Ha pasado ya unos días desde la publicación de «Fiducia supplicans» y la convulsión que ha provocado en la Iglesia no remite. Ni siquiera la celebración de la Navidad ha atenuado la polémica. Cada vez son más las Conferencias Episcopales, los obispos en particular o los sacerdotes que se niegan a bendecir las uniones irregulares, incluidas las homosexuales. Algunas de ellas, como la de Haití, el país más pobre de América, considerado por muchos un Estado fallido, ha sido especialmente dura contra «Fiducia supplicans», llegando a afirmar que «Aún después de esta declaración del Dicasterio, nuestra Iglesia Católica permanece fiel a esta exhortación de San Pablo a Timoteo: «Conserva el depósito de la fe en toda su belleza, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros» (2 Timoteo 1: 14), con lo cual, indirectamente, está diciendo que la Declaración va en contra del Depósito de la Fe. De la misma opinión son los ortodoxos; a través del metropolita Hilarion han hecho saber que se ha terminado el diálogo ecuménico y han abierto las puertas para acoger a los católicos decepcionados, pues para ellos esta Declaración confirma que la Iglesia católica es herética.
Esta división, además, está generando un enfrentamiento que llega a los insultos. Lamento muchísimo los que están siendo dirigidos contra el Papa y el cardenal Fernández, porque eso no es de Dios y el que insulta pierde en parte la razón que pueda tener. Quizá sea el malestar que esos insultos le han producido, lo que ha llevado a ese cardenal a decir, en una entrevista, que todos aquellos que consideran que la Declaración es un primer paso para la aprobación del divorcio o del matrimonio homosexual, es que «o no han leído el documento o tienen ‘mala leche’». Hablo por mí, en primer lugar, que he leído el documento y que no creo que se puedan bendecir las parejas irregulares y no lo rechazo por «mala leche», sino con gran dolor porque quiero al Papa y quiero obedecerle, pero en conciencia no puedo hacerlo. Puedo bendecir a dos homosexuales que viven en pareja, aunque estén juntos delante de mí, pero a cada uno por separado, pero dar la bendición a la pareja en cuanto tal significa que no sólo bendigo a las personas sino también a la relación que las une y las constituye como pareja. Esto me parece tan evidente que, por más que se diga lo contrario, no consigo verlo de otra manera. Del mismo modo, no creo que tengan «mala leche» ni el cardenal Müller o el cardenal Sturla, ni los cientos de obispos que se han manifestado ya diciendo que no van a aplicar el Documento.
El resultado es que la Iglesia está recorrida por un nuevo caballo del Apocalipsis que es el del miedo. Miedo a las consecuencias que pueda haber contra los que, con gran dolor, hemos rechazado algo firmado por el Papa. Lo confieso, tengo miedo, pero no soy capaz de obrar de otra manera y le pido a Dios que, si llega el momento, me dé la fuerza que dio a los mártires.
Aunque el miedo principal que recorre la Iglesia y la atenaza no es el de los posibles castigos, sino el de si «Fiducia supplicans» será sólo la primera etapa de una obra de demolición del dogma católico. ¿Cómo es posible que, habiendo ocupado el cargo en septiembre y habiendo estado todo octubre trabajando en el Sínodo, el cardenal Fernández haya podido elaborar una Declaración de este calibre, que ha puesto patas arriba la Iglesia? ¿Estaba ya escrita de antemano y por quién? ¿Si en la primera parte del Sínodo no se trató apenas este tema, por qué se ha publicado sin esperar a la segunda parte, del próximo mes de octubre? ¿Por qué tantas prisas, que llevan a saltarse incluso el diálogo sinodal, que ha quedado convertido en cenizas? ¿Se tuvo en cuenta la más que previsible reacción de los ortodoxos? Y, sobre todo, ¿es verdad, como ya se ha publicado, que está ya escrito otro documento en el que se aprueba el diaconado femenino, utilizando parecidas florituras dialécticas para decir que no y a la vez decir que sí? Si se aprueba el diaconado femenino, camuflado como se quiera, ¿la reacción será sólo la de rechazar el documento o habrá motivos suficientes para llegar al cisma?
Vuelvo a plantear la pregunta de la semana pasada: para aprobar algo que, supuestamente, no contenta a los que beneficia, porque, como dice el cardenal Fernández, no legitima las relaciones homosexuales, ¿merecía la pena crear esta convulsión en la Iglesia, o, como sospechan muchos, esto es sólo el principio? Recemos. También por los que nos insultan.