El relato bíblico de la creación es una descripción literaria del hecho que creemos con profunda fe: que Dios hizo todas las cosas, que las dejó revestidas de esa bondad y belleza que ponen su firma de autor, y que tras la creación del hombre y la mujer como cumbre de toda la obra creada, Dios descansó. Se nos dice con rasgos humanos que el Creador tiene un momento para crear (no deja ningún instante este divino quehacer), y otro momento para holgar (sin que signifique fuga distraída). Por eso a nosotros se nos invita a ser también en este punto reflejo del Señor: tener un tiempo para nuestro trabajo y un tiempo para el descanso.
No me estoy refiriendo a las vacaciones sin más, sino al descanso. Hay vacaciones que pueden ser un desproporcionado alarde de divertimento frívolo que no aportan nada más que gasto superfluo. Unas vacaciones así planteadas podrían ser incluso un sarcásticas ante personas que han perdido su trabajo y que con creciente angustia tratan de sobrevivir y de encontrar una salida a su desesperante situación.
En este mundo de la prisa en el que tantas veces nos vemos envueltos, todos necesitamos un paréntesis de resuello en el que tomar aliento y recuperar la razones profundas por las que nuestra vida tiene un sentido. Por eso el principio divino de descansar supone también un inteligente y al mismo tiempo sencillo modo de proceder a esta holganza, para que realmente el descanso nos traiga paz a las tensiones, nos recupere de fatigas, nos reencuentre tras los desencuentros, nos permita mirar a las cosas, a las personas y a nosotros mismos como nos contemplan los ojos serenos de Dios. Cada uno tiene una circunstancia personal que hace que tengamos que pensarnos cuándo, cómo, dónde, con quién es posible tener estos días vacacionales.
Primero, volver nuestra vida a Dios. Demasiadas veces le tenemos orillado y ausente por nuestro descuido, por nuestra fe superficial y nuestro amor raquítico hacia el Señor, hacia María y los santos. Es deseable que encontremos un hueco según nuestras posibilidades para recuperar esa relación afectuosa y filial con Dios que tantas veces nos hurta el apresuramiento de nuestros días. Visitar alguna iglesia en nuestro deambular veraniego y rezar al Señor, tomar la santa Biblia como lectura y vivir con más hondura la santa Misa o el sacramento de la confesión, leer algún libro que nos ayude a comprender mejor nuestra fe cristiana y nuestra pertenencia eclesial.
Segundo, volver nuestra vida a las personas a las que Dios ha querido vincularnos por motivos familiares, amistosos o profesionales. Especialmente con las personas más cercanas con las que incluso podemos gozar juntos de unos días de descanso, tratar de disfrutar de su compañía, de aprender de su sabiduría, dejarnos complementar con sus talentos y dones, al tiempo que ofrecemos lo que cada uno es y tiene para este intercambio de amor recíproco. Muchas historias de extrañeza e incluso de hostilidad, provienen de una falta de verdadera convivencia en el respeto y en la apertura al otro, e incluso en el mismo tiempo que nos hemos dedicado.
Finalmente, tomarnos estos días de descanso para realmente descansar. Todo lo que sea saludable para nuestra vida ajetreada y dispersa hemos de cuidarlo con esmero: la comida, el sueño, el ejercicio físico, lo que enriquece nuestra vida humana y culturalmente. Sólo así, a la vuelta de estas vacaciones podremos continuar con nuestro trabajo habitual habiendo sido enriquecidos en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu.