Agradecer a Jesús dándole nuestro corazón

¡Amar a Dios con todo nuestro Corazón, con toda nuestra Mente, con todo nuestro Espíritu, con todas nuestras Fuerzas! Por mucho que nos esforzemos sobrenaturalmente en Amar al dulce Jesús, Dios, no es Nada nuestro Amor frente al Infinito y Eterno ¡apasionado! ¡la Pasión! de Dios, el dulce Jesús ¡Cuando sufrimos duras Pruebas, nos bajamos los Humos, nos purificamos ¡nos llenamos de Amor, maravilloso Amor a Dios y al Prójimo, con energías celestiales que no sabemos de dónde vienen, somos tan Grandes, tan Felices ¡pese a todo! como Jesús alzado en la Cruz ¡alzamiento que supuso con todo su espantoso dolor el momento más Alto de la divinidad de Jesús, de Dios, en el Cielo y en la Tierra, el Amor que estalla y nos cubre gloriosamente como la Gloria del martirio! Dios es Amor ¡todo es Amor, no hay Nada que no lleve algo de Amor, ni lo más Perverso, la Fuerza del Amor lo puede todo, la Felicidad perpetua que conoce el Paraíso ya aquí en la Tierra! ¡Viva la Cruz! ¡Viva el Amor! ¡Viva Dios! ¡Viva Dios! ¡Viva Dios!

La primera creatura que ofreció a Cristo su Corazón fue María. Por ello, el mayor agradecimiento que podemos ofrecer a Jesús, es unirnos al Corazón Inmaculado de nuestra Madre. Nuestra unión supone nuestra esperanza en el anunciado triunfo de su Corazón Inmaculado en el mundo, que llevará a su culminación la obra de la Redención. Ciertamente, este triunfo es un desafío absoluto para quienes se oponen a la caída de la moderna Babilonia, porque diversos lazos afectivos y mentales los unen con el mundo. El corazón ocupa un lugar central en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu; en el Cuerpo Místico de Cristo lo ocupa el Corazón de Jesús unido al de su Madre. Le damos a Jesús nuestro corazón por medio de María.