Cada vez más autores, como Daniel Goleman (Focus, 2013) o Cal Newport (Deep Work, 2016), coinciden en que las redes sociales están dañando nuestra capacidad de concentración. Y tengo la impresión de que este efecto va a peor. Tanto en Twitter como en Facebook veo más publicidad y publicaciones de personas que no sigo. Instagram me presiona por varios frentes para que deje el ordenador y reinstale la aplicación en el móvil (por ejemplo, ya no puedo «seguir» a otros y el link de la webpage quedó petrificado).
Que las redes nos distraen es evidente. La pregunta que me hago es si este precio vale la pena seguir pagándolo. Hasta ahora, el mejor consejo que he escuchado es el que da el Dr. Kevin Majeres en su curso sobre Optimal Work. Él sugiere revisar las redes sociales antes de comer o antes de la cena. Eso he estado haciendo (con altos y bajos), pero pienso ahora que me convendría dar un paso más y cerrar definitivamente mis cuentas de Twitter, Facebook e Instagram.
He estado reflexionando y conversando sobre esto durante varios meses. Resumiré los argumentos a favor de conservar las Redes en cuatro ámbitos e iré respondiendo. Información, amistad, entretenimiento y evangelización. ¿Son éstas ventajas tan sólidas como para justificar el precio que nos cobran en atención y tiempo?
La información
Cuando pensamos «informarnos», muchos pensamos en Twitter. Yo tengo cuenta hace años y me siguen unas 2.000 personas (yo sigo a otros 2.000, debo confesar).
Twitter promete alimentar, pero también deshidrata: crees que te estás informando mucho, cuando una buena parte de lo que leemos puede ser información parcial, desenfocada o incluso falsa. Esto se podría resolver seleccionando bien las personas para seguir (yo recomendaría, por cierto, a varios cracks, como a Enrique García Máiquez o a Juan Luis Lorda), pero ahora nos aparecen también contenidos de terceros (por excusas como que alguien le dio un like, o simplemente porque alguien lo sigue).
Informarse en Twitter es posible, pero nos perdemos la visión de conjunto que aportaría un periódico que cuenta con equipos de profesionales para verificar, ordenar y jerarquizar las noticias. ¿Hay tiempo para las dos cosas? Y en esta red falta también profundidad, reflexión, eso por supuesto. ¿Podemos decir que somos una sociedad informada?, ¿acaso reflexiva?
La amistad
Pareciera que las redes promueven la amistad, pero ¿es así? ¿No será que incluso las están deteriorando? Por un lado, me entero de cosas que pasan en la vida de mis conocidos y eso me alegra; por otro, tengo el riesgo de quedarme tranquilo viviendo en la superficie de esas amistades. «¿Para qué voy a llamar a D., si ya he visto por su Instagram un montón de fotos y sé que está contento con su trabajo, sus vacaciones y sus hijos?», me digo. Pero entonces escucho otra voz: «Pero, eh, D. es tu amigo y no lo has llamado en un año, ¿qué clase de amistad es ésa?».
Entiendo que muchos elijan «ganar en los dos campos»: tanto en la superficie de Instagram, como en la amistad con más calidad. Me parece un propósito ambicioso y posible, por eso yo he tenido esta red por tantos años. Pero ¿por qué elegir lo menos cuando puedo elegir lo más? Prefiero dar todo mi tiempo a la calidad: dar más tiempo a la conversación, a las aficiones compartidas, a un tipo de amistad, en fin, que esté más al nivel de las propuestas de Cicerón o Gregorio Magno que a las de Marc Zuckerberg.
¿Qué haré cuando vea a mi prima y caiga en la cuenta de que no he visto las fotos de su matrimonio, ésas que ella publicó en su Instagram y todos han visto? Es una inquietud. Pero supongo que puedo recurrir al sistema clásico de ir a su casa para que las veamos juntos en el álbum.
El descanso o entretenimiento
No es igual hacer un descanso del estudio con un paseo por el jardín, conversando con un amigo o escuchando el Adagio para cuerdas de Samuel Barber, que entrando a Facebook para ver dos publicaciones interesantes junto con una fotografía de Shakira, proveniente de una página que uno nunca siguió y que te invita a escuchar su última canción.
Aunque tenga el autodominio suficiente como para volver a estudiar a la hora prevista, me puedo demorar en recuperar la concentración, pues tengo que sacar de mi cabeza la imagen de la cantautora de Barranquilla antes de volver a entrar en el libro. Además de marginar también su canción, por supuesto, porque fui incapaz de no escucharla. No tengo nada contra Shakira ni su canción; lo que no me gusta es sentirme tan atraído por una red social que me incita a depositar esos preciosos minutos de ocio en una ruleta.
La evangelización
Para transmitir el mensaje de Cristo a otros es fundamental tener un espíritu contemplativo. Por eso me pregunto si las monedas de atención con que pagamos a las redes… no será un precio demasiado alto como para que nos lo permitamos.
Hay muchos que han encontrado su sitio en las redes y que hacen un apostolado maravilloso. Yo sigo a varios habitualmente y me aportan un montón. Es más, yo también quiero participar en la Evangelización. Tanto es así, que recibiré la ordenación sacerdotal este 20 de mayo. Por eso me he preguntado cómo organizarme. Al fin, he decidido recalcular y simplificar los canales que tengo abiertos. Vamos a ver qué tal. Así que me despido de mis cuentas personales de Twitter, Facebook e Instagram (¡gracias a Dios, nunca me hice una cuenta de Tiktok!). Seguiré escribiendo artículos en medios de prensa y concentraré mi esfuerzo de evangelización digital a través del canal «Hagan Lío».
Y después de toda esta exposición-testimonio a que los acabo de someter, espero que no acabe perdiendo el tiempo con otras cosas.