El 1 de mayo celebramos en la Iglesia la fiesta de san José obrero. Fue el Papa Pío XII el que «bautizó» esta fiesta del trabajo, cuyo origen viene del día internacional del trabajo, con reivindicaciones por parte del mundo obrero de sus legítimos derechos. Todas esas reivindicaciones, en lugar de ser propuestas por el odio y la lucha de clases, vengan propuestas por el amor cristiano, que siembra la paz en todos sus entornos.
Así es calificado san José en el evangelio, como un artesano (Mt 13, 55), y Jesús es conocido en su pueblo como el hijo del carpintero. Uno y otro ganaron el pan de cada día con el sudor de su frente, y por eso pueden arrojar luz a todo el mundo del trabajo, en el que se desenvuelve gran parte de nuestra vida. Lo que el Hijo de Dios ha tocado ha quedado redimido, decían los santos Padres con su argumento soteriológico. Si el Hijo de Dios ha trabajado con sus manos, todo ese mundo ha quedado redimido. Y a Jesús fue san José quien le enseñó el trabajo manual como sustento de sus vidas.
La fiesta de san José obrero, tanto por su origen civil, como por su contenido de dar sentido al trabajo humano, es una nueva ocasión de mirar a este santo singular, San José, «para que el 1 de mayo, acogido por los obreros cristianos, y casi recibiendo el crisma cristiano, lejos de ser un despertar de la discordia, el odio y la violencia, es y será una invitación recurrente a la sociedad moderna a hacer lo que todavía falta a la paz social. Fiesta cristiana, por tanto, un día de júbilo concreto y progresivo de los ideales de la gran familia del trabajo» (Pío XII, 1 mayo 1955).
En la doctrina social de la Iglesia, el trabajo ha venido a constituirse como el centro de la cuestión social. Porque en el mundo del trabajo se encuentran las relaciones sociales de obreros y empresarios, de sindicatos y patronales. Si este mundo es azuzado por el marxismo, la lucha de clases y el odio, el trabajo se convierte en una plataforma de lucha e incluso de violencia y de conflicto. Por eso, es urgente que en este mundo del trabajo entre de lleno el amor cristiano, que construye y edifica la ciudad terrena, y convierte el universo laboral en un clima de concordia y buenas relaciones.
Esa es la tarea de todo cristiano, que está presente en su propio trabajo y se santifica por medio de su propio trabajo. Y es la tarea de los grupos católicos, como son los movimientos especializados de la Acción Católica, que viven su fe en esa frontera del mundo del trabajo, tan agitado en muchas ocasiones por las injusticias que padece. La JOC, la HOAC, la ACO y todos los movimientos obreros católicos tienen constantemente ese reto de hacer presente el amor de Cristo en las periferias existenciales del trabajo cotidiano. Por una parte deben mantener su identidad católica y la comunión eclesial con los demás grupos eclesiales y con los pastores, porque si la sal se vuelve sosa no sirve más que para tirarla y que la pisen. Y por otra parte deben acercarse, encarnarse en el mundo obrero, para hacer presente al «hijo del carpintero» y empapar toda la realidad laboral con un sentido cristiano de justicia, de solidaridad cristiana, que brota del amor.
Celebramos este año el 75 aniversario de la fundación de la HOAC, que el siervo de Dios Guillermo Rovirosa puso en marcha con un gran amor a Cristo y a su Iglesia, y una gran pasión por el mundo obrero. Necesitamos también hoy santos de este calibre, que inmersos en el mundo obrero, trabajen por la paz social y la justicia inmersos en el mundo obrero y apasionados con el amor de Cristo.
La fiesta de san José obrero, en este año josefino, es ocasión de recurrir al Patriarca de la Iglesia universal para que suscite en el mundo del trabajo ese amor con el que él enseñó a Jesús el trabajo de sus manos y nos alcance con su intercesión y nuestra colaboración un trabajo digno para todos, pues el hombre se construye con la acción de Dios y la obra de sus propias manos.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba