La Oficina de Prensa Vaticana, a través de su vice-director el P. Ciro Benedettini, desmintió hace unos días una información publicada por el periodista Andrea Tornielli en el periódico Il Giornale sobre un supuesto documento preparado por la Congregación para el Culto Divino proponiendo lo que serían los puntos básicos para el inicio de una “reforma de la reforma” litúrgica postconciliar. El texto habría sido aprobado en votación secreta de la comisión ordinaria de cardenales y obispos miembros de la congregación el 12 de marzo de este año y presentado por el prefecto, cardenal Cañizares, al Papa el 4 de abril siguiente. La noticia corrió el pasado sábado 22 como reguero de pólvora en la red y los medios, creando gran sensación en el mundo católico. Por su parte, el cardenal Tarsicio Bertone, secretario de Estado, declaró en una entrevista concedida a L’Osservatore Romano y publicada el pasado 27 lo siguiente: “Para entender las intenciones y la acción de gobierno de Benedicto XVI es necesario remontarse a su historia personal –una experiencia múltiple que le ha permitido discurrir a través de la Iglesia conciliar como verdadero protagonista– y, una vez elegido Papa, al discurso inaugural de su pontificado, al que dirigió a la Curia Romana el 22 de diciembre de 2005 y a los actos explícitos queridos y firmados (y, a veces, pacientemente explicados) por él. Las demás elucubraciones y rumores sobre presuntos documentos de marcha atrás son pura invención según un clisé estandarizado y obstinadamente reiterado”.
En su blog Sacri Palazzi Andrea Tornielli se refiere hoy tanto al desmentido del P. Ciro Benedettini como a las palabras del cardenal Bertone, intentando salvar la cara de manera torpe a nuestro entender. Primero, intenta escurrir el bulto, aduciendo que la cosa no va con él. El “presunto” desmentido de la Oficina de Prensa Vaticana ha sido provocado más que por su artículo, por “su reproducción en muchos blogs” (“dalla sua ripresa in molti blog”). Es decir que son esos blogs los que habrían ofrecido una información engañosa, acaso tergiversando (aun en buena fe) lo escrito por Tornielli. Como éste no especifica cuáles son esos blogs, quedarían, pues, en entredicho sitios virtuales que hemos considerado siempre serios como Rorate coeli o La buhardilla de Jerónimo, que fueron los primeros en hacerse eco de lo publicado por el vaticanista. En cuanto a las palabras del cardenal secretario de Estado, no se da, por supuesto, por aludido, pero hace responsable a la agencia católica de informaciones Zenit de relacionarlas con su artículo. Ahora bien, si se lee la noticia en la que dicha fuente reseña lo dicho por Bertone (http://www.zenit.org/article-19273?l=italian), en ningún pasaje aparece el nombre de Tornielli; ni siquiera el de su blog o el del periódico para el que colabora.
Pero como quod scriptum, scriptum, el periodista intenta defender su artículo diciendo que no hay que creer a quien niega que actualmente se esté haciendo algo desde las altas instancias de la Santa Sede para llevar a cabo una “reforma de la reforma”, cosa en perfecta continuidad con el pensamiento y con la trayectoria de Benedicto XVI. Pero esto es evidente para cualquier católico medianamente informado, conocedor de los pasos que se vienen dando a lo largo del actual pontificado a favor de una liturgia más conforme a la Tradición y al auténtico espíritu del Concilio Vaticano II (que en eso consiste la “reforma de la reforma”). También asegura Tornielli que él ha hablado de que existen no “propuestas institucionales para modificar los libros litúrgicos”, sino “indicaciones más precisas y rigurosas relativas a la modalidad de celebrar con los libros existentes y en algunos casos apenas publicados”. En realidad, en su entrada del 22 de agosto en Sacri Palazzi, hablaba de “propositiones” (propuestas) que constituían “un primer bosquejo de aquella ‘reforma de la reforma’ litúrgica que Ratzinger querría poner por obra”. Ahora bien, si el Papa quiere llevar a cabo esa “reforma de la reforma”, a la larga sí que habrá que modificar los libros litúrgicos (cosa, por otro lado, natural, porque la liturgia no es algo fosilizado sino vivo). Pero es que entre los cinco puntos “revelados” por Tornielli hay uno que reza: “revisar la parte introductoria del Misal poniendo más frenos a la creatividad, y subrayando el sentido de lo sagrado y la importancia de la adoración”. Esto supone la supresión de algunos ad libitum que permite actualmente la Institutio Generalis. ¿No implica esto modificar el Misal Romano moderno?
Andrea Tornielli es un periodista muy leído, razón por la cual tendría que tener más cuidado con las cosas que escribe. Pero el problema trasciende su persona. El cardenal Bertone ha puesto el dedo en la llaga y lo ha señalado certeramente: se trata del imperio de la elucubración y el rumor en el mundo periodístico, incluso católico (por mimetismo de la prensa secular). Ya no interesa informar sobre la verdad de los hechos, sino anticiparse a los hechos. Y ello es porque la verdad en sí misma ha dejado de ser atractiva; se busca provocar sensación y crear intriga en el público, y ello se logra mediante la conjetura, el cotilleo, la rumorología. Los círculos cerrados de poder (como es el gobierno de la Iglesia) y los ambientes cortesanos y de clientelismo (como el de la Curia Romana) son propicios para que un periodista atrevido y avezado y con los contactos adecuados haga fortuna a costa de anticipaciones, primicias y rumores. Pero esto, si abona el prestigio personal y la vanidad del individuo, no hace ningún bien a las instituciones ni a las causas que se dice defender y, en cambio, pueden retrasar o echar a perder iniciativas buenas y positivas por una indiscreción o un desliz.
La publicación del motu proprio Summorum Pontificum fue muchas veces anticipada por los “expertos” y otras tantas desmentida. Con ello se suscitó una peligrosa puesta en guardia contra esta medida del Papa por parte de los sectores más refractarios, que empezaron a decir que se iba a abolir la misa moderna e hicieron cundir una alarma injustificada. Otro tanto está pasando con el ya famoso documento de aplicación práctica del motu proprio, que fue tantas veces anunciado como inminente por los entendidos y ahora parece dormir el sueño de los justos porque se vuelve a propagar la suposición de que se va a imponer la misa antigua. Y no digamos lo que pasó con el levantamiento de las excomuniones a los obispos de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X. Los rumores sobre su publicación y su contenido encendieron una polémica innecesaria y dieron pábulo a los sectores izquierdistas para atacar a Benedicto XVI. Ahora el asunto de la “reforma de la reforma” litúrgica, que podría llevarse a cabo serenamente, sin precipitaciones, con la discreción y capacidad de persuasión que caracterizan al Santo Padre, corre el peligro de convertirse en un nuevo caballo de batalla por el afán de protagonismo de un periodista que no ha sabido ser discreto porque quería ser el primero en dar la noticia.
La vaticanistas o vaticanólogos constituyen, dentro del periodismo, una casta que ha venido adquiriendo cada vez mayor preponderancia en estos últimos años, lo cual es natural por el interés que despiertan el Papado y la Santa Sede (el Vaticano) no sólo en los fieles católicos, sino en un público fascinado por las leyendas que corren sobre el poder de la Iglesia Romana. Son los sucesores de periodistas de la vieja escuela como Xavier Rynne, Robert Serrou y Benny Lai. Sólo que éstos trabajaron en tiempos en los que la Iglesia era mucho más estricta con la difusión de noticias y en los que obviamente no existían los medios modernos de comunicación de masas (Internet, los teléfonos móviles). Aun así, ya entonces se produjeron algunos episodios de infidencia que hicieron época, como las fotos furtivas de la agonía de Pío XII publicadas por Paris Match, o los rumores sobre la supuesta elección papal del cardenal Siri en el segundo cónclave de 1978. Hoy los más conocidos vaticanistas son: Marco Tossati, Giancarlo Zizola, Alberto Melloni, Sandro Magister, Bruno Volpe y el propio Andrea Tornielli. Por supuesto, cada uno tiene su estilo y sus tendencias ideológicas, pero no es esto lo que se juzga aquí. Lo malo es la tentación que asalta al periodista que se siente con poder y que, como hemos señalado, puede llegar a crear más perjuicio que provecho. El año pasado, por ejemplo, Bruno Volpe, vaticanólogo del portal Pontifex dio a conocer (http://www.pontifex.roma.it/index.php/news/29-news/386-una-mail-per-cancellare-la-messa-tradizionale-di-papa-pio-xii) que una misa pontifical ya programada en honor de Pío XII, que debía ser celebrada por el cardenal Castrillón Hoyos en octubre de 2008, había sido cancelada por manejos de un colega suyo (autor curiosamente de una voluminosa biografía del papa Pacelli).
¡Y pensar que hace unas semanas se barajaba el nombre de Andrea Tornielli como sucesor del P. Francesco Lombardi en calidad de director de la Oficina de Prensa Vaticana! Sinceramente, no creemos que una persona que se dedica a anticipar noticias y a dar primicias y exclusivas sea la persona más indicada para ostentar un cargo que precisamente requiere todo lo contrario: reserva, discreción y extrema prudencia. En este sentido, fue modélico el Dr. Joaquín Navarro-Valls, hombre dotado de lo que en el mundo de la información se llama “tablas periodísticas” y de un exquisito saber estar. Quizás se le llegó a acusar de lo contrario: de hermetismo y secretismo. Pero ésa es la labor de un portavoz: filtrar sólo lo que aquel a quien sirve quiere que se sepa, máxime en un mundo en el que es fácil manipular la información y en el que la prensa es el cuarto poder (y el más determinante). No queremos terminar este comentario sin expresar nuestra esperanza de que Andrea Tornielli, apreciable por otros conceptos, reflexione más reposadamente sobre este asunto y asuma sus responsabilidades como periodista y como católico. Se lo debe a su vocación de servicio a la verdad y a su público.
Publicado en Miscellanea Catholica