El Papa Benedicto XVI, cuando en mayo de 2010 les hablaba a los miembros de la Conferencia episcopal italiana de «emergencia educativa», estaba poniendo el dedo en la llaga, señalando claramente que el problema de la evangelización es en realidad un problema de educación. No habrá nueva evangelización sin un replanteamiento de la educación. Por eso convocó al poco tiempo el año de la fe, señalando en la carta apostólica Porta Fidei que «los contenidos esenciales que desde siglos constituyen el patrimonio de todos los creyentes tienen necesidad de ser confirmados, comprendidos y profundizados». En este mismo documento insistía en la necesidad de «redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada». Nos apremiaba, por tanto, a poner mayor énfasis en la tarea formativa y educadora, como vehículo de la nueva evangelización.
Y es que, evangelización y educación son inseparables. Se evangeliza educando y se educa evangelizando. Por una parte la fe requiere de una buena y adecuada formación para que pueda vivirse correctamente, pero también la educación, si quiere ser auténtica y completa, ha de incorporar la verdad de la fe.
Esta idea se desarrolla ampliamente en la encíclica Lumen Fidei que el Papa Francisco entregó a la Iglesia al principio de su pontificado. Quien no tiene fe, por muchos conocimientos que haya adquirido, vive en la oscuridad, en la ignorancia, pues desconoce la verdad fundamental de la existencia humana, la que ilumina la totalidad de nuestra vida alcanzando incluso hasta las sombras de la muerte.
Por eso es importante que tengamos en cuenta el nexo entre conocimiento, fe y verdad. El ser humano tiene necesidad de conocimiento, necesidad de fe, necesidad de verdad y de que los tres estén unidos. Por lo tanto, recuperar la conexión de la fe con la verdad, o lo que es lo mismo, defender la verdad de nuestra fe –tal como afirma el Papa en la Encíclica- es hoy más necesario que nunca, precisamente por la crisis de verdad en que nos encontramos (nº 25). Si dejamos de enseñar la Verdad de la fe que ilumina la existencia humana, si evitamos trasmitirla en su unidad, y en su integridad, es decir, de manera completa y clara, estamos privando a la gente de la posibilidad de encontrar la Luz y la estamos condenando a vivir en las tinieblas.
La situación de emergencia evangelizadora en que nos encontramos deja patente que algo no se está haciendo bien. Para algunos puede resultar muy fácil y cómodo hacer atribuciones externas, negándose a admitir los propios errores, pero lo cierto es que la responsabilidad de evangelizar es de la Iglesia, que ha recibido el mandato de Cristo.
Reconozcámoslo, hemos fallado en la educación. En primer lugar en la más importante, en la educación familiar. Los padres dejaron, hace mucho tiempo, de ser los primeros transmisores de la fe a sus hijos. También hemos fallado en la catequesis, que perdió su carácter mistagógico de iniciación al misterio, sufriendo un deterioro significativo al ser abandonada por los pastores y confiada a personas con graves carencias formativas, a pesar de que con la mejor intención y voluntad hacían lo que podían. Y hemos fallado asimismo en la escuela católica que, temerosa de ser acusada de poco abierta o plural, dejaron de lado un ideario decididamente confesional y católico, derivando hacia un humanismo anodino e inofensivo, que no molestaba a nadie, pero que no cumplía ya con su función evangelizadora, orientando a los alumnos hacia su fin último.
Evidentemente hay excepciones que impiden la generalización. No se trata por tanto de dramatizar, ni de ser derrotistas. De lo que se trata es de tomar conciencia de las dificultades que atravesamos y de cuáles son las causas que las han ocasionado, de manera que podamos poner los medios para solucionar o corregir el problema en su origen.
La conclusión en este sentido es bastante clara. El Papa, en la Encíclica Lumen Fidei, hablaba de la importancia de la enseñanza de la Iglesia para transmitir a todas las edades lo que es y lo que cree. La tarea de la enseñanza en la Iglesia es parte del ministerio de la Palabra, un servicio a la Verdad y por tanto la mejor contribución que podemos hacer a una sociedad tan necesitada de ella. Eduquemos en la verdad en esta situación de emergencia evangelizadora.
Hablamos pues de la necesidad de una profunda formación cristiana de las familias. Ello tal vez nos exija implementar estructuras y poner los medios para facilitar que el grueso de la población pueda tener acceso a los principios y contenidos básicos de la educación religiosa. Esto se puede hacer por ejemplo mediante las escuelas de padres en las parroquias. Nos quejamos de la falta de implicación de los padres en la educación de los hijos en general y en la educación cristiana en particular, pero ¿les proporcionamos los resortes para que puedan hacerlo?, Aquí habría que parafrasear la famosa frase de San Pablo en Rm 10,14: ¿Cómo van a hacerlo si no saben? ¿Y cómo van a saber si nadie les enseña?.
Del mismo modo hay que preparar adecuadamente también a los catequistas tanto en los campos bíblicos, litúrgicos y teológicos, como en los pedagógicos y didácticos.
Y por supuesto debemos cuidar de un modo especial la competencia real de los maestros y profesores, es especial aquellos oficialmente habilitados para impartir la enseñanza religiosa escolar, porque una cosa es la habilitación y otra muy distinta la capacitación.
Juan Antonio Moya Sánchez