La proyección psicológica es definida como un mecanismo de defensa mediante el cual el sujeto atribuye a otras personas sus propios defectos y carencias. Este fenómeno suele ponerse en marcha, de manera automática, sobre todo en personas excesivamente inconsistentes, inseguras e inestables, cuando perciben una posible amenaza externa. Rápidamente recurren a la inculpación y al descrédito del otro, para evitar asumir responsabilidades, sin ser conscientes de que están asignándole calificativos que, en el fondo, conocen muy bien, por ser delatores de su propia naturaleza e identidad. Efectivamente, ignoran que están recurriendo a términos que son, desde el punto de vista gnoseológico, más válidos para hacer una autodescripción.
Esto lo observamos con demasiada frecuencia en la refriega política, si bien tenemos fundadas razones para pensar que, en ocasiones, en este ámbito, se trata más de una estrategia deliberada para crear desconcierto y confusión en la opinión pública, que del concepto psicoanalítico de transferencia propiamente dicho.
Lo cierto es que, ya sea por ciego impulso subconsciente, ya sea por asimilación o aprendizaje del ambiente político y social, e incluso arrastrados por motivaciones manifiestamente abyectas, este hecho se está extendiendo cada vez más en las tertulias de radio y televisión, en las redes sociales, en los círculos de amigos y hasta en las relaciones personales más cotidianas.
Estas actuaciones son más graves cuando las protagonizan, tristemente, aquellos que más deberían dar ejemplo de respeto a las personas, por encima de las diferencias ideológicas o criteriales. Saber escuchar las críticas, y aceptarlas cuando tienen justificación y soporte real, siempre es signo de equilibrio y madurez. Lo contrario, puede ser ofuscación, soberbia, y muy posiblemente, necedad.
La ciencia psicológica nos enseña a desconfiar de las reacciones emocionales impulsivas, viscerales y poco ponderadas. El mismo Evangelio nos advierte del peligro de ver la mota en el ojo del hermano, sin advertir la viga en el nuestro (Lc 6,41). Peor aún es ser consciente de la viga que hay en el nuestro y aún así, empeñarnos en divulgar la mota ajena. Se corre el riesgo de tropezar un día con alguien de su misma condición, que no tenga reparo en descubrir sus vergüenzas y desenmascarar al impostor. En el mejor de los casos, en última instancia, cada uno acaba dando a conocer su propia capacidad o incompetencia, «pues nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse» (Lc 12, 2).
Está claro que todos necesitamos dominar y gestionar adecuadamente nuestras reacciones instintivas, sometiendo cualquier afecto negativo o sentimiento de contrariedad a la lógica de la razón y al ejercicio de la virtud. Si al final, se opta por actuar siguiendo la máxima: «proyecta, que algo queda», hemos de saber que lo queda es la propia descalificación.
Juan Antonio Moya Sánchez
Sacerdote y Psicólogo