Desde hace algunas semanas, un conocido canal de videos por televisión comenzó a proyectar un reality show donde 16 mujeres y 2 hombres compiten por ganarse la “amistad” de la hija de Rick y Kathy Hilton, Paris. El programa se llama Paris Hilton´s My New BFF (“Mi nuevo mejor amigo para siempre”).
La finalidad del programa es sugerente pues apunta a esa tendencia que todo ser humano tiene para buscar relacionarse con los demás y establecer vínculos de afecto y simpatía. Pero el reality no es sólo una panacea para colmar un desinteresado vacío de amistad.
Los candidatos tienen que sortear pruebas para “demostrar” que están dispuestos a “lo que sea” con tal de llegar a ser amigos de la protagonista del programa. Paris Hilton, cantante, actriz, modelo y multimillonaria, observa desde su sala privada VIP los comportamientos y reacciones de los concursantes a sus peticiones. Si alguno no logra llenar sus expectativas le manda un SMS diciéndole: “¡Me aburres!”.
¿Y qué “pruebas” deben cumplir los candidatos a la amistad de la heredera de la cadena de hoteles Hilton? Desde la imposición de un cambio de imagen, pasando por cargarle la bolsa en una fiesta o acompañarla a un festejo –sin poder pasar al lugar y quedarse esperándola fuera por horas–, hasta ir a Tokio sin equipaje para desfilar unos segundos en una alfombra roja y regresar inmediatamente a Estados Unidos.
¿Qué nos sugiere una valoración moral de este reality show? Ante todo, apunta a la trivialización de las relaciones interpersonales. La amistad es el afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato. Es una consecuencia natural de dos afinidades temperamentales, caracteriológicas, psicológicas, etc., en la que no interviene el prurito de ridiculizar y sí el de la aceptación de la otra parte tal y como es.
Detrás de este programa se esconde un interés económico más que un auténtico deseo de correlacionar en amistad a dos personas. Esto mismo nos lleva a considerar que nadie debe ser hecho instrumento de consumo pues cada uno de los que ahí aparecen valen por sí mismos y no por los rasgos físicos y vestuario que les singularizan y que, no pocas veces, deben cambiar según el deseo de Paris.
Por otra parte, Paris Hilton´s My New BFF es una ejemplificación sobre aquello que muchos jóvenes están dispuestos a hacer con tal de ganar popularidad. No se puede poner en duda que tal vez alguno de ellos tenga verdaderamente como sueño contar con la amistad de la protagonista del concurso, pero sería ingenuo no pensar que detrás de todos está el interés por saltar a la pantalla chica, en definitiva a la “fama”, por más que ésta sea, muy posiblemente, pasajera.
En otra parte del mundo, en Turquía, comenzará a emitirse a partir del mes de septiembre de 2009 un reality “para convertir ateos”. Se llama Tovbekarlar Yarisiyor (“Los penitentes compiten”) y será transmitido por Kanal T.
Los protagonistas del gameshow son un sacerdote ortodoxo, un imán mahometano, un rabino y un monje tibetano, quienes tendrán el reto de convertir a 10 ciudadanos ateos con lo que convivirán durante el tiempo del concurso. ¿Cuál será el premio final? La fe en Dios, además de un viaje-peregrinación a la “patria espiritual” de la fe que cada uno decidió abrazar: la Meca, el Tíbet o Jerusalén.
Los promotores de Tovbekarlar Yarisiyor han subrayado que desean promover los diversos credos religiosos y acercar todavía más a la población turca a la fe musulmana, según declaraciones del vicedirector del canal que emitirá el programa al diario Hürriyet Daily News.
A tenor de las reglas preestablecidas, en el reality sólo podrán participar personas ateas previamente examinadas por teólogos para inferir que efectivamente son ateos y así evitar falsas conversiones o el afán de obtener un viaje al extranjero. Después del concurso, se dará seguimiento –en caso de que los haya– al converso en su nueva vida espiritual.
Un primer acercamiento al objetivo del programa y a las palabras de Ahmed Ozdemir, vicedirector de Kanal T, podrían apaciguar nuestro afán de profundización sobre los aspectos éticos de un programa como éste. Sin embargo, no todo es correcto.
En Turquía el reality ya es un suceso por la ida y venida de multitud de comentarios positivos y en contra, incluso procedentes del extranjero. Entre quienes se oponen está el gran muftí de Estambul quien, con palabras severas, ha dicho que no le parece adecuado discutir sobre religión en ambientes como el de ese programa. Otros comentaristas religiosos han hablado incluso de una banalización de Dios y del mensaje religioso.
Es loable que iniciativas como éstas deseen poner a Dios y a la religión en el centro de la vida de la sociedad. Sería absurdo no valorar proyectos de este tipo cuando lo que abunda en los medios de comunicación en general es más bien una omisión sobre el hecho religioso o un uso morboso y generalizado cuando algunos acontecimientos se prestan para ello.
Pero en este caso concreto, ¿está Dios efectivamente al centro? Aún más: ¿la religión es vista y tratada a partir de la verdad de lo que supone y propone? Tal parece que no. Convertirse, según la dinámica de este reality, viene a ser más bien un logro de las personas, según sus habilidades y aptitudes, más que un regalo de Dios que sale al paso. No es Dios quien encuentra –como en realidad sucede siempre– sino el ser humano quien encuentra a su dios.
Ese encuentro de dios a partir del hombre –y no a partir de Dios–, nos ayuda a centrarnos en otro aspecto: el relativismo religioso. Tovbekarlar Yarisiyor insinúa, al menos indirectamente, que lo mismo daría convertirse al cristianismo ortodoxo, que al islam, al budismo o al judaísmo, con tal que se asuma una postura teísta. Cualquier religión valdría la pena por sí misma, y no es así. Creer, con los contenidos propios de cada credo, implica consecuencias prácticas. Y queda claro que no todas son válidas.
Por otra parte, no pasa desapercibido que Turquía es un país de mayoría musulmana y, a pesar de ser constitucionalmente laica, la praxis es que aún existe una marcada intolerancia religiosa respecto a otros credos y, sobre todo, respecto a aquellos que se convierten a otra denominación que no sea la musulmana. ¿Cómo constatar, en un ambiente que no parece que sea precisamente neutral, que ninguna conversión estará condicionada?
Por último, no se puede dejar pasar por alto que, en definitiva, como en el reality de Paris Hilton, las productoras no son instituciones de beneficencia que pelean por promover la amistad y la religión sin más. Detrás hay una finalidad económica que reporta cuantiosas ganancias por concepto de publicidad. Y este punto precisamente nos lleva a considerar la instrumentalización y banalización de dos valores que, de muchas formas, repercuten en la concepción que de ellos se hacen los espectadores.
Jorge Enrique Mújica, LC