En 1976, al tiempo que Adolfo Suárez era nombrado presidente del Gobierno, Libertad sin ira, del grupo Jarcha, se convertía en el himno de la Transición política. Era una canción cuya letra empezaba así: «Cuentan los viejos que en este país hubo una guerra…», y con eso de «viejos» se estaba refiriendo a los protagonistas de la II República y a los que participaron en la guerra civil, aquellos que, en la Transición, queriendo superar las heridas de las dos Españas y de la lucha fratricida, se entendieron y reconciliaron. Desde entonces han pasado 46 años y, ahora, los nietos de aquellos «viejos», se dedican a reescribir esa historia y, al tiempo que aprueban leyes de Memoria democrática, para eliminar a unos de ellos, canonizan a los otros, como es lo que han hecho con esa subvención de 200.000 euros que el Gobierno de Pedro Sánchez ha dado para una exposición sobre el dirigente del PSOE y de la UGT, y presidente del Consejo de Ministros durante la guerra, Francisco Largo Caballero, del que el ministro Miguel Iceta ha declarado «que muchos nos sentimos legítimamente orgullosos» y que es necesario «recuperar» su historia. Por eso, conviene saber quién fue ese personaje al que se le conoció como «el Lenin español»,
Francisco Largo Caballero (1869-1946) fue un obrero estuquista que al advenimiento de la Dictadura de Primo de Rivera no tuvo reparo en aceptar ser nombrado miembro del Consejo de Estado por el Rey y por el dictador, con las concesiones honoríficas inherentes al cargo. Después, cuando se proclamó la II República, fue ministro de Trabajo, hasta septiembre de 1933, y no supo digerir su derrota en las elecciones generales de noviembre de ese año, por lo que declaró: «Hoy estoy convencido de que realizar la obra socialista dentro de una democracia burguesa es imposible; después de la República ya no puede venir más que nuestro régimen» […]. «En las elecciones de abril (las que trajeron la República) los socialistas renunciaron a vengarse de sus enemigos y respetaron vidas y haciendas. ¡Que no esperen generosidad en nuestro próximo triunfo! La consolidación de un régimen exige hechos que repugnan, pero que luego justifica la Historia…». Y añadió que «en la inevitable necesidad de promover un movimiento revolucionario si Gil-Robles entraba en el Gobierno, estaban perfectamente de acuerdo todos los miembros de la Ejecutiva del Partido (PSOE)». Por eso, como señaló Salvador de Madariaga, «Largo Caballero no ocultaba su intención de dirigir al pueblo contra la República».
Ya en 1935 declararía en Cádiz: «Perfeccionaremos la táctica de la revolución de Asturias. Lograremos el triunfo, quieran o no los elementos militares.» Y, unos meses después, durante la campaña de las elecciones de febrero de 1936, dijo: «Yo declaro paladinamente que, antes de la República, nuestro deber era traerla; pero establecida la República nuestro deber es traer el socialismo. Y cuando yo hablo de socialismo, no hablo de socialismo a secas: hablo del socialismo marxista, hablo de socialismo revolucionario. Somos, hemos sido siempre, socialistas: pero socialistas marxistas, revolucionaros» […]. «La clase trabajadora tiene que hacer su revolución. Si no nos dejan iremos a la guerra civil» […]. «Estamos decididos a hacer en España lo mismo que en Rusia, y, ahora, cuando nos lancemos por segunda vez a la calle, que no nos hablen de generosidades ni de respetar personas y cosas. Vamos a la toma del Poder como sea para establecer la dictadura. ¡A muerte los policías, los arrastrasables, los magistrados de toda laya, los sacerdotes! El plan del socialismo español y el comunismo ruso es el mismo».
Durante los meses del Frente Popular, en vísperas de la guerra civil, diría: «Lo que tenemos que hacer es arrollarlo todo, porque sin arrollarlo y sin derribarlo todo, no podemos llegar a la meta de nuestros ideales» […]. «No habrá más remedio que echarse a la calle sin respetar lo que se respetó la primera vez» […]. «La revolución que queremos sólo puede realizarse por la violencia.»
Y ya en plena guerra civil, Largo Caballero tomó posesión como presidente del Consejo de Ministros el 4 de septiembre de 1936 y una de las primeras decisiones que adoptó su Gobierno fue la de enviar el oro a Moscú. Además, durante su mandato, nada hizo por impedir las matanzas de Paracuellos del Jarama de noviembre de ese año y se limitó a comunicar a su Gobierno el «enterado» de la sentencia dictada en Alicante contra José Antonio Primo de Rivera.
Este es el personaje del que tan «orgulloso» dice estar el ministro Iceta. No sé qué es lo que de esa «fuerte y tenaz» figura, tan pacífica y conciliadora, le atrae. Quizás, como él mismo confesó, lo que de Francisco Largo Caballero le puede seducir es «esa mirada clara de ojos tan bonitos» pero, si es así, no creo que esto pueda ser motivo suficiente como para justificar una subvención de 200.000 euros de dinero público para exaltarlo ni para que ahora los socialistas pretendan canonizarlo.
Publicado originalmente en El Debate