Los términos «indietrismo» e «indietrista» ya ocupan un lugar en el lenguaje eclesiástico, en el más alto nivel. Obviamente, se los ha acuñado y se los emplea según una interpretación peyorativa, y aún despectiva. No habría vicio peor en la Iglesia que esa presunta rémora al cambio y al progreso. Yo, en cambio, los comprendo atribuyéndole un sentido elogioso. El italianismo puede expresarse en un castizo axioma italiano: Per andare avanti bisogna prima tornare indietro. ¿Cómo se explica esta paradoja? ¡Para avanzar es preciso retroceder! Refiriéndonos a la marcha de la Iglesia, se puede decir: al verdadero progreso (un progreso no progresista), el católico se dirige hundiendo sus raíces en la gran Tradición eclesial. Los «indietristas» van acompañados en la vituperación por los «restauracionistas». El equívoco consiste en que no es menester restaurar la Tradición, que ella es siempre vital y actual; no es una pieza de museo. Restaurar significa reconocerla, otorgarle el valor que la caracteriza como totalidad, rechazando las pretensiones progresistas.
Tornare indietro no equivale a retroceder hacia el refugio de un pasado mítico, sino a encaminarse esperanzadamente a un futuro que no es una gnosis progresista, sino que se enfila homogéneamente en la línea de la gran Tradición. Ésta, siempre actual, utiliza un lenguaje renovado (habla nove) pero no introduce la heterogeneidad de cosas nuevas (nova). La distinción procede del siglo V; su autor es San Vicente de Lerins, un monje galo-romano, obispo y Padre de la Iglesia. Su fórmula reza, en buen latín, que la enseñanza, la liturgia, las instituciones eclesiales, se desarrollan in eodem scilicet dogmate, eodem sensu, eademque sententia. Eodem es la mismidad. La heterogeneidad, la intromisión en la vida eclesial y en su marcha de la cultura secular, o los inventos que mentes eclesiásticas calenturientas pretendan transmitir al futuro constituyen el error, la herejía. En aquellos términos del Lerinense, o en otros sinónimos se ha expresado siempre la ortodoxia de la Gran Iglesia, la Katholiké, repudiando toda división (hairesis), toda herejía. Es oportuno, al modo de una rápida digresión, reconocer que se llama ortodoxia no sólo a la rectitud (ortós) doctrinal, sino también al verdadero culto, a la adoración, la Gloria de Dios. Dóxa, en el Nuevo Testamento es la Gloria, que cantaron los pastores y los ángeles en Belén ante el asombroso Misterio de la Encarnación.
En los años ’50 del siglo pasado, más o menos, el dominico Marín Sola proponía «la evolución homogénea del dogma católico», y en 2007, Benedicto XVI, en su motu proprio Summorum Pontificum, ponía en legítima circulación la Misa de siempre, que nunca había sido abolida. Estos datos explican el auténtico sentido del «indietrismo». Entre paréntesis, cabe pensar que el motu proprio Traditiones custodes se opone a la unánime Tradición de la Iglesia, y descarta las decisiones de los papas San Juan Pablo II, y Benedicto XVI. Muchísimos obispos no lo toman en cuenta, y a modo de un indulto permiten a sacerdotes y fieles celebrar con el Misal aprobado, en 1962, por Juan XXIII.
Desde hace una década, el clima se ha enrarecido en la Iglesia. Con el pretexto de afirmar el valor y vigencia del Concilio, que algunos inquietos impugnan, se difunde el contrabando, la mercadería falsa del posconcilio, que es la deformación del Vaticano II. No viene al caso --quiero decir que es ajeno a mi propósito en estas líneas- discutir si en efecto Concilio y posconcilio difieren, y en qué medida. Los historiadores, dentro de un siglo por lo menos --recién ha transcurrido poco más de medio siglo desde 1965, año en que se clausuró aquella gran asamblea-, estudiarán con la perspectiva y objetividad que el tiempo concede el Concilio de los papas Juan y Pablo; y establecerán si fue una jornada gloriosa de la Iglesia, o una auténtica calamidad, al igual que otras que se padecieron en el pasado. Aunque diversos grupos discuten ya sobre este problema, conviene recordar que Benedicto XVI ha señalado que el Concilio son los 16 documentos promulgados, votados por una mayoría que en algunos casos se acercaba a la unanimidad. Asimismo, habría que evocar los dichos del papa Montini: «Nosotros esperábamos una floreciente primavera, y sobrevino un crudo invierno»; «por alguna rendija el humo de Satanás se introdujo en la Casa de Dios». La Iglesia es un Misterio; está integrada por santos y pecadores. Si subsiste siempre siendo ella misma, es por la presencia de Jesús --que Él nos ha asegurado- y la unión de los miembros santos con Él, los santos del Cielo y los que, en la secreta hondura de Ella, viven en la Tierra. Así ha afrontado los más tormentosos avatares.
Lo que vengo escribiendo parece un largo proemio; espero con él haber dado razón de la existencia del «indietrismo» y los «indietristas», que lejos de desaparecer serán siempre más, porque la mayoría de ellos son jóvenes que atraerán a otros jóvenes. El «indietro» asegura el «avanti». Es un juego desconcertante de la Providencia de Dios.
La fisonomía espiritual del «indietrista» tiene idealmente por base la fe en la unicidad e identidad de la Iglesia, y el amor a ella, a pesar de las apariencias contrarias que exhibe el progresismo. Como se ha dicho, Cristo y los santos del Cielo y de la Tierra, unidos a Él constituyen la Iglesia. Según el Misterio de la Encarnación y su lógica en la que cabe la infirmitas Christi, la Iglesia que como dijo Pascal es «Cristo extendido y perpetuado», soporta inviernos y noches, la historia lo muestra. Esta realidad --las limitaciones- no pueden conmover la fe de un «indietrista», ni recluirlo en la amargura de una crítica resentida, despiadada. Al contrario, la consideración de aquellas lo impulsan a amarla con dolor penitencial, y a orar por todos sus miembros. La súplica tendrá por objeto la deseada Luz de la Verdad, y la superación de las circunstancias negativas, con la conversión de los responsables de las aflicciones. De un modo particular, ha de rezar por los pastores del Pueblo de Dios, para que lo apacienten con caridad según la voluntad del Señor. La mirada de la Fe se posa en el Resucitado, y lo contempla en medio de los siete candelabros de oro, como Señor de la Iglesia (cf. Ap 1, 12ss.). La humildad y la caridad --suelo y cima- sostienen esa mirada propia de la Fe.
Dos dimensiones que expresan la rectitud de la Fe o bien su caída en el relativismo son la Liturgia y la cultura cristiana. El Culto Divino está desviado en el culto del hombre; la banalización y la degradación de la Liturgia son prácticamente universales. Me detengo en unos pocos ejemplos que muestran el extremo al que se puede llegar. Dos hechos se registraron en este rincón sureño que es la Argentina: un obispo celebrando misa en la playa, sin ornamentos, salvo la estola sobre su hábito playero y un mate en lugar del Cáliz; y un sacerdote celebrando disfrazado de payaso. Para muestra basta un botón, reza el refrán, aunque la pérdida de exactitud, solemnidad y belleza son generales. En Italia un caso recentísimo: un párroco ofició el Santo Sacrificio en el mar, en una colchoneta inflable, con jóvenes feligreses en traje de baño, que asistían desde la costa. Parece que su obispo se limitó a reprenderlo, pero la Fiscalía local abrió una investigación de oficio por el delito de «ofensa a la Religión», penada por la legislación italiana. Se dirá que son casos insólitos, pero ¿hubieran ocurrido 50 o 60 años atrás? Además, se destacan en medio de una banalización general: la Liturgia exige que quien asiste se sienta bien, y pase un buen rato.
La Fe es el fundamento de una cultura cristiana, una visión del mundo y del hombre --Weltanschauung, dicen los alemanes- En el proceso de evangelización se recrea de continuo lo que lleva el sello del cristianismo, y que implica un juicio sobre los valores y antivalores vigentes en la sociedad que recibe el Evangelio, para resolver acerca de su compatibilidad y para purificarla de los errores y defectos que contenga. Actualmente la autoridad de la Iglesia se acusa de imponer una cultura ajena al pueblo evangelizado, y pide perdón por ello. Este es el momento de observar que la Fe llega en el «envase» de una cultura: las verdades de la Fe están formuladas según la síntesis del pensamiento judío y la metafísica griega, desposorio que ya había comenzado en el período del Antiguo Testamento, como lo demuestra la traducción de los LXX, que vertió en la lengua griega la Torá, los Nebiyim, y los Ketuvim, de Israel. El Señor encomendó a los Apóstoles hacer discípulos (mathēteusate, Mt 28, 19) en todos los pueblos (panta ta ethnē, Mt 28, 19). La enseñanza y el Bautismo van constituyendo una manera de pensar, sentir y obrar; no se trata de una ideología ni de una gnosis, como lo son los «nuevos paradigmas» preconizados por el progresismo. No toda cultura ancestral es compatible con la novedad de la Fe y la vida cristiana; la inculturación del cristianismo transmite una Tradición que purifica los valores vigentes y asume lo mejor de ellos sin que aquella tradición sea menoscabada o alterada.
Me detengo ahora en dos cuestiones finales que preocupan a los «indietristas» y los afligen a causa de las más recientes posiciones de Roma. La primera es el relativismo en la expresión de la doctrina y la casuística laxista que pretende revisar las posiciones tradicionales en materia de Teología Moral. El caso más notorio es el propósito de cambiar la prohibición de la anticoncepción artificial, decidida por Pablo VI en la encíclica Humanae vitae (1968). El nombramiento de Mons. Vincenzo Paglia al frente del organismo correspondiente (Pontificia Academia para la Vida) es una movida inicial en la dirección predicha. Ahora se agita la cuestión de la infalibilidad de la que no goza el texto del Papa Montini. Es verdad que el Pontífice no declaró hacer uso de esa prerrogativa, pero el contexto indica la voluntad de establecer una doctrina definitiva ante una opinión contraria a la Tradición que se había difundido bajo el viento del «espíritu del Concilio». Es doloroso recordar que la posición errónea sostenida en la cultura contemporánea había penetrado en la Iglesia; varias Conferencias Episcopales se declararon contra la Humanae vitae. Ahora Roma pareciera querer sumarse al error contra el Orden Natural, hacia lo cual apunta el nombramiento del obispo Paglia. Lo que corresponde --lo digo modestamente, y con todo respeto- es que el Sumo Pontífice ratifique la enseñanza de su predecesor, pues se trata de una cuestión indiscutible.
El otro tema es la afirmación de la Verdad y la unicidad de la Religión Católica como la única verdadera Religión. Muchos comentarios al Concilio Vaticano II han apuntado a una interpretación relativista del diálogo interreligioso. Próximamente se realizará una reunión de líderes religiosos de todo el mundo; el Papa ha sido invitado, y participará de ella. ¿Qué mensaje puede transmitir esa reunión cumbre, sino que todas las religiones son igualmente válidas? En la senda del Vaticano II habría que aclarar que aunque las diversas religiones contengan algunos valores, la Católica es la única verdadera querida por Dios. Puede afirmarse esta doctrina tradicional sin ofender a nadie. También en este caso el «indietrismo» recupera una afirmación que era indiscutible 60 años atrás. Ese tornare indietro asegura el futuro del catolicismo, ¡siempre avanti!
+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata
Académico de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
Académico de Número de la Academia de Ciencias y Artes de San Isidro.
Académico Honorario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (Roma).
Buenos Aires, lunes 22 de agosto de 2022.
Memoria de la Santísima Virgen María Reina.-