Mis artículos, que generosamente publica InfoCatólica, reciben numerosos comentarios, siempre elogiosos y agradecidos. Ahora ha aparecido una excepción, firmada con un nombre femenino. La autora (o el autor) me atribuye haber ocultado que cuando acabé mi servicio como arzobispo de La Plata, se me ofreció seguir habitando en el palacio arzobispal. Esto es falso de toda falsedad. Me veo obligado a repetir el relato que ya hice de esos episodios.
Dos días hábiles después de cumplir 75 años, es decir el 28 de mayo de 2018, me llamó telefónicamente Mons. Vincenzo Turturro, Encargado de Negocios a.i. de la Nunciatura Apostólica (el Nuncio, S.E Emil Paul Tscherrig había sido trasladado a Italia), para decirme que mi renuncia había sido aceptada, y que mi sucesor debía asumir de inmediato, para poder estar en Roma el 29 de junio a recibir el palio. En la única conversación personal que mantuve con Mons. Víctor Manuel Fernández, advertí que él tenía preparada mi partida a Buenos Aires, por eso se sorprendió cuando le dije que deseaba quedarme en La Plata, después de 20 años de entrega a la arquidiócesis. Él me preguntó dónde pensaba residir, y cuando respondí «en el Seminario», arguyó: «los eméritos no se quedan en el Seminario». Evidentemente desconocía que nuestros predecesores Plaza y Galán, como eméritos, vivieron en el Seminario y allí murieron. Comprendí con el tiempo que aquella negativa suya era lógica, ya que traía el propósito de cambiar completamente la orientación del Seminario, lo que efectivamente ocurrió. Entonces me pidió un lugar alternativo; elegí la Casa Sacerdotal «Cura Brochero», que yo mismo había instituido en el edificio del antiguo Seminario Menor, junto a la parroquia Sagrado Corazón de Jesús, en Los Hornos, periferia de la ciudad. Allí pasé dos años y ocho meses hasta mi reciente mudanza a Buenos Aires. En este período fui una especie de desaparecido eclesial, «porque no recibí ninguna información ni invitación de la arquidiócesis». Sólo me visitaban cuatro o cinco sacerdotes del clero platense (yo había ordenado 49), y uno del Opus Dei. El padre José Luis Segovia, párroco y encargado de la Casa tuvo conmigo una caridad y paciencia infinitas. Con Monseñor Nicolás Baisi nos encontrábamos semanalmente para conversar, su cercanía me fue de gran ayuda.
No deseo afirmar que el comentario del que me ocupo sea un bulo, ni atribuir mala intención a la autora (o al autor). Quizá se trató de una confusión con lo que es bien sabido: lo que viví en relación con Monseñor Carlos Galán, arzobispo de La Plata de quien fui Coadjutor durante poco menos de dos años. Cuando fue aceptada su renuncia y yo debía hacerme cargo de la sucesión, le pedí que permaneciera ocupando el departamento que tradicionalmente fuera la habitación de los arzobispos en el palacio D´Amico, sede del arzobispado. Monseñor no quiso y consultó al Cardenal Raúl Francisco Primatesta, con quien siendo este Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, trabajó como Secretario General. Su eminencia le aconsejó: «no te vayas de la diócesis, pero no te quedes en el arzobispado». Mons. Galán eligió entonces residir en el Seminario; allí vivió hasta su muerte, dos años después, con el beneplácito de los seminaristas. Además, salía con regularidad a visitar parroquias y para administrar confirmaciones.
Me ha parecido necesario hacer esta aclaración, por amor a la verdad; sería penoso que la falsa noticia incluida en aquel comentario de aparente autoridad femenina se instale en la opinión general como algo cierto.
+ Héctor Aguer
Buenos Aires, 7 de julio de 2021.