¿Quién hubiera dicho que llegaríamos a vivir por Zoom? Hace escasos dos años, pocos conocían esta herramienta, y ahora sirve de salvavidas social para evitar que nos volvamos locos en los repetidos confinamientos. Lo curioso es que algunos han llegado a convencerse de que, en el ámbito de la educación universitaria, la realidad virtual es mejor que la de carne y hueso. Sin duda, trabajar desde casa es tentador, tanto para alumnos como para profesores, con la comodidad de estar calentitos en la habitación y cerca de la nevera; en contraste con un aula, en ocasiones fría y desangelada. Pero, ¿será que nos estamos olvidando de qué es la Universidad?
Les propongo un sencillo ejercicio: piensa en el profesor que más te marcó en tu etapa educativa. ¿Fue ese docente que daba clases brillantes, pero que no preguntó nunca por tu nombre?, ¿o fue más bien esa persona que confió en ti y que te animó a desplegar tus talentos? Es que la esencia de la educación está en la relación personal entre maestros y alumnos: como Aristóteles y Alejandro Magno, San Alberto y Santo Tomás de Aquino, etc. Detrás de un gran personaje, podríamos decir, hay siempre un gran maestro; alguien que ayuda a ver el estudio dentro de su contexto universal, y que por tanto no solo «informa», sino que «forma». Muchas películas hablan también de esto y nos encantan, como «Los chicos del coro» o «El club de los poetas muertos».
Entre las razones del entusiasmo por el Zoom en la educación está, quizá, en que ponemos más atención al «progreso» y a lo «moderno» que en la rica tradición cultural de Occidente. Tenemos una visión hipertecnificada del mundo, en que los héroes son los «triunfadores hechos a sí mismos», al estilo Jobs, Musk o Bezos, mientras que, a la vez, vemos que los datos del desinterés humanístico y cultural de los universitarios son cada año más alarmantes. Es la hora de volver a los maestros, como, por ejemplo, John Henry Newman.
Newman, uno de los pensadores con mayor influencia en el siglo XIX, sostenía una idea de la universidad muy relevante. Ya en su época observaba cómo el sistema universitario se contaminaba, más y más, de una reducción al pragmatismo, que fragmentaba el saber y convertía a los alumnos en unos buenos especialistas, pero con falta de visión de conjunto. Para el santo inglés, la Universidad debe ser el lugar donde se enseña un saber universal, que mire al estudiante en su totalidad, como potencial ciudadano de un mundo que mejorar y llenar de sentido.
Una visión amplia, como la que plantea Newman, justifica mejor el enorme esfuerzo que ponen el Estado y la sociedad civil para promover la educación universitaria. El intelectual que se ha formado de acuerdo con este ideario es capaz de dar un aporte específico a la sociedad, esto es, un punto de vista especializado pero, que tiene en consideración la verdad que está presente en las demás ciencias, partiendo por aquellas que dan fundamento a los demás: Teología y Filosofía.
Si trasladáramos a Newman al momento presente, quizá durante el confinamiento impartiría sus lecciones por Zoom, pero con el corazón en un puño y deseando volver a la vida universitaria real. Resulta paradójico que, a pesar de que han pasado casi dos siglos desde que Newman escribió su libro «La idea de la Universidad», sus ideas siguen estando plenamente vigentes. Típico de los genios, ¿no?