona directamente y le dice con energía: «Cállate y sal de él». El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él.
En nuestros días hay quien se permite el lujo de negar la existencia del demonio. Explican estos fenómenos evangélicos como enfermedades del hombre o como formas de expresar una lucha contra el mal anónimo. Sin embargo, advierten los entendidos que una de las victorias del demonio en nuestro tiempo es la de hacernos creer que no existe, y así él puede actuar a sus anchas, camuflado de mil maneras.
En el evangelio, la acción directa de Jesús contra Satanás es evidente y continua. El demonio incluso se ha atrevido a tentar a Jesús en varias ocasiones, ofreciéndole las mentiras de sus propuestas o queriéndole apartar del camino señalado por el Padre para la redención del mundo, la obediencia por el camino de la cruz. Jesucristo ha reaccionado inmediatamente y con energía. Así, Jesús nos enseña que con el demonio no se puede dialogar. O lo rechazamos de plano inmediatamente o nos envuelve, nos engaña y nos lleva a la perdición.
También en nuestros días el demonio anda suelto, sigue engañando a unos y a otros, y se cobra alguna que otra victoria. Son signos ciertos de la acción demoniaca el desánimo y la desconfianza. Todo aquello que nos siembra desconfianza en el alma viene de él. Porque Dios nos llama a la santidad plena y nos llena de esperanza, pero el demonio se encarga de sembrar continuamente en nosotros la desconfianza de que tú no vales, de que no merece la pena intentarlo, para que desistamos de la alta vocación a la que Dios nos llama.
Y en cada caso personal, hay continuas artimañas para engañarnos y apartarnos del camino del bien, del cumplimiento de nuestras obligaciones, del seguimiento de nuestra vocación personal. Además, si es descubierto y derrotado, no por eso deja de volver a las andadas. Podemos decir que la vida del cristiano es un continuo combate contra las secuelas de anteriores pecados, que inclinan al mal, y contra el demonio que se filtra en nuestros puntos flacos para hacernos caer, para apartarnos del camino del bien.
Cómo vencer al demonio. Jesús nos enseña a vivir en la obediencia a Dios y a su palabra. La actitud del creyente cristiano es la de someterse a la voluntad de Dios, que se expresa de distintas maneras: en el consejo de un buen amigo, en la dirección espiritual de un sacerdote, en el recurso continuo a la oración, que alimenta el espíritu de fe. Decía nuestra amiga Santa Teresa de Jesús que el que no hace oración no necesita demonio que le tiente, ya tiene bastante con su desorden interior y ya aprovechará el enemigo para engañarle y sembrar el desánimo y la desconfianza en su alma.
En este combate aparece Jesús como vencedor y capaz de enseñarnos a vencer al Maligno. «Líbranos del mal (del Maligno)», rezamos en el Padrenuestro.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba