Si la perennidad y la fidelidad son los criterios por los que se reconoce una pareja unida por el amor, la existencia de tales parejas entre homosexuales varones no es nada frecuente, pues esta clase de relación suele ser muy promiscua, pues se da en ellas una excesiva precariedad e inestabilidad, e incluso en aquellos casos en los que se da una cierta duración en la relación, no acostumbra reinar la fidelidad, lo que es tanto más grave si se considera que nunca se han considerado asociadas promiscuidad e infidelidad con madurez personal. El fundamento de la pareja homosexual es el deseo sexual y el placer de estar juntos, agradándose el uno al otro. Aunque es posible una relación duradera, el deseo suele ser pasajero y transitorio, por lo que generalmente la pareja gay es de corta duración.
Es posible, sin embargo, distinguir entre los que tratan de encontrar una relación más o menos duradera, que desean se les reconozca como tal, de aquéllos que consideran su relación como algo puramente privado y los que sólo buscan contactos transitorios. Esto se da especialmente en quienes padecen una homosexualidad compulsiva, que no logran dominar y que con frecuencia les lleva a una sexualidad con numerosos encuentros ocasionales anónimos e impersonales, donde el otro no es buscado como persona, sino usado como objeto, con el consiguiente peligro de enfermedades y una creciente degradación, pues unas relaciones así son patológicas y peligrosas, ya que no permiten la realización de valores personales.
La causa más frecuente de los dramas y rupturas es el egocentrismo que conlleva la irreprimible posesividad de la tendencia homosexual en su enraizamiento inconsciente. A pesar de lo cual pueden observarse actitudes de verdadera entrega, de abnegación inclusive, entre sujetos homosexuales. Puede suceder también que una situación al principio pasional, evolucione hacia una amistad en sentido corriente del término, aunque esto no suele ser frecuente, sobre todo entre hombres.
Pero también, aunque la amistad lleve en ocasiones a prácticas homosexuales, no hay que imponer sin más la ruptura, sobre todo teniendo en cuenta que si ponemos trabas a la persona homosexual para que pueda tener relaciones normales con los demás, lo que hacemos en realidad es reforzarle su estructura homosexual, que es la causa de sus dificultades. Puede suceder también que se considere un mal menor que el peligro de la promiscuidad o que los desequilibrios de una vida solitaria. Se buscaría con ello evitar males mayores, aunque no sea posible evitarlos por completo. Estamos hablando de personas que desean una superación progresiva e “indudablemente esas personas homosexuales deben ser acogidas, en la acción pastoral, con comprensión y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades personales y su inadaptación social. También su culpabilidad debe ser juzgada con prudencia. Pero no se puede emplear ningún método pastoral que reconozca su justificación moral a estos actos por considerarlos conformes a la condición de las personas” (Declaración de la Congregación para la Doctrina de Fe, Persona Humana, nº 8, 29-XII-1975).
La homosexualidad masculina y la femenina no obedecen a las mismas reglas. Todos los estudios ponen de manifiesto que el modo como la mujer vive su homosexualidad es notablemente diferente a cómo la vive el varón. El deseo impersonal, tan desarrollado en los varones, es casi inexistente en ellas y la promiscuidad también es rara. La homosexualidad femenina aparece en ocasiones ya en la edad adulta, incluso tras varios años de matrimonio o convivencia heterosexual. En este caso, es un mecanismo de defensa que el “yo” organiza porque intenta escapar de la angustia que le produce el sexo opuesto. Debido a la menor relación entre erotismo y genitalidad, potencian más lo afectivo, la ternura y los sentimientos en sus relaciones que los varones, por lo que pueden vivirla más fácilmente sin levantar sospechas e incluso ignorándola ellas mismas. Sus compañías sexuales son llamativamente más escasas, más continuas y parten generalmente de un conocimiento previo y no de encuentros fortuitos, por lo que se da en la homosexualidad femenina más monogamia, constancia y fidelidad que en la masculina, pero tampoco en ellas las relaciones suelen durar más de unos pocos años. Además, en las mujeres es más corriente la bisexualidad que en los hombres y la identificación de estas bisexuales como homosexuales se da, con más frecuencia que en los hombres bisexuales, tras una experiencia de fracaso matrimonial, y no al final de la adolescencia, no siendo raro, si encuentran el hombre adecuado, la vuelta a la heterosexualidad. Tal vez por ello, muchas de ellas consideran la homosexualidad como algo más adquirido que innato, mientras los hombres manifiestan considerarla más como algo innato.
Aunque de una manera bastante imperfecta empiezan a conocerse los primeros datos sobre divorcios en parejas homosexuales. Desde el 2005 se han unido 8.898 parejas gays y 4218 de lesbianas, según el Instituto Nacional de Estadística y se han divorciado ya, según el Ministerio de Justicia, una de cada diez uniones. Sería interesante conocer cuantos divorcios hay por sexos y la proporción de cuántos suceden en el primer año, el segundo etc., y tener todos estos datos, sean los que sean, para poder hablar con más conocimiento de causa.
Pedro Trevijano, sacerdote