El punto fundamental de toda Religión, es el de la relación entre Dios y el hombre. Y el primer problema que presenta esta relación es el de aceptar o negar la propia existencia de Dios. Aunque en todos los tiempos ha habido gente que ha negado la existencia de Dios, como fenómeno corriente y bastante masivo es propio de los últimos siglos.
Aunque hay varias maneras de ser ateos, por ejemplo aquéllos que viven como como si Dios no existiera, me voy a referir especialmente a los ateos teóricos, es decir a aquéllos que niegan expresamente la existencia de Dios, lo que constituye uno de los problemas más graves de nuestro tiempo
«En la ética de estas personas está: «Dios no existe, y de existir, no tiene nada que ver con nosotros». Esta es prácticamente, la máxima del mundo moderno: «Dios no se ocupa de nosotros y nosotros tampoco nos ocupamos de Dios». Las obligaciones que teníamos ante Dios y el juicio divino han sido suplantadas por las que tenemos ante la Historia y ante la humanidad» (J. Ratzinger, «La sal de la tierra», Madrid, 137).
En el mundo actual hay tres ideologías que tienen gran importancia: la relativista, la marxista y la de género. Pero todas ellas de una manera o de otra, están al servicio del NOM o Nuevo Orden Mundial. Pero como el ser humano necesita creer en Algo y la palabra espiritualidad suena muy bien, la propaganda de una charla del New Age decía: «No se puede ser sabio ni feliz ni siquiera gozar de salud sin espiritualidad. Claro que ya no basta abordarla solo desde la religión. Las nuevas formas culturales y económicas exigen otra forma de entender la espiritualidad, más abierta, menos dogmática. Las antiguas creencias se nos han quedado obsoletas». El relativismo queda patente en el rechazo total a las religiones, porque tienen pretensión de verdad Es decir se trata de buscar una nueva o nuevas espiritualidades fuera del ámbito católico y cristiano.
Pero en estas ideologías hay dos problemas ante las que no tienen respuesta. Son el problema del mal y el problema de la muerte. A todos nos espanta y aterroriza al mal. De hecho en el Padre Nuestro rezamos: «no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal». Jesús en Getsemaní nos indica cuál debe ser nuestra actitud ante el mal: «Padre mío, si es posible que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú» (Mt 26, 39: Mc 14,36; Lc 22,42). La confianza en Dios nos ayuda a superar y a vencer el mal.
El problema de la muerte no tiene solución sin la fe. En las ideologías que hoy predominan están en común su negación del pecado y del infierno. Pero al negar el infierno y creer que todo termina con la muerte, también se niega que haya otra vida más allá de ésta y la posibilidad de ser eternamente felices en el cielo. O en el mejor de los casos, caer en un panteísmo que me hace perder mi individualidad y personalidad: «Dios y yo somos una misma cosa». Recuerdo que en cierta ocasión, alguien me dijo: «Me aterra perder mi personalidad, quedar diluido como una gota de agua en el Océano». Le pude contestar: «Jamás y mucho menos en el cielo, perderemos nuestra individualidad y personalidad».
La propia muerte de Jesús, como toda muerte para los cristianos, hay que verla a la luz de su Resurrección, que es señal, prenda y garantía de nuestra propia resurrección y sobre lo que habla ampliamente 1 Cor 15. Un cristiano, si no es un ignorante integral de su Religión, sí que sabe lo que sucede después de la muerte, pues como dice San Pablo. «no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza» (1 Tes 4,13).
Pedro Trevijano, sacerdote