- ¿Padre Christian, quiere un poco de vino?
- ¡Yo solo tomo cuando trabajo!
- ¡Pero puede hacer «horas extras»!
La humorada de Juan Carlos arrancó sonoras risas en los festejos por su matrimonio con Fidela; que tuve el honor de bendecir, hace unos años, en Sagrado Corazón de Jesús, de Cambaceres. Hoy, mis queridos hijos paraguayos, padres de tres niños --bauticé a Rosario Pía, y Clara Belén; al mayor, Carlitos, lo hizo otro hermano Sacerdote-, son fervientes militantes católicos; Juan Carlos, por caso, participa todos los años en la peregrinación (de tres días) de Nuestra Señora de la Cristiandad. Y, claro, su ocurrencia ya tiene carta de ciudadanía propia; por eso, en los ágapes comunitarios, y en otros encuentros familiares, preguntan a la hora de ofrecer bebidas, «¿un poco de ‘horas extras’…?».
La simpática salida de Juan Carlos vino, una vez más, a mi recuerdo, esta mañana, muy temprano; mientras caminaba por las calles platenses, para ir a darle la Unción de los Enfermos, en una clínica, a otro paraguayo, muy grave. Ya había celebrado la Santa Misa por el eterno descanso de Hemilce («Beba»), una anciana porteña, de 95 años, que me acompañó con particular afecto, cercanía, y generosidad en mi camino al Sacerdocio; cuando, de pronto --mientras meditaba en cómo me había ayudado la venerable dama-, me topé con el grafito: «Salvemos la tierra es el único planeta con vino». Obviamente, no pude ocultar una sonrisa ante la ocurrencia de su autor; y, también, mi comprensión hacia el propietario de la pared que, seguramente cansado de tanta anónima escritura callejera, había intentado borrarla…
«Salvar la tierra», en estos tiempos de Agenda Verde (o 2030) es algo que escuchamos, y vemos, hasta en la sopa. Muy poco, empero, se habla de la salvación del hombre; la única criatura a la que Dios amó, y ama, por sí misma. Y, en el colmo de las exageraciones, se lo coloca al propio hombre como supuesto verdugo del planeta; y, sistemáticamente, se lo va arrinconando en su derrumbe. Menuda contradicción la de quienes --como lo manda el Señor, y lo enseña la Iglesia, desde hace 2000 años- dicen empeñarse en cuidar árboles, animales, y mares; y, al mismo tiempo, con una furia para nada respetuosa de la «ecología humana», apoyan el humanicidio, con el asesinato prenatal (aborto), la eutanasia, el suicidio asistido, la liberalización descarada de la droga y, por supuesto, las políticas económicas que generan legiones de pobres, e indigentes.
No existe, por cierto, el «ecocidio» (pues no somos, de suyo, asesinos de la tierra), pero sí la «ecolatría»; o sea, la adoración de sus recursos, en remplazo de la debida adoración de Dios. Por supuesto, nadie en su sano juicio puede estar a favor del derroche, ni de la destrucción por sí misma de los seres vivos. Pero el Creador hizo a las cosas, animadas e inanimadas, para que sirvan al hombre; y no para que el hombre las sirva a ellas. Mucho menos para que, en el colmo del delirio, se vea al hombre como el enemigo a vencer; y a las cosas que deben estar a su servicio, como a los protagonistas a endiosar. Patético mundo podemos esperar con esta deriva idolátrica. ¿No sería mejor, por ejemplo, favorecer el matrimonio, y la familia; y tener en ella la primera educadora en las virtudes? ¿No sería más «ecológicamente sostenible» que, en vez de seguir fomentando el hacinamiento, y la marginalidad, en las grandes ciudades, se promoviese el traslado de personas al campo, para trabajar la tierra como Dios manda; y no vivir de «planes» y «subsidios» del Estado? ¿Y no sería, por encima de todo, mucho más beneficioso proclamar la Palabra de Dios, e insistir con ocasión, o sin ella (cf. 2 Tm 4, 2); para recordarnos que solo el Padre nos hace hermanos, desde el Bautismo, y por lo tanto responsables unos de otros?
Se está llegando al colmo de proponer (y, muy pronto, será a imponer) «soluciones ecológicas» rayanas al delirio. Acabo de enterarme que quieren desarrollar un «medicamento» (¿se viene otro nuevo «pinchazo»?) para que le tengamos «alergia a la carne». Por supuesto que a mí no me cuenten como «animalito de laboratorio». Que no podamos comer carne, en nuestra Argentina saqueada por décadas de socialismo, corrupción, e inflación, es una cosa. Bienvenidos, de cualquier modo --y con más razón- unos buenos asados… Hasta ese nivel llega el cinismo del puñadito de oligarcas que manejan el mundo: la poca carne que haya la quieren para ellos, y a nosotros nos quieren educar ¡para que comamos insectos! «Pero, padre, no sea cerrado. ¿No ve acaso todo el daño que se causa con la contaminación ambiental? Sí, lo veo con espíritu crítico; pues aprendí, con casi 50 años de periodista, como bien lo dice el admirado Vittorio Messori, ‘a no creer en nada de lo que escucho, y en lo que veo con mis propios ojos, a creer en la mitad’…»
Hemos comprobado, especialmente con la gestión de la pandemia que los globalistas (todos ellos acérrimos «ecologistas»), son la parte más importante del problema. Y, por supuesto, nada tienen que ver con la solución. Confiar en que ellos cuidarán el planeta y, por lo tanto, a nosotros, es como confiar en que Herodes (cf. Mt 2, 16) cuidará de los niños… Por lo tanto, ni un peso, ni un voto, y nada de apoyo a tamaños personeros de las logias secretas; que, desde las sombras, sostienen el mundialismo. Y, tampoco, a quienes en los distintos países y ambientes defienden su insostenible Agenda. La única globalización sana es la de la Verdad encarnada; la de Jesucristo que, desde la Iglesia, nos dice: Id por todo el mundo, anunciad la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará (Mc 16, 15-16). Y, para que no quede ninguna duda, enfatiza: Y enseñándoles a cumplir todo lo que yo os he mandado. Y yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo (Mt 28, 20). No hay que inventar, entonces, falsas recetas. Ni creer que el Señor nos soltará de su mano. Más allá de cualquier experimento humano, este mundo que pasa (cf. Rm 12, 2) terminará cuando Dios lo determine; y no cuando las Naciones Unidas lo dispongan…
No puedo saber, obviamente, con qué intenciones estampó --tal vez entre copa, y copa- su mensaje, nuestro anónimo escribiente. No es descabellado pensar, de cualquier modo, que aun en medio de algún exceso etílico quiso manifestar su hartazgo ante tanta manipulación ecologista. No creo, sin embargo, que llegado el caso se instalen bodegas en Marte, o en Júpiter… Y, mucho menos, que se comparta allí un buen costillar, y unas crocantes achuras, sobriamente regadas con tintillo…
Llegué a la clínica y el Señor me regaló no solo darle la Unción al moribundo paraguayo, sino también a su compañero de pieza. ¡Otros dos hermanos, con las maletas listas para el Cielo! Y mientras me despedía del nosocomio, dejándoles a las enfermeras, y demás auxiliares, varias estampitas para otros enfermos, y sus parientes, volví a darle gracias a Dios por el enorme regalo del Sacerdocio. Que nos permite, en cada Santa Misa, convertir el vino en la Sangre de Cristo; verdadera bebida de Salvación…
+ Pater Christian Viña
La Plata, miércoles 31 de agosto de 2023.
Memoria de San Ramón Nonato, patrono de las embarazadas. --