Hoy he tenido una interesante conversación sobre la fe y la vida cristiana, a raíz del primer artículo publicado en este periódico.
La fe es una constante búsqueda de Dios, que sale al encuentro del hombre.
Soy el que soy… Dios no es como yo desearía que fuera, o como lo siento, o imagino. No es simplemente un aspecto más en la persona: mi relación con El abarca mi existencia. Es más, para un cristiano, aquello que en mi vida no es de Dios es pagano, y no me sirve.
La vida cristiana es llamada a vivir en una comunión de vida y amor por toda la eternidad. Dios se siente atraído por mi amor y vive en mí de tal manera que somos uno. Y aunque no encontremos explicación racional, nos convertimos en fuente de amor que ama a los demás de manera diferente, con compasión y ternura; incluso a aquellos que nos rechazan.
El seguimiento de Cristo no es un moralismo donde se deben cumplir una serie de normas. Conlleva una ética, pero tampoco es esencialmente una ética. Si así fuera se convertiría sin más en una ideología donde tan solo hay ideas.
Seguir a Cristo es vivir en el Dios vivo. La esencia del cristianismo no es algo, sino Alguien. Es la vida diferente que realiza Dios en mí. Una vida pisando la realidad; con los pies en la tierra, aunque el corazón ansíe el cielo. La fe no me habla de un mundo diferente: es luz que descubre una dimensión nueva en todos y en todo lo que está a mi alrededor.
Cristo está resucitado, este no fue un hecho ocurrido sin más en el pasado, en un momento concreto; sino que sigue vivo y resucitado realmente hoy, y reclama una vida diferente para ti y para mí.
El Resucitado no está lejos de nosotros, ni se somete a caprichos inmediatos. Vive y quiere vivir con nosotros. La fe no es un esfuerzo que debo hacer, sino un don. Es vida que brota de Dios conmigo, es acogida que sale a mi encuentro. El Creador ha abierto su Corazón donde podemos encontrar la fuente inagotable de la Vida, que es capaz de regar los desiertos del alma y de hacer que vuelva a florecer la esperanza.
Decía Juan Pablo II que «el hombre ha perdido el camino y se ha extraviado». El hombre ha perdido el rumbo, está perdido… Salió de la que realmente es su casa y buscó absurdamente otras satisfacciones… Pero Dios es fiel, no cambia de opinión. Ha llegado hasta la locura de la cruz para salvarte y demostrarte su amor. Y sigue esperando…
P. Ignacio María Doñoro de los Ríos, sacerdote