En nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Ilustrísimo Señor Abad de la Basílica de Covadonga, queridos sacerdotes, muy queridos peregrinos.
El entonces Cardenal Ratzinger decía, «a mí me parece que seguramente a la Iglesia le aguardan tiempos muy difíciles. Permanecerá la Iglesia de Jesucristo, la Iglesia que cree en el Dios que se ha hecho hombre, y que nos promete la vida eterna».
Continúa, «una Iglesia que habrá perdido mucho, que tendrá que empezar todo desde el principio».
«Será una Iglesia más espiritual», nos decía.
Nosotros ya sabemos, pero hoy lo debemos recordar, la renovación, la reconstrucción, la restauración de la Iglesia, vendrá de la santidad.
El último Concilio Vaticano nos hablaba de la llamada universal a la santidad. Hoy debemos recordarlo, porque diría que hoy es más urgente ese llamado a la santidad.
Y en nuestra querida España, esa llamada debe resonar en nuestros corazones. España nunca se salvó por un puñado de votos, sino por un puñado de santos.
Y la santidad pasa sobre todo por una vida de oración, por el trato con Dios.
España, tierra de María, tierra de místicos, alma contemplativa. Desde Covadonga, a los pies de la Santina, recordamos que todo empieza con Pelayo de rodillas.
En el mundo hostil que tenemos que vivir, no sirve de nada lamentarse, criticar, faltar a la caridad y terminar por desanimarse.
Nos toca rezar, rezar para que Dios actúe, rezar para ser fieles, rezar para poder perseverar.
Además, para los tiempos actuales necesitamos la Verdad y la Caridad, la verdad de la Fe sin rebajas ni ambigüedades, la Creación, la Encarnación, la Redención, la Iglesia, la Salvación, el Cielo, el Infierno, los siete sacramentos y los diez mandamientos sin quitar ninguno.
La Fe es columna firme en medio de las tempestades, la Fe es antorcha en medio de las tinieblas.
Y la Caridad, en cuanto a amor de Dios, signo sobrenatural, nos lleva a ser pacientes con los defectos del prójimo, a perdonar, a olvidarnos de nosotros mismos, a ayudar al prójimo en sus necesidades.
Resumiendo, el amor de Dios y del prójimo, o de otra manera, odiar al pecado y amar al pecador.
También debo decir que la puerta del cielo es bajita, bastante bajita. Para entrar en ella tenemos que agacharnos por la virtud de la humildad. Hay que hacerse pequeños con la humildad si queremos entrar al cielo.
Humildad, esa gran virtud que nos lleva a anonadarnos ante el misterio en nuestra amada liturgia tradicional o tridentina, que nos lleva a adorar a nuestro Dios, decía Santa Teresa, nuestra Santa Teresa, «cuanto más se abaja un alma en la oración, más la sube Dios».
Santidad por la oración, en la Verdad, por la Caridad, por la humildad.
Muchos que estáis ahora aquí, habéis recibido, tal vez, no hace tanto tiempo, la gracia de una conversión. Gracia que en estos tiempos en que vivimos, Dios ofrece a muchos jóvenes. Y después de la conversión, viene un camino que a veces se nos hace arduo, como para venir a Covadonga.
No nos faltan dificultades, nos cuesta perseverar.
Debemos siempre confiar en Dios y seguir luchando con la confianza puesta en Él.
Hay una frase de San Francisco de Sales que creo que nos puede ayudar a todos cuando tenemos la tentación de desfallecer: «Lo que no sirve para la eternidad no es más que vanidad».
Termino con un pedido. Se dice que los sacerdotes acostumbramos a pedir, pero en este caso no será dinero ni limosna. Pero voy a pedir tres cosas concretas.
- Primero, rezad el rosario diariamente y la confesión por lo menos mensual.
- En segundo lugar, os pido aprendan o reaprendan el catecismo.
- En tercer lugar, practiquemos las virtudes sobre todos las más opuestas al mundo de hoy, la humildad, la pureza y la caridad.
Pedimos a la Virgen de Covadonga que suscite en muchos peregrinos grandes deseos de santidad, que vayan siempre con humildad, pero que nazcan en nuestros corazones porque la Iglesia, España, necesita de muchos santos.
Y todo empieza por esa gracia de Dios de desear con toda la fuerza de nuestra alma esa santidad.
Y que su Hijo, Jesucristo, nos conceda a todos la fidelidad y la perseverancia.
Nuestra Señora de Covadonga, ruega por nosotros.
En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Homilía del P. Raúl Olazábal en la Santa Misa en la Basílica de Covadonga 24 de julio 2023