La Nochebuena, la noche que lo cambió todo. Mientras unos pastores dormían y vigilaban al raso, el cielo manifestó su designio oculto.
Sirio es una estrella, sideral es un conjunto de estrellas y de-siderium es el deseo de las estrellas. De desiderium viene la palabra «deseo»: Luego la expresión del deseo de todo hombre viene de cuando al mirar a las estrellas, esto le produce paz, y en el fondo desea esa paz que le produce el firmamento. El corazón se le llena al contemplar el cielo estrellado, y se podría quedar contemplándolo horas, por el simple hecho de la luz y de la paz que da al corazón de todo hombre.
Esa paz que da en el corazón el firmamento (testimonio divino) está inscrita en cada ser humano, y en el fondo es la búsqueda de todo hombre de la felicidad por este deseo.
Resulta que ese deseo que está en las estrellas, que está en el más allá, el cual todo hombre reconoce y busca, resulta que Dios lo cumple y quiere cumplir en todo hombre. Por eso ha puesto el firmamento (algo ya consolidado, su plan Divino) y ese deseo lo indica una estrella.
¿Por qué lo indica una estrella? Porque realmente sideral es lo que pertenece a las estrellas, lo que es un conjunto, pero que no forma parte de ellas, y en el fondo la paz No forma parte de esas estrellas, como decía San Agustín:
«Pregunté al cielo, al sol, a la luna y a las estrellas. ‘Tampoco somos nosotros el Dios que buscas’, me respondieron.» (Confesiones)
En el fondo, ese desiderium, ese deseo de felicidad de todo hombre, lo indica y está marcado en el cielo por una estrella, la estrella de Belén, la estrella que siguieron los Reyes Magos. Esa estrella indicó que la felicidad del hombre estaba más allá de las estrellas. Pero ha venido a visitarnos, y se ha hecho carne, se ha hecho uno de nosotros, se ha hecho Jesucristo, el Hijo Dios. Él es el deseo de todo hombre, Él es el que puede cumplir el deseo de todo hombre. Él es la verdad, el camino y la vida, nadie va al Padre, sino por él: «Yo he venido aquí para dar testimonio de la verdad, el que es de la verdad oye mi voz»; «a Mí nadie me quita la vida, yo la entrego por la vida del mundo». (Jn 18,37; Jn 10,18)
Resulta que Jesucristo, El hijo de Dios hecho carne en la Virgen María, es el único capaz de hacernos felices.
¿Quién es el hombre? El hombre sólo puede reconocerse en un espejo, en el espejo de Dios, en Jesucristo. Éste revela al hombre quién es el hombre.
Cuando el hombre sabe quién es, de dónde procede y quién ha venido a rescatarle, y se encuentra con esa persona que adoran los magos en el Belén: que le ofrecen oro incienso y mirra, en ese preciso instante el hombre sabe quién es, sabe a lo que está llamado, y qué es la felicidad que le pertenece como promesa firmada: consolidada en el cielo.
Cuando el hombre no sabe poner nombre a ese deseo que está más allá de las estrellas, Dios le muestra el camino y se lo revela: es el niño Jesús que nace en el portal de Belén. Sobre todo es el sacerdocio de Cristo, la Eucaristía y demás sacramentos.
Por eso, el símbolo de la Navidad no es simplemente el Belén, pues en este niño se oculta también la promesa sacramental. Hoy no hay que mirar estrellas («qué hacéis mirando hay arriba» Hc 1,11) sino acudir al deseo de todo hombre en los sacramentos: el perdón de los pecados y la comunión con Dios en su Iglesia Católica.
Sí, porque realmente Cristo quiere nacer en nuestros corazones, y lo puede hacer durante todo el año, pero de una manera celebramos la Navidad que es pura y netamente católica, para aquel que quiera entender lo que es eso y lo que se le ofrece: es La Eucaristía, Cristo «baja» para la familia de la fe, en la Misa del gallo.
El que asiste a la misa del gallo, a las doce de la noche, a cualquier parroquia, aunque no comulgue, cuando escuche el Evangelio, entenderá cuál es el significado de la Navidad.
Este significado estaba escrito en las estrellas antes de ser creado el mundo. Antes de que existiera nada de lo creado, Dios quiso poner en las estrellas una señal para que todo hombre alce la vista y reconozca al Hijo de Dios en todo deseo humano.
Eso obviamente es un camino, pero eso, eso es el espíritu de la Navidad: una familia que quiere permanecer unida y vivir unida por la gracia sobrenatural de la semejanza de Dios, de la cual todos queremos participar. No es una semejanza de los dioses griegos, es una divinidad sencilla y humilde en un niño, que tiene una familia, y es querido, y se siente amado en el seno de una familia.
Alguno tal vez no ha recibido lo que merece, pero sí podemos dar lo que los demás merecen, porque lo queremos recibir del Padre Eterno y de la Madre De Dios: La virgen María.
Este, no otro, es el mensaje de la Navidad. Esto es lo único que puede traer paz, porque la paz que el hombre encuentra mirando las estrellas, Dios la quiere meter adentro de los corazones: aceptando al Hijo de Dios Jesucristo, Nuestro Señor, con el único que vamos a vivir eternamente.
Dios se ha encarnado. Está también muy presente en los acompañantes al lado la cama del familiar enfermo (o del desconocido), en los pobres, humildes, ricos caritativos y contribuyentes al bien social y antropológico del ser humano y de la ley natural, etc. Es el único Dios que más nos fortalece y une en las debilidades humanas, eliminando el pecado que divide. Una especial felicitación para aquellos que pasarán la Nochebuena en los hospitales y demás centros de asistencia social, pues se les anuncia un Salvador, que de alguna manera ya está presente en las mediaciones humanas que les atienden y consideran la mejor Navidad pasarla en cualquier sitio, pero unidos en la fortaleza del amor de Dios.
Así pues, ¡te deseo toda la felicidad del mundo!, te deseo toda la felicidad de estas Navidades, y es que la luz del alba: Cristo nazca en los corazones de todas las personas.
Feliz Navidad.