La guerra y la paz (Primera parte)
Peter A. Kwasniewski «From Benedict´s peace to Francis´s war»

La guerra y la paz (Primera parte)

Mons. Aguer comenta sus impresiones acerca del libro recopilatorio del Dr. Peter A. Kwasniewski sobre 'Traditionis custodes', especialmente los artículos de Tim Stanley, el obispo Rob Mutsaerts, Jean-Pierre Maugendre y los Cardenales Müller, Brandmüller, Zen y Sarah

Mejor dicho: la paz y la guerra, o «De la Paz de Benedicto a la guerra de Francisco». Un erudito norteamericano, con ascendencia polaca, el Dr. Peter A. Kwasniewski, ha editado una recopilación de las respuestas que los católicos han dirigido al motu proprio Traditionis custodes. Ha reunido 70 contribuciones, de distintas lenguas, traducidas al inglés: «De la Paz de Benedicto a la guerra de Francisco». La edición está a cargo de un sello norteamericano, Angélico Press, de Brooklyn, New York. Aparece en el libro una contribución mía que ya había sido difundida por InfoCatólica, bajo el título «Un lamentable retroceso» (en la traducción inglesa suena «A regrettable step backwards»). El resultado de la recopilación de Kwasniewski es abrumador. Cito para comenzar la afirmación de Tim Stanley: «Traditionis custodes es una declaración de guerra del Papa contra el Antiguo Rito». Agrega que muchos obispos, juiciosamente, casi sediciosamente, interpretan a la letra la instrucción del Papa, pero ignoran su espíritu, y conceden inmediatamente dispensa a los sacerdotes que deseen continuar celebrando la «Misa de los siglos». Hacen esto porque han sido tomados de sorpresa y se consideran insultados. Francisco ha dicho siempre que desea una Iglesia sinodal, que proceda por debate y consenso, pero Traditionis custodes es un suceso inopinado. Benedicto XVI puso en la Iglesia las condiciones para una unidad más grande. Ha enseñado que el Nuevo Rito tiene fuertes raíces en el Antiguo, ¿qué bases le quedan al Nuevo? ¿Se puede decir que en los años 70 la Iglesia inventó una liturgia totalmente nueva?

El obispo Rob Mutsaerts considera que el motu proprio es un mal úkase del papa Francisco: «En lugar de una advertencia ha producido un decreto de ejecución, que es una declaración de guerra, una traición y una bofetada en el rostro de sus predecesores». Juan Pablo II consideraba que los obispos debían ser generosos en la permisión de la Misa Tridentina. Una de las características más notorias de la situación actual es la completa ruptura con la tradición litúrgica. El Concilio de Trento quiso restaurar la liturgia, no reescribirla. Aseguró la continuidad orgánica; el misal de Trento se refiere al de 1474 y así hasta el siglo IV; los cambios fueron siempre menores: añadir una fiesta, una conmemoración, una rúbrica. El Vaticano II quiso reformar la liturgia, pero la Constitución Sacrosanctum Concilium es, después de todo, un documento conservador: mantenía el latín y el canto gregoriano; pero el «espíritu del Concilio» (lo llama infame) ha roto el desarrollo orgánico. El actual Pontífice, al hacer prácticamente imposible la Misa latina, rompe con la continuidad litúrgica de la Iglesia Romana. El Papa es un jardinero, no un fabricante. Después del Vaticano II se produjo un cambio radical de la forma del Rito Romano, con la eliminación de muchas oraciones y gestos rituales, por ejemplo muchas genuflexiones y el frecuente beso del altar, lo mismo que otros elementos, ricos para expresar la realidad trascendente -la unión de la tierra con el cielo- que es la Sagrada Liturgia. Pablo VI ya lamentó la situación en la homilía de la fiesta de los Apóstoles Pedro y Pablo de 1972. Juan Pablo II trabajó durante su pontificado, y en particular en sus últimos años, para enderezar serios abusos litúrgicos que pretendían justificarse invocando el «espíritu del Concilio». El artículo 6 de Traditionis custodes pone bajo la Congregación para la Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, que no tiene competencia alguna, y altera el carisma y las constituciones de las congregaciones que celebraban según el usus antiquior. La severidad de esta medida generó un profundo disgusto y una sensación de confusión y abandono.

Muchas veces he escrito que para una evaluación de conjunto del Vaticano II debía correr el tiempo. Los historiadores podrían juzgar si el fenómeno conciliar fue para gloria o calamidad de la iglesia. Ha pasado más de medio siglo de la conclusión del Concilio; yo no me atrevo a hacer un juicio pero no puedo desconocer ciertas consecuencias (¿post hoc, ergo propter hoc?).

Son evidentes los abusos de corrupción, que han llevado a muchos fieles a sufrir la tentación del descorazonamiento; muchos han pasado al movimiento orientado por Monseñor Lefèbvre, y aun a la Iglesia Ortodoxa. El Concilio, y su continuación en la obra de Pablo VI, encargado de aplicar la Constitución Conciliar, les parecieron más ocupados en cuestiones endogámicas de la Iglesia; y el descuido en la purgación en las herejías, y la solución de los escándalos financieros, y el abuso sexual, protagonizado por sacerdotes y obispos. Pablo VI pronunció dos expresiones que parecen revelar el fracaso de su propia obra, las consecuencias del Concilio. Ha dicho, en diversas ocasiones: «Nosotros esperábamos una floreciente primavera, y ha sobrevenido un crudo invierno». Y también: «Por alguna rendija el humo de Satanás ha entrado en la Casa de Dios».

Muchos recuerdan ahora la ligereza de los Padres Conciliares, fascinados con la idea del aggiornamento; poner a la Iglesia a aceptar y adorar todas las depravaciones del mundo presente. La creación de una liturgia nueva ha sido el propósito de romper con una tradición de siglos, que se ha ido renovando naturalmente, como decía San Vicente de Lerins: In eodem scilicet dogmate eodem sensu, eademque sententia. El mismo santo observaba: hay que decir nove, pero no nova: el lenguaje puede actualizarse pero no inventar cosas nuevas. Los fieles fueron embarcados en el navío del Concilio; muchos consideran que se trató de una especie de estafa. Si los concilios antiguos procuraban poner fin a las discusiones, el Vaticano II les daba inicio.

Traditionis custodes se ubica en continuidad con el «espíritu del concilio». Es una arbitrariedad, que el cardenal Ratzinger ha observado varias veces, aislar el Vaticano II como una especie de Súper-Concilio, sin referirse a su documentos, que prácticamente nadie leyó, y que deben ser leídos a la luz de la Gran Tradición eclesial; entonces son perfectamente aceptables. Pero se ha concebido el Concilio como un movimiento destinado a conmover a las tradiciones. Ha sido una especie de enajenación de la Iglesia; que después del largo y glorioso pontificado de Juan Pablo II y el de Benedicto XVI ha resuelto presentarse en otro contexto. Ya el número de católicos ha disminuido notablemente en todo el mundo por la difusión del ateísmo, y en algunos países bajo el empuje de los grupos pentecostales. El Vaticano II no definió nada ni condenó nada. Ha reemplazado la lex orandi de la Iglesia por otra, fabricada por especialistas. El modernismo de inicios del siglo XX, que fue enfrentado por San Pío X, entró por obra de teólogos, algunos de ellos a pesar de su deseo de permanecer ortodoxos. En general, hay que decir que los nuevos ritos sacramentales tienen validez aunque como instrucción en la fe dejan mucho que desear; y tampoco conservan el sentido de la adoración, como se encuentra, por ejemplo, en la liturgia bizantina, en la que los fieles representan a los querubines al cantar el himno al Dios Uno y Trino, Creador de la Vida. Esta liturgia pone a la Iglesia en comunicación con el cielo, lo cual no se encuentra en los nuevos ritos católicos.

Se puede afirmar que sería imposible para un Papa abolir el venerable Rito Romano, la Misa de siempre. En realidad, Traditiones custodes abolió las facultades concedidas por Summorum Pontificum. Es una muestra de falta de inteligencia, profunda ignorancia de la historia de la liturgia, sin teología, y en contradicción con el sapientísimo motu proprio del predecesor, el actual Papa emérito, que es un gran teólogo. Se ha hecho notar que Traditiones custodes es una expresión del nominalismo y voluntarismo; y de una filosofía relativista que aparece en otros actos del actual Pontífice.

En las consideraciones que preceden no he hecho más que espigar, en el extenso acopio de materiales que ofrece en su publicación el Dr. Kwasniewski.

Como se comprenderá, los límites del artículo no permiten asumir tantas expresiones coincidentes acerca del motu proprio de Francisco. Por ejemplo, Jean-Pierre Maugendre, del Movimiento Renaissance Catholique ha llamado al pontífice «el Papa de la exclusión». No puede haber unidad a través del rechazo de la Tradición, dice Leila Miller. Fray Gero P. Weishaupt, en una entrevista concedida a Petra Lorleberg, apunta la desproporción del motu proprio, que hace pensar que el Papa «usa un cañón para cazar gorriones» y también: «es un pastor que utiliza el báculo como un garrote». Massimo Vivlione, por su parte, escribe: ¿»Qué pasará en el llamado mundo «tradicionalista»?, y aventura «algunos caerán, otros han de sobrevivir: quizá otro se beneficiarán de la decisión papal (pero cuidándose de los alimentos envenenados del Padre de la Mentira). El mismo autor escribe que la Misa de las Edades es amada porque es divina, sagrada, jerárquicamente ordenada; no humana, democrática o liberal e igualitaria. Es divina y humana a la vez, como su Fundador en el día de la Última Cena cuando instituyó el Sacrificio Eucarístico. Es amada sobre todo por los jóvenes; los laicos que la frecuentan junto a los que se están acercando al sacerdocio. Mientras que en los seminarios del nuevo rito (la lex orandi de Bergoglio) abundan la herejía y la apostasía (y el mejor callar que más hay); en cambio, los seminarios y noviciados del mundo de la Tradición están llenos de vocaciones, en una corriente que no se detiene. También Viglione compara el Ofertorio de ahora con el de antes. Actualmente se ofrece a Dios «el fruto de la tierra y del trabajo de los hombres» (como la ofrenda de Caín), mientras que en el Rito de siempre se ofrece «esta hostia inmaculada» que es como el corderito que ofreció Abel (Cf. Gén 4, 2-4). Concluye su tremenda crítica con estas palabras: «Nos encontramos en los días más decisivos de la historia humana y también de la historia de la Iglesia».

Por razón de la brevedad que corresponde a un artículo como éste, me limito ahora a presentar la colaboración de varios señores cardenales. Gerhard Müller, también un excelente teólogo, afirma que es preciso distinguir la unidad de la uniformidad. «Ha sido drásticamente restringida la celebración de la Misa en la Forma Extraordinaria del Rito Romano, introducida por Benedicto XVI con Summorum Pontificum, su Motu proprio de 2007, sobre la base del Misal que existió desde San Pío V (1570) hasta Juan XXIII (1962). La clara intención del Papa actual es condenar la Forma Extraordinaria a la extinción. La unidad de la confesión de la fe revelada y la celebración de los misterios de la gracia en los siete sacramentos no requieren uniformidad de la forma litúrgica externa, como si la Iglesia fuera una cadena internacional de hoteles con aspecto homogéneo. La unidad de los creyentes tiene sus raíces en la unidad con Dios mediante la fe, la esperanza y la caridad, y no tiene nada que ver con la uniformidad en la apariencia, una formación militar o un grupo de pensamiento. La impugnación del pro multis de la fórmula de la consagración y el ne nos inducas in tentationem en el Padrenuestro, contradice la verdad de la fe y la unidad de la Iglesia mucho más que celebrar la Misa según el Misal de Juan XXIII. La paganización de la liturgia católica se verifica a través de la mitologización de la naturaleza, la idolatría del medio ambiente y del clima; como también del espectáculo de la Pachamama. Las verdades de la fe son negadas en contradicción con el Vaticano II, un fenómeno mayoritario en Alemania, entre obispos y funcionarios eclesiásticos. Son negadas heréticamente verdades como la única redención obrada por Cristo, la plena realización de la Iglesia de Cristo en la Iglesia Católica, la interior esencia de la liturgia Católica, como adoración de Dios y mediación de la gracia, la Revelación divina y su presencia en la Escritura y la Tradición Apostólica, la infalibilidad del magisterio, la primacía del Papa, la sacramentalidad de la Iglesia, la dignidad del sacerdocio, y la santidad e indisolubilidad del matrimonio. El documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la imposibilidad de legitimar el «matrimonio» entre personas del mismo sexo y las uniones extramatrimoniales es ridiculizado por los obispos alemanes y sacerdotes y teólogos (y no sólo los alemanes) como una opinión de oficiales de curia no cualificados. En esto se encuentra un menoscabo de la unidad de la Iglesia en el «camino sinodal», como en otras pseudo reformas que dañan la fe revelada; como una reminiscencia de la secesión Protestante de Roma en el siglo XVI. Son ignorados los sentimientos religiosos de los (a menudo jóvenes) participantes de las misas según el Misal de Juan XXIII (1962). En lugar de apreciar estas actitudes de las ovejas, el pastor las golpea fuerte con el báculo. Parece simplemente injusto abolir la celebración del antiguo rito porque eso trae algunos problemas: abusus non tollit usus.

He tratado de resumir la implacable requisitoria del Cardenal. Müller. En ella queda dolorosamente en claro el silencio de Roma, ante tantas calamidades.

Cardenal Joseph Zen: una amarga sorpresa. «La Santa Sede ve problemas donde no los hay, cierra los ojos al problema por el cual es responsable». Su Eminencia lamenta que la consulta no lo haya tenido en cuenta, aunque fue miembro de la Congregación del Culto Divino. Ellos tendrían que preguntarse por qué está ocurriendo ese fenómeno. La mitad de la población europea no cree en la presencia real de Jesús en la Eucaristía. El problema no es ¿qué rito prefiere el pueblo? sino ¿por qué ellos ya no van a misa? Tampoco creen ya en la vida interna. Ciertamente, nosotros no lamentamos la reforma litúrgica, sino que consideramos que el problema es mucho más profundo. No podemos evadir esta cuestión: ¿No está faltando algo en la formación en la fe? No es la actitud creyente la que considera que el Vaticano II canceló todos los concilios anteriores. El motu proprio de Francisco no mira sólo a los disturbios en la ejecución de Summorum Pontificum, sino que considera que la existencia de un rito paralelo es un mal. ¿Acaso los párrafos 5 y 6 del artículo 3, y los artículos 4 y 5 no expresan el deseo de la muerte de esos grupos? Los caballeros anti-Ratzinger del Vaticano parecen esperar pacientemente que la Misa Tridentina muera junto con Benedicto XVI, y se dedican a humillar al venerable Papa emérito de esa manera.

El Cardenal Raymond Leo Burke ofrece 19 observaciones cuidadosamente pensadas. La obligación de conservar las dimensiones de un artículo no me permite realizarlas. Observa Su Eminencia que algunos interpretaron la reautorización de la Misa Tridentina como una concesión a la Sociedad de San Pío X, el movimiento iniciado por Mons. Marcel Lefèbvre. Eso es absolutamente falso. «En coherencia con toda su historia, la Iglesia sostiene que lo que fue previamente sagrado no puede estar ahora equivocado. De hecho, muchos que desean dar culto a Dios de acuerdo al usus antiquior no tienen experiencia y quizá no conocen la trayectoria de la Sociedad Sacerdotal de San Pío X. Simplemente, les atrae la santidad de la misa de antes». Sobre su experiencia personal el Cardenal Burke relata: El espíritu cismático o cisma declarado es siempre gravemente malo, pero eso no tiene nada que ver con el usus antiquior. «Para los que hemos conocido ese uso en el pasado, como yo, la cuestión es de un acto de culto marcado por los siglos de bondad, verdad, y belleza. Yo he conocido su atracción desde mi infancia, habiendo sido privilegiado asistiendo al sacerdote como monaguillo desde los 10 años de edad, puedo dar testimonio de que el uso antiguo fue la mayor inspiración para mi vocación sacerdotal. Para aquellos que se han acercado al uso antiguo por primera vez, su rica belleza, especialmente en cuanto manifiesta la acción de Cristo renovando sacramentalmente su Sacrificio del Calvario a través del sacerdote que actúa en Su persona, los ha acercado más intensamente a Cristo. Conozco muchos fieles para quienes la experiencia del Culto Divino de acuerdo con el uso antiguo les ha inspirado su conversión a la fe, o su búsqueda de una comunión plena con la Iglesia Católica. También, numerosos sacerdotes que han retornado a la celebración del uso antiguo o que la han aprendido por primera vez, me cuentan qué profundamente ha enriquecido su espiritualidad sacerdotal. Basta evocar a los santos o quienes, a lo largo de los siglos, el usus antiquior nutrió su heroica práctica de las virtudes. Algunos han dado su vida para defender la ofrenda de esta verdadera forma del culto divino. Para mí y para otros que han recibido muchas poderosas gracias a través de la participación en la Sagrada Liturgia de acuerdo con el usus antiquior, es inconcebible que ahora éste pueda ser caracterizado como algo que causa detrimento a la unidad de la Iglesia, y a su verdadera vida. Es difícil comprender el significado del artículo 1 de Traditionis custodes cuando afirma que «los libros litúrgicos promulgados por Pablo VI y San Juan Pablo II en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano». El usus antiquior es una forma viviente del Rito Romano y nunca ha cesado de existir. Benedicto XVI, en su Carta a los Obispos del mundo acompañando el texto de Summorum Pontificum, deja en claro que el Misal Romano en uso antes del Misal de Pablo VI «no ha sido nunca jurídicamente abrogado y en consecuencia, en principio, fue siempre permitido». La plenitud del poder del Romano Pontífice es el poder necesario para defender y promover la doctrina y la disciplina de la Iglesia. No es un poder absoluto que incluiría la potestad de cambiar la doctrina, o erradicar una disciplina litúrgica que ha estado viva en la Iglesia desde el tiempo del Papa San Gregorio el Grande, y aún antes. La correcta interpretación del artículo 1 no puede ser la negación de que el usus antiquior es una expresión siempre viva de la lex orandi del Rito Romano. Nuestro Señor, que dio el maravilloso regalo del usus antiquior no permitirá que sea erradicado de la vida de la Iglesia.

Me sumo a estas observaciones del Cardenal Burke, haciendo notar que son precisamente los jóvenes quienes descubren la seriedad y belleza de la Misa de todas las edades.

Concluyo presentando la magnífica exposición del Cardenal Robert Sarah, hasta hace muy poco Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, que trata sobre la credibilidad de la Iglesia Católica. Dice el Cardenal de la Guinea Francesa que a la riqueza que se ha desarrollado en la fe y oración de la Iglesia debe otorgársele su propio lugar. En esta época en que algunos teólogos tratan de reabrir la guerra litúrgica oponiendo el Misal revisado por el Concilio de Trento, contra el que está en uso desde 1970, es urgente recordar que si la Iglesia no es capaz de preservar la pacífica continuidad de la cadena que le liga a Cristo, sería incapaz de ofrecer al mundo «lo sagrado que une a las almas», según palabras de Goethe. La querella sobre los ritos debilita la credibilidad de la Iglesia Católica. Si ella, en cambio, afirma la continuidad entre la Misa llamada comúnmente de San Pío V y la nueva de Pablo VI, entonces debe ser capaz de organizar su pacífica cohabitación y su mutuo enriquecimiento. Si excluye radicalmente un rito a favor del otro, si los declara irreconciliables, deberíamos reconocer una ruptura y un cambio de orientación. Pero entonces la Iglesia no podrá ofrecer al mundo esa continuidad sagrada, la única que puede darle su paz. Conservando viva una guerra litúrgica dentro suyo, la Iglesia pierde su credibilidad y no puede responder al llamado de los hombres. La Paz litúrgica es el signo de la paz que ella puede traer al mundo. Lo que está en juego es mucho más serio que una simple cuestión de disciplina. Si la Iglesia es capaz de revertir su fe o su liturgia ¿en nombre de quién será capaz de dirigirse al mundo? Si los obispos, encargados de la cohabitación y enriquecimiento de las dos formas litúrgicas no ejercen su autoridad, corren el riesgo de no aparecer más como pastores, guardianes de las ovejas que les han sido confiadas, sino como líderes políticos, y comisarios de la ideología del momento, más que custodios de la tradición perenne. Corren el riesgo de perder la confianza de los hombres de buena voluntad. Un padre no puede introducir desconfianza y división entre sus hijos fieles. No puede humillar a algunos colocándolos contra los otros. No pueden imponer el ostracismo a algunos de sus sacerdotes. La paz y la unidad que la Iglesia dice ofrecer al mundo, debe ser primero vivida dentro de la Iglesia. En materia litúrgica, ni la violencia pastoral ni una ideología partisana han producido jamás frutos de unidad. El sufrimiento de los fieles y las expectativas del mundo son demasiado grandes. Todos tienen un lugar en la Iglesia de Dios.

Al comienzo de su exposición, el Cardenal cita una nota bien realista de Malraux: «La naturaleza de una civilización es la que recibe de una religión. Nuestra civilización es incapaz de edificar un templo o una tumba. Debe ser forzada a encontrar su valor fundamental, o si no declinará»

Se me ocurre agregar que lo que tan discretamente el Cardenal presenta como un deber de los obispos vale a fortiori, con mayor razón para el Sumo Pontífice.

Había olvidado recoger la colaboración del Cardenal Walter Brandmüller; quien observa que el Papa Francisco con su motu proprio ha desencadenado un huracán, que trastornó a aquellos católicos apegados a la Misa Tridentina. Permitida por Benedicto XVI con Summorum Pontificum, esta Misa en amplia medida queda suspendida; salvo algunas excepciones. Los medios informáticos comunican que ha brotado una protesta global contra Traditionis custodes; inusual en su forma y en su contenido. La principal afirmación del Cardenal Brandmüller es que una ley adquiere confirmación y permanencia cuando aquellos a quienes se dirige «la hacen suya». Cita en apoyo de esta afirmación el célebre decreto de Graciano, «padre» del Derecho Canónico (1140): «Las leyes son instituidas cuando son promulgadas. Quedan firmes cuando las aprueban las costumbres de quienes las usan… Las costumbres de quienes las usan confirman las leyes». Es decir, son aprobadas por la conducta de quienes las siguen. Si una ley es observada, desde el comienzo o a partir de un tiempo, pierde su fuerza de ligar. Se refiere a las leyes puramente eclesiásticas, no a las que se basan en la ley natural o revelada. Ofrece un ejemplo: la Constitución Apostólica Veterum Sapientia (12 de febrero de 1962), por la que Juan XXIII prescribía el latín para la enseñanza universitaria, entre otras cosas. El idioma del Lacio era la norma en la Universidad Gregoriana de Roma, para evitar la babel de lenguas entre los estudiantes que provenían de todos los continentes. Pero la Constitución de Juan XXIII no fue observada, y cayó en desuso. Creo que actualmente en las universidades romanas se emplea el italiano.

Conclusión mía: La misma suerte aguarda a Traditionis Custodes.

 

+ Héctor Aguer

 

Académico de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
Académico de Número de la Academia de Ciencias y Artes de San Isidro.
Académico Honorario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (Roma).

Buenos Aires, jueves 17 de febrero de 2022.-

 

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