La Constitución Nacional Argentina, promulgada en 1853, incluye en el artículo 2 esta prescripción: «El gobierno federal sostiene el culto católico, apostólico, romano». Con el tiempo se han multiplicado las interpretaciones; ¿por qué los Constituyentes de 1853 eligieron esa fórmula y el uso de la palabra sostiene? Pienso que no quisieron establecer un estado católico (la masonería no lo hubiera permitido), pero tampoco deseaban una organización estatal contraria a toda la tradición, y marcada por un laicismo en realidad ateo. El sostiene no incluye únicamente el apoyo económico, que hoy día representa el 0,005% del presupuesto nacional, sino también que el gobierno de la República se compromete a respetar, proteger y fomentar el crecimiento y la expansión del catolicismo. Juan Bautista Alberti, autor de las bases, sobre las que se elaboró el texto constitucional, declaró que un gobierno no puede sostener un culto que no sea el propio, de donde se sigue que el católico es el culto del Estado argentino; parece identificar el sostiene con el es, como si se tratara de un Estado católico.
En varias ocasiones los laicistas y masones intentaron sacudir ese «yugo» del artículo 2, pero no han logrado concretar sus propósitos. Esa relación entre política y religión ha sido asumida variadamente por las constituciones provinciales.
Los tiempos han cambiado. La población argentina era mayoritariamente católica, 80 o 90%; en la actualidad, bajo el empuje de los grupos evangélicos-pentecostales (con origen en Brasil, desde Estados Unidos) ha disminuido notablemente. Se debe computar asimismo el avance, sobre todo en las grandes ciudades, de la secularización de la sociedad. Las nuevas ideas acerca del progreso, que provienen de orientaciones políticas derivadas de la Revolución Francesa, han excluido toda referencia a Dios y a la religión. Además, era tradicional en nuestro país el bautismo de los niños, pero luego se vivía como en el paganismo. No puedo detenerme ahora en este aspecto de la cuestión, que está vinculado a los cambios pastorales inspirados por el Concilio Vaticano II; que llevaron a consolidar la secularización. Este fenómeno se extiende a toda Hispanoamérica; región en la que la evangelización proveniente de España se concretó en la aparición de la Santísima Virgen a San Juan Diego, en Guadalupe. El discurso de la historia fue sin duda muy variado. Un fenómeno típicamente argentino es que muchos bautizados viven como paganos, porque los bautizados no van a misa, es decir, no tienen una vida eucarística. Durante el pontificado del Papa latinoamericano continúa verificándose ese hecho de la disminución de católicos.
Buenos Aires ha sido tradicionalmente la Capital de la República Argentina, pero hace unos años adquirió el estatuto de Ciudad Autónoma, como si fuera una provincia más ¿Continúa siendo la capital? No lo sé. Pareciera que a los gobiernos de la Ciudad Autónoma no les interesa el sostiene del artículo 2 de la Constitución Nacional. El gobierno de la Ciudad Autónoma ha establecido una Secretaría de Cultos, así en plural, y procura según lo ha declarado, evitar toda discriminación. El sostiene del culto católico ha sido reemplazado por la promoción de una cultura laica, irreligiosa, atea; a la cultura se la ha identificado como un acceso de los hombres a la felicidad intraterrestre. Se trata de un acento inmanentista que es propio de la modernidad. Anoto ahora varios atentados contra la identidad católica, aunque discretamente realizados y sin entrar en un enfrentamiento explícito con las posiciones tradicionales. Cinismo puro.
Hace tiempo ya el gobierno de la Ciudad Autónoma ha puesto en circulación por internet un vídeo de educación sexual llamado «Chau tabú». Lo que había que despedir con el popular chau, era la visión natural y cristiana de la sexualidad. El autor de Chau tabú, que sigue hoy vigente, es un militante gay llamado Peter Robledo. Es una exposición contraria a la verdadera educación sexual, la concepción cristiana, que consiste en una educación para el amor, la castidad, el matrimonio y la familia. El daño causado con tanta ligereza es irremediable. El jefe de gobierno, Horacio Rodríguez Larreta lo ha apoyado y defendido ante las objeciones que le comunicaron, en nombre de la no discriminación; tampoco ha atendido a las objeciones que indicaban errores científicos en ese vídeo que era en realidad un instrumento de propaganda inmoral. La cultura impuesta por el gobierno de la Ciudad Autónoma tiene por conductor al señor Avogadro, quien el año pasado participó en una especie de fiesta en la que se comió una torta que representaba el cuerpo yacente de Jesucristo; una especie de versión comestible de las obras de arte sobre el particular. Es decir una blasfemia. Otra: el Teatro Colón, la sala lírica cuya acústica es reportada como la mejor del mundo, pertenece al patrimonio del municipio y es regida por su gobierno. Allí han actuado en el último siglo los cantantes y directores de orquesta más importantes; fueron tiempos gloriosos de esta sala. Desde mi adolescencia he presenciado las representaciones operísticas realizadas impecablemente por el equipo técnico del Teatro. Es una riqueza cultural de la máxima importancia en la Argentina. A fines de 2021 figuraba en cartel el oratorio escénico «Theodora», de George Friedrich Haëndel. La ejecución comenzó normalmente, pero a los pocos minutos la música se interrumpió y apareció en escena la actriz Mercedes Morán, ataviada como un varón, de frac, que comenzó a expresar blasfemias, sobre todo sobre la Virgen María. El público quedó absorto, y algunos se levantaron y abandonaron la sala. Ya antes de que comenzara la función, el escenario aparecía cubierto por un telón negro sobre el que se proyectaban expresiones blasfemas de ideología de género. Los comentarios de los medios de comunicación fueron muy críticos de ese espectáculo, preparado cuidadosamente para difundir la ideología, y burlarse de la fe y el culto católicos. También, a fines de 2021, se mostró un espectáculo inmoral y blasfemo en el Centro Cultural Recoleta. Ante las críticas dirigidas a estos desvíos culturales, el Jefe de Gobierno defendió a su ministro Avogadro, a quien muchos críticos reclamaban renunciar. Es importante observar que estas cosas son insólitas y nunca habían ocurrido, aún cuando diversos partidos asumieron el gobierno de la Municipalidad de Buenos Aires. Pareciera que al haberse convertido en Ciudad Autónoma adquirió la autonomía de imponerse sus propias leyes; ajenas y contrarias a la Constitución Nacional.
Otro disparate reciente fue intervenir para acallar el campanario de Santa Julia, un templo tradicional del barrio de Caballito. Las campanas de Santa Julia eran las únicas que sonaban cuando los campanarios de las numerosas iglesias antiguas de la ciudad habían acallado su voz, a causa de las molestias y protestas de los vecinos, que prefieren el ruido insoportable del tránsito y otros estruendos, que hacen de Buenos Aires una ciudad ruidosa. Tiene algo de misterioso esa reticencia a escuchar el ruido de las campanas, que se oían sin dificultad en tiempos de mi infancia. Recuerdo el tango que cantaba Carlos Gardel: «Voces de bronce llamando a Misa de 11…». El repudio del sonido de las campanas es expresión de la decadencia de la fe, y de la vivencia pública de los católicos porteños que han perdido el sentido de totalidad que es propio de toda vida religiosa auténtica.
Con motivo del incidente que he relatado, el historiador Roberto Elizalde ha escrito sobre el tradicional uso de las campanas una nota erudita en el diario La Prensa. Se refirió al uso de esas voces de bronce no sólo provenientes de la Iglesia, sino también de otras instituciones civiles, comenzando por el mismísimo Cabildo de la ciudad; no sólo en tiempos del Virreinato, sino también en su continuación en la época independiente. La vida de la ciudad estaba organizada por el sonar de las campanas, que infundían en los habitantes serenidad y confianza. No necesitaban relojes. El gobierno de la Ciudad Autónoma se refugia en la incomprensión del vecindario para justificar su decisión de intervenir el único campanario en funciones, pero no logra vencer el ruido espantoso que constituye el clima de la ciudad, que enferma a la población, la cual se atiene gustosamente a esa penuria típicamente moderna.
El Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma, Señor Horacio Rodríguez Larreta trabaja activamente para llegar a ser Presidente de la Nación -¡lo que Dios no permita!-. Si alcanza su propósito, merced al curioso ejercicio de la democracia electoralista, ¿comprenderá por fin qué significa el artículo 2 de la Constitución Nacional? ¿Estará dispuesto a respetarlo?
+ Héctor Aguer, arzobispo emérito de La Plata