Sobre la cuestión del aborto me he expresado numerosas veces. Véanse, por ejemplo, los artículos publicados por InfoCatólica: «El aborto: una nueva intentona»; «El aborto no será obligatorio (¡menos mal!)»; «Del discurso presidencial»; «El actual gobierno y el aborto»; «Un aniversario para no olvidar: los 25 años de Evangelium vitae»; entre otros. Pueden sumarse a esos textos mis intervenciones semanales en televisión: lo que apareció sobre el tema en la columna de cinco minutos que conservo, desde hace 22 años, en el programa «Claves para un mundo mejor», de canal 9, los sábados, a las 9. No solamente me detuve esclareciendo las diversas facetas de la cuestión, sino que también seguí las alternativas del proyecto que, por último, se convirtió en ley. ¿Qué hacer ahora? Insistir proclamando la inconstitucionalidad de ese instrumento legal, que habilita el asesinato de los niños por nacer. Obsérvese que no empleo el eufemismo «interrupción del embarazo», voluntaria (IVE), o legal (ILE); digo matar, liquidar, asesinar, que son los nombres propios del aborto, los que corresponde usar. En la reciente nota titulada Calamidades argentinas he tratado de ubicar la aprobación de esa ley en el contexto más amplio de los males que sufre nuestra sociedad. Ahora intento comentar, interpretar, y completar lo ya dicho con una rápida reseña de lo que el gobierno estima haber logrado.
La noche del 28 de Diciembre de 2020, fiesta de los Santos Mártires Inocentes, quise acompañar brevemente a la multitud que en la Plaza del Congreso aguardaba en vigilia la resolución del Senado de la Nación. Me conmovió la gratitud y el afecto que me manifestaron. Como es sabido, yo he sido «misericordiado» a los cuatro días de cumplir 75 años, y desde entonces ya no soy miembro de la Conferencia Episcopal Argentina; fue la mía una participación personal, no oficial. No faltaron los pastores evangélicos; con un buen grupo de ellos pudimos compartir las inquietudes comunes, y expresarnos con igual correspondencia al afecto que nos une. Las palabras que pronuncié en esa ocasión se difundieron con amplitud; se suman a las diversas intervenciones a las que me refería al comienzo.
El gran responsable es el presidente de la Nación, y eso lo enorgullece en lugar de avergonzarlo. Ha dicho que «ahora somos un país mejor». Mejor seríamos, por cierto, si hubiera hecho algo, y con éxito, para sacar de la pobreza a más del 40% de la población, hundida en una situación indigna e injusta. Otro disparate suyo: «Estamos dando un paso importantísimo para que esta sociedad empiece a ser un poquito más igual». ¿Qué significa esto? ¿Será «más igual» la sociedad liquidando a los niños por nacer? Es terrible comprobar cómo la ideología refuerza la ignorancia de la realidad presente y de la historia; se lo advierte en el siguiente juicio: «Créanme que estoy muy feliz de ponerle fin al patriarcado, que es una gran injusticia. Es un gran paso, estamos igualando en sus derechos con los hombres». De modo que, según este profesor de Derecho, la prohibición de matar a los niños por nacer prolongaría la vigencia de una organización social primitiva, en la cual se creaba un linaje mediante el ejercicio de la autoridad por los varones jefes de cada familia, pues eso es por definición el patriarcado.
El feminismo descalifica como patriarcado la vigencia del orden natural, la cual obviamente no justifica el abuso y el dominio injusto del varón sobre la mujer, fenómeno cultural que podría denominarse impropiamente, por extensión, patriarcado. Sigue el presidente proponiendo que tras la sanción de la ley abortista «queda una tarea muy seria de garantizar una educación sexual muy seria en todos lados para prevenir embarazos que no se quieran». Me he cansado de denunciar la Perversión Sexual Integral que el actual gobierno, y el anterior, han impuesto en las escuelas estatales -sin éxito, por lo visto, ya que ahora impulsan el recurso al aborto-; desde hace años promueven el «cuidado» de los jóvenes en la relación sexual, y ejercen presiones para que las instituciones católicas adopten las mismas pautas de deseducación. Les va mal con este propósito precisamente por su carácter antinatural, y por la incomprensión de una recta antropología. ¡Cómo se puede tener el tupé de hablar de «educación seria»!
Las que he citado, y otras patochadas del mismo calibre las pronunció el presidente en el acto de la promulgación de la ley. Una y otra vez he comparado esa postura con la actitud del difunto presidente de Uruguay, Tabaré Vázquez, que vetó la ley abortista aprobada por el Congreso oriental. Vázquez era hombre de izquierda -presidió el gobierno del llamado Frente Amplio-, y agnóstico, pero siendo médico sabía muy bien de qué se trataba (de matar). El profesor Fernández es un jurista, de pésima formación como puede advertirse, e ignora la diferencia entre justicia e injusticia, inspirado en una concepción subjetivista del Derecho. Otro elemento de la jactancia presidencial es su condición de haber cumplido con una promesa formulada en su propuesta electoral: «Cumplí con mi palabra, y hoy, en tiempos en que la palabra de la política parece depreciada, es la culminación de un tiempo de lucha para que el aborto deje de ser un delito». La palabra política está justa y lamentablemente depreciada a causa de la mendacidad de la casta política, a la que el presidente pertenece; la hipocresía se ha convertido en un comportamiento habitual en ese ámbito. No tengo tiempo ni ánimo para elencar las mentiras del Dr. Fernández, que saltan a la vista de toda persona que siga los acontecimientos; debería tomar en cuenta que los ciudadanos no somos lelos.
Me pregunto cuántos de los votantes del binomio presidencial sabía que estaba sostenido por una plataforma electoral, cuántos conocían sus puntos fundamentales, y cuántos lo habrían votado si hubieran reparado en que la legalización del aborto figuraba entre sus planes. Cito una última autoglorificación presidencial:
«Estamos ampliando la capacidad de decidir, que no es poco. Es llamativo que en el siglo XXI tengamos que discutir estas cosas. Nadie puede sentirse en paz consigo mismo viviendo en una sociedad sin igualdad».
Reparte los laureles con los sectores de la «oposición» que se han plegado a la iniquidad que llevó adelante el oficialismo:
«Les agradezco a los legisladores de la oposición que acompañaron, que no piensan como nosotros pero nos acompañaron en esta decisión. Estamos haciendo una sociedad mejor».
No es extraño que hayan acompañado; en 2018 el gobierno anterior intentó lo mismo, pero no lo consiguió. Inclusive el entonces presidente había adelantado que si el Congreso aprobaba la ley no la vetaría; los hermana la carencia de principios. Desde hace tiempo, la endogámica casta política se empeña en hacer de la nuestra una sociedad peor.
Una cuidadosa referencia merecen las mujeres - políticas, que cargan orgullosamente con una buena porción de responsabilidad, y no me limito a las que votaron la ley, a quienes no me he cuidado de identificar. La Ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación declaró en el acto de promulgación: «Hoy estamos acá porque se conjugó una larga historia de luchas de los feminismos, de miles de mujeres, del movimiento de mujeres y de la diversidad, y también la decisión política de un gobierno, de su Presidente y Vicepresidenta por seguir ampliando derechos» (se refiere al «derecho» de matar impunemente). Después de enumerar las conquistas del feminismo, y de recordar a luchadoras históricas por el derecho al aborto, añadió que la flamante ley «nos asegurará que nunca más una mujer o una persona con capacidad de gestar muera en nuestro país producto de un aborto clandestino, pero también implicará una enorme trnasformación cultural, material y subjetiva, vinculada a la autonomía de los cuerpos y los deseos de las mujeres que tienen implicancias en nuestras vidas diarias». Gestar significa exactamente «llevar y sustentar la madre en sus entrañas el fruto vivo de la concepción hasta el momento del parto»; ¿habrá no - mujeres con capacidad de gestar? Como se puede comprender fácilmente, para esta señora, que se llama Elizabeth Gómez Alcorta, el niño por nacer es una parte del cuerpo de la madre; ¡felicitaciones por la perspicacia científica! El mismo desatino lanzó la senadora nacional justicialista por La Pampa, Norma Durango, que fue una de las votantes: «Estamos en una Argentina más justa, igualitaria y equitativa, que le ha dado a las mujeres el derecho a decidir sobre sus propios cuerpos y su destino». Afirmó, también, que «ahora el gran desafío para la Argentina es que las provincias pongan en marcha lo que la ley obliga y otorga». Se trata de una amenaza velada de la policía del pensamiento contra la Argentina profunda, que como esa señora sabe muy bien considera al aborto una iniquidad. La Provincia de Buenos Aires no corre en cuanto a esto ningún peligro; asume con plena fidelidad el programa oficial según las indicaciones de la Vicepresidenta de la Nación -que está a cargo del Senado nacional-; esta señora declaró que ella era antiabortista, pero sus hijos la convencieron de lo contrario. Una cuestión generacional.
El gobierno bonaerense cuenta también con un Ministerio de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual. La titular de ese organismo, Estela Díaz, sostuvo que la legalización del aborto era «una fuerte deuda de la democracia con las mujeres», y señaló que existe «una enorme expectativa porque una vez promulgada es un derecho que debe garantizar el sistema de salud, y lo no lo hace. No sé si la señora Díaz habrá entrado alguna vez al Hospital de Niños Sor María Ludovica, de La Plata, la capital provincial. Podría ver allí a muchos niños de toda edad que, con sus padres, aguardan horas y aún días para ser atendidos. A la Sección de Cambio de Sexo, inaugurada hace un par de años -no creo que tenga mucho movimiento- se sumará en más la espera para someterse a la operación abortiva, si encuentran un médico que acceda a consumar el crimen. El hospital lleva el nombre de la santa religiosa de la Misericordia de Savona, que fue durante décadas férrea administradora de esa unidad sanitaria, que conoció entonces su mejor época. Las reliquias de la Beata Ludovica se encuentran en una capilla de la Catedral de La Plata, donde su intercesión es invocada por los padres con niños enfermos. Me imagino qué contestaría la pequeña italiana -pequeña por su talla física, gigantesca por su personalidad- a quienes se acercaran con historias de género o solicitando un aborto. Fueron aquellos años los de un indiscutible matriarcado para bien de todos, sin exclusiones, porque a Ludovica la inspiraba ardorosamente el amor cristiano. En el acto de presentación de una guía de acción para orientar en la aplicación de la IVE dirigida a los profesionales de la salud del distrito en el cual se desempeña, Estela Díaz dijo: «Hoy es un día de alegría, emociones y derechos conquistados». Esa guía es un documento de más de 30 páginas preparado especialmente. Ahora se abre un período de presiones sobre los médicos para que echen al olvido el juramento hipocrático. En esa misma ocasión, el ministro de Salud provincial, Daniel Gollán, aseguró que «el sistema sanitario de la provincia de Buenos Aires va a dar respuesta a todas las mujeres que quieran realizar, dentro del marco que establece la ley, una interrupción voluntaria del embarazo... el objetivo es garantizar estas prácticas, contribuyendo a la disminución de la morbimortalidad prevenible y promoviendo el ejercicio pleno de los derechos sexuales, reproductivos y no reproductivos de las personas». ¿Cómo lo harán, en un sistema al borde del colapso? ¿Dejarán de atender a los enfermos que realmente lo necesitan? ¿Y la «morbimortalidad» de los niños por nacer?
La presencia femenina en cargos públicos responde ahora a una proporción establecida obligatoriamente, y que se concibe como un logro feminista ajeno y aun contrario al único criterio requerido por la Constitución Nacional para ocupar dichos cargos: la idoneidad. No veo por qué si hay más mujeres que varones preparadas para asumir tales servicios, tengan ellas que ceder el puesto por razones de sexo (o de género, como se dice actualmente). La formación femenina se ha extendido muchísimo en número en las últimas décadas, aunque por desgracia en las universidades -sobre todo en algunas facultades- predominan corrientes ideológicas contrarias al auténtico humanismo, y a tiempos mejores de nuestra historia. Ciertas reivindicaciones feministas no reconocen adecuadamente la condición femenina y sus posibilidades espontáneas, normales, de proyección cultural, social y política. El feminismo desprecia el valor de la familia y el papel de esposa, madre y educadora de las futuras generaciones que, obviamente, solo la mujer puede desempeñar.
La señora Vilma Ibarra, Secretaria Legal y Técnica de la Presidencia de la Nación, es reconocida como la autora del proyecto que se convirtió en ley. También ella expresó un reconocimiento «a las mujeres y varones que nos acompañaron de las fuerzas políticas opositoras. Hemos hecho una red de mucho trabajo, sobre todo las mujeres de un profundo compromiso de trabajo conjunto. Hemos tendido puentes, hemos hablado, hemos confiado en nosotras y hemos salido adelante para sancionar estas leyes. Todo mi agradecimiento». Como perros y gatos han disputado sobre los temas más graves y urgentes; ahora se han unido para consumar la iniquidad. Me viene a la memoria un pasaje del relato de la Pasión según San Lucas. Pilato, al saber que Jesús procedía de Galilea, se lo envió a Herodes, que reinaba en esa jurisdicción. El evangelista anota: «Y ese mismo día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron amigos» (Lc 23, 12). Como aquellos corresponsables de la muerte del Señor, oficialismo y «oposición», corresponsable del permiso de matar a los niños por nacer, han trabajado en buena armonía. En diversas oportunidades he señalado el despiste de los partidos de extrema izquierda, que adhirieron con entusiasmo al proyecto abortista de la burguesía, porque miran a los pobres con las anteojeras de su trasnochado marxismo. En cuanto a la colaboración de funcionarios y partidarios del gobierno anterior, nada puede extrañar, ya que ellos intentaron en 2018 aprobar la ley, y no lo consiguieron. Los iguala -repito- la carencia de principios; solo los mueven intereses.
Un elemento fundamental no debe ser soslayado: la campaña abortista fue financiada por un aluvión de dólares. En otras intervenciones he citado nombres de personas, y de instituciones mundialistas responsables del apoyo y la promoción. Como sabemos, nada de eso es gratis. El gobierno seudopopular que padece el país adquirió los compromisos correspondientes, y su alharaca de originalidad nacional debe sumarse a la cuenta de la mendacidad de los políticos. Insisto en lo que he escrito en Calamidades argentinas, donde pongo el dedo en la llaga, y señalo la necesidad de una refundación de la democracia, asumiendo la verdad proclamada por San Juan Pablo II: una democracia sin valores es un totalitarismo abierto o encubierto.
La hipocresía de los fariseos molestaba y dolía especialmente a Jesús; el Evangelio registra este dato de la plena humanidad del Dios hecho hombre; dice: dirigió sobre ellos «una mirada llena de indignación (met' orges), apenado (syllypoúmenos) por la dureza de sus corazones» (Mc 3, 5). Vale para los fariseos de todos los tiempos; de los de ahora la ley abortista expresa «la dureza de sus corazones» (te poroseis tes kardías auton). Felizmente son muchos los políticos que no la votaron, que se pronunciaron en contra; ellos pueden sumarse a la dicha refundación de la democracia, si conservan los principios, la coherencia, y el ánimo en todos los ámbitos de la vida y si estos valores relucen en su actuación pública.
+ Héctor Aguer, arzobispo emérito de La Plata
Académico de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
Académico correspondiente de la Academia de Ciencias y Artes de San Isidro.
Académico Honorario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (Roma)
Martes, 9 de febrero de 2021.-